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Miércoles, 13 de noviembre de 2024

Antonio Gaudí

De Enciclopedia Católica

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Que-ver-en-barcelona-la-ruta-de-gaudi.jpg EL ARQUITECTO DE DIOS

Num amamus aliquid nisi pulchrum? (Conf IV 13 20).

Pulcrior est veritas christianorum Helena graecorum (S. Ag.).

La economía de Dios es como un ars divina• que se inicia con la creación y se desarrolla a través de toda la Historia Salutis y culmina con la resurrección. ¿Y no consideraremos tal “•ars divina” como el prototipo sobreabundante de toda belleza mundana y humana?). (U. von Balthasar: Gloria, Ed. Enc. Madrid, 1985. p. 66-67).

“La belleza es la gran necesidad del hombre”, (Papa Benedicto XVI en la Sda. Familia).

LA VIA PULCHRITUDINIS

El Pontificio Consejo para la Cultura, (creado por Juan Pablo II en 1992), emitió este documento, La Via pulchritudinis, en (mar 2006).

Signa temporum

Hay un escrutinio o discernimiento de los signa temporum en los que se perfila la via pulchritudinis como vía para acoger a los que, de otro modo, resulta difícil llegar a la enseñanza de la Iglesia. El Documento opta claramente por los caminos de la belleza y recoge con modulación propia el Magisterio sobre la materia, y las reflexiones teológicas y pastorales en esa dirección[1].

La belleza abre y dispone al encuentro con Cristo, “Belleza encarnada”[2]: “Eres el más bello de los hombres, en tus labios se derrama la gracia”( Sal. 45 3).

La via pulchritudis es capaz de trasmitir la belleza de la fe, expresar el mysterium Dei y ejercer de puente que da paso a la belleza del Evangelio.

La Iglesia invita a los nuevos “Agustines de nuestro tiempo ”[3] a elevarse de la belleza sensible a la Belleza eterna: “Pulchritudo tam antiqua et tam nova”. Y escarmentado, afirma sin reparos: Pulcrior est veritas christianorum Helena graecorum.

Las culturas, igual que las expresiones artísticas, vienen marcadas por el pecado y pueden suscitar formas de idolatría, o decadencia del arte y de la cultura.

Por eso es necesaria la educación, porque “la belleza no es auténtica, si no es en su relación con la verdad”[4].

Del fenómeno a su fundamento

Juan Pablo II llama a los filósofos para que profundicen en las dimensiones de lo verdadero, de lo bueno y de lo bello; a todo lo que da acceso a la Palabra de Dios[5].

La via pulchritudinis, ¿acaso no es una via veritatis por la cual el hombre llega a descubrir la bonitas Dei, fuente de toda Belleza, de toda Verdad, de toda Bondad?

Lo bello atrae mediante una irradiación hacia el amor. Irradia un poder de atracción. La via pulchritudinis es camino capaz de sugerir quién es Dios y motivar su contemplación.

De ninguna manera se trata, obviamente, de renunciar ni a la via veritatis ni a la via bonitatis –a la verdad y al bien–. Sin embargo, quizá sea la belleza la que mejor pueda abrirnos a la luz de la verdad y al calor del bien.

Pero es necesario pasar del fenómeno al fundamento, como nos enseña Juan Pablo II en la Fides et Ratio. Es necesario trascender la forma visible y preguntarse por el autor. Y este pasar del fenómeno a su fundamento no se realiza en quien no está apto para pasar de lo visible a lo invisible[6]. Y “apto”, ya desde Platón y San Agustín, es la cualidad inherente para formar la belleza del conjunto.

Naturaleza de la pulchritudo

Tres vias:

  • 1) Belleza de la Creación
  • 2) Belleza del arte
  • 3) Belleza de Cristo.

“Con su magia, el arte, imprime a la naturaleza inorgánica trasformaciones que la aproximan al espíritu” (G. Hegel. Introducc. a la estét. Península, 1997, 145). Lo bello tiene un efecto de presencia en orden a trasformar al hombre y acercarle al misterio: experiencia religiosa de la hermosura de la naturaleza, del arte cristiano, y de Cristo y su Iglesia.

El conocido arquitecto japonés Kenji Imai († 1987), quiso conocer a Gaudí y viajó a Barcelona. Quedó profundamente impresionado por la obra y sentido místico de la Sagrada Familia. Imai, uno de los grandes estudiosos de Gaudí en el mundo, se convirtió al catolicismo. Otro de los no pocos convertidos después de contemplar la Sda. Familia, es el escultor, también japonés, Etsuro Sotoo; más de 30 años trabajando en el Templo, lo llaman “el Gaudí japonés”: “Quiero que la gente descubra la necesidad que tenemos hoy de Gaudí". “Gaudí es estructura, función y simbolismo. Sigo mirando la Sagrada Familia y siempre descubro algo nuevo, dice. Nada sobra ni falta ".

"Más que construir, estamos criando una vida, porque el arte es algo vivo". Es, además, uno de los impulsores de la causa de beatificación del arquitecto español.

Belleza de la Creación

La Escritura nos apremia a captar el valor simbólico de la Creación. “Los hombres no vieron a Aquel que es, ni contemplando sus obras, lo reconocieron como Artífice. Sino que tuvieron por dioses al fuego, al viento, al agua, a las lumbreras celestes. Pues sí, cautivados por su belleza, los tomaron por dioses, sepan cuánto les aventaja su Creador, pues es el Autor mismo de la Belleza quien los creó” (Sb 13, 1-3).

Es infinita la distancia entre la Belleza de Dios y sus vestigios. Pero ya el hagiógrafo enseña a practicar la dialéctica ascendente: pues de la grandeza y belleza de las criaturas, se llega, por analogía, a contemplar a su Autor[7].

La naturaleza es un templo donde “está” y “anda” el Creador

Nadie lo ha sabido cantar como el místico de Fontiveros, San Juan de la Cruz[8]. Recordando a su enfermero, decía Gaudí: “Fr. Camilo, que tan bien leía los poemas del santo, no solo me consolaba, sino que iba atemperando mi espíritu”:

¡Oh bosques y espesuras
plantados por la mano del amado!
¡Oh, prado de verduras
de flores esmaltado
decid si por vosotras ha pasado.
Mil gracias derramando
pasó por estos sotos con presura
y yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de su hermosura.
¡Oh, cristalina fuente,
si en esos tus semblantes plateados
formases de repente
los ojos deseados
que tengo en mis entrañas dibujados!
Mi alma se ha empleado
y todo mi caudal en su servicio;
ya no guardo ganado
ni ya tengo otro oficio,
que ya solo en amar es mi ejercicio.

Belleza y bien

La belleza, unidad de una diversidad, afirmaba Platón, nos hace llegar al Bien, a la realidad suprema; o sea, a Dios[9]. Y Aristóteles decía que en todas las cosas de la naturaleza hay una maravilla. Desde Grecia, el estudio del cosmos es esencial para la filosofía. Y para la teología, que quiere comprender la obra de Dios. Las llamadas 5 vías de Santo Tomás, tan precisamente formuladas, tendrán siempre plena validez, al menos pedagógica, para aprender a ir del fenómeno a su fundamento, como recordábamos con Juan Pablo II. Y Voltaire, nada sospechoso de apologética, afirmaba: “A mí nadie me va a convencer de que ese cuadro que veo sobre la pared no lo ha pintado nadie”.

De forma similar podríamos leer la acción de Dios en la Historia. Kant, a quien despistaba el más leve movimiento de un alumno, confiesa: “no puedo menos de admirar el cielo estrellado encima de mí, y la ley moral dentro de mí”. (Crít de la raz práct.).

Contemplar la belleza de la Creación causa armonía, paz interior y el deseo de una vida hermosa, porque la creación es una teofanía. Es la función sacramental de la Creación, porque lleva los signos de su Creador y Artífice[9], como intuyeron muchos místicos.

Al hombre religioso le prepara a actitudes místicas. Muchos santos se arroban y brincan y cantan y danzan de júbilo, a lo David ante el Arca, o a lo Francisco en el monte, que contemplaba al Hermoso en las cosas hermosas[10]. Al Autor de tanta hermosura: “Cuando contemplo el cielo, obra de tus manos, la luna y las estrellas que has creado: ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él… Señor Dios nuestro, qué admirable es tu Nombre en toda la tierra (Sal. 8).

Todos nacemos orientados hacia la belleza

Amamos lo bello

Ya afirmaba Platón que amamos lo bello porque alguna participación, mayor menor, de la idea ejemplar tiene que haber en las cosas bellas para que nos agraden. Y distinguirá Platón entre lo bello –to kalón– y lo apto, lo conveniente –to prepon–. Lo conveniente presenta una apariencia de hermosura, o sea, solo sería bello porque se adecua al conjunto; mientras que lo bello lo es, por la idea misma de belleza[12].

“Si alguien se libera de la servidumbre de sus impresiones irracionales, y mira su alma desde arriba por una reflexión sincera y pura, ese ve claramente en su misma naturaleza la voluntad y caridad de Dios para con nosotros. Por esta reflexión advierte que existe en el hombre el impulso connatural e innato de un deseo que lo lleva hacia lo bello y lo excelente; y que existe en su naturaleza el amor impasible y feliz de esta "Imagen" inteligible y bienaventurada cuya imitación es el hombre”[13].

Y S. Agustín ya jugó, por lo que le sugerían los términos en griego, con las expresiones de filosofía y de filocalia. Quid est philosophia? Amor sapientae; quid philocalia? Amor pulchritudinis. No prosperó la expresión en Occidente, pero está fuera de duda que filocalia, la afición o amor a la belleza, o como ciencia, la estética –así la llamamos–, es “hermana o, acaso más propiamente, hija de la filosofía”[14].

Y abundando San Agustín en esa platónica doctrina, confiesa: “Amaba yo las hermosuras inferiores y así caminaba hacia el abismo. Y decía a mis amigos: Num amamus aliquid nisi pulchrum? ¿Amamos algo que no sea hermoso? Y ¿qué es lo hermoso? Quid est pilchritudo? ¿Qué es la belleza?¿Qué es lo que nos atrae y aficiona a las cosas que amamos? Porque ciertamente, si no hubiera en ellas alguna gracia y hermosura, de ningún modo nos atraerían hacia sí. Y notaba yo que en los mismos cuerpos una cosa era el todo –quasi totum– y como tal hermoso, y otra cosa era lo conveniente –quod deceret– por acomodarse aptamente a alguna cosa, como la parte al todo[15]. Formosus es estar bien dotado de forma; deformis es carecer de la forma adecuada.

“Lo bello –pulchrum– es considerado y alabado por sí mismo, a lo que se opone lo torpe y lo deforme; mientras lo apto –aptum–, cuyo contrario es lo inepto, depende de otro al que se vincula –quasi religatum– y no es juzgado por sí mismo, sino por el conjunto”[16].

(El primer libro de Agustín fue De pulcro et apto (Conf IV 15 24), perdido ya tempranamente, aunque algunas de las ideas expuestas allí, sin duda están dispersas por sus obras).

Es justamente lo que Gaudí expresó en su lenguaje referente a su arquitectura y estética: “¡Quieres saber dónde he encontrado mi ideal? –Un árbol en pie –pulchrum– sostiene sus ramas; estas sus tallos y estos su hojas. Cada parte aislada –aptum– crece en armonía sublime desde que el artista Dios la concibió”.

El hombre es inteligencia y sensibilidad

Como el hombre está hecho para el pensamiento porque tiene inteligencia, –un roseau pensant, lo llamaba Pascal, caña pensante–, así está llamado hacia arriba, donde Dios está, porque de Él nacimos (ek toû zeoû, dice S. Juan, con la expresiva preposición de procedencia, del lugar de donde se viene, (1 Juan 3,10). Así también está hecho para evocar y convocar las diversas formas del arte, porque tiene, está dotado, de sentidos y sensibilidad. No nos hizo solo espíritus, ni meros animales o plantas. Nos hizo una encarnación, y no solo como datum, sino también como officium, como perentoria tarea. Tenemos que crear las condiciones de traspasar la carne y alcanzar las virtualidades del espíritu a través de la estética o dialecto de los sentidos.

Hombre quisiste hacerme, no desnuda
Inmaterialidad del pensamiento.
Soy una encarnación diminutiva;
el arte, resplandor que toma cuerpo:
La palabra es la carne de la idea:
¡Encarnación es todo el universo!
Y el que puso esta ley en nuestra nada
¡hizo carne su Verbo!
Así: tangible, humano,
Fraterno[17].

Martín Descalzo: “Qué daría yo porque todos mis artículos juntos valiesen la milésima parte o dijeran la mitad de lo que unos ojos de niño pueden decir en un segundo”[18]. Una bien inspirada canción puede educar mejor a nuestro corazón que una novela de 500 págs.

“Toda obra de arte, decía Gaudí, ha de ser seductora – si entendemos rectamente el adjetivo– (en esto radica su universalidad)”.

Por eso la belleza nos atrae, nos fascina. Nos hace falta. Pero no hace falta ponernos de acuerdo para percibir lo grato de la Unidad, experimentar el gozo de la Verdad, gustar la hermosura de lo Bello, rendirse a lo gratificante de la Bondad.

El Genio

Refiriéndose nada menos que a San Agustín, he oído a algunos: Qué puede decir un Santo Padre del siglo V al hombre de hoy. No caen en la cuenta de que no hay que confundir al docto o al sabio, con el genio. Los Santos Padres y los grandes Maestros nos instruyen en tantas verdades; su enseñanza será siempre magistral. Continúan impartiendo doctrina a través de los tiempos. Nos trasmiten las verdades que conviene reforzar, re-iluminar, re-actualizar. “Soy capaz, decía Gaudí, de pensar todo lo que pensó Santo Tomás, pero yo necesitaría siglos”. No confundir, pues, al docto o sabio –y sabio, es para Aristóteles, el que sabe enseñar lo que supo aprender[19]– con el genio que, además de aquello, es otra cosa.

El genio no solo es sabio: es doctor, y enseña lo que sabe. Lo característico y original es que el genio intuye, penetra y ve a distancia y en todas las direcciones. Gaudí, para no decirse a sí mismo que era un genio, se definía, curiosamente, así: “Yo soy geómetra, que quiere decir hombre de síntesis”. Y es que el genio ve lo largo, lo ancho, lo alto y lo profundo. (San Pablo hablará a los efesios, de estas dimensiones como dominio del Espíritu: latitudo, longitudo, sublimitas et profundum: Ef. 3,18).

Por eso es perenne su magisterio, porque vio genialmente – y genio, dice relación con ginomai, de gen– engendrar la realidad, hacerla de nuevo, darle nueva vida, no meramente imitarla. Lo que nosotros no vimos más que superficialmente.

En este sentido no es tautológica la sentencia de Gaudí: “Originalidad es volver (asomarse) al origen”.

(Las dimensiones del espíritu (in interiorem hominem Ef. 3,16), (Y reseña para los corintios la belleza de la unidad del cuerpo, a pesar de ser muchos miembros (1 Cor. 12,12).

Nacemos orientados hacia la belleza

En una universidad inglesa realizaron un experimento con cien bebés de 2 y 3 días de nacidos (Exeter, 2005). Les mostraron parejas de fotos de rostros humanos que solo diferían en su atractivo: unas caras eran más armónicas, más simétricas y más semejantes al aspecto general de la gente. Todos los bebés –todos– pasaron más tiempo mirando los rostros convencionalmente guapos o bonitos. Los investigadores concluyeron: todos nacemos orientados hacia la belleza. Si bien no podemos aceptar el innatismo rígido de Platón, tampoco aceptaríamos la tabula rasa de Aristóteles.

En el plano intelectual, moral y estético nacemos con ciertos principios o ciertas predisposiciones o inclinaciones, por los que se rige la conducta general de los hombres. (Sentido interior, memoria Dei, en S. Agustín).

No es de extrañar. Como nacemos hacia el Unum, la Unidad, (de Plotino se nos dice que tuvo algún éxtasis con el Uum), nacemos hacia la verdad o al bien (el esse ad, el Fecisti nos ad Te del Hiponense.

Parafraseando uno de los axiomas agustinianos, in interiore homine habitat veritas, podemos formularle otro similar, si no es que implícitamente ya va formulado en el antedicho: in interiore homine habitat pulchritudo.

Hermoso, de fomosus de Forma, Unidad, Verdad, Bondad, Belleza. Los trascendentales del Ser. Por eso, lo contrario es lo deforme; lo feo, lo grotesco, lo burdo, es tan contracultura o, al menos, subcultura, como la anarquía, la maldad, lo sucio o la estafa.

Cultura

Cultura será cultivar y laborar las formas que ya llevamos dentro o innatas, y defenderlas de la subcultura y de los ataques de anticultura o contracultura con que nos agreden muchos periódicos y canales de tv. Hoy, la incultura sola, sería inofensiva; es mera carencia original; y se subsana no con subcultura, o contracultura, sino con cultura legítima, con positiva acción y recuperación de las formas, ínsitas en el hombre por participación en la Forma de quien nos formó a su imagen y semejanza ( Gén. 1 27).

Recorrer la vía pulchritudinis entraña la necesidad de educar y re-formar para la belleza, de animar y desarrollar un espíritu crítico frente a los ofrecimientos de los aplastantes medios masivos; formar a los educandos en sensibilidad y carácter para conducirlos y elevarlos hacia la real madurez.

San Agustín da testimonio de la trasformación profunda de su alma provocada por el encuentro con la belleza de Dios: en las Confesiones recuerda con amargura el tiempo perdido y en las ocasiones fallidas y, en unas páginas inolvidables, revive el caminar atormentado en la búsqueda de la verdad y de Dios.

Sin embargo, en una especie de iluminación él rencuentra a Dios y se aferra a ella como a "la Verdad misma", fuente de gozo puro y de una auténtica felicidad: "¡Tarde te amé, Belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Tú estabas dentro de mí y yo estaba fuera y te buscaba fuera de mi mismo. Y deforme, me lanzaba sobre las formas hermosas de tu creación...

Tú me has llamado y has gritado, has roto la sordera de mis oídos; tú has brillado y tu esplendor ha expulsado mi ceguera; has exhalado tu perfume y lo respiré; aquí que por ti suspiro; tengo hambre de ti y sed de ti; tú me has tocado y yo ardo en el deseo por tu paz"[20].

A zaga de tu huella
las jóvenes discurren al camino,
al toque de centella,
al adobado vino;
emisiones de bálsamo divino.

Esta experiencia del encuentro con el Dios de la Belleza, es un acontecimiento vivido en la totalidad del ser, y no solamente en la sensibilidad. De ahí su confesión: “Num possumus amare nisi pulchra? ¿qué podríamos amar sino lo hermoso?[21].

El Genio Antonio Gaudí

(Reus, Tarragona, 1852 – † Barcelona, 1926)

Máximo representante del modernismo español. Nadie pone en duda de que estamos ante un genio. “Gaudí es el único genio que produjo el modernismo”, dice un estudioso alemán de la arquitectura moderna. Y el teórico y arquitecto suizo-francés, Le Corbusier, pronunció este juicio sobre el arquitecto de la Sda. Familia: “El de más potencia arquitectónica dentro de su generación”[22]. Y lo dijo cuando ya había muerto Gaudí. Y lo dijo cuando la Sda. Familia estaba poco más que en los comienzos, “ruinas de futuro” se llamó por muchos años. Y lo dijo en medio de la polémica entre sus contemporáneos.

Estudió primaria y secundaria en las Escuelas Pías. Se preocupó más de su afición que de las asignaturas oficiales. De varios grandes se cuenta lo mismo. ¿“Cómo puede ser buen estudiante quien tiene dentro un monumento que solo espera el sonido de las trompetas del ángel para plantarlo en la realidad?”[23].

Al otorgarle el título (1878) dijo el director: “Hemos dado el título a un loco o a un genio; el tiempo lo dirá”. Gaudí, con no menos humor, y sin importarle el cartón, comentó a su amigo Lorenzo: “Dicen que ya soy arquitecto”.

Con sentido innato de la geometría y el volumen, de gran capacidad imaginativa, se permitía proyectar mentalmente la mayoría de sus obras antes de pasarlas a planos, a lo cual se resistía de no obligarle las circunstancias. Prefería recrearlos sobre maquetas tridimensionales; moldeaba los detalles según los concebía. En ocasiones, iba improvisando sobre la marcha, dando instrucciones sobre lo que se debía hacer.

Dotado de gran intuición, Gaudí ideaba sus edificios de una forma global, atendiendo tanto a las soluciones estructurales como a las funcionales y decorativas. Estudiaba al mínimo detalle sus creaciones, integrando en la arquitectura los trabajos artesanales que él mismo, desde el parvulario, iba dominando y quería llevar a la perfección: mosaicos, vidrieras, carpintería, forja… Introdujo nuevas técnicas en el tratamiento de los materiales. Diríamos un arquitecto total.

Pulcra sunt quae visa placent

Sin entrar ahora en otras disquisiciones, afirma Santo Tomás: pulcra sunt quae visa placent. Pero ya San Agustín se había planteado la pregunta: Utrum pulchra sint quia delectant, an delectent quia pulchra sunt? “¿Son bellas porque nos agradan o nos agradan porque son bellas?”. Y San Agustín se responde: ¿No será porque son partes semejantes entre sí que se enlazan en unidad y conveniencia?[24]

El Prof. Altuna señala con Gilson, la insistencia del Hiponense en la unidad como fundamentación filosófica de la estética agustiniana[25].

No me atrevo aquí a legitimar mi pregunta. Pero esta tendencia hacia la unidad y la totalidad de Gaudi, ¿no querrá dirigirse hacia idéntico centro por vía de intuición como va en Agustín por via de reflexión?

Tal vez no lo pensó Gaudí. Pero ¿no podríamos ver una aplicación de la teoría platónico-agustiniana, aludida arriba, sobre lo bello y lo apto (lo adaptable), p. ej., en la composición de los trozos de mosaicos? Rotos y separados, no son bellos; pero se pueden poner en algún orden, de manera que el conjunto resulte agradable. No olvidemos que el genio puede recrear, dar nueva vida a lo que ya estaba fenecido. Evocando otra vez al Genio de Hipona, el artista es capaz de traer ex regione dissimilitudinis, de la región de la desemejanza, de la criatura rota y destrozada, (el hijo pródigo) la refacción, el nuevo rostro, la criatura nueva. ¿No hizo esto el genio de Gaudí con elementos y materiales de cerámica desechados para muchas de sus composiciones decorativas? ¿No lo hizo Picasso en muchas de sus obras de arte? ¿Qué es su célebre Cabeza de toro, sino el manillar y el sillín de una bicicleta de chatarra? Un admirado mosaico, no se compone de teselas sin figura ni hermosura? ¿No es el colaje, cuando tiene autenticidad inspirativa, una manifestación cromática y artística de altísimo valor?

Incluso, ¿no tendrá esta teoría alguna vez aplicación en el orden moral? ¿No sería la aplicación de un relativismo sano que adecua, en casos singulares, lo apto, lo conveniente al bien del conjunto? ¿No sería encontrar una especie de “epiqueya” (epi-eíkeia, conveniencia, adecuación; equidad) en el campo artístico, a lo que es la epiqueya en el orden moral?

Creo en Dios

Hace varios lustros, en Vence, cerca de Niza, visité la Capilla del Rosario, de las Dominicas. Matisse, considerado padre del fovismo, que impactó con sus obras por la subjetiva utilización del color, que solía pintar bailarines andróginos, aquí construyó el altar de piedra, estampó la silueta y perfiles de Sto. Domingo, forjó la cruz de bronce, realizó los vitrales semi-abstractos del árbol de la vida, pintó en negro muy estilizado el viacrucis, y diseñó todos los detalles de la Capilla, incluidos los ornamentos litúrgicos. Tenía 80 años. "Comencé con lo secular, decía, y en el ocaso de mi vida, terminé con lo divino".

"¿Creo en Dios?" se preguntó una vez en voz alta. –"Sí, creo, cuando estoy trabajando. Cuando soy sumiso y modesto, me siento rodeado por Alguien que me lleva a hacer cosas de las que yo no soy capaz". "Esta capilla, pese a todas sus imperfecciones, la considero mi obra maestra". Esto lo decía y hacía Matisse, 25 años después de muerto Gaudí. Empezaba Matisse a ser el artista total. Lo había serenado la orientación, por fin, hacia la Luz indefectible, la Luz definitiva. Otra vez se conforma el axioma agustiniano: Pulcrior est veritas christianorum Helena graecorum.

Madurez y labor profesional

En la Expo Universal de París (1878), Gaudí expuso un diseño modernista, a la vez funcional y estético. Comenzó así un fructífero despegue a las más destacadas obras de Gaudí.

En 1883 aceptó continuar las recién iniciadas obras del Templo Expiatorio de la Sagrada Familia. Modificó totalmente el proyecto inicial, y la convirtió en su obra cumbre, admirada en el mundo entero. Recibió los encargos del Palacio Episcopal de Astorga (1890) y el de la Casa Botines en León, con influencia del goticismo castellano. El prestigio del arquitecto se extendía por España. Junto a él se formaron numerosos arquitectos.

A fines del s. XIX se manifiesta más su honda espiritualidad. “Sustituyó la filantropía por la caridad cristiana”. Miembro del Círculo Artístico de San Lucas (1899, fundado en 1893 por el obispo José Torras y los hermanos José y Juan Llimona). Su madre le había inculcado una tierna devoción a la Virgen de la Misericordia, y proyectó levantarle un monumento. Se afilió a la Liga Espiritual de la Madre de Dios de Monserrat. En una célebre fotografía lo vemos fervoroso en la procesión del Corpus Christi en Barcelona (1924).

En 1900 recibió el premio al mejor edificio del año. Su fama hace que el pintor J. Llimona (1902), p. ej., escogiese la fisonomía de Gaudí para representar a San Felipe Neri en la iglesia de su nombre en Barcelona.

La Semana Trágica, 1909, lo marcó profundamente: Gaudí se recluyó en su casa por la política anticlerical y atentados contra decenas de iglesias y conventos. Temió por la integridad de la Sda. Familia.

Para el centenario de J. Balmes (1910), diseñó dos farolas para la Plaza de Vic. En París, se dedicó una exposición a Gaudí (1910), con crítica muy positiva. Desde 1914 se dedica de forma exclusiva a su Biblia pauperum o también “Catedral de los pobres” –como el pueblo conoce a la Sagrada Familia–: “Mis familiares y amigos han muerto; no tengo fortuna ni nada. Me entregaré totalmente al Templo”. Participó en un curso de canto gregoriano impartido por el monje benedictino Dom Gregorio M. Suñol.

Neogótico

Influido en sus inicios por el arte neogótico, y alguna tendencia orientalizante, Gaudí desembocó en el modernismo en su época de mayor efervescencia, fines del s. XIX y principios del XX. El arquitecto-artista fue más allá del modernismo “oficial”, y creó un estilo propio basado en la observación de la naturaleza. Su arquitectura, marcada por su sello personal, va caracterizada por la búsqueda de nuevas soluciones estructurales y utilización de formas geométricas (paraboloides, hiperboloides, conoides), en cuyas leyes y técnica, aquí no entramos.

Su edificio integra una síntesis de todas las artes y oficios. Mediante el estudio y práctica de soluciones originales, la obra de Gaudí culminará en un estilo orgánico, inspirado y observado en la naturaleza, y animado por la fe cristiana, su impulso vital, sin desatender la experiencia de estilos anteriores, generando una obra arquitectónica y decorativa: simbiosis perfecta de tradición e innovación. Hoy, la obra de Gaudí admirada por todos, tiene innumerables estudios dedicados a tratar de entender la evolución del arte y de la arquitectura.

Gaudí explicó el Templo de la Sda. Familia al Nuncio del Vaticano, Mons. F. Ragonesi (1915), en el que el arquitecto de Dios, ha sabido reflejar admirablemente la belleza arquitectónica, la espiritualidad, la teología y la liturgia. El Sr. Nuncio calificó a Gaudí como “el Dante de la Arquitectura”.

Fallecimiento

Soltero en su vida, encontraba gran sosiego espiritual en su profunda religiosidad. Había hecho ferviente profesión de pobreza, que practicaba con absoluto amor. Decía que “el arte es cosa tan alta que ha de ir acompañada del dolor o de la miseria para hacer de contrapeso y así el hombre no se desequilibre”. Pedirá limosnas para poder continuar las obras. Se rodeaba de gente pobre; trabajaba con sus propias manos. Su maduración en la fe le fue llevando a la más estricta sencillez, vistiendo trajes viejos y gastados, comiendo con frugalidad; en ocasiones se entregaba a severos ayunos hasta poner en peligro su vida. Dormía en un rincón de su taller en la Sda. Familia y él mismo se hacía la cama, a pesar de sus años. A veces, fue tomado por un mendigo, como pasó en el accidente que le costó la vida.

Cuando Gaudí iba a la iglesia de San Felipe Neri, que visitaba a diario para rezar y ver a su confesor, al cruzar fue atropellado por un tranvía. Sin documentos, con ropa vieja y aspecto de mendigo: Le bastaba su mundo interior, su vivencia mística.

Murió en 1926, a los 74 años. Enterrado ante grandes multitudes que le daban el último adiós, en la cripta de la Sda. Familia.

En su lápida reza esta inscripción: Antonius Gaudí Cornet. Reusensis. Annos natus LXXIV, vitae exemplaris vir, eximiusque artifex, mirabilis operis hujus, templi auctor, pie obiit Barcinone die X junii MCMXXVI, hinc cineres tanti hominis, resurrectionem mortuorum expectant. R.I.P.

Por la edificación de sus virtudes, el arzobispo de Barcelona, Ricardo Mª. Carles inició el proceso de beatificación del Arquitecto de Dios. (1998). Y en el 2000 fue autorizado por el Vaticano. El año 2002 se celebró el Año Internacional Gaudí, con multitud de actos culturales sobre la vida y obra del genio español.

Muerte y olvido

Tras su muerte, Gaudí, injustamente olvidado, sufrió “la conspiración del silencio”. Su obra fue menospreciada como barroca y fantasiosa. Igualmente por el novecentismo, la nueva corriente que sustituyó al modernismo, estilo que retornaba a los cánones clásicos.

En 1936, con la persecución antirreligiosa, asaltaron el taller de Gaudí en la Sda. Familia, y destruyeron gran cantidad de documentos, planos y maquetas del “arquitecto de Dios”.

Repercusión de su obra

La figura del genio tarraconense, Gaudí, comenzó a ser reivindicada en los años 1950, en primer lugar, por otro genio, aunque excéntrico, el gerundense Salvador Dalí, seguido del arquitecto José Luís Sert. En 1957, exposición internacional en Nueva York. Los estudios de críticos internacionales dieron gran valoración a la obra de Gaudí. En Japón su obra es muy admirada.

Gaudí se convirtió en signo de contradicción. Críticos que solo quieren ver formas nuevas de los estilos históricos, y los modernistas, surrealistas y expresionistas, que con razón han querido ver muchos de estos rasgos en la obra del arquitecto artista. Cuando amainan las pasiones, se puede captar la fuerza unificadora de elementos manifestados en la naturaleza y logrados por el artista; y el aunamiento de espíritus que es capaz de realizar el genio. Comprensión intelectual, mas también la comprensión intuitiva, la que cala, la que ve la amplitud de la superficie, la que sospecha la redondez y puede adivinar sus antípodas.

En estos tiempos de decadencia moral y cultural, de negación de básicos principios, tiempos de cegueras y sorderas, algunos provincianos –poliomielíticos mentales– parecen reivindicarlo más como artista regional que como genio universal, lo cual es reducirlo a enano. Un artista, cuando es genial, ya es de todos y en todas partes el mismo. Y el mundo se lo apropia porque ya es suyo, porque en él ve cumplidas las dimensiones del espíritu, sí, aquellas dimensiones ecuménicas de que hablaba San Pablo a los efesios (Ef. 3 18).

La obra de Gaudí, tan elocuente hoy, permite recomponer la dramática aventura de un genio sometido por un tiempo que no era el suyo. Sin embargo, Gaudí fue lo suficientemente genial para no entrar en colisión con sus contemporáneos. Sabía que su obra sería definitivamente valorada. Y es que, como confirma la historia, cuando un verdadero artista entra en conflicto con su tiempo, acaba por imponerse el artista. Ya ocurrió con El Greco. También con el impresionismo. No se trata solo de mirar, sino de ver la autenticidad de lo contemplado.

Gaudí, constructor, escultor, filósofo, pintor

Gaudí, constructor, escultor, filósofo, pintor, iba gestando una síntesis en sí mismo y con el mundo que lo rodea. “Una síntesis que se salta el impresionismo y se sitúa más allá del Picasso de las “señoritas de Aviñón” (1907). Gaudi será el vidente que no destruye, sino que compone en una formulación nueva, positiva, integradora.

Gaudi le jugó limpio al pueblo que quería una Sda. Familia “a la griega”. El arquitecto supo hacer la síntesis de combinar la genuina y perenne belleza de lo clásico con las más válidas intuiciones del modernismo. Y respondía: “Hoy los griegos, aquí, lo harían así”.

[Picasso decía: “Yo no busco. Hallo”. Gaudi , coincidiendo en este punto con el genio de Málaga, dirá: “El hombre no crea. Descubre”. Es la visión del genio que penetra más allá de la mirada superficial y allende el horizonte doméstico.

En la piedra inyecta la naturaleza, como hermana del hombre, y el espíritu. Por eso se dirá que sus construcciones tienen alma. El arte de Gaudí tiene emoción porque le vive el alma; y por eso es comunión: no solo porque integra formas y materiales, objetos, vidrios y colores, sino porque su espíritu hace vibrar el alma de Occidente y de Oriente[26].

Entre 1984 y 2005, siete obras de Gaudí, han sido declaradas Patrimonio Cultural de la Humanidad, lo cual supone reconocer su valor universal. Por su contribución excepcional en el desarrollo de la arquitectura y del arte entre los s. XIX y XX.

[A la muerte de Gaudí le sucede su fiel colaborador y conocedor de la mente del maestro, D. Sugranyes († 1938). Completó las torres y ejecutó muchas esculturas para la fachada del Nacimiento. Luego continuaron las obras bajo la dirección de Francisco Quintana († 1967)].

En 1976 se concluyeron la fachada de la Pasión y sus cuatro torres-campanario. Luego hubo que reforzar los cimientos del Templo y levantar columnas arborescentes, utilizando hormigón armado y piedras que obedecen al proyecto gaudiano.

A partir de 1986, el escultor José Mª. Subirach, se ha dedicado durante más de 15 años a esculpir más de cien imágenes para la fachada de la pasión ].

El Templo de la Sagrada Familia

(1883 – 1926). Dedicado a Jesucristo, a María y a San José, modelo de la familia cristiana. Interpretó y reelaboró el proyecto de su predecesor, el primer arquitecto Francisco de Paula Villar. Para Gaudí, la Iglesia es un monumento a Dios, y el edificio más emblemático y representativo de un pueblo. Y quiso para su templo la síntesis espacial y figurativa de su rica imaginación. Los elementos arquitectónicos se pueblan de flora y fauna, de episodios bíblicos y de la Iglesia, con didáctica finalidad de hacer una Historia Sagrada en piedra.

Gaudí acentúa la verticalidad de la construcción con numerosas y esbeltas torres. Amplía la planta en forma de cruz latina: cinco naves en el eje longitudinal y tres en el transepto. Tres portadas ricamente decoradas o historiadas para las que levanta, como prolongación, cuatro imponentes torres por cuyo interior discurren sendas escaleras de caracol.

Fachadas del Nacimiento y de la Pasión. Al sur se levantará la Portada de la Gloria. Los grupos escultóricos que enriquecen los gabletes frontales representan una rica galería de catequesis de los misterios fundamentales de la Fe. El ángulo tan apuntado que va sobre las arquerías, contribuye a dar la sensación de una mayor elevación.

Rico simbolismo

El Arquitecto de Dios buscó siempre un rico y meditado simbolismo, enraizado en lo mejor de la tradición católica, integrando alegorías inspiradas en la naturaleza, fuente inagotable de su inspiración. En su memoria visual quedaron hondamente grabadas las imágenes de las impresionantes catedrales góticas de toda la península.

“Las bóvedas las quiero hacer hiperboloides parabólicas por muchas razones. Es un magnífico signo de la Santísima Trinidad, porque son dos generatrices rectas e infinitas, y una tercera generatriz, también recta e infinita, que se apoya sobre las otras dos. El Padre y el Hijo relacionados por el Espíritu Santo; los tres igualmente infinitos, los tres una sola cosa”[27].

El ferviente Gaudí conocía muy bien el rito y símbolos de la liturgia. Estudió los dos tomos del L’ Année liturgique de Dom Guéranger [28], el significado de los colores litúrgicos, los ritos de los sacramentos. A las connotaciones de su profesión de arquitecto supo encontrarles aplicación y sentido teológico. El eclecticismo que se puede apreciar en la obra de Gaudí, no es una mera acumulación de estilos, sino integración inteligente e innovadora de las líneas y técnica más eficiente de la arquitectura y decoración cristianas.

Gaudí estaba convencido de que su obra más importante, siendo religiosa, lleva imbricados muchos sacrificios, y entiéndanse en el sentido ascético-teológico de la palabra. “Todo lo que podamos hacer a favor de la Iglesia, nos lo debemos imponer como sacrificio, pues el sacrificio es lo único que da frutos”. En cierta ocasión, al pedir un donativo, dijo a la persona: “Haga este sacrificio”. Respondió que lo hacía con mucho gusto, y que para él no era ningún sacrificio. Entonces Gaudí le insistió para que aumentase el donativo hasta sacrificarse, pues a veces la caridad no es sino vanidad[29].

Salvatis salvandis, La Sda. Familia de Gaudí es, un poco, sino un mucho, como Las Confesiones de S. Agustín. O como La divina Comedia, a la que ya fue comparada. O como las sinfonías de Beethoven. O como los admirables prefacios gregorianos que prenuncian el misterioso prodigio de la anáfora eucarística en que el pan y el vino se convierten en Cuerpo y Sangre de Cristo. Es convocatoria de contenidos de fe y asamblea de fieles que, en trasunto celeste, celebra y experimenta realidades que contemplan los ángeles. De hecho se cuentan no pocos convertidos ante la silenciosa y reverente contemplación de esta obra.

Acaso, la figura retórica llamada sinestesia, no tenga expresión más cumplida que la que se realiza dentro, con todas las artes, en el sacro espacio de la Sda. Familia:

Detente, cierzo muerto;
ven, austro, que recuerdas los amores,
aspira por mi huerto
y corran sus olores
y pacerá el amado entre las flores.
En la interior bodega
del amado bebí, y cuando salía
por toda aquesta vega,
ya cosa no sabía
y el ganado perdí que antes seguía.

Consagración del Papa Benedicto XVI

La consagración del Papa Benedicto XVI y su nueva categoría de Basílica, ha supuesto una espléndida validación summa cum laude, para esta construcción genial del s. XX. Durante muchas décadas, por lo grandioso del proyecto y su lenta realización, la gente se acostumbró a verla, por así decirlo, a medio levantar. El Papa ha recordado que ante las dificultades por las que el Templo hubo de pasar, Gaudí respondía confiado: “San José lo acabará”. El Papa ha sentido particular alegría al consagrar el templo, y ha dicho: “No deja de ser significativo que sea consagrado por un Papa cuyo nombre de pila es José”.

En este recinto, ha dicho Benedicto XVI, la inspiración de Gaudí, “arquitecto genial y creyente consecuente”, se alimentaba de tres grandes libros: la Sagrada Escritura, la naturaleza y la liturgia. Introdujo piedras, árboles y vida humana dentro del templo para que toda la creación convergiera en la alabanza divina. Sacó los retablos afuera para poner ante los hombres el misterio de Dios[30].

Es historia y flujo de la Comunión de los Santos. Es órgano de pétreas armonías en danza, y en concierto pleno de colores y sublimes resonancias. Es honda Confesión de Fe hecha expresión arquitectónica. Y hace asistir en coro a todo lo más representativo de la flora y fauna terrenal con ordenada avenencia de la creación en un himno que canta los Hosannas al Mesías y el Gloria in excelsis, como leemos en el pináculo de sus cónicas torres, elevando como almas verticales lo mejor de su ton y de su son hasta el Altísimo.

“La fachada de la Natividad, con sus cuatro torres coronadas por cúspides coloreadas de extraordinaria belleza plástica, es una de las imágenes más fuertes y significativas que el s. XX ha legado a la historia de la arquitectura”. “Gaudí construye su Biblia pauperum, pensando en un observador que busque en el relato, no la perfección de la forma, sino la urgencia del logos y el ritmo cautivador del relato”[31].

“Comprender el punto de intersección de lo que no tiene tiempo con el tiempo, es operación de santos”. Es difícil describir mejor la actitud de un hombre que en la realización de su obra cambió su modo de vivir, de pensar, de alimentarse, de vestirse, hasta identificarse con la pobreza que –decía– genera más elegancia, porque la elegancia no es nunca ni rica ni opulenta”[32].

13. ¿Y hoy?.- Cuando observamos un monumento antiguo grandioso, solemos hacer este comentario: “¡Hoy no se hacen estas cosas!”. La pregunta correcta sería: “Donde está hoy el genio que haga para nuestra época lo que otros hicieron para la suya?”.

Post scriptum.- Muchas obras podemos descalificar de estos pasados decenios, o calificar de pecado mortal contra la estética. Me complace, sin embargo, hacer justicia a una excelente obra que he disfrutado de cerca.

He pasado varios años en un convento construido todo él desde el trasfondo y rango venerable de los conventos históricos, pero casando admirablemente con la estética, funcional y moderna, de los primeros años 60. El Convento se llama “Sto. Tomás de Villanueva”, en Salamanca. Por las cuatro caras o fachadas, todas distintas, se echa de ver al punto que inequívocamente se trata de un convento; pero ninguna de las caras deja de tener la guapeza o agilidad de línea con la armonía y elegancia de la modernidad y el funcionalismo que requería un convento de hace medio siglo. Todo, diseñado con fidelidad antiguo-moderna en todos sus partes o detalles: pintura, los santos de la Orden, tallados en subrelieve en cada esquina del claustro, vitrales, crucifijos de las celdas, bancas, mesas, pupitres, sillas, etc.

Y especialmente la Capilla. Todos sus elementos simples, altar, presbiterio, coro, vitrales que historian el viacrucis, delgados estípites de cemento granulado en color blanco, etc. hacen un bellísimo conjunto igualmente simple. Pero especialmente la impresionante y amplia cruz como excavada o incisa en el techo que recorre toda la capilla, iluminada en pleno con luz blanca de neón que a su vez ilumina todo el conjunto. Todos hemos sentido al entrar en coro en esta capilla, la cruz redentora que no aplasta, sobre nuestras cabezas, y que sí ilumina por dentro y que hace resucitar.

De D. Fernando Población, diremos, pues, con justicia, fue también un arquitecto total. El arquitecto respondió cabalmente en su tiempo con la obra bien hecha al deseo de los padres, expresado con sencillez: –“Queremos un convento”. El arquitecto respondió: –“Tendrán su convento”.

Todo su lujo y decoración consiste en su limpia “línea” arquitectónica y artística, su juego perfectamente equilibrado que, respondiendo inteligentemente a la tradición arquitectónica más válida y práctica del convento clásico, culminó en lo más funcional y bello de inspiración y factura moderna.

El artista verdadero no tiene miedo al futuro. Le dijeron a Gaudí: “Esta catedral será la última en el mundo”. Al contrario, contestó: –“Será la primera del mundo de una nueva serie”.


P. Donato Jiménez Sanz, oar Fac.de Teología Pontificia, Lima, 2010


Bibliografía:

Pontificio Consejo de la Cultura: Via pulchritudinis, (mar 2006). BAC- Documentos. Madrid, 2008.

Juan Bergós: El hombre y la obra. Ed. Lunwerg 1974. Mª. Antonietta Crippa: Gaudí, Taschen, Colonia, 2003). A. Gaudí. VV.AA. Edic. Serbal, Barcelona, 1991. Casanelles: Nueva visión de Gaudi.

NOTAS

[1] De todas formas, ahí están los cap. VI y VII de la Sacrosanctum Concilium.

[2] Conf X 27 38.

[3] Via pulchrit. II, 1.

[4] Ib.. II, 1.

[5] Fides et ratio, 103.

[6] Ib. 83.

[7] En Los Setenta la expresión es de mayor intensidad y viveza: (v. 5: ek megézous kai kallonês ktismátôn analógôs o genesiourgós autôn zeoreîtai).

[8] Cántico espir.

[9] Via pulchrit. II, 2. Para algunas referencias y precisiones sobre Platón y los neoplatónicos en este punto, puede verse un sencillo resumen en Filosofía del hombre, de José A. Sayés, pp. 28-30. Eiunsa. Madrid, 2009.

[10] J. Scotus Eriúgena: De divisione naturae 1. 3.

[11] S. Buenav. Legenda Maior, IX.

[12] J.Oroz –J.A. Galindo: La Fía. Agustiniana. Edicep, Valencia, 1998. p. 621.

[13] S. Gregorio de Nisa, De instituto christiano. Hipotiposis. La meta divina y la vida conforme a la verdad,1.

[14] La Fía Agust. p. 622. Contr Acad II 3 7. BAC. Nota 10. p. 924.

[15] Conf IV 13 20.

[16] Ep 138, 1 5. La Fía. Agust. 621.

[17] Breviario. Himno de laudes, p. 618).

[18] J. L. Martín Descalzo: Palabras para la alegría. Atenas. Madrid, 1987. p. 162.

[19] Omnino signum scientis et nescientis, est posse docere. Aristót. Metaf.´I, 1 10),

[20] Conf IV, 15 27.

[21] De mus., 6, 13, 38.

[22] J. Plazaola. Arte sacro actual. BAC, Madrid, 2006. p. 246.

[23] Cirlot, p. 75.

[24] De vera relig 32 59. B. Forte: El fundam. Teológ. de una past. de la belleza, en Via pulchr. p. 87.

[25] La Fía. agust. p. 629).

[26] Cf. A. Gaudí. VV.AA. Casanelles: Nueva visión de Gaudí: p.101-107).

[27] Bergós, p. 304.

[28] Monje benedictino (s. XIX), de Solesmes, restaurador del movimiento litúrgico francés.

[29] L’ Osservat. Romano, 7 de nov. 2010. p.11.

[30] Ecclesia, 13 nov.2010.

[31] L’ Osserv. Ib.

[32] Ib.