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Viernes, 22 de noviembre de 2024

Hipnotismo

De Enciclopedia Católica

Revisión de 18:46 24 jul 2021 por Luz María Hernández Medina (Discusión | contribuciones)

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Por el término hipnotismo o hipnosis (griego hypnos, dormir) entendemos aquí el sueño nervioso, inducido por medios artificiales y externos, que en nuestros días ha sido objeto de experimentación y estudio metódico por hombres de ciencia, médicos o fisiólogos. Sin embargo, no difiere esencialmente del "magnetismo animal" que durante cien años logró tan notable éxito en los salones sin llegar a forzar las puertas de las academias científicas, ni del mesmerismo o el "braidismo" (N. de la T.: práctica del hipnotismo por James Braid, médico británico, a mediados del siglo XIX) que tendrán que ser explicados en el curso de la exposición histórica de este tema. Las causas del hipnotismo se han discutido y todavía están abiertas a discusión; pero lo que se ha comprobado más allá de toda posibilidad de cuestionamiento es la existencia de un tipo especial de sueño, provocado artificialmente por medio de "pases", de sensaciones agudas o prolongadas, de una atención sostenida o de un esfuerzo de la voluntad.

La creencia en un fluido sutil, impalpable, análogo al del magnetismo mineral, pero propio de los seres vivos —el “fluido magnético" o "vital"— no data del siglo XVIII, como algunos han pensado, sino que se remonta a una alta antigüedad. Plinio, Galeno y Aretæus dan testimonio de su existencia. En el siglo XV, Pomponacio observa que "ciertos hombres tienen propiedades saludables y potentes que se transmiten al exterior por evaporación y producen efectos notables sobre los cuerpos que los reciben". Ficino, por su parte, dice que "el alma, afectada por deseos apasionados, puede actuar no sólo sobre su propio cuerpo, sino también sobre un cuerpo vecino, sobre todo si este último es el más débil".

Por último, es Paracelso quien por primera vez (en "De Peste") da cuerpo a la doctrina mediante la hipótesis de un fluido que emana de las estrellas y que pone en comunicación a los seres vivos, así como un poder de atracción que habilita a las personas en buena salud para atraer a los enfermos; compara esta fuerza con la de la magnetita y la llama magnale. Y este es el componente original y fundamental del "magnetismo". La doctrina de Paracelso es retomada y desarrollada más tarde por varios escritores —Bartholin, Hahnemann, Goclénius, Roberti y Van Helmont, el campeón de la "medicina magnética", Robert Fludd, el padre Kircher, autor de un famoso tratado "De arte magneticâ ", Wirdig, Maxwell, Greatrakes, Gassner y otros. No todos experimentan de la misma manera; algunos usan munies (talismanes o cajas mágicas) para dirigir el fluido, otros operan directamente al tocarlos, frotarlos o mediante "pases".

Pero no se encuentra una teoría completa hasta que llegamos a Mesmer (1733-1815). El médico vienés supone que existe un fluido universalmente difundido, tan continuo que no admite ningún vacío, un fluido sutil más allá de la comparación y de su propia naturaleza capacitado para recibir, propagar y comunicar todos los efectos sensibles del movimiento. Propone aplicar el nombre de magnetismo animal a esa propiedad del cuerpo vivo que lo hace susceptible a la influencia de los cuerpos celestes y a la acción recíproca de los que lo rodean, propiedad que se manifiesta por su analogía con el imán. "Es por medio de este fluido", dice, "que actuamos sobre la naturaleza y sobre otros seres como nosotros; la voluntad le da movimiento y sirve para comunicarlo" (Mémoire sur la découverte du magnétisme animal).

Mesmer llegó a París en 1778, expuso públicamente su sistema y pronto ganó nombre y fama. Luego se estableció como sanador y obtuvo algunos resultados exitosos; los enfermos pronto acudieron a él en tal cantidad que no podía tratarlos individualmente, sino que tuvo que agrupar a varios de ellos alrededor de un baquet y magnetizarlos a todos juntos. El baquet magnético funcionó admirablemente. Era una tina común, cerrada con una tapa, de la que salían varias varillas de hierro pulido, dobladas hacia atrás y cada una terminaba en una punta desafilada. Estas barras de hierro, o ramas, conducían el fluido magnético a los pacientes que estaban en el círculo. El baquet era el medio más famoso y popular de producir la condición magnética, pero no el único.

Mesmer utilizó otros métodos muy parecidos a los que emplean los hipnotizadores hoy en día: movimientos del dedo o de una pequeña varilla de hierro ante el rostro, fijar los ojos del paciente en algún objeto, aplicación de las manos en el abdomen, etc. Mesmer, lamentablemente, se ocupó de los enfermos, y alrededor de su baquet tuvo la oportunidad de observar más ataques y convulsiones histéricas que estados de sonambulismo. Pero estas "convulsiones" de un nuevo tipo, lejos de dañar al magnetizador o desacreditar su método, aumentaron su crédito y su renombre. La Academia, con prejuicios contra el innovador y disgustada por la ruidosa publicidad que estaba recibiendo, no podía permanecer ajena a los resultados que producía; pronto tuvo que ceder a la presión de una opinión pública excitada y entusiasta. En 1784 se nombró una comisión para examinar la teoría y la práctica de Mesmer; entre sus miembros se encontraban los sabios más ilustres de la época: Bailly, Lavoisier, Franklin, De Jussieu. Era inevitable rendirse a las pruebas presentadas y reconocer la realidad de los hechos; pero todos los miembros de la comisión, con la única excepción de De Jussieu, se negaron a atribuir los hechos a otra causa que no fuera la imaginación o la imitación.

Este golpe directo al mesmerismo no retrasó su progreso. Hizo muchos adeptos, entre los que hay que mencionar a Deslon, Père Hervier y, sobre todo, al marqués de Puységur, fundador de la "Harmonie", una de las sociedades magnéticas más célebres. Fue en su finca de Busancy, bajo el "árbol imantado", donde M. de Puységur logró sus más espléndidos éxitos y renovó las maravillas del baquet de su maestro. Lo hizo mejor, pues descubrió el curioso fenómeno del sonambulismo. Pero aún no había llegado la hora de esta ciencia y, a pesar de los resultados positivos y las curas incontestables, el magnetismo no recuperó su boga; fue descuidado u olvidado durante la Revolución y el Imperio.

El llamar la atención del público sobre el magnetismo animal y el revivir la ciencia quedó reservado para un sacerdote indo-portugués, un hombre de porte extraño, el Abbé Faria. Este fue el primero en realizar una ruptura en la teoría del "fluido magnético", en poner de relieve la importancia de la sugestión y en demostrar la existencia de la "autosugestión"; también estableció la verdad de que el sueño nervioso pertenece únicamente al orden natural. Desde sus primeras sesiones de magnetización, en 1814, desarrolló audazmente su doctrina. Nada proviene del magnetizador, todo proviene del sujeto y tiene lugar en su imaginación; el magnetismo es solo una forma de sueño. Aunque de orden moral, la acción magnética a menudo se ve favorecida por medios físicos, o más bien fisiológicos —la fijación de la mirada y la fatiga cerebral. Aquí el Abbé Faria se mostró un verdadero pionero, demasiado poco apreciado por sus contemporáneos, e incluso por la posteridad. Fue el creador del hipnotismo; la mayoría de los supuestos descubrimientos de los científicos de hoy son realmente suyos. Solo necesitamos recordar aquí que practicó la sugestión en el estado de vigilia y la sugestión post-hipnótica.

El general Noizet, discípulo inmediato del Abbé Faria, tenía por amigo íntimo a un joven magnetizador, el Dr. Alexandre Bertrand, que creía en la existencia del fluido magnético. Entre las doctrinas extremas y mutuamente excluyentes de su maestro y de su amigo, tuvo la inteligencia y el coraje de formarse parcialmente su propia opinión, reconociendo igualmente la participación de la imaginación y la del fluido magnético. Nos inclinamos a pensar que su visión del asunto era justa y apta para conducir a la solución definitiva.

Gracias a la labor de los antedichos, se aseguró la reactivación del magnetismo. Varios escritores —Virey, Deleuze, el Baron du Potet, Robouam, Georget y otros— despertaron el pensamiento contemporáneo con sus trabajos publicados, sus conferencias y sus experimentos; uno de ellos, el Dr. Foissac, en 1826, logró que la Academia de Medicina nombrara una comisión para examinar y registrar los hechos extraños, pero positivos, del magnetismo. Esta segunda comisión de la Academia se tomó en serio su trabajo y durante cinco años estudió concienzudamente la cuestión. Al Dr. Husson se le encargó la preparación del informe, que apareció en junio de 1831. Describe las propiedades del magnetismo en profundidad y con gran imparcialidad, proclama sus virtudes y concluye pidiendo a la Academia que fomente el estudio del tema como uno de importancia para la fisiología y la terapéutica. Esta victoria del magnetismo, en un punto donde hasta entonces solo había recibido desdén y rechazos, fue muy apreciada, pero no tuvo secuela. Los académicos temieron la verdad, guardaron un obstinado silencio y el informe de Husson fue arrojado a los archivos sin que se le concedieran los honores de tipo.

Poco después, un violento ataque al magnetismo por parte de Dubois (de Amiens) fue recibido con cordialidad por parte de la Academia, a pesar de las protestas de Husson. Por fin, el 1 de octubre de 1840, después de algunas pruebas infructuosas, la asamblea erudita enterró definitivamente la cuestión, y declaró que a partir de entonces no se daría respuesta a las comunicaciones sobre el magnetismo animal. Expulsado por la ciencia, el magnetismo cayó, por inevitable necesidad, en el comercio por un lado y el espiritismo por el otro. Los aventureros inteligentes lo explotaron, abriendo depósitos del fluido en París y en el país para curar los males de la humanidad. Otros recurrieron al "giro de la mesa" para conocer el pasado y predecir el futuro. La superstición y la charlatanería pusieron fin a toda investigación científica honesta.

Sin embargo, no se abandonaron las ideas del Abbé Faria, sino que fueron recopiladas y aclaradas por varios expertos, y pronto encontraron en James Braid (1795-1860), un comentarista inteligente y prudente. Reanudando los viejos experimentos, este simple médico de Manchester se propuso destruir por completo el edificio mesmeriano, pero solo logró desarrollarlo. Sin duda, rechaza absolutamente la transmisión de cualquier fluido magnético o vital, pero reconoce que el sueño magnético es principalmente de tipo nervioso. La mayoría de los autores han pensado —y por todos lados lo han repetido— que atribuye este sueño sólo a la sugestión; se trata de un grave malentendido contra el que Braid protestó enérgicamente. Generalmente se le considera el fundador del hipnotismo, y ese espléndido título es suficiente para su fama. Sus contemporáneos lo ignoraron y no apreciaron su doctrina como debieron. Se negaron a ver la causa del sueño en la concentración nerviosa y sensorial, y sostuvieron que, como Faria y Bertrand, el cirujano de Manchester actuaba sólo en la imaginación de sus sujetos. La respuesta decisiva de Braid a sus detractores fue: "Faria y Bertrand actúan, o pretenden actuar, con ayuda de una impresión moral; su medio es de orden mental; el mío es puramente físico, y consiste en fatigar los ojos y, mediante la fatiga de los ojos, producir la del cerebro".

De hecho, como ha señalado justamente el Dr. Durand de Gros, Braid fue un ingenioso descubridor que no supo hacer apreciar su descubrimiento en su verdadero valor: aportó al arte de Mesmer y de Faria su complemento necesario, su espléndido coronamiento, y así en verdad lo transformó. Debe reconocerse que el acto de mirar fijamente en un punto durante un cierto período de tiempo induce no sólo al sueño, como habían observado los fisiólogos antes que él, sino "una modificación profunda de todo nuestro ser que lo hace apto para recibir la influencia magnética y la sugestión mental".

Desde Braid hasta nuestros días, el hipnotismo ha crecido y se ha desarrollado sin interrupción. Los partidarios del magnetismo, momentáneamente desconcertados, no han depuesto las armas y, aunque aceptan las nuevas teorías de la fatiga nerviosa y la sugestión, han continuado manteniendo la existencia de un fluido. A este respecto, merecen ser recordadas las teorías de Grimes sobre electrobiología (1848) y del Dr. Philipps (seudónimo del Dr. Durand de Gros) sobre electrodinamismo vital (1855). Pero los esquemas teóricos tienen poco atractivo para las masas, y el mayor número de escritores se han establecido sobre la base de la experimentación y la práctica clínica, multiplicando los experimentos para reconocer el vasto campo de la hipnosis. Podemos mencionar, entre ellos, al Dr. Liébeault de Nancy, al Dr. Azam de Burdeos, al Profesor Charcot de París, al Dr. Bernheim de Nancy.

Sin embargo, las discusiones teóricas no pueden permanecer separadas para siempre en su propio terreno, ya que todo efecto exige una causa; naturalmente siguieron el descubrimiento de los hechos y pronto provocaron una notable división de opiniones. Dos escuelas bien definidas, como se sabe, dividieron el mundo de la ciencia: la escuela de Nancy y la escuela de la Salpêtrière, o de París. La primera, representada por los Dres. Liébeault, Bernheim, Beaunis y otros, reconoce, bajo diferentes formas, una sola causa de hipnosis, y deliberadamente la pronuncia como sugestión. La segunda, del cual Chareot fue el jefe renombrado, cree en una causa física y no moral. Atribuye la hipnosis a una modificación nerviosa o cerebral del sujeto, modificación que atribuye a una enfermedad del sistema nervioso —la histeria.

Ambas doctrinas están respaldadas por argumentos y hechos cuya fuerza y valor sería vano refutar en ambos casos. Pero, si ambos puntos de vista son igualmente dignos de consideración, son demasiado absolutamente opuestos y mutuamente excluyentes para ser completamente ciertos. La sugestión no explica todos los fenómenos de la hipnosis, como tampoco los explica la neurosis. El sueño nervioso, con los fenómenos extraños y múltiples que lo acompañan, está más allá de la comprensión a la luz de nuestro conocimiento actual. Se desconoce la naturaleza íntima de esa modificación cerebral y nerviosa que Charcot considera una condición necesaria, y nada impide su conciliación con la hipótesis del fluido nervioso o magnético. En cuanto a la teoría de la sugestión, tan querida por la escuela de Nancy, pertenece al orden psíquico y es manifiestamente insuficiente para explicar de las perturbaciones fisiológicas del sueño nervioso. El propio profesor Beaunis no duda en confesar su debilidad. Siendo así todo esto, parecería oportuno preguntar si las dos escuelas hostiles —o, más bien, rivales— de París y Nancy, cualquiera de ellas incapaz por sí sola de explicar la hipnosis, podrían no encontrar una luz adicional y un medio bienvenido de reconciliación en esa hipótesis del magnetismo animal que la ciencia en sus primeros días abandonó fácilmente. Aquí solo se señala el problema; su solución pertenece al futuro.

El hipnotismo, hemos dicho, es un sueño nervioso artificial. Se produce de muchas maneras: por la fijeza de la mirada, por la concentración visual sobre un objeto brillante, por la convergencia de los ejes de la visión, por una sensación sostenida y monótona, por una impresión sensorial vívida como la producida por el sonido de un gong, con una luz brillante, etc. Todos estos medios producen el efecto sólo sobre una condición psíquica de vital importancia: el consentimiento del sujeto, la entrega de su voluntad al hipnotizador. Nadie puede ser hipnotizado contra su voluntad; pero una vez que una persona se ha entregado a un operador y ha realizado los ejercicios mediante los cuales se obtiene el efecto, el operador puede ponerlo a dormir a gusto, e incluso sin el conocimiento del sujeto. Más que esto, la hipnosis puede inducirse sin previo aviso durante el sueño natural, aunque la hazaña es rara y se realiza solo con sujetos predispuestos. No todas las personas son igualmente hipnotizables. La mayoría de las personas sanas de cuerpo y mente se resisten a la hipnosis o se ven afectadas sólo de forma muy superficial. Los idiotas y los locos son absolutamente refractarios. Los neurópatas y las personas histéricas, por otro lado, son muy susceptibles y son sujetos ideales. Es por su incapacidad para hacer esta distinción capital que los escritores llegan a conclusiones tan diferentes. El Dr. Liébeault estima la proporción de personas hipnotizables en el 95%; otros científicos se contentan con una proporción menor, del 50 al 60%; el Dr. Bottey admite para las mujeres una proporción de solo el 30%.

En resumen, los expertos de Nancy han exagerado mucho las cifras al incluir en sus estadísticas todos los casos, tanto los levemente marcados como los completos. El sueño inducido puede durar un período prolongado, algunas horas, pero normalmente es de duración bastante corta. Algunas personas hipnotizadas se despiertan espontáneamente, otras ante la salida del operador o ante algún ruido. La mayoría de las veces, el regreso al estado de vigilia se produce mediante una orden o soplando ligeramente sobre los ojos del sujeto. Una vez hipnotizado, el sujeto puede pasar por tres fases distintas: catalepsia, letargo, sonambulismo. Sobre este punto ha habido animados debates entre la escuela de París y la escuela de Nancy. Este último sostiene que estos tres estados no existen, y esa sugerencia es suficiente para explicar todos los fenómenos; en esto está gravemente equivocado. Pero también la escuela de París se ha equivocado al sostener, contrariamente a los hechos observados, que todo sujeto hipnotizado pasa sucesivamente, y siempre en el mismo orden, de la catalepsia al letargo y del letargo al sonambulismo. Este orden no siempre se sigue; algunas personas hipnotizadas caen directamente en el sonambulismo o en el letargo, sin pasar por la catalepsia. Consideraremos los tres estados por separado.

La catalepsia reduce al sujeto al estado de un cadáver inflexible; se caracteriza por la impasibilidad y rigidez muscular; el sujeto mantiene todas las posiciones en las que lo coloca el experimentador. Puede ser atrapado y arrojado de una u otra manera, pellizcado, pinchado, abofeteado, sin mostrar la menor señal de sensibilidad. Es tan rígido que puede permanecer indefinidamente apoyado en los respaldos de dos sillas, tocándolas solo con la nuca y los talones, sin delatar la menor debilidad ni el menor cansancio. El experimentador puede trepar sobre su cuerpo sin hacer que se desvíe de la línea recta horizontal. Ciertos movimientos comunicados al paciente se continúan automáticamente y sin variación; incluso las palabras a veces se repiten mecánicamente. Pero lo que es aún más curioso es la reacción de un gesto sobre la expresión facial y viceversa. Si se coloca al sujeto en actitud pugilista, sus rasgos, hasta entonces impasibles, expresan de inmediato determinación y desafío. Si el operador dibuja las cejas hacia abajo y hacia adentro, todo su rostro se vuelve triste y sombrío. Si las manos se levantan y se aplican a los labios, las comisuras de la boca se separan y comunican un aire tierno y sonriente a toda la fisonomía. Si se hace que el sujeto se arrodille como para orar, inmediatamente las manos se juntan, y el rostro expresa recogimiento y adoración.

Para llevar al cataléptico al letargo basta con cerrar los ojos o frotar suavemente el codo o la coronilla. En el estado de vigilia esta condición hipnótica se produce al presionar los globos oculares debajo de los párpados cerrados. En el letargo, la cabeza se inclina hacia atrás como fatigada, los miembros se ponen flácidos y todo el cuerpo presenta el fenómeno del sueño profundo; ya no hay consciencia ni inteligencia, memoria ni sensación. La contracción de los músculos responde con extrema disposición a la menor excitación.

Una suave fricción o presión aplicada en la parte superior de la cabeza provoca sonambulismo, aquí el sueño es más ligero. Los ojos del sujeto están abiertos; es insensible al dolor, pero su fuerza muscular y el poder de sus sentidos aumentan en grado notable; ve, oye, habla y camina con un vigor poco común y evita los obstáculos en su camino. Tiene la apariencia de estar despierto, pero no está en posesión de sí mismo; él es sólo un autómata, con el operador tirando de los hilos a su gusto. Toda la actividad del sonámbulo está bajo el control del operador mediante sugestión verbal. Si se le sugiere al sujeto hipnotizado que hace frío, inmediatamente se estremece. Si se le dice que hace calor, jadea y se abanica, se seca la frente y trata de quitarse el abrigo. Si se le da un vaso de agua fría y se le dice "Bebe este vaso de buen Burdeos", él bebe y se chasquea los labios. Si se le dice que es vinagre; apenas lo prueba y lo rechaza con disgusto. Si se le convence de que está escuchando una hermosa pieza musical, la oye tan bien que le sigue el ritmo.

El sonámbulo ve y oye en la imaginación todo lo que se le puede sugerir, y nada es más divertido que sus animadas conversaciones con sus parientes y amigos ausentes. Así como se le puede hacer presente el ausente, también se puede hacer desaparecer a una persona que está realmente presente —se puede eliminar. "Mediante la sugestión", dice M. Beaunis, "podemos poner un interdicto sobre un objeto o una persona realmente presente, de modo que la persona u objeto sea, inexistente para él... Más que esto, podemos hacer que una persona desaparezca parcialmente; el sujeto no lo verá, pero lo escuchará; o podrá verlo y escucharlo, pero no será consciente de él por contacto ". Charcot realizaba a menudo este experimento en la Salpêtrière: "Cuando despiertes", decía, "no verás a M. X." Despertaba al sujeto y, de hecho, el sujeto interdicto era invisible para él. M. X. se interpone directamente en su camino y no se da cuenta de la obstrucción; M. X. se interpone entre él y la ventana, y solo ve una nube que bloquea la luz del día. Se pone un sombrero en la cabeza de M. X., y el sujeto se detiene asombrado al ver un sombrero suspendido en el aire sin nada que lo sostenga. Es posible un experimento aún más complicado: de diez cartas, todas exactamente iguales, una se le señala al sonámbulo que le dicen que será invisible para él, y otra en la que se le muestra un retrato imaginario. Las diez cartas se mezclan, y el sonámbulo descubre el retrato inexistente en la misma carta en la que se le mostró anteriormente, mientras que la otra de las dos cartas indicadas pasa absolutamente desapercibida.

La insensibilidad cutánea es general, pero el hipnotizador puede eliminarla o localizarla a su gusto; puede trazar un círculo, por ejemplo, en un brazo y hacer que esa parte del miembro sea insensible, mientras que la otra parte del brazo sigue normal. El Dr. Barth finge tocar a un sujeto histérico en el antebrazo con un cigarro encendido e inmediatamente se desarrolla una mancha blanca en la piel, tan grande como un frijol y rodeada por un círculo rojo; se pueden producir picor e inflamaciones. Por otro lado, la aparición de ampollas de agua, o phlyctœnœ, vesículas y hemorragias cutáneas (experimentos de Focaehon, Bourru y Burot) se encuentran entre los experimentos más seriamente cuestionados y más cuestionables; nunca se han verificado, incluso en el caso de sujetos afectados de dermografismo. La sugestión no sólo actúa sobre la sensibilidad, sino que también actúa con mucha fuerza sobre la facultad motriz del sujeto. Determina contracciones o parálisis, la rigidez de un miembro, la flacidez de otro. Se le dice al sujeto: "Tus dedos están pegados; sepáralos si puedes", él hace grandes esfuerzos por separar los dedos, pero no puede. Se le prohíbe al brazo hacer tal o cual movimiento, a la mano para escribir ciertas letras, a la laringe pronunciar una vocal, y la prohibición es efectiva; un sujeto puede tartamudear, quedarse mudo o sufrir afasia a discreción del operador.

La consciencia, la personalidad o, más precisamente, la memoria, pueden estar sometidas a extrañas metamorfosis. “Le digo a un sujeto: 'C., tienes seis años, eres un niño pequeño. Ve a jugar con los otros niños'. Y brinca, salta, hace el movimiento de sacar canicas de su bolsillo, las coloca en el orden correcto, mide la distancia con la mano, apunta con cuidado, corre y las pone en una fila, y así mantiene su juego con una atención y una precisión de detalle asombrosas. De la misma manera, juega al escondite y al salto de la rana, saltando sobre uno o dos compañeros de juego imaginarios en sucesión y aumentando la distancia cada vez, todo con una facilidad que, teniendo en cuenta su enfermedad, sería incapaz en estado de vigilia. Se transforma en una joven, un general, un cura, un abogado, un perro. Pero cuando lo cargas con una personalidad por encima de su capacidad, intenta en vano darse cuenta de ello" (Bernheim).

El hipnotizador puede modificar su sujeto, hacerle creer que se ha transformado en otra persona, e incluso poner lado a lado en la misma persona dos existencias —una real, la otra sugerida— que son paralelas y mutuamente inconsistentes. M. Gurney decía en voz alta una palabra o un número ante una mujer hipnotizada, o le contaba alguna historia, luego la despertaba y mostraba claramente que ella no recuerda nada al respecto. Luego, tomando su mano, le ponía un lápiz e interponía una pantalla para que ella no pudiese verlo. En ese momento la mano comenzaba a moverse y, sin el conocimiento del sujeto despierto, escribía la palabra, el número o la historia que se pronunció en presencia del sujeto dormido. Es un truco del sub-ego, un acto automático de la memoria.

La sugestión no siempre produce sus efectos inmediatamente; el operador puede retrasar el desarrollo; puede aplazar la ejecución durante muchas semanas o meses después del despertar del sujeto. "Le doy una orden a L. así: 'En el tercer golpe tus manos se levantarán, en el quinto se bajarán, en el sexto aplicarás el pulgar de una mano a la punta de tu nariz con los cuatro dedos extendidos (un pied de nez), al noveno entrarás en la habitación, al décimo sexto te quedarás dormido en un sillón. No hay memoria de todo esto, cuando se produce el despertar, pero todos los actos se realizan en el orden deseado” (Janet). La idea del acto sugerido permanece enterrada en la memoria y revive sólo en el período asignado y en la señal dada; y cuando el sujeto actúa entonces no sabe nada sobre el origen del impulso, sino que piensa que está siguiendo su propia iniciativa; es, sin saberlo, el títere de una función cerebral. Las sugerencias retroactivas no son menos curiosas. A un sujeto se le puede hacer creer que en tal o cual momento ha visto ocurrir cierto evento, escuchado un sermón o realizado alguna acción, y la memoria ilusoria se fija tan firmemente en su mente que pasa por la verdad y lleva convicción con él; cuando se despierta, está convencido de que realmente ha visto y oído estas cosas —en una palabra, que las cosas han sucedido.

¿Son todas las sugestiones posibles y realizables? ¿Se puede resistir una sugestión una vez dada? La respuesta hoy en día ya no está en duda; pero durante mucho tiempo los charlatanes fomentaron la creencia de que controlaban absolutamente a sus sujetos y de que no existía tal cosa como una sugestión imposible. Este es un error. Siempre que algo le desagrada o le repugna, el hipnotizado cede lentamente y con dificultad; si el acto propuesto es prohibido o culpable a los ojos de su conciencia, se niega rotundamente. Una mujer honesta en la condición histérica no permitirá la más mínima transgresión a la decencia. Por supuesto, los sujetos pervertidos no muestran respeto por la buena moral, ni tampoco aquellos que en su estado normal son víctimas de malos hábitos y ceden a los instintos más bajos.

Sin embargo, existe un cierto peligro de que el hipnotizador inteligente y poderoso, que también es inescrupuloso, pueda obtener sus fines si presenta a su sujeto actos reprensibles como si fuesen inocentes y permisibles; en la hipnosis la voluntad es tan débil e inestable que la idea del deber basada en los buenos hábitos no siempre puede contrarrestar la acción del operador, y la repetición de sugestiones seductoras puede por fin llevar al sujeto al mal. Estos casos no son puramente hipotéticos; volveremos a su consideración en relación con los peligros de la hipnosis. Los partidarios fanáticos del método de la sugestión no ven sus peligros, mientras se jactan de sus méritos y sus aplicaciones prácticas. ¿Tiene las virtudes terapéuticas que le atribuye la escuela de Nancy? Decididamente cuestionamos esto, al igual que los líderes de la escuela de París y el profesor Grasset de Montpellier. Nadie puede negar que la hipnosis conquista fácilmente la histeria, especialmente las manifestaciones más localizadas y circunscritas de la misma. Se ha establecido la conexión entre estos dos estados anormales, y es tan íntima que Gilles de la Tourette podría decir: "El hipnotismo es sólo un paroxismo de histeria inducido". No es maravilloso que se puedan hacer desaparecer mediante sugestión los síntomas de la monoplejía y de la anestesia, pero no se puede contar con la curación en ningún caso dado, ni es duradera cuando se produce. En cuanto a la neurastenia, Bérillon y Bernheim afirman que en ella se han obtenido tan buenos resultados como en la histeria, pero Pitres, Terrien y otros hipnotizadores lo cuestionan fuertemente.

Los escritores también señalan la acción curativa de la hipnosis en un cierto número de estados nerviosos más o menos localizados (baile de San Vito, tic, incontinencia urinaria, mareo, vértigo, problemas menstruales, estreñimiento, verrugas, etc.), pero, de hecho, esta acción sólo se observa en casos histéricos y no es constante. ¿Es la hipnosis aplicable al tratamiento de la psicosis —de las diversas formas de enajenación mental — en una palabra, de la locura? Forel, Pitres, Terrien, Lloyd, Tuckey, todos coinciden en confesar su impotencia. Auguste Voisin era el único que creía en su poder y se vio obligado a admitir que sólo el diez por ciento de los trastornados mentales eran hipnotizables. Incluso esto era mucho decir; pues la manía se caracteriza por la pérdida de la voluntad, y sabemos que la hipnosis se produce por una fijación de la atención. El hipnotismo se ha empleado con éxito contra los vicios generalizados del alcoholismo, el morfinismo, el hábito del éter, etc., pero no ha impedido recaídas rápidas y fatales. Sin embargo, cuando todos los demás medios han fallado, este método no puede ignorarse por completo.

Cabe dudar que las enfermedades orgánicas sean susceptibles de tratamiento hipnótico. Bernheim afirma haber remediado las afecciones nerviosas y espinales. Wetterstrand declara que ha curado o aliviado a pacientes aquejados de "reumatismo, hemorragias, tisis pulmonar, enfermedades del corazón, enfermedad de Bright", etc. En cuanto a Liébeault, no conoce ninguna enfermedad que se haya resistido a sus sugerencias. Es innecesario señalar que estas maravillosas curas no han sido demostradas y que los médicos se niegan a creer en ellas. Los beneficiarios del método hipnótico son los enfermos nerviosos e histéricos, y la permanencia de la curación no está asegurada en sus casos. Además, es indiscutible que los hipnotizadores han forzado la nota y exagerado escandalosamente sus éxitos.

Las aplicaciones de la hipnosis en cirugía, como medio de inducir la anestesia, no han sido frecuentes, pero los casos son notables. Ya en el año 1829, Cloquet amputó el seno de una mujer hipnotizada. En Cherburgo, en 1845, el Dr. Loysel realizó la amputación de una pierna; en Poitiers, en 1847, el Dr. Ribaud sacó un gran tumor de la mandíbula; Broca, en 1859, abrió un absceso en el borde del ano. Fue Guérineau quien amputó un muslo; y, posteriormente, Tillaux realizó con hipnosis una seria operación de sutura de la vagina. El hipnotismo comenzó a aplicarse en obstetricia a finales del siglo XIX. Pritzel realizó un arreglo de esta manera en 1885. El Dr. Dumontpallier tuvo menos éxito con el primer nacimiento de un niño, pero logró que su paciente no sintiera dolor por completo en las primeras etapas del trabajo de parto. Liébeault, Mesnet, Auvard y Secheyron, Fanton, Dobrovolsky, Le Menant des Chesnais, Voisin, Bonjour, Joire y Bourdon han publicado observaciones que no dejan dudas sobre la realidad de la anestesia producida por hipnosis. Pero aquí, como en la cirugía, es una excepción, un mero objeto de curiosidad. Nadie sueña con establecer una comparación entre la hipnosis y el cloroformo, o en sustituir una por otra. Además, la hipnosis sólo tiene éxito con sujetos nerviosos e histéricos, y eso no de manera uniforme.

El hipnotismo no solo se ha ensalzado como recurso terapéutico, también se ha aplicado en pediatría y en pedagogía. Durand (de Gros) es el verdadero iniciador de este método, pero es Bérillon quien le ha reclamado un lugar en la ciencia, sin distinguir entre la pediatría, que está relacionada con la medicina, y la pedagogía, que es competencia de los directores de la educación libre y consciente. La sugerencia estaría en su lugar para perversiones graves o vicios inveterados —impulsos cleptómanos, impulsos a la mentira, libertinaje, pereza, indecencia, indocilidad, onanismo, etc. Sin ir tan lejos como Bérillon, Liébeault y Liégeois de Nancy afirman haber reformado de esta manera a niños viciosos y depravados y haberlos convertido en excelentes personas. Han citado algunas curas, pero no han indicado cuánto tiempo duraron los buenos efectos. La educación por hipnosis sola no debe tomarse en serio; no responde a las exigencias esenciales de la educación, que es el trabajo conjunto de dos: una colaboración inteligente, voluntaria y eficaz del alumno y el maestro.

La hipnosis no solo es impotente para efectuar una cura moral o física, para curar radicalmente cualquier enfermedad, sino que también es, y sobre todo, un método peligroso. Es correcto que se insista en este punto. En la práctica del hipnotismo existen peligros físicos o fisiológicos, psíquicos o intelectuales y, sobre todo, morales. Las maravillas de la hipnosis logradas en los laboratorios de la Salpêtrière son asombrosas e incontestables, pero no hay que dejar de considerar el precio al que se obtienen. La hipnosis no es una cosa improvisada casualmente, es un estado artificial inducido, preparado de antemano; es necesaria una "cultura intensiva", una preparación científica y paciente —al menos en la medida en que el objetivo sea obtener algo más que el sueño nervioso común.

La histeria es el verdadero suelo para su crecimiento —proporciona los mejores sujetos, aquellos que responden a las sugerencias más difíciles y exhiben los efectos más sorprendentes. La experimentación con los afectados de esta manera, cuando se lleva a los extremos, está calculada para producir los resultados más dañinos. Su sensibilidad, ya pervertida y exagerada por la neurosis, no puede dejar de desequilibrarse por completo y conducir a la locura como secuela de las largas y arduas sesiones. Muchos de ellos se detienen en el camino, habiendo dejado de ser sujetos capaces. Pero, incluso cuando tiene éxito, la educación hipnótica encuentra como recompensa el correspondiente fracaso de la vida psico-sensible, una perturbación creciente de la sensibilidad emocional o general. Podemos señalar el caso de una joven nerviosa, cuya enfermedad se vio agravada por las sesiones en el hospital hasta que se hizo necesaria la restricción en un asilo. La hipnosis es un arma de dos filos, capaz de hacer más daño que bien. La perturbación y la perversión de las facultades superiores siguen a las de las sensibles. El mecanismo cerebral es del tipo más delicado, y la práctica intensiva de la hipnosis tiene el efecto de desequilibrar ese mecanismo. Las sugestiones hipnóticas ponen en conflicto las ideas y los sentimientos, los sentidos y la razón, y vicia el funcionamiento de la mente. Este efecto es tanto más fatal cuanto que, al principio, los sujetos están enervados y predispuestos a perder el equilibrio mental.

El hipnotismo, por tanto, es una práctica peligrosa, si no moralmente detestable. En el proceso de sugestión, el individuo aliena su libertad y su razón al entregarse al dominio de otro. Ahora bien, nadie tiene derecho así a abdicar de los derechos de su conciencia, a renunciar al deber hacia su personalidad. Se ha objetado a esta opinión que hay el mismo efecto en la intoxicación o en el uso de cloroformo; pero el argumento no tiene validez. La embriaguez no es justificable; es un pecado grave contra la templanza. En cuanto al cloroformo, tiene sus indicaciones precisas estrictamente marcadas. Solo se emplea legalmente en medicina para volver insensibles a personas enfermas que están a punto de someterse a una operación quirúrgica. ¿Se puede emplear el hipnotismo de la misma forma que el cloroformo? ¿Tiene alguna utilidad social o juega un papel humanitario de alguna manera? Sus partidarios se han esforzado en vano por dotarlo de usos prácticos, para darle un giro científico, pero a pesar de todos sus esfuerzos, el hipnotismo sigue siendo, no sólo una curiosidad ociosa, sino un juego peligroso.

Tal es la conclusión segura a la que nos conduce un estudio del hipnotismo en su relación con el derecho civil y penal. Es un hecho generalmente reconocido que se han cometido, o pueden cometerse, actos delictivos o ilegales en sujetos dormidos. Incluso sin proceder al delito real, el hipnotizador puede hacer sugerencias insidiosas e inapropiadas. Muchos se han jactado de haber obtenido delicados secretos de jóvenes, declaraciones humillantes que ciertamente no habrían hecho si hubieran estado despiertas; tal procedimiento es un odioso abuso de confianza. Pasamos a la consideración de los delitos por hipnosis: las mujeres han sido víctimas de atentados contra su honor, e incluso de violaciones reales. A veces, también, por medio de la sugestión, se hace que el sujeto consienta en el delito, como muestran los antecedentes penales. No tenemos casos debidamente comprobados de fraude o robo practicados con éxito por medio de la hipnosis, pero sin embargo, tales cosas son posibles. Las pruebas aportadas en todos estos casos deben considerarse con desconfianza; el sujeto puede estar deliberadamente tratando de engañar, o puede estar equivocado de buena fe y acusar a una persona inocente. De esto es un triste ejemplo el famoso caso La Roncière (1834).

La persona hipnotizada no siempre es una víctima; él puede ser el criminal. Pero es necesario conocer las circunstancias de cada caso, y no confundir a los pacientes hospitalizados con sujetos normales. La sugerencia de actos intra y poshipnóticos es una operación habitual de los hipnotizadores, y la existencia de "delitos de laboratorio", —es decir, los delitos sugeridos en el curso de un experimento— ya no necesita demostración. Pero de estos crímenes jocosos no podemos inferir la existencia de crímenes reales.

La hipnosis, además, es completa o parcial; sólo en la primera (verdadero sonambulismo) hay una total ausencia de responsabilidad; en la segunda, sólo se disminuye la responsabilidad (autosugestión, sugestión, persuasión). Entonces, también es frecuente la resistencia a la sugestión; hay una lucha interior, un debate mental, proporcionado al nivel de educación impartido al sujeto, la fuerza moral del individuo. En la administración de justicia, el testimonio de quienes han sido sometidos a influencias hipnóticas sólo debe aceptarse con las más decididas reservas. Aparte de la hipnosis, el sujeto puede mentir y engañar como cualquier otro histérico. Otra causa de la mentira inconsciente es la amnesia retroactiva: el sujeto, al despertar de la hipnosis, puede manifestar un completo olvido de lo ocurrido, no solo en la hipnosis, sino también en el período que la precede (Bernheim). Los escritores están divididos sobre la cuestión de la falsedad espontánea en la hipnosis, pero coinciden en reconocer la frecuencia de las mentiras sugeridas y los testimonios falsos. Es dudoso que alguien pudiera conseguir que se hiciera un testamento o un acto de donación por mera sugestión, pero es lo suficientemente grave como para pensar siquiera en la posibilidad de tal delito.

Se ha propuesto utilizar la hipnosis como medio para examinar a los presos. A este respecto, Liégeois ha formulado las siguientes conclusiones:

  • 1. Nadie tiene derecho a hipnotizar a un preso para obtener de él por ese medio confesiones o pruebas contra otras personas que rechazaría en su estado normal, —es decir, cuando está en posesión de su libre albedrío.
  • 2. Si, por el contrario, un imputado o la víctima de un delito la solicitase, sería conveniente recurrir a este proceso para obtener indicios que el demandante pudiera considerar favorables para él.
  • 3. La misma conclusión para actos civiles, contratos de todo tipo, fianzas, préstamos, adquiridos por sugestión hipnótica, y para donaciones o testamentos. Este sistema sería fértil de abusos y odioso en la mayoría de los casos. —"Este tipo de inquisición [pregunta] no sería más justificable que la antigua" (Cullerre).

La Iglesia no ha esperado el veredicto de la ciencia para poner a los fieles en guardia contra los peligros del magnetismo y el hipnotismo, y para defender los derechos de la conciencia humana; pero, siempre prudente, sólo ha condenado los abusos, dejando el camino libre para la investigación científica. "El uso del magnetismo, es decir, el mero acto de emplear medios físicos que de otro modo serían permisibles, no está moralmente prohibido, siempre que no tienda a un fin ilícito o que pueda ser de alguna manera maligno" (Respuesta del Santo Oficio, 2 de junio de 1840). La encíclica de la Sagrada Penitenciaría, Tribunal de agosto de 1856, sólo lo confirma, y Père Coconnier se ha referido a ella en su célebre obra "L'Hypnotisme franc", en la que estudia el tema sin ninguna consideración ajena. Retomando las últimas enseñanzas de Roma, el canónigo Moureau, de Lille, escribe: "El hipnotismo se tolera, en teoría y en la práctica, con exclusión de fenómenos que sin duda serían preternaturales". Ésta es la opinión de la mayoría de los teólogos y es la expresión de la razón.

Siguiendo a la autoridad espiritual, la civil se preocupó por los accidentes resultantes del uso del hipnotismo, y ha buscado regular la práctica y prevenir sus abusos. La tarea no fue fácil y el gobierno francés ha encontrado que su realización está por encima de sus facultades. Se han realizado algunos esfuerzos en otros países, pero sin resultado ni armonía de opiniones. En Austria, Italia y Bélgica, como consecuencia de graves quejas, la policía ha prohibido las sesiones públicas. En Dinamarca y Alemania lo han hecho mejor: se han aprobado leyes que hacen que el título de doctor en medicina sea una condición necesaria para la práctica del hipnotismo. Estas son medidas excelentes, pero no proveen para las posibles malas prácticas de un médico deshonesto o avaro. No hay una base sólida del deber, excepto en la conciencia, y de esto el derecho civil no puede conocer.

Muchos de los Estados Unidos han proscrito el hipnotismo bajo las penas más severas, pero incluso allí no existe una legislación uniforme y eficaz. La opinión pública exige de las diversas naciones alguna acción concertada para poner fin a los abusos del hipnotismo, pero el respeto por la libertad humana y la conciencia humana nunca estará asegurado excepto por la observancia de la moral religiosa. Mientras tanto, el mundo científico contempla con interés los fenómenos del hipnotismo, aunque es evidente que esos fenómenos se mueven siempre en el mismo círculo estrecho. No se puede negar que han perdido gran parte de su novedad y su boga. Los filósofos confiesan que la psicología ha obtenido poca iluminación del hipnotismo, y los médicos reconocen que, desde un punto de vista terapéutico, la sugestión está casi vacía de resultados. En los hospitales, la práctica de los métodos hipnóticos está manifiestamente en declive. Se considera más una fuente de diversión social, un juego al que se asiste con cierto riesgo, que un proceso clínico. Los propios maestros del arte rara vez lo emplean, y los sucesores de Charcot en la Salpêtrière tienden cada vez más a recurrir sólo a la "sugerencia despierta", un medio más seguro y menos peligroso de obtener los mismos resultados.


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Fuente: Surbled, Georges. "Hypnotism." The Catholic Encyclopedia. Vol. 7, págs. 604-610. Nueva York: Robert Appleton Company, 1910. 24 julio 2021 <http://www.newadvent.org/cathen/07604b.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina.