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Viernes, 3 de mayo de 2024

Profecía, profeta y profetisa

De Enciclopedia Católica

Revisión de 01:00 20 ago 2009 por Luz María Hernández Medina (Discusión | contribuciones) (En el Antiguo Testamento)

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En el Antiguo Testamento

Introducción

Yahveh le había prohibido a Israel toda clase de oráculos en boga entre los paganos. Si por un tiempo Él consintió en contestar a través de los Urim y Tummim (aparentemente una especie de suerte sagrada que el sumo sacerdote cargaba en el cíngulo de su efod, y era consultado a pedido de las autoridades públicas en asuntos de mucha importancia), aun así, Él siempre abominó a aquellos que recurrían a la adivinación y a la magia, practicaban augurios y encantamientos, confiaban en amuletos, consultaban a los adivinos o magos, o interrogaban a los espíritus de los muertos (Dt. 18,9ss.). Hablando de yahvismo ortodoxo, Balaam pudo ciertamente decir: “No hay adivinación en Jacob, ni sortilegio en Israel. A su tiempo se le dirá a Jacob y a Israel lo que Dios ha obrado” (Nm. 23,23). Por la ausencia de otros oráculos el Pueblo Escogido fue ciertamente más que compensado con el don único en los anales de la humanidad, el don de profecía y el oficio profético.

Idea general y los nombres hebreos

(1) Idea General: El profeta hebreo no era meramente, como la palabra comúnmente implica, un hombre iluminado por Dios para predecir eventos; él era el intérprete y heraldo sobrenaturalmente iluminado enviado por Yahveh para comunicar su voluntad y designios a Israel. Su misión consistía en predicar así como en predecir. Él tenía que mantener y desarrollar el conocimiento de la Antigua Ley entre el Pueblo Escogido, guiarlos cuando se desviaban, y gradualmente preparar el camino para el nuevo Reino de Dios, que el Mesías establecería en la tierra. Profecía, en general, significa el mensaje sobrenatural del profeta, y más especialmente, desde la costumbre, el elemento predictivo del mensaje profético.

(2) Los nombres hebreos: El hebreo ordinario para profeta es nabî', cuya etimología es incierta. Según muchos críticos, la raíz nabî, no empleada en hebreo, significaba hablar con entusiasmo, “emitir gritos, y hacer gestos más o menos salvajes”, como los adivinos paganos. A juzgar por un examen comparativo de las palabras afines en hebreo y las otras lenguas semitas, es por lo menos igualmente probable que el significado original era meramente: hablar, emitir palabras (cf. Laur, “Die Prophetennamen des A.T.”, Friburgo, 1903, 14-38). El significado histórico de nabî' establecido por el uso bíblico es “intérprete y portavoz de Dios”. Esto es fuertemente ilustrado en el pasaje donde Moisés, excusándose a sí mismo para no hablar a Faraón debido a su dificultad del habla, Yahveh le contestó: “Mira que te he constituido como dios para Faraón y Aarón, tu hermano, será tu profeta; tú le dirás cuanto yo te mande; y Aarón, tu hermano, se lo dirá a Faraón, para que deje salir de su país a los israelitas.” (Ex. 7,1-2). Moisés desempeña ante el rey de Egipto el rol de Dios, inspirando lo que se va a decir, y Aarón es el profeta, su portavoz, que transmite el mensaje inspirado que recibirá. El “prophetes” griego (de pro-phanai, hablar por o en el nombre de alguien) traducen el hebreo correctamente. El profeta griego era el revelador del futuro, y el intérprete de cosas divinas, especialmente de los obscuros oráculos de las pitonisas. Los poetas eran los profetas de las musas: “Inspírame, musa, seré tu profeta” (Píndaro, Bergk, Fragm. 127).

La palabra nabî' expresa más especialmente una función. Los dos sinónimos más comunes ro'éeh y hozéh enfatizan más claramente la fuente especial del conocimiento profético, la visión, es decir, la revelación divina o inspiración. Ambos tienen casi el mismo significado, hozéh se emplea, sin embargo, mucho más frecuentemente en lenguaje poético y casi siempre en conexión con una visión sobrenatural, mientras que râ'ah, cuyo participio es ro'éh, es la palabra usual para ver de cualquier manera. El compilador del Primer Libro de los Reyes (9,9) nos informa que antes de su tiempo se usaba ro'éh mientras que en su tiempo se usaba nabî'. Hozéh se encuentra más frecuentemente desde los días de Amós. Se usaban otros términos menos específicos o más raros, cuyo significado es claro, tal como, mensajero de Dios, hombre de Dios, siervo de Dios, hombre del espíritu u hombre inspirado, etc. Fue sólo raramente y en un período posterior que la profecía se llamó nebû'ah, una palabra afín de nabî'; más ordinariamente hallamos hazôn, visión o palabra de Dios, oráculo (ne um) de Yahveh, etc.

Breve bosquejo de la historia de la profecía

(1)La primera persona llamada nabî' en el Antiguo Testamento es Abraham, padre de los elegidos, el amigo de Dios, favorecido con sus comunicaciones personales (Gén. 20,7). El próximo es Moisés, el fundador y legislador de la nación teocrática, el mediador de la Antigua Alianza que tenía un grado de autoridad inigualada hasta la venida de Jesucristo. “No ha vuelto a surgir en Israel un profeta como Moisés, a quien Yahveh trataba cara a cara, nadie como él en todas las señales y prodigios que Yahveh le envió a realizar en el país de Egipto, contra Faraón, a todos sus siervos y todo su país, y en la mano tan fuerte y los grandes milagros que Moisés puso por obra a los ojos de todo Israel.” (Deut. 34,10). Había otros profetas con él, pero sólo de segunda categoría, tales como Aarón y María, Eldad y Medad, a quienes Yahveh se manifestaba en sueños y visiones, pero no en la voz audible con la que favorecía a Moisés, quien era el más fiel en toda su casa (Núm. 12,7).

De las cuatro instituciones respecto a las cuales Moisés aprobó leyes según el Deuteronomio (caps. 14,18 a 18), una fue la profecía (18,9-22; cf. 13,1-5, y Éxodo 4,1ss.). Israel debía escuchar a los verdaderos profetas y no prestarles atención a los falsos sino más bien extirparlos, incluso si tuviesen la apariencia de hacedores de milagros. Los primeros hablarán en el nombre de Yahveh, el único Dios; y predecirán cosas que serán realizadas o confirmadas por milagros. Los últimos vendrán en nombre de falsos dioses, o enseñarán una doctrina evidentemente errónea, o en vano tratarán de predecir eventos. Los escritores proféticos posteriores añadieron otros signos de los falsos profetas, tales como la avaricia, adulación a la gente o a los nobles, o la promesa de favor divino para la nación hundida en el crimen. Balaam es tanto un profeta como un adivino, parecería un adivino profesional al cual usa Yahveh para proclamar incluso en Moab el glorioso destino del Pueblo Escogido, cuando estaba a punto de guiarlos hasta la Tierra Prometida (Núm. 22-24).

En el tiempo de los Jueces, en adición a un profeta sin nombre (Jc. 6,8-10), nos encontramos con Débora (Jc. 4-5), “una madre en Israel”, juzgando al pueblo, y comunicando las órdenes divinas respecto a la guerra de independencia a Baraq y a las tribus. La palabra de Dios era rara en esos días de anarquía y semi-apostasía, cuando Yahveh abandonó parcialmente a Israel para hacerlo consciente de su flojedad y sus pecados. En los días de Samuel, por el contrario, la profecía se convirtió en una institución permanente. Samuel era un nuevo pero más pequeño Moisés, cuya misión divina era restaurar el código de los ancianos, y supervisar el comienzo de la monarquía. Bajo su guía, o por lo menos cercanamente unido a él, encontramos por primera vez al nebî'îm (1 Sam. 10,19) agrupados juntos para cantar las alabanzas a Dios con el acompañamiento de instrumentos musicales. No son profetas en el sentido estricto de la palabra, ni son discípulos de los profetas destinados a convertirse en maestros a su vez (las llamadas “escuelas de profetas”). ¿Vagaban ellos diseminando los oráculos de Samuel entre la gente? Posiblemente, de todos modos, para despertar la fe de Israel y aumentar la dignidad del culto divino, parecen haber recibido carismas similares a aquellos concedidos a los primeros cristianos en la era apostólica. Se pueden comparar correctamente con las familias de cantores reunidos alrededor de David, bajo la dirección de sus tres líderes Asaf, Hemán y Yedutún (1 Crón. 25,1-8). Sin duda el benê-nebî'îm de los días de Elías y Eliseo, los “discípulos de los profetas”, o “miembros de las confraternidades de los profetas”, que formaban por lo menos tres comunidades y habitaban respectivamente en Guilgal, Betel y Jericó, deben ser considerados como sus sucesores. San Jerónimo parece haber entendido correctamente su carácter, cuando vio en ellos el germen de la vida monástica (P.L., XXII, 583, 1076).

¿Debemos considerar como sus degenerados e infieles sucesores a aquellos falsos profetas de Yahveh a quienes encontramos en la corte de Ajab, que sumaban cuatrocientos, y que luego eran muy numerosos, también peleando contra Isaías y Miqueas y especialmente contra Jeremías y Ezequiel? Todavía no se puede dar una respuesta definitiva, pero es incorrecto considerarlos, como hacen ciertos críticos, como auténticos y verdaderos profetas, que difieren de ellos sólo por un espíritu retrógrado, y dones intelectuales menos brillantes. Después de Samuel los primeros profetas propiamente dichos que se mencionan explícitamente son Natán y Gad. Ellos ayudan a David con sus consejos y, cuando es necesario, lo confrontan con enérgicas protestas. La parábola de Natán sobre la pequeña oveja del hombre pobre es uno de los pasajes más bellos en la historia profética (2 Sam. 12,1ss.). Los Libros de los Reyes y Paralipómenos (Crónicas) mencionan cierto número de otros “hombres del espíritu” que ejercían su ministerio en Israel o en Judá. Podemos mencionar a Ajías de Silo, quien le anunció a Jeroboan su elevación al trono de las Diez Tribus, y el carácter efímero de su dinastía, y a Miqueas, el hijo de Yimlá, quien le predijo a Ajab, en presencia de los cuatrocientos aduladores profetas de la corte, que sería derrotado y asesinado en su guerra contra los sirios (1 Rey. 22).

Vocación y conocimiento sobrenatural de los profetas

Enseñanza de los profetas

En el Nuevo Testamento

Bibliografía: CORNELY, Historica et crit. introd. in N.T. libros sacros, II, 2 (París, 1897), diss. III, I, 267-305; GIGOT, Introducción Especial al Estudio del Antiguo Testamento, II (Nueva York, 1906) 189-202.

Fuente: Calès, Jean Marie. "Prophecy, Prophet, and Prophetess." The Catholic Encyclopedia. Vol. 12. New York: Robert Appleton Company, 1911. <http://www.newadvent.org/cathen/12477a.htm>.

Está siendo traducido por Luz María Hernández Medina