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Domingo, 24 de noviembre de 2024

Santidad (Nota de la Iglesia)

De Enciclopedia Católica

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El término “santidad” se emplea en sentidos algo diferentes en relación a Dios, a los hombres individuales y a un cuerpo colectivo. Aplicado a Dios denota esa perfección moral absoluta que es suya por naturaleza. Respecto a los hombres significa una estrecha unión con Dios, junto con la perfección moral resultante de dicha unión. De ahí que se dice que la santidad pertenece a Dios por esencia, y a las criaturas sólo por participación. Cualquier clase de santidad que posean, viene a ellos como un don divino. Aplicado a una sociedad, el término significa:

  • que esta sociedad tiene como objetivo producir la santidad en sus miembros, y posee medios capaces de asegurar ese resultado; y
  • que las vidas de sus miembros corresponden, al menos en cierta medida, al propósito de la sociedad, y demuestran una santidad real y no meramente nominal.

La Iglesia siempre ha reclamado que ella, como una sociedad, es santa en un grado trascendente. Ella enseña que ésta es una de las cuatro “notas”, es decir, unidad, catolicidad, apostolicidad y santidad, mediante las cuales la sociedad fundada por Cristo puede distinguirse fácilmente de todas las instituciones humanas. Es en virtud de su relación con la persona y obra de Cristo que este atributo le pertenece a la Iglesia. Ella es (1), el fruto de la Pasión ---el reino de los redimidos. Los que se quedan fuera de ella son el "mundo" que no conoce a Dios (1 Juan 3,1). El objeto de la Pasión fue la redención y la santificación de la Iglesia: "…Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra." ( Ef., 5,25-26). Además (2) la Iglesia es el cuerpo de Cristo. Él es la cabeza del cuerpo místico, y la vida sobrenatural ---la vida de Cristo mismo--- se comunica a través de los Sacramentos a todos sus miembros. Así como el Espíritu Santo moraba en el cuerpo humano de Cristo, así también ahora habita en la Iglesia, y su presencia es tan íntima y tan eficaz que el Apóstol puede incluso hablar de Él como el alma del cuerpo místico: “Un solo cuerpo y un solo Espíritu” (Ef. 4,4). Por lo tanto, se deduce como una consecuencia necesaria de la naturaleza de la Iglesia y su relación con Cristo, que como sociedad debe poseer medios capaces de producir la santidad: que sus miembros deben caracterizarse por la santidad y que esta dotación de santidad proporcionará un medio efectivo para distinguirla del mundo.

Además, es evidente que la santidad de la Iglesia debe ser de un carácter totalmente sobrenatural —algo totalmente más allá del poder de la naturaleza humana no asistida. Y tal es, de hecho, el tipo de santidad que Cristo y sus apóstoles requieren por parte de los miembros de la Iglesia.

(1) Las virtudes que en el ideal cristiano son las más fundamentales de todas se encuentran totalmente fuera del ámbito de la más alta ética pagana. La caridad cristiana, la humildad y la castidad son ejemplos pertinentes. La caridad que Cristo establece en el sermón de la montaña y en la parábola del buen samaritano —una caridad que no conoce límites y que abarca tanto a amigos como a enemigos— supera todo lo que moralistas habían considerado posible para los hombres. Y esta caridad de Cristo requiere no de unos pocos elegidos, sino de todos sus seguidores. La humildad, que en el esquema cristiano es la base necesaria de toda santidad ( Mt. 18,3), antes de su enseñanza fue una virtud desconocida. El sentido de indignidad personal en el que consiste es repugnante a todos los impulsos de la naturaleza no regenerada. Por otra parte, la humildad que Cristo exige supone como base un conocimiento claro de la culpa del pecado y de la misericordia de Dios, sin los cuales no puede existir. Y estas doctrinas se buscan en vano en las religiones distintas de la cristiana. En lo que respecta a la castidad, Cristo no sólo advirtió a sus seguidores que violar esta virtud incluso por un pensamiento, era un pecado grave. Fue aún más lejos. Exhortó a los de sus seguidores a los que se les daría la gracia, a vivir la vida de virginidad que por este medio los acercaría más a Dios (Mt. 19,12).

(2) Otra característica de la santidad según el ideal cristiano es el amor al sufrimiento; no como si el placer fuese malo en sí mismo, sino debido a que el sufrimiento es el gran medio por el cual se intensifica y purifica nuestro amor a Dios. Todos aquellos que han alcanzado un alto grado de santidad han aprendido a regocijarse en el sufrimiento, porque con ello su amor a Dios se libera de todos los elementos de egoísmo, y sus vidas se ajustaron a la de su Maestro. Los que no han captado este principio pueden llamarse por el nombre de cristianos, pero no han entendido el significado de la Cruz.

(3) Siempre se ha afirmado que cuando la santidad alcanza un grado sublime va acompañada por los poderes milagrosos. Y Cristo prometió que este signo no le faltaría a su Iglesia. Él declaró que los milagros que sus seguidores obrarían no serían ni una pizca menos estupendos que los obrados por Él mismo durante su vida mortal (Mc. 16,17-18, Jn. 14,12).

Este es un breve esbozo de la santidad con la que Cristo dotó a su Iglesia, y que ha de ser la marca distintiva de sus hijos. Sin embargo, debe señalarse que no dijo nada que sugiriese que todos sus seguidores harían uso de las oportunidades así provistas. Por el contrario, enseñó expresamente que su rebaño contendría muchos miembros indignos (Mt. 13,30.48). Y podemos estar seguros de que, así como dentro de la Iglesia las luces son más brillantes, así también las sombras serán más oscuras ---corruptio optimi pessima. Un católico indigno caerá más bajo que un pagano indigno. Para mostrar que la Iglesia posee la nota de la santidad es suficiente establecer que su enseñanza es santa; que está dotada de los medios de producción de la santidad sobrenatural en sus hijos; que, a pesar de la infidelidad de muchos miembros, un gran número de hecho cultiva una santidad más allá de lo que se puede encontrar en otros lugares; y que en algunos casos esta santidad alcanza tan alto grado que Dios la honra con poderes milagrosos.

No es difícil demostrar que la Iglesia Católica y Romana, y sólo ella, cumple con estas condiciones. En lo que respecta a sus doctrinas, es evidente que la ley moral que propone como de obligación divina, es más elevada y más exigente que la que cualquiera de las sectas se ha aventurado a exigir. Su defensa de la indisolubilidad del matrimonio de cara a un mundo licencioso ofrece el ejemplo más notorio de ello. Sólo ella mantiene íntegra la enseñanza de su Maestro sobre el matrimonio. Todos los demás organismos religiosos, sin excepción, han dado lugar a las demandas de la pasión humana. En lo que respecta a los medios de santidad, ella, a través de sus siete Sacramentos, les aplica a sus miembros los frutos de la expiación. Ella perdona la culpa del pecado, y nutre a los fieles con el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Ni tampoco la justicia de sus reclamos es menos manifiesta cuando consideramos el resultado de su obra. En la Iglesia Católica se encuentra una sucesión maravillosa de santos cuyas vidas son como las luces del faro en la historia de la humanidad. En cuestión de santidad, la supremacía de Bernardo, de Domingo, de Francisco, de Ignacio, de Teresa, es tan incuestionable como lo es la de Alejandro y de César en el arte de la guerra. Fuera de la Iglesia Católica el mundo no tiene nada que mostrar que pueda en cualquier grado compararse con ellos. Dentro de la Iglesia la sucesión nunca ha fallado.

Tampoco los santos están solos. En proporción a la influencia práctica de la enseñanza católica, las virtudes sobrenaturales de las que hemos hablado anteriormente, se encuentran también entre el resto de los fieles. Estas virtudes marcan un tipo especial de carácter que la Iglesia trata de realizar en sus hijos, y que encuentra poco apoyo entre los otros reclamantes al nombre de cristianos. Fuera de la Iglesia Católica la vida de virginidad es menospreciada, el amor al sufrimiento es visto como una superstición medieval, y la humildad es considerada como una virtud pasiva mal adaptada a una época activa y agresiva. Por supuesto no quiere decir que no encontremos muchos ejemplos individuales de santidad fuera de la Iglesia. La gracia de Dios es universal en su alcance. Pero parece incuestionable que la santidad sobrenatural, cuyas características principales se han indicado, es reconocida por todos como perteneciente específicamente a la Iglesia, mientras que en ella sola alcanza ese grado sublime que vemos en los santos. En la Iglesia también vemos cumplidas la promesa de Cristo que el don de milagros no les faltaría a sus seguidores. Los milagros, es cierto, no son la santidad, pero son el aura en la que se mueve la santidad suprema. Y desde el tiempo de los apóstoles hasta el siglo XXI las vidas de los santos nos muestran que las leyes de la naturaleza se han suspendido por sus oraciones. En innumerables casos la evidencia de estos eventos es tan amplia que nada, sino las exigencias de la controversia, puede explicar la negativa de los escritores anticatólicos a admitir su ocurrencia.

La prueba parece sestar completa. Puede haber pocas dudas de que la Iglesia muestra la nota de la santidad, como lo hace en lo que respecta a las notas de unidad, catolicidad y la apostolicidad. La Iglesia en comunión con la Sede de Roma, ella sola, es la que posee la santidad que las palabras de Cristo y sus apóstoles requieren.


Bibliografía: MURRAY, De ecclesia Christi, II (Dublin, 1862); BELLARMINE, De conc. et ecclesia, IV, xi-xv; TANQUEREY, Synopsis theol. dogmaticæ, I (Paris, 1900); BENSON in Ecclesia edited by MATTHEW (London, 1906). For modern anti-Catholic polemics on this subject, see MARTINEAU, Seat of Authority in Religion (London, 1890); PALMER, Treatise of the Church (London, 1842), I, vi, x, xi.

Fuente: Joyce, George. "Sanctity (Mark of the Church)." The Catholic Encyclopedia. Vol. 13, pp 428-429. New York: Robert Appleton Company, 1912. 18 junio 2019 <http://www.newadvent.org/cathen/13428b.htm>.

Traducido por Félix Carbo Alonso. lmhm.