Evangelio según San Marcos
De Enciclopedia Católica
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Contenido, Selección y Disposición del Asunto
El segundo Evangelio, al igual que los otros dos Sinópticos, trata principalmente sobre el ministerio de Cristo en Galilea, y los acontecimientos de su última semana en Jerusalén. En una breve introducción se tocan ligeramente el ministerio del Precursor y la preparación inmediata de Cristo para su obra oficial por su bautismo y las tentaciones (1,1-13); luego sigue el cuerpo del Evangelio, que trata del ministerio público, la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo (1,14 - 16,8); y, por último, la obra en su forma actual, da un relato resumido de algunas apariciones del Señor resucitado, y termina con una referencia a la Ascensión y a la predicación universal del Evangelio (16,9-20). El cuerpo del Evangelio cae naturalmente en tres divisiones: el ministerio en Galilea y los distritos adyacentes: Fenicia, Decápolis y el país al norte hacia Cesarea de Filipo (1,14 - 9,49), el ministerio en Judea y (kai peran, con B, Aleph, C*, L, Psi, en X, 1) Peræ, y el viaje a Jerusalén (10,1 - 11,10); los eventos de la última semana en Jerusalén (11,11 - 16,8).
Comenzando con el ministerio público (cf. Hch. 1,22; 10,37), San Marcos pasa en silencio sobre los eventos preliminares registrados por los otros Sinópticos: la concepción y el nacimiento del Bautista, la genealogía, la concepción y el nacimiento de Jesús, la llegada de los Reyes Magos, etc. Él está mucho más interesado en los actos de Cristo que en sus discursos; sólo da dos de ellos de una extensión considerable (4,3-32; 13,5-37). Narra los milagros más gráficamente y les da gran prominencia, le dedica a ellos casi una cuarta parte de todo el Evangelio (en la Vulgata 164 versos de 677), y parece haber un deseo de impresionar a los lectores desde el principio con la omnipotencia de Cristo y el dominio sobre toda la naturaleza.
El mismo primer capítulo registra tres milagros: la expulsión de un espíritu inmundo, la curación de la suegra de Pedro y la curación de un leproso, además de aludir resumidamente a muchos otros (1,32-34), y de los dieciocho milagros registrados en total en el Evangelio, todos menos tres (9,16-28; 10,46-52, 11,12-14) ocurren en los primeros ocho capítulos. Sólo dos de estos milagros (7,31-37, 8,22-26) son peculiares de Marcos, pero, con respecto a casi todos, hay toques gráficos y detalles minuciosos que no se encuentran en los otros Sinópticos. De las parábolas propiamente dichas Marcos tiene sólo cuatro: el sembrador (4,3-9), la semilla que crece en secreto (4, 26-29), la semilla de mostaza, (4,30-32) y los viñadores homicidas (12,1-9); la segunda de ellas no aparece en los otros Evangelios. Se presta especial atención a todos los sentimientos humanos y emociones de Cristo, y al efecto que producen sus milagros en la multitud. Las debilidades de los Apóstoles son mucho más evidentes que en los relatos paralelos de San Mateo y San Lucas; lo cual se puede deber probablemente a los discursos gráficos y sinceros de Pedro, sobre los que la tradición dice que se basa Marcos.
La repetición de notas de tiempo y lugar (por ejemplo, 1,14.19.20.21.29.32.35) parece mostrar que el evangelista pretende organizar en orden cronológico al menos una serie de eventos que él recuerda. En ocasiones, falta la nota de tiempo (por ejemplo, 1,40; 3,1; 4,1: 10,1.2.13) o es vaga (por ejemplo, 2,1.23; 4,35) y, en tales casos, él puede por supuesto apartarse del orden de los acontecimientos. Pero el mismo hecho de que en algunos casos habla tan vaga e indefinidamente hace más necesario considerar que sus notas definidas de tiempo y secuencia en otros casos indican el orden cronológico. Nos enfrentamos aquí, sin embargo, con el testimonio de San Papías, que cita a un anciano (presbítero), con quien al parecer concuerda, diciendo que Marcos no escribió en orden: "Y el anciano le dijo también esto: Marcos, habiéndose convertido en intérprete de Pedro, escribió con exactitud todo lo que recordó, sin embargo, no registró en orden lo que dijo o hizo Cristo. Pues él no escuchó al Señor, ni tampoco le siguió, sino que luego, como he dicho (él asistió a) Pedro, que adaptó sus instrucciones a las necesidades (de sus oyentes), pero no tenía el diseño de dar un relato coherente de los oráculo (v. l. “palabras) del Señor. Entonces Marcos no cometió ningún error [Schmiedel "cometió ninguna falta"], mientras que él escribió algunas cosas (enia según las recordó; pues él fue muy cuidadoso de no omitir nada de lo que había oído, o dejar cualquier declaración falsa en el mismo" (Eusebio "Hist. Eccl.", III, XXXIX, en PG, XX, 300). Algunos de hecho han entendido este famoso pasaje como que significa simplemente que Marcos no escribió una obra literaria, sino simplemente una serie de notas relacionadas del modo más simple (cf. Swete, "The Gospel acc to Mark”, págs. LX-LXI). El autor presente, sin embargo, está convencido de que lo que Papías y el anciano le niegan a nuestro Evangelio es el orden cronológico, puesto que para ningún otro orden habría sido necesario que Marcos debería haber escuchado o seguido a Cristo. Pero el pasaje no necesita ser entendido nada más que para significar que Marcos ocasionalmente se sale del orden cronológico, algo que estamos muy dispuestos a admitir. No podemos decir cuál consideraban Papías y el anciano el verdadero orden; ellos apenas se pueden haber imaginado que ese orden estaba representado en el primer Evangelio, ya que es evidente que hace agrupaciones de sucesos (por ejemplo, 8 - 9), ni, al parecer, en el Tercer Evangelio, puesto que Lucas, como Marcos, no había sido un discípulo de Cristo. Es muy posible que, como ellos pertenecían a Asia Menor, tuvieran en mente el Evangelio según San Juan y su cronología. En cualquier caso, su juicio sobre el Segundo Evangelio, aunque sea justo, no nos impide afirmar que Marcos, hasta cierto punto, organiza los eventos de la vida de Cristo en orden cronológico.
Autoría
Toda la tradición temprana conecta el segundo Evangelio con dos nombres: los de San Marcos y San Pedro, y se afirma que Marcos escribió lo que Pedro predicó. Acabamos de ver que esta era la opinión de San Papías y el anciano a quien se refiere. Papías escribió no más tarde del año 130 d.C., de modo que el testimonio del anciano probablemente nos remonta al siglo I, y muestra que en esa época tan remota ya el segundo Evangelio era conocido en Asia Menor y se atribuía a San Marcos. Así San Ireneo dice: "Marcos mismo, el discípulo e intérprete de Pedro, nos transmitió por escrito lo que Pedro había predicado.” ("Adv. Haer.", III, I, en PG, VIII, 845; Ibíd., X, 6, en PG, VII, 878). Clemente de Alejandría, basándose en la autoridad de "los ancianos presbíteros", nos dice que, cuando Pedro predicaba públicamente en Roma, muchos de los que le escuchaban exhortaron a Marcos, como uno que había seguido a Pedro por mucho tiempo y recordaba lo que había dicho, para que lo escribiera, y que Marcos", compuso el Evangelio y se lo dio a los que le había preguntado por él.” (Eusebio, “Hist. Ecl.”, VI, XIV). Orígenes dice (ibid., VI, XXV) que Marcos escribió y Pedro lo dirigió (os Petros huphegesato auto), y Eusebio mismo informa la tradición de que Pedro aprobó o autorizó la obra de Marcos ("Hist. Eccl.", II, XV).
A estos testigos orientales primitivos se puede añadir, desde Occidente, el autor del Canon Muratorio, el cual en su primera línea casi ciertamente se refiere a la presencia de Marcos en los discursos de Pedro y su consecuente composición del Evangelio (Quibus tamen interfuit et ita posuit); Tertuliano, quien afirma: “Se afirma que el Evangelio que Marcos publicó (edidit) es de Pedro, cuyo intérprete era Marcos” ("Contra Marc.", IV, V); San Jerónimo, quien en un lugar dice que Marcos escribió un Evangelio corto a pedido de los hermanos de Roma, y que Pedro autorizó que se leyera en las iglesias ("De Vir. Ill.", VIII), y en otro lugar dice que el Evangelio de Marcos fue compuesto mientras Pedro narraba y Marcos escribía (Petro narrante et illo scribente--"Ad Hedib.", ep. CXX). Cada una de estas antiguas autoridades consideran a Marcos como el escritor del Evangelio, el cual se considera al mismo tiempo como poseedor de autoridad apostólica, porque por lo menos substancialmente provino de San Pedro. A la luz de esta conexión tradicional del Evangelio con San Pedro, no puede haber duda que es a él que se refiere San Justino Mártir cuando dice, escribiendo a mediados del siglo II (“Dial.”, 106), que Cristo le dio el título de “Boanerges” a los hijos de Zebedeo (un hecho mencionado en el Nuevo Testamento sólo en Marcos 3,17), y que esto está escrito en las “memorias” de Pedro (en tois apopnemaneumasin autou--luego de que justamente había nombrado a Pedro). Aunque San Justino no nombra a Marcos como el escritor de las memorias, el hecho de que su discípulo Taciano usara a nuestro actual Marcos, incluyendo incluso los últimos doce versículos, en la composición del “Diatessaron”, hace prácticamente cierto que San Justino conocía nuestro actual Segundo Evangelio, y que al igual que los otros Padres, lo relacionaba con San Pedro.
Si, entonces, una antigua tradición consistente y diseminada cuenta para algo, San Marcos escribió una obra basada en la predicación de San Pedro. Es absurdo tratar de destruir la fuerza de esta tradición sugiriendo que todas las autoridades posteriores se basaron en Papías, quien pudo haber sido engañado. Además de la imposibilidad absoluta de que Papías, quien había hablado con muchos discípulos de los Apóstoles, pudiera haber sido engañado sobre tal cuestión, el hecho de que Ireneo parece colocar la composición de la obra de Marcos después de la muerte de San Pedro, mientras que Orígenes y otros representan al Apóstol como aprobador de ella (vea el V abajo), demuestra que no todos extrajeron de la misma fuente. Por otra parte, Clemente de Alejandría menciona como su fuente, no una sola autoridad, sino “los ancianos desde el principio” (ton anekathen presbuteron--Eusebio "Hist. Eccl.", VI, XIV). La única pregunta, entonces, que puede surgir con cualquier sombra de razón, es si la obra de San Marcos era idéntica a nuestro actual Segundo Evangelio, y en cuanto a esto no hay lugar a dudas. La literatura cristiana primitiva no conoce vestigios de un Urmarkus diferente a nuestro presente Evangelio, y es imposible que pueda haber desaparecido completamente, sin dejar ningún rastro, una obra que da el relato del Príncipe de los Apóstoles sobre las palabras y obras de Cristo. Ni se puede decir que el Marcos original ha sido elaborado a nuestro presente Segundo Evangelio, pues entonces, al no ser San Marcos el verdadero escritor de la presente obra y al ser su substancia debida a San Pedro, no habría razón para atribuírselo a Marcos, e indudablemente habría sido conocido en la Iglesia, no por el título que lleva, sino como el “Evangelio según San Pedro”.
La evidencia interna confirma fuertemente la opinión de que nuestro presente Segundo Evangelio es la obra a que se refirió Papías. Esa obra, como se ha visto, estaba basada en los discursos de Pedro. Ahora bien conocemos por los Hechos (1,21-22; 10,37-41) que la predicación de Pedro trató principalmente sobre la vida pública, muerte, Resurrección y Ascensión de Cristo. Así nuestro Marcos actual, al confinarse a los mismos límites, omitiendo toda referencia al nacimiento y vida pública de Cristo, tal como se encuentra en los primeros capítulos de Mateo y Lucas, y al comenzar con la predicación del Bautista, finaliza con la Resurrección de Jesucristo y su Ascensión. De nuevo (1) los toques gráficos y vívidos de nuestro actual Segundo Evangelio, (2) las personas, (3) los lugares, (4) los tiempos y (5) los números, señalar a un testigo presencial como Pedro como la fuente de información del escritor.
Así se nos dice
- (1) cómo Jesús tomó de la mano a la suegra de Pedro y la levantó (1,31), con cuanta ira miró alrededor a sus críticos (3,5), cómo tomó en brazos a los niños pequeños y los bendijo poniendo las manos sobre ellos (9,35; 10,6), cómo los que llevaban al paralítico abrieron el techo (2,3-4), como Cristo ordenó que la multitud se sentara sobre la hierba verde, y cómo se sentaron por grupos de cien y de cincuenta (6,39-40):
- (2) cómo Santiago y Juan dejaron a su padre en la barca con los jornaleros (1,20); la forma en que entró en la casa de Simón y Andrés, con Santiago y Juan (1,29); cómo el ciego Jericó era el hijo de Timeo (10,46); como Simón de Cirene era el padre de Alejandro y Rufo (15,21);
- (3) cómo no había sitio ni siquiera ante la puerta de la casa donde Jesús estaba (2,2); cómo Jesús se sentó en una barca en el mar y toda la multitud estaba en tierra a la orilla del mar (4,1); como Jesús estaba en popa durmiendo sobre un cabezal (4,38);
- (4) como al atardecer del sábado, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos para ser curados (1,32); como de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, Cristo se levantó (1,35); como fue crucificado a la hora tercia (15,25), como las mujeres vinieron a la tumba muy de madrugada, a la salida del sol (16,2);
- (5) como el paralítico fue cargado por cuatro (2,3); como la piara eran en número de dos mil (5,13); como Cristo comenzó a enviar los Apóstoles, de dos en dos (5,7).
Esta gran cantidad de información que falta en los otros Sinópticos, y de la cual los ejemplos dados arriba son sólo un ejemplo, prueban más allá de toda duda que el escritor del Segundo Evangelio debió haber extraído de alguna fuente independiente; y que esta fuente debió ser un testigo ocular. Cuando pensamos que los incidentes relacionados con Pedro, tales como la sanación de su suegra y sus tres negaciones, son contados con detalles peculiares en este Evangelio; que los relatos de la resurrección de la hija de Jairo, de la Transfiguración, y la Agonía de Cristo en el Huerto, tres ocasiones en las que sólo estuvieron presentes Pedro, Santiago y Juan, muestran signos especiales de un conocimiento de primera mano (cf. Swete, op. cit., p. XLIV) tal como el que se esperaría en la obra de un discípulo de Pedro (Mateo y Lucas también pueden haberse basado en la tradición petrina para sus relatos de estos eventos, pero naturalmente el discípulo de Pedro estaría más íntimamente familiarizado con la tradición). Finalmente, cuando recordamos que, aunque el Segundo Evangelio registra con especial plenitud las tres negaciones de Pedro, es el único de los Evangelios que omite toda referencia a la promesa o concesión sobre él de la primacía (cf. Mt. 16,18-19; Lc. 22,32; Jn. 21,15-17), nos lleva a concluir que el testigo ocular con quien San Marcos estaba endeudado para su especial información era San Pedro mismo, y que nuestro actual Segundo Evangelio, como la obra mencionada por Papías, está basado en los discursos de Pedro. Esta evidencia interna, si no prueba realmente la visión tradicional respecto al origen petrino del Segundo Evangelio, es del todo consistente con ella y tiene una fuerte tendencia a confirmarla.
Lenguaje Original, Vocabulario y Estilo
Siempre ha sido la opinión común que el Segundo Evangelio fue escrito en griego, y no hay razón sólida para dudar de la exactitud de esta opinión. Aprendemos de Juvenal (Sat., III, 60 ss; VI, 187 ss.) y Marcial (Epig., XIV, 58) que el griego era muy hablado en Roma en el siglo I, y varias influencias trataban de difundir la lengua en la capital del Imperio. "De hecho, hubo una doble tendencia que abarcaba a la vez las clases en ambos extremos de la escala social. Por una parte entre los esclavos y comerciantes había una multitud de griegos y orientales de habla griega. Por otra parte, en los niveles superiores estaba de moda hablar griego y nodrizas griegas se lo enseñaban a los niños; y en la vida ulterior su uso se llevaba al extremo de la afectación.” (Sanday y Headlam, "Romans", p. LII). Sabemos, también, que fue en griego que San Pablo le escribió a los romanos, y que desde Roma San Clemente le escribió a la Iglesia de Corinto en ese mismo idioma. Es cierto que algunos manuscritos cursivos griegos del siglo X o más tarde hablan del Segundo Evangelio como escrito en latín (egraphe Pomaisti en Pome), pero a evidencia escasa y tardía como ésta, la cual es probablemente sólo una deducción del hecho que el Evangelio fue escrito en Roma, no se le puede conceder ningún peso. Igualmente improbable parece la opinión de Blass (Philol. Of the Gospel, 196 ss.) que el Evangelio fue escrito originalmente en arameo. Los argumentos presentados por Blass (cf. también Allen en "Expositor", 6ta. serie, I, 436 ss.) sólo demuestran a lo sumo que Marcos pudo haber pensado en arameo, y, naturalmente, su griego sencillo y coloquial griego revela mucho del toque nativo arameo. Blass de hecho insiste en que las diversas variantes en los manuscritos de San Marcos, y las variaciones en las citas patrísticas del Evangelio, son reliquias de diferentes traducciones de un original en arameo, pero los casos que aduce en apoyo de ello son muy poco concluyentes. Un original arameo es absolutamente incompatible con el testimonio de San Papías, que, evidentemente, contrasta la obra del intérprete de San Pedro con la obra arameo de San Mateo. Es incompatible también con el testimonio de todos los demás Padres, que representan el Evangelio como escrito por el intérprete de Pedro para los cristianos de Roma.
El vocabulario del Segundo Evangelio consta de 1,330 palabras distintas, de las cuales 60 son nombres propios. Ochenta palabras, exclusivas de nombres propios, no se encuentran en otras partes del Nuevo Testamento; sin embargo, éste es un número pequeño en comparación con más de 250 palabras peculiares encontradas en el Evangelio según San Lucas. De las palabras de San Marcos, sólo 150 son compartidas por los otros dos Sinópticos; 15 son compartidas solamente por San Juan (Evangelio), y otras 12 por uno u otro de los Sinópticos y San Juan. Aunque las palabras encontradas sólo una vez en el Nuevo Testamento (apax legomena) no son relativamente numerosas en el Segundo Evangelio, son a menudo notables; nos encontramos con palabras raras en el griego posterior, tales como eaten, paidiothen, con expresiones coloquiales como kenturion, ksestes, spekoulator, y con transliteraciones como korban, taleitha koum, ephphatha, rabbounei (Cf. Swete, op. cit., p. XLVII). De las palabras propias de San Marcos, aproximadamente una cuarta parte son no clásicas, mientras que entre las propias de San Mateo o San Lucas, la proporción de palabras no clásicas es sólo una séptima parte (cf. Hawkins, "Hor. Synopt.", 171). En general, el vocabulario del Segundo Evangelio señala al escritor como un extranjero que conocía bien el griego coloquial, pero un comparativamente extraño al uso literario de la lengua.
El estilo de San Marcos, es claro, directo, conciso, y pintoresco, aunque a veces un poco duro. Hace uso muy frecuente de los participios, le gusta el presente histórico, la narración directa, los negativos dobles, el uso abundante de adverbios para definir y enfatizar sus expresiones. Varía sus tiempos muy libremente, a veces para llevar a cabo diferentes matices de significado (7,35; 15,44), a veces aparentemente para dar vida a un diálogo (9,34; 11,27). El estilo es a menudo más comprimido, una gran cantidad se transmite en muy pocas palabras (1,13.27; 12,38-40), pero en otras ocasiones usa adverbios y sinónimos e incluso repeticiones para aumentar la impresión y dar color a la imagen. A menudo enlaza juntas cláusulas en la forma más sencilla mediante el uso de kai; de no se utiliza ni con la mitad de la frecuencia como en Mateo o Lucas, mientras que oun aparece sólo cinco veces en todo el Evangelio. Se hallan latinismos con más frecuencia que en los otros Evangelios, pero esto no prueba que Marcos escribiera en latín o incluso entendiera el idioma. Esto demuestra simplemente que estaba familiarizado con el griego común del Imperio Romano, mientras que adoptó libremente palabras en latín y, en cierta medida, la fraseología latina (cf. Blass, "Philol. of the Gospel”, 211 ss.) De hecho tal familiaridad con lo que podemos llamar griego romano confirma firmemente la opinión tradicional de que Marcos fue un "intérprete", que pasó algún tiempo en Roma.
Estado e Integridad del Texto
Lugar y Fecha de Composición
Destinatarios y Propósito
Relación con los Evangelios de Mateo y Lucas
Bibliografía: Vea el artículo Evangelio según San Lucas para la decisión de la Comisión Bíblica (26 de enero de 1913).
Fuente: MacRory, Joseph. "Gospel of Saint Mark." The Catholic Encyclopedia. Vol. 9. New York: Robert Appleton Company, 1910. <http://www.newadvent.org/cathen/09674b.htm>.
Está siendo traducido por Luz María Hernández Medina