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Sábado, 21 de diciembre de 2024

Luis Lilio

De Enciclopedia Católica

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Su vida

Luis Lilio, principal autor del calendario gregoriano, era natural de Ciro o Ziró en Calabria. Su nombre era originalmente Aloigi Giglio, del cual se deriva la forma latinizada ahora utilizada. Montucla (Histoire des Mathématiques, I, 678) lo llama erróneamente Veronese, y Delambre (Histoire de l'Astronomie moderne, 1812, I, 5 y 57) lo llama Luigi Lilio Giraldi, mezclando Aloigi con Lilio Gregorio Giraldi, el autor de una obra "De Aunis et Mensibus".

No se conoce nada de la vida de Lilio más allá del hecho de que ya para 1552 era profesor de medicina en la Universidad de Perugia. En ese año el cardenal Marcello Cervini (más tarde Papa Marcelo II) lo recomendó para un aumento de sueldo como profesor eminente y un hombre muy estimado por toda la universidad. Esta fecha puede explicar por qué Lilio no vivió para ver su calendario presentado treinta años después. La declaración en la "Handwörterbuch" de POggendorff, de que Lilio fue médico en Roma y que murió en 1576, aparentemente no es apoyada por investigaciones recientes. En ese año (1576) su hermano Antonio, también doctor en artes y medicina, presentó su manuscrito sobre la reforma del calendario a la Curia Romana. Antonio era probablemente muchos años más joven, ya que sobrevivió a la reforma y mantuvo la propiedad de los derechos de autor del nuevo calendario, hasta que, al retrasar su introducción, perdió ese privilegio, y se liberó su impresión. Se hace mención de un Mons. Tomás Giglio, obispo de Sora, como primer prefecto de las comisiones papales para la reforma. Si él era pariente de los dos hermanos, no fue culpable de favoritismo familiar, puesto que demostró ser un obstáculo para los planes de Aloigi. La obra de Lilio no puede entenderse sin un conocimiento de lo que se hizo antes de él y en qué forma se introdujo la reforma.

Reforma gregoriana del calendario

Desde el Primer Concilio de Nicea hasta el de Constanza

La reforma del calendario estuvo relacionada desde el principio con los concilios generales, a saber, los de Nicea (325), de Constanza (1414-1418), de Basilea (1431), el Quinto de Letrán (1512-1517) y el de Trento (1545-1563). La doble regla, adscrita al primer concilio, de que el equinoccio vernal se mantendría el 21 de marzo, donde estaba entonces, y que la Pascua caería el domingo después de la primera luna llena de primavera, no fue respetada por todos aquellos que planearon reformas, pero la misma se respetó estrictamente en el calendario gregoriano. En la época del Primer Concilio de Nicea era bien sabido que tanto el año juliano como el ciclo lunar de Metón eran demasiado largos; y sin embargo no se podía adoptar el recurso hasta que se determinasen más exactamente los errores. Este estado de conocimiento se prolongó a lo largo de los primeros doce siglos de nuestra era, como lo atestiguan los pocos representantes de la época: Gregorio de Tours (544-595), Beda el Venerable (c. 673-735) y Alcuino (735-804).

Se realizó algún progreso durante el siglo XIII. En el "Computus" del Maestro Conrado (1200) se señaló de nuevo el error del calendario. Una primera aproximación de su alcance fue dado casi simultáneamente por Roberto Grosseteste (Greathead, 1175-1253), canciller de Oxford y obispo de Lincoln, y por el monje escocés Joannes de Sacrobosco (Holywood o Halifax). De acuerdo con el primero se debía omitir un día bisiesto cada 300 años; de acuerdo al último 288 años julianos eran muy largos por sólo un día, y 19 años julianos eran una y un tercio de horas más corto que el ciclo lunar. Mientras que el último error se calcula correctamente, los otros dos números 300 y 288 deben ser sustituidos por 128. El fraile franciscano Roger Bacon de Ilchester (1214-1294), basando sus puntos de vista sobre Grosseteste, recomendó al Papa una serie de reformas, sobre cuyos méritos no decidió. Campano (entre 1261 y 1264) le hizo a Urbano IV la propuesta específica de reemplazar el ciclo lunar de 19 años por otros dos de 30 y 304 años. El paso más importante en el siglo XIII fue hecho por la aparición, en 1252, de las tablas astronómicas de Alfonso X el rey de Castilla.

El siglo XIV es notable por una conferencia astronómica celebrada en la corte papal de Aviñón. En 1344 Clemente VI envió invitaciones a Joannes de Muris, un canónigo de Mazieres (Cantón Bourges), que era considerado un excelente astrónomo, y a Firmino de Bellavalle (Beauval), natural de Amiens, y otros. El resultado de la conferencia fue un tratado escrito por los dos autores antes mencionados: "Epistola Súper reformatione antiqui Calendarii". Tenía cuatro partes: el año solar, el año lunar, el número de oro, Pascua. Un tercer autor fue el monje Joannes de Thermis. Si él era o no un miembro de la misma conferencia, lo cierto es que el Papa Clemente VI le encomendó que escribiese su "Tractatus de tempore celebrationis Paschalis", el cual apareció nueve años después de la Conferencia (1354) y fue dedicado a Inocencio VI, sucesor de Clemente VI. En el mismo siglo se registran otros tratados sobre los errores y la reforma del calendario: uno de Maestro Gordiano (entre 1300 y 1320) y uno de un monje griego, Isaac Argyros (1.372-3).

Los Concilios de Constanza y Basilea

El siglo XV marca una época en la reforma del calendario por dos autoridades científicas, Pierre d'Ailly y Nicolás de Cusa, ambos cardenales. Pierre d'Ailly (1350-1425), obispo de Cambrai y canciller de la Sorbona, siguió las opiniones de Roger Bacon. Después de asesorar al antipapa Juan XXIII en 1412, le señaló al Concilio de Constanza, en 1417, los grandes errores del calendario. Sugirió diferentes remedios: en primer lugar, omitir un día bisiesto cada 134 años, a fines de corregir así el año solar; en segundo lugar, omitir un día del ciclo lunar cada 304 años; o tercero, abandonar todo cálculo cíclico y seguir la observación astronómica. Debe tenerse en cuenta que la primera y tercera proposición del cardenal d'Ailly se reiteran en nuestros propios días (sustituyendo por 134 el número correcto 128). El cardenal De Cusa (1401-1446) elaboró y propuso de nuevo la primera y segunda propuestas de D'Ailly al Concilio de Basilea. El error debía ser corregido mediante la omisión de 7 días en el ciclo solar (que pasa, en 1439, del 24 de mayo al 1 de junio) y 3 días en el ciclo lunar. Su "Reparatio Calendarii" proveyó gran cantidad de información a los reformadores posteriores. Él fue el primero en tomar en cuenta las diferencias de longitud de varios meridianos. Los dos concilios sabiamente pospusieron la reforma del calendario para un tiempo futuro.

Sin embargo, el siglo XV no habría de cerrar sin un progreso considerable relacionado con los nombres de Zoestius, Juan de Gmund, George von Peuerbach y Johann de Koenigsberg (Regiomontano). Después de 1437 apareció un tratado sobre la reforma del calendario por Zoestio. Los primeros almanaques impresos fueron emitidos por Juan de Gmund (m. 1442), decano y rector de la Universidad de Viena. Su discípulo fue Peuerbach, luego profesor de matemáticas en la misma universidad y maestro de Johann Müller, llamado Regiomontano por su lugar nativo en Franken. Este último (1435-1476) continuó la labor del canciller al publicar los calendarios que sirvieron de modelo para un siglo por venir. Se retuvieron los Números de Oro del ciclo lunar, pero se tomaron las lunaciones para la observación. Esta combinación hizo más y más manifiestos los errores de la Pascua. Sixto IV llamó a Regiomontano a Roma, con el fin de reformar el calendario, pero murió poco después de su llegada a la edad de cuarenta y un años.

Los Concilios de Letrán y Trento

Los dos concilios del siglo XVI finalmente allanarían el camino para la tan deseada reforma. Los esfuerzos realizados en el Concilio de Letrán son descritos por Marzi. De los doce o más autores enumerados por él, será suficiente mencionar a dos que ejercieron una influencia decisiva: Pablo de Middleburg, quien inició el procedimiento, y Copérnico, que los llevó a una conclusión provisional.

La vida del primero es descrita por Baldi en el Apéndice I a Marzi. Pablo nació en 1445, murió como obispo de Fossombrone en 1534. La República de Venecia lo llamó de Lovaina a Italia, y se convirtió en profesor de matemáticas en Padua, y médico y astrólogo del duque de Urbino. Antes de la apertura del concilio en 1512 le pidió preguntó a Julio II que ese ocupara del calendario. León X le envió escritos a Maximiliano I, a los príncipes, obispos, y a las universidades, para obtener su opinión sobre el calendario, y nombró al obispo de Fossombrone como presidente de la comisión para la reforma.

El tratado que Pablo de Middelburg presentó al concilio se titula: "Paulina sive de recta Paschae cerebración etc." (Fossombrone, 1513). Estaba en contra de colocar de nuevo el equinoccio el 21 de marzo, y se opuso a la idea de abandonar el ciclo lunar o poner la Pascua en un domingo fijo del año. Sin embargo, propuso un cambio en el ciclo mediante la reducción de los siete meses embolismales a cinco. El emperador Maximiliano encargó a las Universidades de Viena, Tubinga y Lovaina que expresaran una opinión. Viena apoyó las proposiciones primera y tercera del cardenal d'Ailly en el Concilio de Constanza, a saber, corregir la intercalación juliana omitiendo un día bisiesto cada 134 años, y abandonar el ciclo lunar. Tubinga fue de la misma opinión, y estuvo de acuerdo con el obispo Pablo en dejar el equinoccio donde estaba.

En 1514 la comisión papal había invitado a Copérnico a exponer sus puntos de vista, y su decisión fue que los movimientos del sol y de la luna aún no eran lo suficientemente conocidos para intentar una reforma del calendario. La comisión debía hacer propuestas concretas en la décima reunión del concilio. Aunque este fue pospuesto de 1514 para el 1515, no se llegó a ninguna conclusión. Después del Concilio de Letrán hubo un considerable progreso. Copérnico había prometido continuar con las observaciones del Sol y la Luna y así lo hizo durante más de diez años más. Los resultados previstos en su inmortal obra "De Revolutionibus Orbium Coelestium" (1543) permitieron a Erasmo Reinhold para calcular las Tablas Pruténicas (Wittenberg, 1554), que se hicieron después la base de la reforma gregoriana.

Los principales escritores de la época son los siguientes: Alberto Pighio, maestro en la Universidad de Lovaina, que dedicó a León X, en 1520, un tratado en el que apoyaba la intercalación del cardenal d'Ailly, la omisión de un día bisiesto cada 134 años, pero, por otro lado, recomendaba la retención del ciclo lunar. Cometió un error sobre el equinoccio, al contarlo desde la constelación de Aries y al recomendar la omisión de 16 días. Se puede mencionar de pasada a los dos monjes florentinos, Joannes Lúcido y Joannes María de Tholosanis. Este último abogó por un conteo cíclico pero se opuso al cambio de la fecha del equinoccio. Durante el Concilio de Trento se escribieron y propusieron varios planes al Concilio y al Papa. El cardenal Marcelo Cervino, presidente del concilio, convocó a Trento al veronés Girolamo Fracastoro, médico y astrónomo de renombre, y tuvo varias conferencias con él sobre el tema del calendario. En 1548 Bartolomeo Caligario, un sacerdote de Padua, ofreció un memorando al obispo de Bitonto, en el que basó sus planes sobre Pablo de Middelburg, Stoeffler y Joannes Lucido. El franciscano español Joannes Salon dirigió una propuesta al cardenal Gonzaga, primer presidente del concilio bajo Pío IV. En 1564, inmediatamente después del concilio, le ofreció un resumen de él a Pío IV, y, siguiendo el consejo de Sirleto o, también a Gregorio XIII, en 1577. Su memorándum es notable por las razones que expone contra una Pascua inmoble, y por el consejo de que el Papa omita un día bisiesto con motivo de jubileos generales.

Otros memorandos fueron los de Begnino, un canónigo de Reims, el cual fue entregado al cardenal de Lorena en su camino hacia el concilio; el de Lucas Gaurico, que firmaba como Episcopus Civitatensis, y basaba su "Calendarium Ecclesiasticum" de 1548 sobre Pablo de Middelburg; el del sacerdote español Don Miguel de Valencia, que fue presentado a Pío IV en 1564. Más importante que todos estos fue un plan propuesto por el matemático veronés Petro Pitato. Basando sus ideas también sobre Pablo de Middelburg quería se retuviese el ciclo lunar y se restaurara el equinoccio a la fecha de César, por la omisión de catorce días, que durante dos años se deberían tomar de los siete meses que tienen 31 días cada uno. Su idea original, que se llevó a efecto final en la reforma gregoriana, era corregir la intercalación juliana del año solar, no cada 134 años, sino por siglos completos. Ningún escritor anterior parece haber llamado la atención sobre el hecho de que la aplicación de la regla de 134 años tres veces llega, dentro de un pequeño error, a lo mismo que omitir tres días bisiestos cada 400 años. Su "Compendio" fue publicado y ofrecido a Pío IV en 1564. El Concilio de Trento fue el primero, desde el de Nicea, que dio un paso positivo hacia una reforma del calendario. En la última sesión, 4 de diciembre de 1563, le encargó al Papa reformar tanto el breviario como el misal, que incluía el calendario perpetuo.

Después del Concilio de Trento

Pío V publicó un breviario (Roma, 1568), con un calendario perpetuo nuevo, que era defectuoso y se desechó pronto. Gregorio XIII, el sucesor inmediato de Pío V, le encargó a Carolo Octaviano Lauro, lector de matemáticas en la Sapienza, la elaboración de un plan de reforma, el cual fue terminado en 1575, y que volvió a recomendar la corrección de las intercalaciones por siglos completos. Un tal Paolo Clarante también compuso un calendario y se lo presentó al Papa para su análisis. En 1576, el famoso manuscrito del difunto Luis Lilio fue presentado a la Curia papal por su hermano Antonio.

Se desconoce si Antonio actuó en respuesta a una petición del Papa. Lo cierto es que Luis Lilio comenzó su labor antes de la ascensión de Gregorio XIII al trono e incluso antes de la publicación del nuevo Breviario, y empleó diez años en la misma. Gregorio entonces organizó una comisión para decidir sobre el mejor plan de reforma. Durante las muchas sesiones los miembros de la comisión cambiaron varias veces. A partir de los nombres de los que firmaron el informe ofrecido a Gregorio XIII, se puede inferir que su composición estaba destinada a representar las diversas naciones, grados y ritos de la Iglesia. Además de cuatro italianos estaba el auditor francés de la Rota Serafino Olivario, el jesuita alemán Cristóbal Clavio, el español Pedro Ciacono y el patriarca sirio Nehemet Alla. Las órdenes religiosas estuvieron representadas por Clavio, por el célebre fraile dominico Ignacio Dantes y, por un tiempo, por el monje benedictino Teófilo Martio. La jerarquía se encuentra representada por Vicentio Laureo, obispo de Mondovi, por el patriarca de Antioquía y por el cardenal Sirleto. Los laicos fueron representados por Antonio Lilio, doctor en artes y medicina, y, según parece, colaborador de su hermano Luis en la reforma. No parece saberse nada sobre los españoles Ciácono o Chacón.

El primer presidente de la comisión, el obispo Giglio, no tuvo éxito en la obtención de una mayoría. Estaba a favor de las correcciones sugeridas al manuscrito de Lilio por los dos profesores de la Sapienza de Roma, el matemático Carolo Lauro y el profesor de griego, Giovanni Battista Gabio. La comisión, sin embargo, condenó las correcciones como falsas y dirigidas directamente a Gregorio XIII. Tomás Giglio, al ser promovido a la Sede de Piacenza en 1577, fue reemplazado como presidente por el docto y piadoso cardenal Sirleto, nacido en Calabria como Lilio. Otro desacuerdo fue causado por el sienés Teófilo Martio, que se mencionó anteriormente. Culpó a la comisión por el espíritu de innovación y por la falta de respeto hacia el Concilio de Nicea; que quería que el equinoccio se restaurara a la antigua fecha época romana del 24 ó 25 de marzo; rechazó el nuevo ciclo de Lilio, y quería que se corrigiese el viejo ciclo; no aceptó ni las Tablas Pruténicas ni las Alfonsinas y deseaba que se omitiera un día bisiesto cada 124 años o diez años antes de lo que las tablas alfonsíes requerían. Teófilo registró su disidencia en un "Tratado sobre la Reforma del Calendario" (después de 1578) y en una "Narración Breve de la Controversia en la Congregación del Calendario". Esto parece demostrar que él era un miembro de la comisión; al menos por un tiempo, pues no firmó el informe de este último al Papa. Fue probablemente debido a las objeciones que el nuevo ciclo de epactas fue cambiado por lo menos dos veces y recomendado por la comisión en una tercera forma o incluso posterior.

La oposición del sienés Teófilo contra la innovación de las epactas fue apoyada por Alejandro Piccolomini, obispo coadjutor de Siena. Si él no era miembro de la comisión, al menos se le solicitaba que expresara una opinión. Él puso sus teorías en un "Libelo sobre la nueva forma del calendario eclesiástico" (Roma, 1578). Fue influenciado por el "Epitoma" del florentino Joannes Lucido (1525). Al subestimar la exactitud de las Tablas Alfonsíes, le dio preferencia a la longitud del año de Albategni y abogó por la corrección de la intercalación juliana una vez cada cien años (pensaba que el error aumentaría a un día en 106 años). El nombre de Piccolomini no se encuentra entre los ocho que recomendaron el informe oficial de la comisión a Gregorio XIII en 1580, que son: Sirleto, Ignacio, Laureo, Olivario, Clavio, Ciacono, Lilio, Dantes, todos los mencionados anteriormente. El último mencionado, usualmente llamado Ignazio Danti, fue luego consagrado obispo de Alatri. Su reputación científica se deduce de las alabanzas que le dio Clemente XII más de un centenar de años más tarde (1703) por sus grandes instrumentos solares en Roma, Florencia y Bolonia, que confirmaron la veracidad del equinoccio gregoriano. Los instrumentos consistían en líneas meridianas y gnomons. Los primeros eran generalmente tiras de mármol blanco insertadas en suelos de piedra. El gnomon fue sustituido a veces por una pequeña abertura en una pared, que proyectaba la imagen del sol sobre la línea meridiana. Un arreglo de esta descripción es visible en el antiguo Observatorio Vaticano, llamado la Torre de los Vientos. Fue en esta línea que, de acuerdo con Gilii y Calandrelli, se demostró el error de diez días en presencia de Gregorio XIII.

El manuscrito de Lilio nunca se imprimió y nunca ha sido descubierto. Su contenido se conoce sólo por el informe manuscrito de la Comisión y por el "Compendio" de Ciacono, que fue impreso por Clavio. La comisión no le concedió a Clarante su solicitud de que su "Calendarium" se distribuyera junto con el "Compendio". El "Compendio" fue enviado en 1577 a todos los príncipes cristianos y universidades de renombre, para invitar a la aprobación o la crítica. Con Lilio, dejó abiertas la preguntas, si el equinoccio se debía colocar el 21 o el 24 de marzo, siguiendo el antiguo calendario romano o el Concilio de Nicea; y si esta última (que parecía preferible), si se debían omitir los diez días a la vez, en algunos meses convenientes de 1582, o poco a poco al declarar comunes todos los cuarenta años siguientes años y completar así la reforma en 1620. Era suficiente conocido por diversos observadores, como Toscanelli, Danti, Copérnico (Calandrelli ", Opuscoli Astronomici", Roma, 1822, 30), que el error de la regulación nicena del equinoccio había aumentado a diez días. Los movimientos del sol y la luna fueron tomados de las Tablas Alfonsíes. Es dudoso si en esa época Lilio conocía las tablas pruténicas de 1554. Sin embargo, él no podía estar ajeno a la “Exhortatio ad Concilium Constantiense" del cardenal d'Ailly, en el que se mostraba que la intercalación juliana tenía un día de error cada 134 años, o a la proposición del matemático veronés Pitato, quien quería que la corrección se aplicase por un ciclo de cuatro siglos. Lilio consideraba que las fracciones de siglos no eran aptas para todos los cálculos cíclicos o no astronómicos y usó las correcciones de centuria tanto para los movimientos solares como para los lunares.

La obra maestra de Lilio es el nuevo "Ciclo de Epactas de Diecinueve Años”, con el que mantuvo la regulación de Pascua de Nicea a buen ritmo con la luna astronómica. El antiguo ciclo lunar daba las lunaciones con cuatro o más días de error, y así la Pascua (tomando el domingo después de Luna XIV) podría caer en la Luna XXVI, dentro de pocos días de la luna nueva astronómica. Lilio trajo el nuevo ciclo de epactas en armonía por las dos llamadas ecuaciones: la solar y la lunar. La ecuación solar disminuye las epactas por una unidad cada vez que se omite un día bisiesto juliano, como en 1900; la ecuación lunar aumenta las epactas por unidad cada 300 años, o (después de siete repeticiones, la octava vez) en 400 años. La ecuación anterior explica el error en el año juliano y el segundo explica el error en el ciclo metónico. El ciclo griego es más largo de 19 años y las cantidades exceden un día en 310 años. Esto explicará la ecuación lunar, y también muestra que se puede lograr una mayor exactitud al aplicar el intervalo de 400 años la décima vez. Puede suceder que las dos ecuaciones se anulen entre sí y dejen las epactas sin cambios, como ocurrió en 1800. El nuevo ciclo de epactas, con las dos ecuaciones, fue adjuntado al "Compendium". Hay registradas respuestas al "Compendium" del emperador Rudolfo, de los reyes de Francia, España, Portugal, de los duques de Ferrara, Mantua, Saboya, Toscana, Urbino, de las Repúblicas de Venecia y Génova, de las Universidades o Academias de París, Viena, Salamanca, Alcalá, Colonia, Lovaina, de varios obispos y un número de matemáticos

La Bula "Inter Gravissimas"

El contenido de las respuestas no está registrado oficialmente, pero en la bula de Gregorio se les llama concordantes. Como se ha de entender la concordancia se puede ilustrar por las respuestas de París y de Florencia. Si bien la Sorbona no sólo rechazó el "Compendio", sino que condenó todos los cambios al calendario, el Parlamento del rey adoptó plenamente la reforma propuesta por Lilio. El duque de Toscana envió al Papa los juicios de varios matemáticos florentinos, dos de los cuales no estuvieron de acuerdo entre ellos mismos, mientras que él mismo dio plena aprobación a la reforma gregoriana. El rey de Portugal presentó dos respuestas profesionales sin añadir un juicio propio. El emperador también se limitó a remitir la respuesta de la Universidad de Viena. Las respuestas de Saboya, Hungría y España aprobaban el plan de Lilio. Todos los príncipes deben haber visto la necesidad de una reforma y la deseaban. Esto es confirmado por una carta del cardenal Secretario de Estado a Carlos Borromeo, arzobispo de Milán, fechada el 16 de junio de 1582, en que se hace la declaración de que la reforma del calendario se concluyó con la aprobación de todos los príncipes católicos. El consentimiento de los príncipes tenía más influencia con el Papa que la opinión de los científicos. Llevar a cabo un acuerdo de estos últimos era completamente imposible, y, a la vista de los trabajos de la comisión papal, innecesario. La variedad de opiniones, recogida por Kaltenbrunner y Schmid, da testimonio de esto, aparte de las agrias polémicas que siguieron a la reforma gregoriana y que no nos conciernen en este artículo.

Las propuestas formuladas en respuesta al "Compendio" pueden resumirse como sigue. En relación con el año solar, la fecha del equinoccio debe ser el 25 de marzo, donde Julio César lo había puesto ---éste era el deseo de los humanistas--- o el 24 de marzo, donde estaba en el momento de la Resurrección de Jesucristo ---esta fue la propuesta de Salamanca--- o el 21 de marzo donde lo había colocado el Concilio de Nicea, o, finalmente, debía ser dejado en el 11 de marzo, donde estaba en ese momento. Los que no aceptaban la corrección de la intercalación juliana por siglos completos querían que se omitiera un día bisiesto cada vez que el error aumentara a un día completo ---por las tablas alfonsíes cada 134 años--- o, como exigía la facultad de teología de la Sorbona, ninguna corrección en absoluto. En cuanto al ciclo lunar, ninguna universidad intentó una mejora en las epactas de Lilio. Salamanca y Alcalá, como sabemos por una carta de Clavio a Moleto en Padua, aprobaron totalmente la reforma de Lilio. Viena rechazó todos los cálculos cíclicos, mientras que la facultad de teología de la Sorbona, abogó por la retención del antiguo ciclo sin correcciones. Las respuestas de Lovaina merecen una mención especial por la plena aprobación del calendario de Lilio por el famoso astrónomo Cornelio Gemma, mientras Zeelstio (1581) se alineó con la Universidad de Viena. Las respuestas de Padua fueron peculiares. Macigni, en una carta a Sirleto (1580), aceptó la idea del franciscano español Salón y propuso que durante los jubileos generales el Papa llamara a Roma a una serie de matemáticos para decidir la fecha del equinoccio. Al parecer, el primero en abogar por un Domingo de Pascua inmoble fue Sperone Speroni, quien se llama a sí mismo un lego en matemáticas. Según él la Pascua debía fijarse en el domingo más próximo al 25 de marzo, o, como propuso el español Franciscus Flussas Candalla, el domingo más cercano al equinoccio.

Por lo tanto, se hizo toda proposición imaginable; sólo una idea no se mencionó nunca, a saber, el abandono de la semana de siete días. Las respuestas retrasaron la publicación de la bula papal desde 1581 hasta 1582, y algunas llegaron incluso más tarde. El consentimiento de los príncipes católicos por un lado, y la variedad de opiniones científicas por el otro no le dejaron alternativa a la comisión papal, sino que la obligaron a seguir su propio juicio. El encuadre final de la reforma parece haber sido en gran parte el trabajo de Clavio, pues después él solo tomó su defensa y proveyó explicaciones completas ("Apología", 1588; "Explicatio", 1603; vea Cristóbal Clavio). Sirleto escribe de él que fue uno de los trabajadores más destacados de la reforma (cum primis egregie laboravit), y Clemente VIII dice, en su bula "Quaecunque" (17 de marzo de 1603), que Clavio hizo servicios extraordinarios para el calendario. La comisión papal decidió, 17 de marzo de 1580, que, por reverencia a la tradición eclesiástica, el equinoccio se debía restaurar al decreto del Concilio de Nicea. La mayoría, bajo la dirección del obispo de Mondovi, se pronunció en contra de las lunaciones astronómicas y por el ciclo de epactas. Se adoptó la regla de la centuria de Lilio para la omisión de días bisiestos; pero su ciclo lunar fue modificado. Las tablas pruténicas se convirtieron en la base, y los epactas fueron todas disminuidas por unidad; en otras palabras, la Luna XIV se puso un día después, para eliminar todo el peligro de que la Pascua alguna vez se celebrara el día de la luna llena astronómica, según lo prohibían los antiguos cánones. Se sabe que el mes de octubre de 1582 iba a tener veintiún días (no veinte, como dice Montucla) y los diez días debían ser borrados al saltar del 4 de octubre al 15 de octubre. La reforma, según lo recomendado por la Comisión el 14 de septiembre de 1580, recibió la sanción papal por la Bula "Inter Gravissimas", fechada 24 de febrero de 1581, y publicada el 1 de marzo de 1582. De este modo los decretos del Concilio de Nicea colocaron una base cíclica que aseguró su corrección por casi cuatro mil años, un espacio de tiempo más que suficiente para cualquier institución humana. La tarea inicial de la comisión papal parece haber superado su fuerza y tiempo. Se calcularon realmente las fechas de la Pascua para los próximos tres mil años; el "Liber Novas Rationis Restituendi Calendarii", que habría de acompañar la reforma, nunca fue escrito, y el martirologio no apareció hasta 1586 bajo el pontificado de Sixto V. En 1603, Clavio era el único miembro sobreviviente de la comisión papal. Fue por orden de Clemente VIII que compuso su "Explicación del nuevo calendario".

Para la parte técnica de la reforma gregoriana vea los artículo Reforma del Calendario y Cronología General.


Bibliografía: CLAVIUS, Novi Calendarii Romani Apologia (Roma, 1588); IDEM, Romani Calendarii a Gregorio XIII P. M. restituti Explicatio (Roma, 1603); LIBRI, Histoire des Sciences Mathématiques en Italie, IV (Halle, 1865); KALTENBRUNNER, Die Vorgeschichte der Gregorianischen Kalenderreform en Sitzungsberichte der Akademie philos. histor. Klasse, LXXXII (Viena, 1876), 289; KALTENBRUNNER, Die Polemik über die Gregorianische Kalenderreform, ibidem, LXXXVII (1877), 485; KALTENBRUNNER, Beitrage zur Geschicte der Gregorianische Kalenderreform, ibidem, XCVII (1880) I, 7; SCHMID, Zur Geschichte der Gregorianischen Kalenderreform in Görresgesellschaft, Historisches Jahrbuch 1882 und 1884; MARZI, La questione della Riforma del Calendario nel Quinto Concilio Lateranense 1512-1517 (Florencia, 1896); DÉPREZ, Ecole Francaise de Rome; Mélanges d'Archéologie et d'Histoire XIX (1899) 131.

Fuente: Hagen, John. "Aloisius Lilius." The Catholic Encyclopedia. Vol. 9. New York: Robert Appleton Company, 1910. 1 Jan. 2013 <http://www.newadvent.org/cathen/09247c.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina.