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Jueves, 21 de noviembre de 2024

Altar mayor

De Enciclopedia Católica

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(“altare summum” o “majus”)

Se le llama altar mayor al altar principal de una iglesia, y también porque se encuentra en un plano elevado en el presbiterio, donde todos los fieles en el cuerpo de la iglesia lo pueden ver de forma simultánea. Simboliza a Cristo, y sirve al mismo tiempo como la mesa del banquete en el que Él se ofrece al Padre Eterno a través de las manos del sacerdote, pues Cristo está presente en nuestras iglesias no sólo de una manera espiritual, sino real, verdadera y sustancialmente como la víctima de un sacrificio. Un sacrificio supone necesariamente un sacerdote y un altar, y los Hechos de los Apóstoles (2,42) claramente indican que los fieles han de participar en las oraciones del sacrificio y comer de la víctima. Naturalmente, el altar y el sacerdote estaban separados de los fieles, que, como nos informan San Atanasio (Quaest. ad Ant., 37) y Clemente de Alejandría (Strom., VII, 7), fueron instruidos por los Apóstoles a orar de cara al este, de acuerdo a las tradiciones de la Ley de Moisés. De ahí que en los primeros días de la Iglesia, el altar se colocaba por lo general en una capilla en la cabecera del edificio, cuya parte de atrás, cualquiera que haya sido el carácter del edificio, miraba directamente hacia el este, de tal manera que los fieles lo podían ver desde cualquier parte. Cuando era imposible erigir una iglesia de tal manera, el altar se situaba frente a la puerta principal.

En tiempos antiguos no había más que un altar en una iglesia. Los Padres cristianos hablan de un único altar, y San Ignacio (Ep. ad Philadelph, 5.) se refiere a esta práctica cuando dice: "Un altar, ya que hay un obispo" (unum altare omni Ecclesiae et unus episcopus). Este altar era erigido en el centro del presbiterio entre el trono del obispo, que se situaba en el ábside, y el comulgatorio, que separaba el presbiterio del cuerpo de la iglesia. En él el único obispo celebraba los servicios divinos, asistido por el clero, quienes recibían la Sagrada Comunión de sus manos. Aunque cada iglesia tenía un solo altar, había oratorios erigidos cerca o alrededor de la iglesia en la que se celebraba la Misa. Esta costumbre aún se mantiene en todo el Oriente, de modo que el altar litúrgico o mayor del sacrificio solemne está aislado de lo que podríamos llamar los altares de sacrificio devocional en el que la Misa se dice en privado. Más tarde, en la época de San Ambrosio (siglo IV), nos encontramos con la costumbre de tener más de un altar en una iglesia; y San Gregorio (siglo VI), evidentemente, aprueba la misma mediante el envío a Paladio, obispo de Saintes, Francia, reliquias para cuatro altares que, de los trece erigidos en su iglesia, no se habían podido consagrar por la falta de reliquias. Después de la introducción de las Misas privadas surgió la necesidad de varios o incluso muchos altares en cada iglesia; los mismos eran erigidos cerca del altar principal o en las capillas laterales. El altar en el presbiterio, o capilla mayor, permaneció como el principal de la iglesia, y los servicios pontificales en las catedrales, así como las funciones solemnes en otras iglesias, invariablemente, se llevaban a cabo en el altar mayor los domingos, días de fiesta y otras ocasiones solemnes del año.

Cuando se puso en boga la costumbre de erigir el trono episcopal en el lado del Evangelio en el presbiterio, el altar mayor se retiró más cerca de la pared del ábside. El objeto de esto era permitir que hubiese suficiente espacio entre el escalón más bajo del altar y el comulgatorio (de seis a doce pies) para la correcta realización de la ceremonia, y para la acomodación del clero que con frecuencia gran número de ellos ayudaban en la solemne celebración de la Misa y de los oficios divinos. El altar mayor era construido sobre peldaños, que por razones simbólicas eran por lo general en números impares ---tres o cinco, incluyendo la plataforma superior (predela) y el pavimento del presbiterio, colocándolo así en un nivel más alto que el cuerpo de la iglesia, una práctica que se sigue manteniendo en nuestras iglesias. En las iglesias parroquiales por lo general se guarda el Santísimo Sacramento en el altar mayor, que por tanto debe tener un sagrario para la reserva de las sagradas especies (S.R.C., 28 nov. 1594, 21 ago. 1863). Los ornamentos prescritos son un crucifijo y seis candeleros altos. El altar mayor de una iglesia a ser consagrada debe ser un altar fijo, que de acuerdo con las prescripciones del Pontifical Romano (h.l.), en sí mismo ha de ser consagrado simultáneamente con la solemne dedicación del edificio de la iglesia. Por lo tanto, debe estar libre por todos los lados, dejando espacio suficiente para que el consagrante se mueva a su alrededor. Como su nombre lo indica, el altar mayor, siendo el principal lugar para la realización de la función de sacrificio, debe ser prominente no sólo por su posición, sino también por la riqueza de sus materiales y la ornamentación. Además de la parte litúrgica de la Misa, sirve como monumento de la presencia eucarística y se convierte en el centro de todas las funciones parroquiales más solemnes del año.


Bibliografía: JAKOB, Die Kunst im Dienste der Kirche (Landshut, 1880); ST. CHARLES BORROMEO, Instructions on Ecclesiastical Building (Londres, 1857); UTTINI, Corso di Scienza Liturgica (Bolnia, 1904); LEE, Glossary of Liturgical and Ecclesiastical Terms (Londres, 1877).

Fuente: Schulte, Augustin Joseph. "High Altar." The Catholic Encyclopedia. Vol. 7. New York: Robert Appleton Company, 1910. 4 Mar. 2012 <http://www.newadvent.org/cathen/07346b.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina