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Martes, 19 de marzo de 2024

Comunión frecuente

De Enciclopedia Católica

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Introducción

Sin especificar la frecuencia con que los creyentes deberían comulgar, Cristo simplemente nos ofrece comer Su Carne y beber Su Sangre, y nos avisa que si no lo hacemos, no tendremos vida en nosotros (Juan 6, etc.). El hecho, sin embargo, de que Su Carne y Su Sangre se recibirían bajo las apariencias de pan y vino, ordinaria comida y bebida de Sus oyentes, podría apuntar a la frecuente e incluso diaria recepción del Sacramento. El maná, también, con el que Él comparó “el pan que Él daría”, fue compartido diariamente por los israelitas. Por otra parte, aunque la petición “danos hoy nuestro pan de cada día” no se refiere directamente a la Eucaristía, sin embargo no pudo por menos que llevar a los hombres a creer que sus almas, al igual que sus cuerpos, tenían necesidad de alimento diario. En este artículo trataremos con (1) la historia de la frecuencia de la Santa Comunión, (II) la práctica actual como encarecida por Pío X. (Hoy, 2010, San Pío X; n.d.t.).

Historia

En la Iglesia primitiva temprana de Jerusalén los fieles comulgaban cada día (Hch. 2,46). Más tarde, sin embargo, podemos leer que San Pablo permaneció en Tróade siete días, y fue sólo "el primer día de la semana" que los fieles estaban “reunidos para partir el pan” (Hch. 20,6-11; cf. 1 Cor. 16,2). De acuerdo con la “Didajé” el partir del pan tenía lugar “el día del Señor” (kata kiriaken, c. xiv). Plinio dice que los cristianos se reúnen “un día fijo” (Ep. X); y San Justino, “en el día llamado del Sol” (te tou heliou legomene hemera, Apol., I, LXVII, 3, 7). Es en Tertuliano donde leemos por primera vez sobre la liturgia celebrada en algún otro día aparte del domingo (Sobre la Oración 19; De Corona, c. III). La comunión diaria la menciona San Cipriano (De Orat. Domin., c. xviii en P.L.., IV, 531); San Jerónimo (Ep. ad Damasum); San Juan Crisóstomo (Hom., III en Eph.); San Ambrosio (en Ps.cxviii, viii, 26, 28 en P.L., XV, 1461, 1462); y el autor de “De Sacramentis” (V, iv, 25; P.L., XVI, 452).

Deberíamos anotar que en la Iglesia primitiva y en la época patrística, los fieles comulgaban, o al menos una mayoría se esperaba que comulgasen, con la frecuencia con que se celebrase la Santa Eucaristía (San Juan Crisóstomo, loc. cit.; Cánones Apostólicos, X; [[Papa San Gregorio I|San Gregorio Magno], Dial. II, 23). La recibían incluso con más frecuencia, ya que se hizo costumbre llevar las Sagradas Especies para comulgar en casa (San Justino, loc. cit.; Tertuliano, “Ad Uxorem”, II, v; Eusebio, Hist. Ecl. VI.44). Esto hicieron especialmente los eremitas, por habitar en monasterios sin sacerdotes, y por aquellos que vivían a distancia de cualquier iglesia. Por otro lado vemos que la costumbre se desmoronó por falta de norma, y que se reprendía frecuentemente a los fieles por no recibir casi nunca la Sagrada Comunión (ver especialmente San Juan Crisóstomo, loc. cit., y San Ambrosio, loc. cit.). San Agustín sintetiza la cuestión de este modo: “Algunos reciben el Cuerpo y la Sangre del Señor cada día; otros en ciertos días; en algunos lugares no hay día en el que sacrificio no se ofrezca; en otros sólo el sábado y el domingo; en otros sólo en domingo” (Ep. LIV en P.L., XXXIII, 200 y ss.). Si fue aconsejable para los fieles, en especial aquellos que viven en matrimonio, el comulgar diariamente, fue una cuestión en la que los Padres no se pusieron de acuerdo. San Jerónimo es consciente de esta tradición en Roma, pero dice: “Esto ni lo apruebo ni lo desapruebo; cada cual siga su propio criterio” (Ep. XLVIII en P.L., XXII, 505 – 6; Ep. LXXI en P.L., XXII, 672. San Agustín discute la cuestión extensamente, y llega a la conclusión de que hay mucho que decir por ambos lados (Ep. LIV en P.L., XXXIII, 200 y ss.). Los buenos cristianos comulgaban una vez a la semana en el tiempo de Carlomagno, pero después de la descomposición de su imperio esta tradición llegó a su fin. San Beda aporta testimonios de la costumbre romana de comulgar los domingos y días de fiesta de los Apóstoles y mártires, y lamenta lo poco común de la comunión en Inglaterra (Ep. ad Egb. en P.L., XCIV, 665).

Resulta extraño decir que fue en la Edad Media, “la Edad de la Fe”, que la Comunión era menos frecuente que en cualquier otro período de la historia de la Iglesia. El Cuarto Concilio de Letrán obligó a los fieles, bajo pena de excomunión, a comulgar al menos una vez al año (c. Omnis utriusque sexus). Las Clarisas Pobres, por regla, comulgaban seis veces al año, las [[Orden de Predicadores|dominicas, quince veces; la Orden Tercera de Santo Domingo, cuatro veces. Incluso algunos santos comulgaban raramente: San Luis seis veces al año, Santa Isabel solamente tres veces. La enseñanza de los grandes teólogos , sin embargo, estaba del lado de la frecuente, y hasta cierto punto, diaria Comunión (Pedro Lombardo, IV Sent., dist. XII, n. 8; Santo Tomás de Aquino, Summa Theol., III, Q. LXXX, a. 10; San Buenaventura, En IV Sent., dist. XII, punto II, a. 2, q. 2; ver Dalgairns, “La Santa Comunión”, Dublín, parte III, cap. i). Varios reformadores, Tauler , Santa Catalina de Siena, San Vicente Ferrer, y Savonarola, abogaron por, y en muchos lugares, ocasionaron una vuelta a la comunión frecuente. El Concilio de Trento expresó un deseo “que en cada Misa los fieles presentes deberían comulgar” (Sesión XXII, cap. VI). Y el Catecismo del concilio dice: “No juzguen los fieles suficiente recibir el Cuerpo del Señor una vez al año solamente; consideren que la Comunión debería ser más frecuente, pero si hubiera de ser más oportuno que sea mensual, semanal, o diaria, puede decidirse así por no haber regla fija universal” (p. II, c. IV, n. 58). Como podía esperarse, los discípulos de San Ignacio de Loyola y de San Felipe Neri se tomaron el trabajo de defender la Comunión frecuente. Con el resurgimiento de esta práctica vino también la renovación de la discusión sobre la conveniencia de la Comunión diaria. Mientras que todos admitían en teoría que la comunión diaria es algo bueno, diferían en cuanto a las condiciones requeridas.

La Congregación del Concilio (1587) prohibió cualquier restricción general, y ordenó que nadie debería ser excluido del Sagrado Banquete, aunque se acercase diariamente. En 1643 apareció la “Comunión Frecuente” de Arnauld, en la que este autor requiere, para una comunión válida, severa penitencia por los pecados pasados y el más puro amor de Dios. Se apeló una vez más a la Congregación del Concilio, y decidió (1679) que aunque la Comunión diaria universal no era aconsejable, nadie puede ser excluido aunque se acerque diariamente; párrocos y confesores deberán decidir la frecuencia, pero deberán tener cuidado en evitar todo escándalo e irreverencia (ver Denzinger, “Enquiridion”, 10th ed., n. 1148). En 1690 las condiciones de Arnauld fueron condenadas. A pesar de estas decisiones la recepción de la Sagrada Comunión vino a ser cada vez menos frecuente, a causa de la extensión de las rígidas opiniones jansenistas, y este rigor ha durado casi hasta nuestros días. La mejor y más antigua tradición fue, sin embargo, preservada por algunos escritores y predicadores, de forma notable Fènelon y San Alfonso, y con la extensión de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, gradualmente se hizo una vez más la regla. Difícilmente, sin embargo, llegó a Comunión diaria. Esta práctica, también, fue calurosamente recomendada por Pío IX y León XIII, y finalmente tuvo la aprobación oficial de Pío X .

Práctica

(a) Las reglas para la Comunión frecuente y diaria están establecidas por el decreto de la Congregación del Concilio “Sacra Tridentina Synodus” (20 de diciembre de 1905). (1) “La Comunión frecuente y diaria... debería estar abierta a todos los fieles, de cualquier rango y condición de vida; de tal manera que a nadie en estado de gracia, y que se acerque a la sagrada mesa con una recta y devota intención puede serle legítimamente impedida.” (2) “La recta intención consiste en esto: que quien se acerca a la Sagrada Mesa, debe actuar así no por rutina, o vanagloria, o respeto humano, sino por el propósito de agradar a Dios, o por estar más estrechamente unido a Él por la caridad, y por la búsqueda de este Divino remedio para sus debilidades y defectos”. La regla 3 declara que “es suficiente que ellos (los comulgantes diarios) estén libres de pecado mortal, con el propósito de nunca más pecar en el futuro”, y la Regla 4 encarece que “debe tenerse cuidado con que la Sagrada Comunión venga precedida de una seria preparación y seguida de una deseable acción de gracias, según las fuerzas, circunstancias y deberes de cada uno”. “Los párrocos, confesores y predicadores deben frecuentemente y con gran celo exhortar a los fieles a esta devota y salutífera costumbre” (Regla 6); dos reglas (7 y 8) se refieren a la Comunión diaria en comunidades religiosas e instituciones católicas de toda índole; y la última regla (9) prohíbe toda controversia posterior sobre este asunto.

(b) Actas y Decretos de Pío X sobre la Comunión frecuente y diaria.- Durante dos años estos decretos o pronunciamientos se siguen uno a otro en el orden siguiente:

  • 30 de mayo de 1905.- En la víspera del Congreso Eucarístico de Roma, Pío X concedió indulgencias a la “Oración por la difusión de la piadosa costumbre de la Comunión diaria”, que fue publicada y distribuida el último día del Congreso.
  • 4 de junio de 1905.- El Santo Padre, presidiendo la clausura del Congreso de Roma, dijo: “Ruego e imploro de todos vosotros el urgir a los fieles que se acerquen a aquel Divino Sacramento. Y hablo especialmente a vosotros, mis queridos hijos en el sacerdocio, para que Jesús, el tesoro de los tesoros del Paraíso, la más grande y más preciada de todas las posesiones de nuestra pobre y desolada humanidad, no sea abandonado de una manera tan insultante y tan desagradecida.”

El decreto de 20 de diciembre de 1905, ya ha sido resumido.

  • 25 de febrero de 1906.- Para ganar la indulgencia plenaria, garantizada a aquellos que comulguen cinco veces por semana, no es necesario ir a confesar cada semana, cada quincena, o cada mes; incluso confesar con menos frecuencia será suficiente. No se da ningún plazo definido.
  • 11 de agosto de 1906.- El Breve papal “Romanorum Pontificum” concede indulgencias e inusuales privilegios a la Liga Sacramental de la Eucaristía, la cual tiene por objeto influir en los fieles para que adopten la práctica de la Comunión frecuente o diaria. Por un singular favor, todos los confesores inscritos en esta Liga son urgidos a exhortar a sus penitentes a comulgar diaria, o casi diariamente, a fin de obtener una indulgencia plenaria una vez a la semana.
  • 15 de septiembre de 1906.- En esta fecha se explicó que el decreto de 20 de diciembre de 1905, se aplica no solo a los adultos y a los jóvenes de ambos sexos, sino también a los niños tan pronto como hayan recibido su primera Comunión de acuerdo con las normas del Catecismo Romano, es decir, tan pronto como manifiesten suficiente discernimiento.
  • 7 de diciembre de 1906.- Las personas enfermas, encamadas por un mes, sin esperanza de una pronta recuperación, pueden recibir la Sagrada [[[Eucaristía]], incluso aunque hayan podido romper su ayuno después de medianoche bebiendo algo, como, por ejemplo, chocolate, tapioca, semolina, o sopa de pan, que son bebidas en el sentido del decreto. Esto puede repetirse una o dos veces por semana, si el Bendito Sacramento se guarda en la casa; en otro caso, una o dos veces por mes.
  • 25 de marzo de 1907.- La jerarquía es urgida a asegurarse que se lleve a cabo cada año, en la Iglesia Catedral un triduo especial con el propósito de exhortar al pueblo a comulgar frecuentemente. En las parroquias será suficiente un día. Se conceden indulgencias por estos ejercicios.
  • 8 de mayo de 1907.- Se concede un permiso general para dar la Comunión en oratorios privados a todo aquel que atienda a la Misa, exceptuando la Comunión de Pascua y Viaticum.
  • 14 de julio de 1907.- Expediente, delegando de nuevo al cardenal V. Vannutelli al Congreso Eucarístico de Metz, el cual se dedicó exclusivamente a considerar la cuestión de la Sagrada Comunión. Lo que sigue es un extracto del Informe: “ Ésta (Comunión frecuente) en verdad es el camino más corto para asegurar la salvación del hombre individual así como aquella de la sociedad.”

Bibliografía

HEDLEY, La Santa Eucaristía, VIII (Londres, 1907); DE ZULUETA, Apuntes sobre la Comunión diaria, 2ª ed. (Londres, 1907); FERERES, El Decreto sobre la Comunión diaria, traducido por Jiménez (Londres, 1908); DE SÈGUR, La muy Santa Comunión, en Obras (París, 1872), III, 417 y ss.;FRASSINETTI, Teología Moral (Génova, 1875), II, 53 y ss.; GODTS, Exageraciones Históricas y Teológicas concernientes a la Comunión Cotidiana (Bruselas, 1904); CHATEL, Defensa de la Doctrina Católica sobre la Comunión Frecuente (Bruselas, 1905) PETAVIUS, De Teología Dogmática 8Venecia, 1757), II De Penitencia Pública y Preparación a la Comunión; San Alfonso, Teología Moral (París, 1862), V, Práctica confesional, n. 148 y ss.; LEHMKHUL, Teología Moral (Friburgo en Br., 1902), n. 156 y ss.; BRIDGETT, Historia de la Santa Eucaristía en Gran Bretaña, edición de H. Thurston (Londres, 1908), parte III, c. i; LINTELLO, Opúsculo sobre la Comunión frecuente y cotidiana (París, 1908); SALTER, Comunión frecuente en El Mensajero (Nueva York, Diciembre 1908).


Fuente: Scannell, Thomas. “Comunión Frecuente”. La Enciclopedia católica. Vol. 6. Nueva York: Compañía Robert Appleton, 1909. http://.newadvent.org/cathen/06278a.htm

Traducido por Andrés Peral Martín.