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Viernes, 26 de abril de 2024

Mentira

De Enciclopedia Católica

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Mentira, según la define Santo Tomás, es “una declaración en desacuerdo con la mente”. Esta definición es más precisa que muchas otras que están en boga. Así una autoridad reciente define la mentira como una declaración falsa hecha con la intención de engañar. Pero es posible mentir sin hacer una declaración falsa y sin tener ninguna intención de engañar. Pues si una persona hace una declaración qué el piensa que es falsa, pero que en realidad es cierta, él ciertamente miente en cuanto a que intenta decir lo que es falso, y aunque un mentiroso bien conocido puede no tener intención de engañar a otros ---pues él sabe que nadie le cree una sola palabra--- aun así si habla en desacuerdo con su mente no deja de mentir.

Siguiendo a San Agustín y a Santo Tomás los teólogos y escritores sobre ética comúnmente hacen la distinción entre las mentiras (1) nocivas o perjudiciales, (2) oficiosas y (3) jocosas. Las mentiras jocosas se dicen con el propósito de causar diversión. Por supuesto, lo que se dice simple y obviamente en broma no puede ser una mentira; para que tena alguna malicia alguna en ella, lo que se dice debe ser naturalmente capaz de engañar a los demás y se debe decir con la intención de decir lo que es falso. Una mentira oficiosa, o blanca, es tal que no le hace daño a nadie; es una mentira de excusa, o una mentira dicha para beneficiar a alguien. Una mentira perjudicial es la que hace daño.

Siempre se ha admitido que la cuestión de la mentira crea grandes dificultades para el moralista. Desde los albores de la especulación ética ha habido dos opiniones diferentes sobre la cuestión de si la mentira es admisible alguna vez. Aristóteles, en su “Ética”, parece afirmar que nunca es permisible decir una mentira, mientras que Platón, en su “República”, es más complaciente; él permite a los médicos y hombres de estado a mentir de vez en cuando por el bien de sus pacientes y para el bien común. Los filósofos modernos se dividen de la misma manera. Kant no permitía una mentira bajo ninguna circunstancia. Paulsen y la mayoría de los escritores no católicos modernos admiten la legalidad de la mentira por necesidad. De hecho la tendencia pragmática del día, que niega que exista tal cosa como la verdad absoluta, y mide la moralidad de las acciones por su efecto sobre la sociedad y sobre el individuo, parecería abrir ampliamente las puertas a todas las mentiras, excepto las perjudiciales. Pero incluso en el terreno del pragmatismo es bueno que tengamos en cuenta que las mentiras blancas son aptas para preparar el camino para otras de un tono más oscuro. Hay alguna diferencia de opinión entre los Padres de la Iglesia cristiana. Orígenes cita a Platón y aprueba su doctrina sobre este punto (Stromata, VI). Él dice que una persona que está bajo la necesidad de mentir debe considerar diligentemente el asunto de modo que no se exceda. Se debe tragar la mentira como una persona enferma hace con su medicamento. Debe guiarse por el ejemplo de Judit, Ester y Jacob. Si se excede, será juzgado enemigo de Aquel que dijo: "Yo soy la verdad". San Juan Crisóstomo sostuvo que es lícito engañar a otros por el beneficio de ellos, y Juan Casiano enseñó que a veces podemos mentir como tomamos la medicina, impulsados a ella por pura necesidad.

San Agustín sin embargo, tomó el lado opuesto, y escribió dos tratados cortos para probar que nunca es lícito decir una mentira. La Iglesia Occidental ha seguido generalmente su doctrina sobre este punto, y los escolásticos y los teólogos modernos la han defendido como la opinión común. En primer lugar, se basa en la Sagrada Escritura, la cual en pasajes casi innumerables condena la mentira tan absoluta y francamente como condena el homicidio y la fornicación. El Papa Inocencio III da expresión a esta interpretación en una de sus decretales, cuando dice que la Biblia nos prohíbe decir una mentira incluso para salvar la vida de una persona. Si, entonces, permitimos la mentira de necesidad, no parece haber razón desde el punto de vista teológico para no permitir ocasionalmente el asesinato y la fornicación cuando estos crímenes obtendrían grandes ventajas temporales; el carácter absoluto de la ley moral sería socavado, sería reducido a asunto de simple conveniencia.

El principal argumento a partir de la razón que Santo Tomás y otros teólogos han utilizado para probar su doctrina se extrae de la naturaleza de la verdad. La mentira se opone a la virtud de la verdad o veracidad. La verdad consiste en una correspondencia entre la cosa manifestada y su significado. El ser humano tiene el poder como ser razonable y social de manifestar sus pensamientos a su prójimo. El orden correcto exige que al hacer esto debe ser veraz. Si la manifestación externa está en desacuerdo con el pensamiento interior, el resultado es una falta de orden correcto, una monstruosidad en la naturaleza, una máquina que está fuera de engranaje, cuyas partes no trabajan juntas en armonía. Como estamos tratando con algo que pertenece al orden moral y con la virtud, la falta de orden correcto, que es de la esencia de una mentira, tiene una depravación moral especial propia. No es precisamente la misma malicia en la hipocresía, y en este vicio vemos la depravación moral con mayor claridad.

Hay precisamente la misma malicia en la hipocresía, y en este vicio vemos más claramente la depravación moral. Un hipócrita pretende tener una buena cualidad que sabe que no posee. Hay la misma falta de correspondencia entre la [[mente] y la expresión externa de ella que constituye la esencia de una mentira. La depravación y malicia de la hipocresía son evidentes para todos. Si es más difícil percibir la malicia de la mentira, la razón parcial, al menos, puede ser porque estamos más familiarizados con ella. La verdad es principalmente una virtud que se estima a sí misma; es algo que el hombre le debe a su propia naturaleza racional, y nadie que tenga ninguna consideración por su propia dignidad y autoestima será culpable de la depravación de una mentira. Según el hipócrita es justamente detestado y despreciado, así debe sr el mentiroso. Como ninguna persona honesta consentiría en jugar al hipócrita, así ningún hombre honesto será nunca culpable de una mentira.

La malicia absoluta de mentir también se muestra por las malas consecuencias que tiene para la sociedad. Estas son suficientemente evidentes en las mentiras que afectan injuriosamente los derechos y reputaciones de otros. Pero la confianza mutua, la interacción y la amistad, que son de tan grande importancia para la sociedad, sufren mucho incluso por las mentiras jocosas u oficiosas. En esto, como en otras cuestiones morales, con el fin de ver con claridad la calidad moral de una acción debemos considerar cuál sería el efecto si la acción en cuestión se considerase como perfectamente correcta y se practicase comúnmente. Al aplicar este criterio, podemos ver que la desconfianza, la sospecha y la absoluta falta de confianza en los demás sería el resultado de la mentira indistinta, incluso en aquellos casos en que no se inflija ningún daño positivo. Además, cuando se contrae el hábito de la falta de [|verdad |veracidad], es prácticamente imposible restringir sus caprichos a los asuntos que son inofensivos; el interés y el hábito por igual conducirán inevitablemente a la violación de la verdad, en detrimento de otros. Y así parecería que, aunque el daño a otros fue excluido de las mentiras jocosas y oficiosas por definición, aun así en lo concreto no hay ninguna clase de mentira que no sea perjudicial a alguien. Pero si se acepta la enseñanza común de la teología católica sobre este punto, y concedemos que la mentira es siempre mala, se deduce que nunca estamos justificados en decir una mentira, porque no podemos hacer el mal para que vengan bienes; el fin no justifica los medios. Entonces, ¿qué medios tenemos para proteger los secretos y defendernos de los fisgoneos impertinentes de los curiosos? ¿Qué vamos a decir cuando un moribundo hace una pregunta, y sabemos que decirle la verdad pura y simple lo matará de inmediato? Debemos decir algo, si hemos de conservar su vida; él detectaría al instante el significado de nuestro silencio. La gran dificultad de la cuestión de la mentira consiste en encontrar una respuesta satisfactoria a preguntas como esas.