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Jueves, 2 de mayo de 2024

Diferencia entre revisiones de «Canto Congregacional»

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En su Instrucción sobre la música sacra, comúnmente conocida como Motu Proprio (22 Nov., 1903), Pío X dice (3): “Hay que hacer un esfuerzo especial por restaurar el uso del canto gregoriano entre el pueblo, de forma que los feligreses puedan volver a participar de forma más activa en los oficios eclesiásticos, como sucedía en tiempos antiguos”. Estas palabras aconsejan una breve explicación acerca del canto congregacional en lo que respecta a (a) su antiguo empleo, (b) su prohibición formal y decadencia gradual, (c) su actual recuperación, (d) el carácter que tal recuperación puede asumir.  
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En su Instrucción sobre la [[música eclesiástica|música sacra]], comúnmente conocida como [[Motu Proprio]] (22 de noviembre de 1903), [[Papa San Pío X|Pío X]] dice (núm. 3): “Hay que hacer esfuerzos especiales por restaurar el uso del [[canto gregoriano]] por el pueblo, de forma que los [[fieles]] puedan volver a participar de forma más activa en los [[Oficio Divino|oficios]] eclesiásticos, como sucedía en [[tiempo]]s antiguos”. Estas palabras sugieren un breve tratamiento del [[canto litúrgico|canto]] por la congregación respecto a (a) su uso antiguo, (b) su prohibición formal y decadencia gradual, (c) su actual recuperación, (d) el carácter que tal reavivamiento puede asumir.  
  
(a) El primer testimonio lo encontramos en la Epístola de San Pablo a los Efesios (v.19): “Hablando con vosotros mismos en salmos, e himnos, y cantos espirituales, cantando y haciendo música en vuestros corazones para el Señor”. Para el cardenal Bona, estas palabras son una prueba de que “desde los mismos comienzos de la Iglesia, se cantaban salmos e himnos en la asamblea de los fieles”, y los identifica con un canto alterno (mutuo et alterno cantu). McEvilly los relaciona en su “Comentario” con reuniones públicas y privadas. San Agustín (Ep. Cxix, cap. Xviii) dice: “En lo que respecta al canto de salmos e himnos, tenemos las pruebas, los ejemplos y las instrucciones del mismo Dios y de los Apóstoles”. (Cf. también Col., iii, 16; I Cor., xiv, 26.) En el antiguo canto congregacional tomaban parte los dos sexos, si se interpreta que las palabras de San Pablo cuando impone silencio a las mujeres se refieren únicamente a la acción de exhortar o dar instrucciones. Duchesne describe los más antiguos actos de culto de los cristianos como paralelos, no a los del Templo de los judíos en Jerusalén, sino a los de las sinagogas locales: los cristianos habían tomado de allí los cuatro elementos del servicio divino: las lecturas, los cantos (del salterio), las homilías y las plegarias. Al tratar la liturgia siria del siglo IV, traza un completo retrato de ella a partir del discurso catequético XXIII de San Cirilo de Jerusalén (en torno al año 347), las Constituciones Apostólicas (II, 57; VIII, 5-15) y las homilías de San Juan Crisóstomo, y describe el servicio divino (Christian Worship: Its Origin and Evolution, Londres, 1903, p. 57-64), y trata por encima la participación de la congregación en el canto.  
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(a) El primer testimonio lo encontramos en la [[Epístola]] de [[San Pablo]] a los [[Epístola a los Efesios|Efesios]] (5,19): “Recitad entre vosotros [[Salmos|salmos]], [[himno]]s y [[cántico]]s inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor”. El [[cardenal]] [[Giovanni Bona|Bona]] ve en estas palabras un [[testigo]] del hecho que “desde los mismos comienzos de [[la Iglesia]], se cantaban salmos e himnos en la asamblea de los fieles”, y entiende que se refieren a un canto alternado (''mutuo et alterno cantu''). McEvilly, en su “Comentario”, los aplica a las reuniones públicas y privadas. [[Vida de San Agustín de Hipona|San Agustín]] (Ep. CXIX, cap. XVIII) dice: “En cuanto al canto de salmos e himnos, tenemos las [[prueba]]s, los ejemplos y las instrucciones de [[Dios]] mismo y de [[los Apóstoles]]”. (Cf. también [[Epístola a los Colosenses|Col.]] 3,16; 1 [[Epístolas a los Corintios|Cor.]] 14,26.)En el antiguo canto de la congregación tomaban parte ambos sexos; las palabras de San Pablo que imponían [[silencio]] a las [[mujer]]es en la iglesia se interpreta como que se refieren sólo a la exhortación o a la instrucción. Duchesne describe como el primer [[culto cristiano|culto]] de los [[cristianismo|cristianos]] era paralelo, no al del [[Templo de Jerusalén|Templo]] de los [[judaísmo|judíos]] en [[Jerusalén]], sino al de las [[sinagoga]]s locales; los cristianos tomaron prestados de allí los cuatro elementos del servicio divino: las lecturas, los cantos (del [[salterio]]), las [[homilía]]s y las [[oración|oraciones]].   Al tratar la [[liturgia]] [[Siria|siria]] del siglo IV, traza un retrato compuesto a partir del vigésimo tercer discurso [[catequesis|catequético]] de [[San Cirilo de Jerusalén]] (cerca del año 347), las [[Constituciones Apostólicas]] (II, 57; VIII, 5-15) y las homilías de [[San Juan Crisóstomo]], y describe el servicio divino (Christian Worship: Its Origin and Evolution, Londres, 1903, p. 57-64), y muestra incidentalmente la parte que la congregación desempeñaba en el canto.  
  
(b)Un concilio celebrado en Laodicea en el siglo IV decretó (can. XV) que “aparte de los cantores ya señalados, que suben al púlpito y cantan siguiendo el libro, nadie más debe cantar en la Iglesia”. El cardenal Bona (Rerum Liturg., libro I, cap. xxv, sec. 19) explica que esta norma fue promulgada porque las toscas voces del pueblo contrariaban la interpretación decorosa del canto. El decreto no fue aceptado universalmente, como explica Bona. En lo que respecta a Francia, destaca asimismo que el hábito del canto popular (congregacional) fue abandonado pocos años después de Cesario, pues el segundo sínodo de Tours había decretado “que los laicos, tanto en las vigilias como en las Misas, no deben aspirar a acompañar a los clérigos junto al altar donde se celebran los Sagrados Misterios, y que el presbiterio ha de estar reservado a los coros de clérigos cantores”. Inmediatamente advierte Sala (nº 4) que “esta costumbre perdura, sin embargo, en la Iglesia Oriental; y en muchas partes de la Iglesia Occidental, muy alejadas de las ciudades y por lo tanto perseverantes en las viejas costumbres y menos influidas por las más recientes, el pueblo aprende el canto eclesiástico y lo canta junto con el clero”. Una multiplicidad de causas, sin duda, que se han combinado hasta derivar en el lamentable silencio actual de nuestras congregaciones, entre las cuales la principal fue, probablemente, la que menciona Bona como origen del decreto del Concilio de Laodicea. Que la causa no era, según opina Dickinson, “el constante progreso del ritualismo y el crecimiento de las ideas sacerdotales”, que “despojaron inevitablemente al pueblo de cualquier iniciativa en el culto, y concentró los oficios de devoción pública, incluido el canto, en manos del clero” (Music in the History of the Western Church, New York, 1902, p. 48), puede deducirse de los esfuerzos de la autoridad eclesiástica por restaurar la antigua costumbre del canto congregacional, como veremos a continuación (c).  
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(b) Un concilio celebrado en [[Laodicea]] en el siglo IV decretó (can. XV) que “además de los [[cantor]]es designados, que suben al [[ambón]] y cantan siguiendo el libro, nadie más debe cantar en la Iglesia”. El cardenal Bona (Rerum Liturg., libro I, cap. XXV, sec. 19) explica que este canon fue emitido porque las toscas voces del pueblo interferían con la decorosa interpretación del canto. El decreto no fue aceptado en todas partes, como muestra Bona. En lo que respecta a [[Francia]], destaca asimismo que la [[costumbre]] del canto popular (de la congregación) cesó pocos años después de Cesáreo; pues el segundo [[sínodo]] de [[Tours]] decretó “que los [[laicos]], tanto en las [[vigilia]]s como en las [[Sacrificio de la Misa|Misas]], no deben tomarse la libertad de acompañar al [[clérigo]]s junto al [[altar]] donde se celebran los Sagrados [[misterio|Misterios]], y que el [[presbiterio]] ha de estar reservado para los [[coro (grupo de cantantes)|coros]] de clérigos cantores”. Acerca de esto Sala señala (nº 4) que “esta costumbre todavía prevalece, sin embargo, en la [[Iglesias Orientales|Iglesia Oriental]]; y en muchas partes de la [[Iglesia Latina|Iglesia Occidental]], muy alejadas de las ciudades y por lo tanto perseverantes en las viejas costumbres y menos influidas por las más recientes, el pueblo aprende el canto eclesiástico y lo canta junto con el clero”. Muchas [[causa]]s, sin duda, se combinaron para producir el lamentable silencio actual de nuestras congregaciones, entre las cuales la principal fue, probablemente, la que menciona Bona como origen del decreto del Concilio de Laodicea. Que la causa no fue, según opina Dickinson, “el constante progreso del ritualismo y el crecimiento de las ideas sacerdotales”, que “inevitablemente despojaron al pueblo de cualquier iniciativa en el culto, y concentró los oficios de devoción pública, incluido el canto, en manos del clero” (Music in the History of the Western Church, New York, 1902, p. 48), puede deducirse de los esfuerzos de la autoridad eclesiástica por restaurar la antigua costumbre del canto por la congregación, como veremos a continuación (c).  
  
(c)El Segundo Concilio Plenario de Baltimore (1866) expresó (nº 380) un fervoroso deseo de que los rudimentos del canto gregoriano fuesen enseñados en las escuelas parroquiales para que “la cifra de los que pueden interpretar bien este canto crezca más y más; gradualmente, la mayor parte, por lo menos, del pueblo debe aprender a cantar las Vísperas y otros cantos similares junto con los ministros de culto y el coro, de acuerdo con el hábito que todavía existe en algunos lugares de la Iglesia Primitiva”. El Tercer Concilio Plenario de Baltimore (1884) repite (nº 119) las palabras del Segundo Concilio, bajo el prefacio denuo confirmemus.  
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(c) El [[Concilios Plenarios de Baltimore|Segundo Concilio Plenario de Baltimore]] (1866) expresó (nº 380) su fervoroso deseo de que los rudimentos del [[canto gregoriano]] sean enseñados en las [[escuelas]] [[parroquia]]les para que “habiendo aumentado cada vez más el número de los que pueden interpretar bien este canto, por lo menos, la mayoría de la gente pueda gradualmente aprenda a cantar las [[vísperas]] y otros cantos similares junto con los [[ministro]]s de culto y el coro, de acuerdo con el hábito que todavía existe en algunos lugares de la Iglesia Primitiva”. El Tercer Concilio Plenario de Baltimore (1884) repite (nº 119) las palabras del Segundo Concilio, con el prefacio ''denuo confirmemmus''.  
  
(d)Las palabras de los citados concilios y del papa implican una restauración del canto congregacional a través de la enseñanza del canto gregoriano, y por tanto se refieren claramente a los oficios estrictamente litúrgicos como la Misa solemne y la Misa mayor, las Vísperas, la Bendición (después del comienzo del Tantum ergo). El canto congregacional en la Misa ordinaria y en otros servicios de la Iglesia, no estrictamente “litúrgico” en su carácter ceremonial, ha perdurado siempre, en mayor o menor grado, en nuestras iglesias. En lo que respecta a los servicios estrictamente litúrgicos, se espera de la congregación que esté lo suficientemente instruida para cantar, además de los responsos del celebrante (especialmente los del Prefacio), el ordinario (es decir, el Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus, Benedictus, Agnus Dei) de la Misa en canto llano, dejando al coro el Introito, Gradual o Tracto, secuencia (si la hay), Ofertorio y Comunión al coro; los salmos e himnos en Vísperas, dejando al coro las antífonas. El canto también puede realizarse con la alternancia de la congregación y el coro. Perosi realizó una fervorosa petición al congreso musical de Padua (junio del 1907) para que el Credo fuese también interpretado según este modelo congregacional (cf. Civiltà Cattolica, 6 de julio, 1907). (Ver CORO; MÚSICA; CORAL, CANTO) .
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(d) Las palabras de los citados [[concilio]]s y del [[Papa]] implican una restauración del canto congregacional a través de la enseñanza del [[canto gregoriano]], y por tanto se refieren claramente a los oficios estrictamente [[liturgia|litúrgicos]] como la [[Sacrificio de la Misa|Misa]] solemne o mayor, las [[vísperas]], la [[bendición]] (después del comienzo del [[Tantum Ergo]]). El canto por la congregación en la Misa rezada y en otros servicios de [[la Iglesia]], no estrictamente “litúrgicos” en su carácter [[ceremonia]]l, ha perdurado siempre, en mayor o menor grado, en nuestras iglesias. En lo que respecta a los servicios estrictamente litúrgicos, se espera de la congregación que esté lo suficientemente instruida para cantar, además de los [[responsorio]]s al celebrante (especialmente los del [[prefacio]]), el ordinario (es decir, el [[Kirie Eleison]], el [[Gloria in Excelsis Deo|Gloria]], el [[Credo]], el [[Sanctus]], el [[Benedictus]], el [[Agnus Dei]]) de la Misa en [[canto llano]]; y que deje al [[coro (grupo de cantantes)|coro]] el [[introito]], el [[gradual]] o tracto, [[prosa o secuencia|secuencia]] (si la hay), el [[ofertorio]] y [[Sagrada Comunión|Comunión]]; los [[Salmos|salmos]] e [[himno]]s en vísperas, dejando al coro las [[antífona]]s. El canto también puede realizarse con la alternancia de la congregación y el coro. Perosi realizó un fuerte llamado al congreso musical de Padua (junio del 1907) para que la congregación cante el Credo (cf. Civiltà Cattolica, 6 de julio de 1907). (Vea [[coro (grupo de cantantes)]], [[música eclesiástica]], [[canto litúrgico]], [[canto llano]], [[canto gregoriano]]).  
WAGNER, Origine et Developpement du Chant Liturgigue, tr. BOUR (Tournai, 1904). 14 sqq. Gives a good summary of the history of the earliest congregational singing. Two articles in the American Ecclesiastical Review (July, 1892, 19-29, and August, 1892, 120-133) give history, references, limits of vernacular singing, and methods of training. See also Manual Church Music (quarterly) (December, 1905), 21-33 for methods; also DICKINSON, Music in the History of the Western Church, 223, 242, 376 for congregational singing in Protestant churches.  
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H.T. HENRY
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Bibliografía:  WAGNER, Origine et Developpement du Chant Liturgigue, tr. BOUR (Tournai, 1904). 14 ss. Da un buen resumen de la historia del primer canto congregacional.  Dos artículos en la Revista Eclesiástica Americana (julio 1892, 19-29, y agosto de 1892, 120-133) da la historia, referencias, límites del canto vernáculo y métodos de adiestramiento.  Vea también Manual Church Music (trimestral) (dic. De 1905), 21-33 for methods; also DICKINSON, Music in the History of the Western Church, 223, 242, 376 for congregational singing in Protestant churches.
Transcrito por Thomas M. Barrett
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Dedicado al personal de Oregon Catholic Press
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Fuente:  Henry, Hugh. "Congregational Singing." The Catholic Encyclopedia. Vol. 4. New York: Robert Appleton Company, 1908. <http://www.newadvent.org/cathen/04241a.htm>.
Traducido por Eva Moreda
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Traducido por Eva Moreda.  rc

Última revisión de 07:40 27 oct 2010

En su Instrucción sobre la música sacra, comúnmente conocida como Motu Proprio (22 de noviembre de 1903), Pío X dice (núm. 3): “Hay que hacer esfuerzos especiales por restaurar el uso del canto gregoriano por el pueblo, de forma que los fieles puedan volver a participar de forma más activa en los oficios eclesiásticos, como sucedía en tiempos antiguos”. Estas palabras sugieren un breve tratamiento del canto por la congregación respecto a (a) su uso antiguo, (b) su prohibición formal y decadencia gradual, (c) su actual recuperación, (d) el carácter que tal reavivamiento puede asumir.

(a) El primer testimonio lo encontramos en la Epístola de San Pablo a los Efesios (5,19): “Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor”. El cardenal Bona ve en estas palabras un testigo del hecho que “desde los mismos comienzos de la Iglesia, se cantaban salmos e himnos en la asamblea de los fieles”, y entiende que se refieren a un canto alternado (mutuo et alterno cantu). McEvilly, en su “Comentario”, los aplica a las reuniones públicas y privadas. San Agustín (Ep. CXIX, cap. XVIII) dice: “En cuanto al canto de salmos e himnos, tenemos las pruebas, los ejemplos y las instrucciones de Dios mismo y de los Apóstoles”. (Cf. también Col. 3,16; 1 Cor. 14,26.). En el antiguo canto de la congregación tomaban parte ambos sexos; las palabras de San Pablo que imponían silencio a las mujeres en la iglesia se interpreta como que se refieren sólo a la exhortación o a la instrucción. Duchesne describe como el primer culto de los cristianos era paralelo, no al del Templo de los judíos en Jerusalén, sino al de las sinagogas locales; los cristianos tomaron prestados de allí los cuatro elementos del servicio divino: las lecturas, los cantos (del salterio), las homilías y las oraciones. Al tratar la liturgia siria del siglo IV, traza un retrato compuesto a partir del vigésimo tercer discurso catequético de San Cirilo de Jerusalén (cerca del año 347), las Constituciones Apostólicas (II, 57; VIII, 5-15) y las homilías de San Juan Crisóstomo, y describe el servicio divino (Christian Worship: Its Origin and Evolution, Londres, 1903, p. 57-64), y muestra incidentalmente la parte que la congregación desempeñaba en el canto.

(b) Un concilio celebrado en Laodicea en el siglo IV decretó (can. XV) que “además de los cantores designados, que suben al ambón y cantan siguiendo el libro, nadie más debe cantar en la Iglesia”. El cardenal Bona (Rerum Liturg., libro I, cap. XXV, sec. 19) explica que este canon fue emitido porque las toscas voces del pueblo interferían con la decorosa interpretación del canto. El decreto no fue aceptado en todas partes, como muestra Bona. En lo que respecta a Francia, destaca asimismo que la costumbre del canto popular (de la congregación) cesó pocos años después de Cesáreo; pues el segundo sínodo de Tours decretó “que los laicos, tanto en las vigilias como en las Misas, no deben tomarse la libertad de acompañar al clérigos junto al altar donde se celebran los Sagrados Misterios, y que el presbiterio ha de estar reservado para los coros de clérigos cantores”. Acerca de esto Sala señala (nº 4) que “esta costumbre todavía prevalece, sin embargo, en la Iglesia Oriental; y en muchas partes de la Iglesia Occidental, muy alejadas de las ciudades y por lo tanto perseverantes en las viejas costumbres y menos influidas por las más recientes, el pueblo aprende el canto eclesiástico y lo canta junto con el clero”. Muchas causas, sin duda, se combinaron para producir el lamentable silencio actual de nuestras congregaciones, entre las cuales la principal fue, probablemente, la que menciona Bona como origen del decreto del Concilio de Laodicea. Que la causa no fue, según opina Dickinson, “el constante progreso del ritualismo y el crecimiento de las ideas sacerdotales”, que “inevitablemente despojaron al pueblo de cualquier iniciativa en el culto, y concentró los oficios de devoción pública, incluido el canto, en manos del clero” (Music in the History of the Western Church, New York, 1902, p. 48), puede deducirse de los esfuerzos de la autoridad eclesiástica por restaurar la antigua costumbre del canto por la congregación, como veremos a continuación (c).

(c) El Segundo Concilio Plenario de Baltimore (1866) expresó (nº 380) su fervoroso deseo de que los rudimentos del canto gregoriano sean enseñados en las escuelas parroquiales para que “habiendo aumentado cada vez más el número de los que pueden interpretar bien este canto, por lo menos, la mayoría de la gente pueda gradualmente aprenda a cantar las vísperas y otros cantos similares junto con los ministros de culto y el coro, de acuerdo con el hábito que todavía existe en algunos lugares de la Iglesia Primitiva”. El Tercer Concilio Plenario de Baltimore (1884) repite (nº 119) las palabras del Segundo Concilio, con el prefacio denuo confirmemmus.

(d) Las palabras de los citados concilios y del Papa implican una restauración del canto congregacional a través de la enseñanza del canto gregoriano, y por tanto se refieren claramente a los oficios estrictamente litúrgicos como la Misa solemne o mayor, las vísperas, la bendición (después del comienzo del Tantum Ergo). El canto por la congregación en la Misa rezada y en otros servicios de la Iglesia, no estrictamente “litúrgicos” en su carácter ceremonial, ha perdurado siempre, en mayor o menor grado, en nuestras iglesias. En lo que respecta a los servicios estrictamente litúrgicos, se espera de la congregación que esté lo suficientemente instruida para cantar, además de los responsorios al celebrante (especialmente los del prefacio), el ordinario (es decir, el Kirie Eleison, el Gloria, el Credo, el Sanctus, el Benedictus, el Agnus Dei) de la Misa en canto llano; y que deje al coro el introito, el gradual o tracto, secuencia (si la hay), el ofertorio y Comunión; los salmos e himnos en vísperas, dejando al coro las antífonas. El canto también puede realizarse con la alternancia de la congregación y el coro. Perosi realizó un fuerte llamado al congreso musical de Padua (junio del 1907) para que la congregación cante el Credo (cf. Civiltà Cattolica, 6 de julio de 1907). (Vea coro (grupo de cantantes), música eclesiástica, canto litúrgico, canto llano, canto gregoriano).


Bibliografía: WAGNER, Origine et Developpement du Chant Liturgigue, tr. BOUR (Tournai, 1904). 14 ss. Da un buen resumen de la historia del primer canto congregacional. Dos artículos en la Revista Eclesiástica Americana (julio 1892, 19-29, y agosto de 1892, 120-133) da la historia, referencias, límites del canto vernáculo y métodos de adiestramiento. Vea también Manual Church Music (trimestral) (dic. De 1905), 21-33 for methods; also DICKINSON, Music in the History of the Western Church, 223, 242, 376 for congregational singing in Protestant churches.

Fuente: Henry, Hugh. "Congregational Singing." The Catholic Encyclopedia. Vol. 4. New York: Robert Appleton Company, 1908. <http://www.newadvent.org/cathen/04241a.htm>.

Traducido por Eva Moreda. rc