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Sábado, 23 de noviembre de 2024

Las siete artes liberales

De Enciclopedia Católica

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La expresión artes liberales, usada principalmente durante la Edad Media, no significa artes en el sentido en el que entendemos estas palabras hoy en día, sino aquellas ramas del conocimiento que se enseñaban en las escuelas de aquel tiempo. Son llamadas liberales (latín liber, libres) porque sirven al propósito de entrenar al hombre libre, en contraste con las “artes illiberales”, que tienen fines económicos; su fin es preparar al estudiante no para ganarse la vida, sino la búsqueda de la ciencia en el sentido estricto del término, es decir, la combinación de filosofía y teología conocida como escolasticismo. En número son siete y pueden organizarse en dos grupos: el primero abarca la gramática, retórica y dialéctica, en otras palabras, las ciencias del lenguaje, de la oratoria, y de la lógica, mejor conocidas como las “artes sermocinales”, o estudios de la lengua; el segundo grupo comprende la aritmética, geometría, astronomía y música, es decir, las disciplinas matemático-físicas, conocidas como las “artes reales”, o “physicae”. El primer grupo se considera el grupo elemental, de donde a estas ramas también se les llama “artes triviales” o “trivium”, es decir, un terreno bien apisonado tal como la confluencia de tres caminos, o una encrucijada abierta a todo. En contraste con éstos encontramos las disciplinas matemáticas como “artes quadriviales” o “quadrivium”, o un camino con cuatro ramales. Las siete artes liberales son así miembros de un sistema de estudios que abarca las ramas de la lengua como el grado más bajo, las ramas matemáticas como el intermedio y la ciencia propiamente dicha como el grado superior y terminal. Aunque este sistema no recibió el desarrollo distintivo que connota su nombre hasta la Edad Media, aún se extiende en la historia de la pedagogía tanto hacia atrás y hacia delante; pues aunque, por un lado, lo encontramos entre las naciones clásicas, los griegos y los romanos, y hasta descubrimos formas análogas como precursores en el sistema educativo de los antiguos orientales, su influencia, por otro lado, ha durado mucho más allá de la Edad Media, hasta nuestros días.

Por varias razones es deseable tratar el sistema de las siete artes liberales desde este punto de vista, y esto es lo que proponemos hacer en este artículo. El tema es de especial interés para los historiadores, debido a que una evolución que se extiende a través de más de dos mil años y aún en operación activa, reta a nuestra atención al sobrepasar tanto en duración como en ramificaciones locales a las demás fases de la pedagogía. Pero es igualmente instructivo para los filósofos debido a que pensadores tales como Pitágoras, Platón y San Agustín colaboraron en la armazón del sistema, y porque en él se ha incorporado mucho pensamiento y mucha sabiduría pedagógica. Por ello, también es de importancia para el maestro práctico, porque entre los comentarios de tantos escolásticos sobre este tema se pueden encontrar muchas recomendaciones de gran utilidad.

El sistema de estudio oriental, que exhibe una analogía instructiva con el que aquí se trata, es el de los antiguos hindúes aún en boga entre los brahmanes. En éste, el más alto objeto es el estudio del Veda, es decir, la ciencia o doctrina de las cosas divinas, el resumen de sus escritos especulativos y religiosos, para cuya comprensión se pusieron a trabajar diez ciencias auxiliares, cuatro de las cuales---fonología, gramática, exégesis y lógica---son de naturaleza lingüístico-lógica, y por ello pueden compararse con el Trivium; mientras que dos---astronomía y métrica---pertenecen al dominio de las matemáticas, y por tanto al Quadrivium. Las restantes, es decir, ley, erudición ceremonial, erudición legendaria y dogma, pertenecen a la teología. Entre los griegos, la filosofía ocupa el lugar del Veda, es decir, el estudio de la sabiduría, la ciencia de las causas últimas, que desde un punto de vista es idéntica a la teología. La “Teología Natural”, es decir, la doctrina de la naturaleza de la Divinidad y de las cosas Divinas, se consideraba dominio de los filósofos, al igual que la “teología política” fue del sacerdote y la “teología mística” de los poetas. [Ver O. Willmann, Geschichte des Idealismos (Brunswick, 1894), I, sec. 10.] Pitágoras (quien floreció entre 540 a.C. y 510 a.C.) primero se llamó a sí mismo filósofo, pero también fue estimado como el más grande de los teólogos griegos. El currículo que organizó para sus pupilos llevó al “hieros logos”, es decir, la enseñanza sagrada, para cuya preparación los estudiantes recibieron como mathematikoi, es decir, los aprendices o personas ocupadas con las “mathemata”, la “ciencia del aprendizaje”---que de hecho ahora se conoce como matemáticas. La preparación para esto fue a lo que los discípulos se sometieron como akousmatikoi, “oyentes”, después de cuya preparación eran introducidos a los que entonces se usaba entre los griegos, llamado mousike paideia, “educación musical”, que consistía en lectura, escritura, lecciones de los poetas, ejercicios de memorización y la técnica de la música. La posición intermedia de las matemáticas es atestiguada por la antigua expresión de los metaichmon Pitagóricos, es decir, “distancia de lanzada”; que era propiamente la distancia entre los combatientes; en este caso, entre la educación elemental y la estrictamente científica. Pitágoras es además reconocido por haber convertido la investigación geométrica, esto es, matemática, en una forma de educación para el hombre libre. (Proclo, Comentario sobre Euclides, I, p. 19, ten peri ten geometrian philosophian eis schema paideias eleutherou metestesen.) “Descubrió una media o etapa intermedia entre las matemáticas del templo y las matemáticas de la vida práctica, tal como aquella empleada por los encuestadores y personas de negocios; conserva las altas metas del formador, al mismo tiempo que lo hace la palestra del intelecto; junta una disciplina religiosa con el servicio de la vida seglar al mismo tiempo sin robarle su carácter sagrado, al igual que anteriormente transformó la teología física en filosofía natural sin alienarle su origen santificado” (Geschichte des Idealismos, I, 19 hasta el fin). Una extensión de los estudios elementales fue traída por la activa, aunque algo inestable, vida mental que se desarrolló después de las guerras pérsicas en el siglo V a.C. A partir del estudio simple de la lectura y escritura avanzaron al arte de la oratoria y su teoría (retórica), con la cual se combinaba la dialéctica, propiamente el arte del discurso alternado, o la discusión del pro y con. Este cambio fue traído por los sofistas, particularmente por Gorgias de Leontium. También dieron gran importancia a los muchos ángulos de su conocimiento teórico y práctico. Se cuenta que Hippias de Elis se jactaba de haber elaborado su propia capa, túnica y calzado (Cícero, De Oratote, ll, 32, 127). De esta forma, la lengua actual gradualmente empezó a designar el cuerpo total de conocimiento educacional como encíclica, es decir, como universal o que abarca todo (egkyklia paideumata o methamata; egkiklios paideia). La expresión indicaba originalmente el conocimiento actual común a todo, pero después asumió el significado anteriormente mencionado, el cual también ha pasado a nuestra palabra enciclopedia.

Habiendo Sócrates ya enfatizado fuertemente las metas morales de la educación, Platón (429-347 a.C.) protestó contra su degeneración por un esfuerzo en adquirir cultura a través de un amontonamiento de información multifario (polypragmosyne). En la “República” propone un curso de educación que parece ser el curso pitagórico perfeccionado. Inicia con cultura músico-gimnástica, por cuyo medio intenta impresionar los sentidos con las formas fundamentales de la belleza y el bien, esto es, el ritmo y la forma (aisthesis). El curso intermedio abraza las ramas matemáticas, a saber, aritmética, geometría, astronomía y música, que se calcula ponen en acción los poderes de la reflexión (dianoia), y permite que el estudiante progrese por grados desde percepción sensorial hasta intelectual, a medida que domina en forma sucesiva la teoría de los números, de las formas, de las leyes cinéticas de los cuerpos y de las leyes de los sonidos (musicales). Esto lleva al más alto grado del sistema educacional, su pináculo (thrigkos) por decirlo así, esto es, la filosofía, a la cual Platón llamó dialéctica, elevando así la palabra desde su significado actual para significar la ciencia de lo Eterno como terreno y prototipo del mundo de los sentidos. Este progreso a la dialéctica (dialektike poreia) es la obra de nuestra más alta facultad cognitiva, el intelecto intuitivo (nous). De esta manera Platón asegura una base psicológica o noética, para la secuencia de sus estudios, que son: sentido-percepción, reflexión y percepción intelectual. Durante el período alejandrino, el cual inicia en los últimos años del siglo cuarto antes de Cristo, los estudios encíclicas asumen formas escolásticas. La gramática, como ciencia de la lengua (gramática técnica) y la explicación de los clásicos (gramática exegética) , es el principio; la retórica se convierte en un curso elemental en oratoria y escritura. Por dialéctica ellos entendían, de acuerdo a la enseñanza de Aristóteles, las directrices que permiten al estudiante presentar puntos de vista aceptables y válidos de un tema dado; por ello la dialéctica se convirtió en lógica elemental práctica. Los estudios matemáticos conservaron su orden platónico, por medio de poemas astronómicos, la ciencia de las estrellas, y por medio de obras sobre geografía, la ciencia del globo se convirtió en parte de la educación popular (Strabo, Geographica, I, 1, 21-23). La filosofía siguió siendo la culminación de los estudios encíclicos, que le llevó a una relación como el de las criadas a las dueñas de la casa, o de un refugio temporal al hogar fijo (Diog. Laert., II, 79: ef. la Didaktik als Bildungslehre del autor, I, 9 ).

Entre los romanos la gramática y retórica fueron los primeros en lograr una posición firmemente afianzada; la cultura se identificaba por ellos con elocuencia, pues el arte de la oratoria y el dominio de la palabra hablada se basaban en un conocimiento múltiple de las cosas. En sus “Instituciones Oratoriae” Quintiliano, el primer professor eloquentiae en Roma en los tiempos de Vespasiano, inicia su instrucción con gramática, o, por decirlo con mayor precisión, con gramática latina y griega, continúa con matemáticas y música, y concluye con retórica, el cual incluye no sólo elocución y conocimiento de la literatura, sino también instrucción lógica –en otras palabras, instrucción dialéctica. Sin embargo, el sistema encíclico como sistema de las artes liberales, o Artes Bonae, es decir, el aprendizaje del vir bonus, o patriota, fue representado también en manuales especiales. El “Libri IX Disciplinarum” del erudito M. Terentius Varro de Reate, un contemporáneo anterior a Cicerón, trata de las siete artes liberales agregándoles medicina y arquitectura. El cómo la última de éstas ciencias fue conectada con los estudios generales es mostrado en el libro “De Architecturâ” por M. Vitruvius Pollio, un escritor de tiempos de Augusto, en el cual se hacen excelentes observaciones sobre la conexión orgánica entre todos los estudios. “Los no experimentados”, afirma, “pueden maravillarse ante el hecho de que tantas cosas diferentes puedan ser retenidas por su memoria; pero tan pronto observen que todas las ramas del aprendizaje tienen una conexión real y una acción recíproca entre ellas, el asunto parecerá muy simple; pues la ciencia universal (egkyklios, disciplina) está compuesta de la ciencias especiales así como el cuerpo está compuesto por miembros, y aquellos que desde su primera juventud han sido instruidos en las diferentes ramas del conocimiento (variis eruditionibus) reconocen en todas las mismas características fundamentales (notas) y las mutuas relaciones de todas las ramas, y por tanto pueden asir todo con mayor facilidad” (Vitr., De Architecturâ, I, 1, 12). Es estos puntos de vista la concepción platónica aún es operante, y los romanos siempre conservaron la convicción de que en la filosofía en sí misma se encontraba la perfección de la educación. Cícero enumera los siguientes como los elementos de una educación liberal: geometría, literatura, poesía, ciencia natural, ética y política. (Artes quibus liberales doctrinae atque ingenuae continentur; geometria, litteratum cognito et poetarum, atque illa quae de naturas rerum, quae de hominum moribus, quae de rebus publicus dicuntur.)

El cristianismo enseñó a los hombres a considerar la educación y la cultura como un trabajo de la eternidad, a la cual todos los objetos temporales son secundarios. Por tanto, suavizó la antítesis entre las artes liberales y las no liberales; la educación de la juventud logra su propósito cuando actúa para “que el hombre de Dios se perfeccione, proveyéndole para hacer el bien” (2 Tim. 3,17). En consecuencia, el trabajo, que entre las naciones clásicas había sido considerado como indigno del hombre libre, quien sólo debía vivir para el ocio, era ennoblecido; pero el aprendizaje, retoño del ocio, no perdía su dignidad. Los cristianos conservaron la expresión mathemata eleuthera, studia liberalia, así como la graduación de estos estudios, pero ahora la verdad cristiana era la corona del sistema en la forma de instrucción religiosa para la gente y de teología para los eruditos. La apreciación de las varias ramas del conocimiento era en gran medida influenciada por el punto de vista expresado por San Agustín en su pequeño libro “De Doctrinâ Christiana”. Como ex maestro de retórica y maestro de elocuencia estaba completamente familiarizado con las artes y había escrito sobre algunas de ellas. La gramática conserva el primer lugar en el orden de los estudios, pero el estudio de las palabras no interferiría con la búsqueda de la verdad que contenían. El regalo más preciado de las mentes brillantes es el amor a la verdad, no las palabras que lo expresan. “Pues en qué beneficia una llave de oro si no puede dar acceso al objeto que deseamos alcanzar, y por qué buscar la falla de una llave de madera si sirve a nuestro propósito?” (De Doctr. Christ., IV, 11,26). Al estimar la importancia de los estudios lingüísticos como medio para interpretar la Escritura, debe enfatizarse la gramática exegética en lugar de la técnica. La dialéctica debe también demostrar su valor al interpretar la Escritura; “Examina todo el texto como un tejido nervioso” (Per totum textum scripturarum colligata est nervorum vice, ibid., II, 40,56). La retórica contiene las reglas para una más amplia discusión (preacepta uberioris disputationis); debe usarse más bien para establecer lo que hemos comprendido y no para ayudarnos a comprender (ibid., II, 18). San Agustín comparó una pieza maestra de retórica con la sabiduría y belleza del cosmos y la historia –“Ita quidam non verborum, sed rerum, eloquentiâ contrariorum oppositione seculi pulchritudo componitur” (De Civil. Dei, XI, 18). Las matemáticas no fueron inventadas por el hombre, pero sus verdades fueron descubiertas; nos dan a conocer los misterios ocultos en los números encontrados en las Escrituras, y guían a las mentes hacia las alturas, de los mutable a lo inmutable; e interpretados en el espíritu del Divino Amor, se convierten en una fuente para la mente de aquella sabiduría que ha ordenado todas las cosas por medida, peso y número (De Doctr. Christ., II, 39, también Sabiduría, XI, 21). Las verdades elaboradas por los filósofos de la antigüedad, como metal precioso extraído de las profundidades de una Providencia que reina sobre todo, debe ser aplicado por los Cristianos en el espíritu del Evangelio, tal como los israelitas utilizaron los vasos sagrados de los egipcios para el servicio del Dios verdadero (De Doctr. Christ., II, 41).

La serie de libros de texto de moda durante la Edad Media inició con la obra de un africano, Marcianus Capella, escrito en Cartago alrededor del año 420 d.C. Lleva el título “Satyricon Libri IX” de satura, se, lanx “un plato lleno”. En los dos primeros libros, “Nuptiae Philologiae et Mercurio”, se tratan tópicos mitológicos y de otro tipo, por medio de la alegoría de que Phoebus presenta las Siete Artes Liberales como doncellas a la novia Filología. En los siete libros que siguieron, cada una de las Artes Liberales presenta la suma de su enseñanza. Una presentación más simple de la misma materia se encuentra en el pequeño libro, dirigido a clérigos titulado “De artibus ac disciplinis liberalium artium”, el cual fue escrito por Magno Aurelio Casiodoro en el reino de Teodorico. Aquí puede notarse que Ars significa “libro de texto”, al igual que la palabra techen; disciplina es la traducción del griego mathesis o mathemata, y significaba de una manera más limitada las ciencias matemáticas. Casiodoro deriva la palabra liberalis no de liber, “libre”, sino de liber, “libro”, indicando por ello el cambio de estos estudios a aprendizaje en libro, así como la desaparición de la perspectiva de que las otras ocupaciones son serviles y no dignas de un hombre libre. De nuevo nos encontramos con las Artes al inicio de una obra enciclopédica llamada “Origines, sive Etymologiae”, en veinte libros, compilado por San Isidoro, obispo de Sevilla, alrededor del año 600. El primer libro de esta obra trata de gramática; el segundo, de retórica y dialéctica, ambos comprendidos bajo el nombre de lógica; el tercero, de las cuatro ramas matemáticas. En los libros del IV-VIII siguen medicina, jurisprudencia, teología; pero los libros IX y X nos dan material lingüístico, etimologías, etc., y los libros restantes presentan una miscelánea de información útil. Albinus (o Alcuino), el reconocido hombre de estado y consejero de Carlos el Grande, trataba las Artes en tratados por separado, de las cuales sólo los tratados que se pretendía fueran guías al Trivium, son los que han llegado hasta nosotros. En la introducción, encuentra en Proverbios 9,1 (La sabiduría se ha construido una casa, se ha aserrado siete pilares) una alusión a las siete artes liberales que él piensa son los siete pilares. El libro está escrito en forma de diálogo, haciendo el discípulo preguntas que son contestadas por el maestro. Uno de los pupilos de Alcuino, Mauro Magnencio Rábano, quien murió en 850 siendo arzobispo de Maguncia, en su libro titulado “De institutione Clericoum” dio breves instrucciones en cuanto a las Artes, y publicó con el nombre “De Universo” lo que podría llamarse una enciclopedia. La extraordinaria actividad mostrada por los monjes irlandeses como maestros en Alemania llevó a la designación de las Artes como Methodus Hibérnica. Para imprimir la secuencia de las artes en la memoria del estudiante, se emplearon versos mnemónicos tales como el hexámetro;

Lengua, tropus, ratio, numerus, tonos, angulus, astra. Gram loquiter, Dia vera docet, Rhe verba colorat Mu canit, Ar numerat, Geo ponderat, Ast colit astra. El número se hizo popular por el número siete: las Siete Artes recordaban las Siete Peticiones de la Oración del Señor, los Siete Dones del Espíritu Santo, los Siete Sacramentos, las Siete Virtudes, etc. Las Siete Palabras en la Cruz, los Siete Pilares de la Sabiduría, Los Siete Paraísos podrían también sugerir ramas particulares de aprendizaje. Las siete artes liberales encontraron contrapartes en las siete artes mecánicas; incluyendo éstas últimas telar, herrería, guerra, navegación, agricultura, cacería, medicina, y el ars theatrica. A éstas se agregaron danza, lucha, y conducción. Aún los logros a ser dominados por los candidatos a caballeros se fijaron en siete: montura, justa, esgrima, lucha, correr, saltar y tirar la lanza. Las ilustraciones pictóricas de las Artes se encuentran con frecuencia, usualmente figuras femeninas con atributos adecuados; así la Gramática aparece con libro y vara, la Retórica con tabla y cincel, la Dialéctica con una cabeza de perro en su mano, probablemente en contraste con el lobo de la herejía –juego de palabras Domini canes, Dominicani – la Aritmética con un cordel anudado, la Geometría con un par de compases y una regla, la Astronomía con una fanega o bushel y estrellas y la Música con cítara y órgano. Se agregaron los retratos de los principales representantes de las distintas ciencias. Así en el gran grupo de Tadeo Gaddi que está en el convento dominico de Santa María Novella en Florencia, y que fue pintado en 1322, la figura central es Santo Tomás de Aquino, la Gramática aparece con ya sea Donattus (quien vivió alrededor del año 250 D.C.) o Prisciano (alrededor de 530 D.C.), los dos más prominentes maestros de gramática, en el acto de instruir a un niño: la Retórica acompañada por Cícero: la Dialéctica por Zeno de Elea, a quien los antiguos consideraron el fundador del arte; la Aritmética por Abraham, como representante de la filosofía de los números, y versado en el conocimiento de las estrellas; la Geometría por Euclides (alrededor de 300 A.C.), cuyos “Elementos” fueron considerados como el canon de la ciencia de las estrellas; la Música por Tubal Cain usando el martillo, probablemente en alusión a los martillos armónicamente afinados que se dice sugirieron a Pitágoras su teoría de intervalos. Como contrapartes de las artes liberales se encuentran siete ciencias más elevadas: ley civil, ley canónica, y las cinco ramas de la teología llamadas especulativa, de la Sagrada Escritura, escolasticismo, contemplativa y apologética. (Cf. Geschichte des Idealismos, II, Par.74, donde se discute la postura de Santo Tomás de Aquino hacia las ciencias.)

Una imagen instructiva de las siete artes liberales en el siglo XII puede encontrarse en Hugo de San Víctor, quien murió en París, en 1141. Él descendía de la familia de los Condes Blankenburg en las Montañas Harz y recibió su educación en el convento agustino de Hammersleben en la Diócesis de Halberstadt, donde se dedicó a las artes liberales desde 1109 hasta 1114. En su “Didascalicum”, VI, 3, escribe “Me atrevo a decir que nunca he sido privado de nada que tenga que ver con la erudición, pero he aprendido mucho de lo que a otros parece ser frívolo y bobo. Recuerdo cómo, cuando niño estudiante, buscaba asegurarme de los nombres de todos los objetos que veía, o que llegaban a mis manos, y cómo formulaba mis propios pensamientos sobre ellos [perpendens libere], es decir: que uno no puede conocer la naturaleza de las cosas antes de haber aprendido sus nombres. Con qué frecuencia me di a la tarea diaria voluntaria del estudio de problemas [sophismata] que había garabateado por intentar ser breve, por medio de una palabra clave o dos [dictionibus] en una página, con el fin de comprometer a la memoria la solución y el número de casi todas las opiniones, preguntas y objeciones [disposiciones ad invicem controversias] y al hacerlo cuidadosamente distinguí entre los métodos de los retóricos, los oradores y los sofistas. Representé números con piedrecillas, y cubrí el suelo con líneas negras, y comprobé de manera clara por el diagrama frente a mi las diferencias entre los triángulos agudos, escalenos y obtusos; de la misma manera determiné si un cuadrado tiene la misma área que un rectángulo del cual se multiplican dos de sus lados, al deducir la longitud en ambos casos [utrobique procurrente podismo]. Con frecuencia he observado la noche invernal, mirando a las estrellas [horoscopus – no predicción astrológica, que estaba prohibido, sino estudio puro de las estrellas]. Con frecuencia he tocado la magada [Gr. Magadis, un instrumento de 20 cuerdas, que da diez tonos] midiendo las cuerdas de acuerdo a los valores numéricos, y estirándolos sobre la madera con el fin de captar con mi oído la diferencia entre los tonos, y al mismo tiempo alegrar mi corazón con la dulce melodía. Todo esto fue hecho de manera infantil, pero dista mucho de ser inútil, pues este conocimiento no ha sido una carga para mí. No recuerdo estas cosas con el fin de alardear mis logros, que son de poco o ningún valor, sino para demostrarte que el trabajador más ordenado es el más habilidoso [illum incedere aptissime qui incedit ordinate], a diferencia de tantos que, deseando hacer un gran salto, caen en un abismo; pues al igual que con las virtudes, así en las ciencias hay pasos fijos. Pero, dirán ustedes, encuentro en las historias asuntos muy poco útiles y prohibidos; ¿para qué ocuparme de ello? Muy cierto, existen en las Escrituras muchas cosas que, considerados en sí mismos, aparentemente no vale la pena adquirir, pero los cuales, si se comparan con otros relacionados con ellos, y si los sopesan, teniendo en mente esta conexión [in toto suo trutinare caeperis], demostrarán ser necesarios y útiles. Algunas cosas valen la pena conocer en sí mismos; pero otras, aunque en apariencia no ofrecen un beneficio por nuestra molestia, no debe prescindirse de ellos, porque sin ellos los anteriores no pueden ser totalmente dominados [enucleate sciri non possunt]. Aprendan todo: después descubrirán que nada es supérfluo; limitar el conocimiento no ofrece gozo [coarctata scientia jucunda non est].”

La relación de las Artes con la filosofía y la sabiduría fue fielmente tenida en cuenta durante la Edad Media. Hugo dice de ello: “Entre todos los departamentos del conocimiento los antiguos asignaron siete a ser estudiados por los principiantes, debido a que encontraron en ellos un mayor valor que en otros, así que aquel que los dominara bien podía después dominar el resto más bien por investigación y práctica que por la instrucción oral del maestro. Son, como lo fueron entonces, las mejores herramientas, la entrada justa a través de la cual la verdad filosófica se abre a nuestro intelecto. Por ello los nombres trivium y quadrivium, pues aquí la mente robusta progresa como si fuera por caminos o senderos hacia los secretos de la sabiduría. Es por esta razón que entre los antiguos que seguían este camino, hubo tantos hombres sabios. Nuestros escolásticos [scholastici] no tienen inclinación, o no saben mientras estudian, cómo adherirse al método adecuado, aunque hay tantos que trabajan con esmero [studentes], pero pocos hombres sabios” (Didascalicum, III, 3).

San Buenaventura (1221-74) en su tratado “De Reductione artium ad theologiam” propone una explicación profunda del origen de las Artes, incluyendo la filosofía; lo fundamenta en el método de la Sagrada Escritura como el método de toda enseñanza. La Sagrada Escritura nos habla en tres formas: por discurso (sermo), por instrucción (doctrina) y por indicaciones para vivir (vita). Es la fuente de verdad en el discurso, de la verdad en las cosas y de la verdad en la moral, y por tanto igualmente de la filosofía racional, natural y moral. La filosofía racional, teniendo por la verdad hablada, la trata desde el triple punto de vista de la expresión, de la comunicación y del impulso a la acción, en otras palabras intenta expresar, enseñar, persuadir (exprimere, docere, movere). Estas actividades son representadas por sermo congruus, versus, ornatus y las artes de la gramática, dialéctica y retórica. La filosofía natural busca la verdad en las cosas mismas como rationes ideales, y en forma acorde se divide en física, matemática y metafísica. La filosofía moral determina la veritas vitae para la vida del individuo como monástica (monos solo), para la vida doméstica como oeconomica y para la sociedad como política. Para la erudición general y el aprendizaje enciclopédico, la educación medieval tiene relaciones menos cercanas que aquellas de Alejandría, principalmente debido a que el Trivium tenía carácter formal, es decir, buscaba entrenar más bien la mente, en lugar de impartir conocimiento. La lectura de autores clásicos se consideraba un apéndice al Trivium. Hugo, quien como hemos visto, no lo subestima, lo incluye en la lectura de sus poemas, fábulas, historias y ciertos otros elementos de instrucción (poemata, fabulae, historiae, didascaliae quaedam). La ciencia del lenguaje, usando la expresión de Agustín, aún es designada como la llave de todo el conocimiento positivo; por esta razón se mantiene su lugar a la cabeza de las Artes. Por ello dice Juan de Salisbury (nacido entre 1110 y 1120; muerto en 1180), Obispo de Chartres): “Si la gramática es la llave de toda la literatura, y la madre y señora del lenguaje, ¿quién será lo suficientemente audaz para alejarla del umbral de la filosofía? Sólo aquel que piense que lo escrito y lo hablado es innecesario para el estudiante de filosofía” (Metalogicus, I, 21). Ricardo de San Víctor (murió en 1173) pone a la gramática como sirviente de la historia, pues escribe: “Todas las artes sirven a la Sabiduría Divina, y cada arte menor, ordenadas correctamente, lleva a una superior. Por ello la relación que existe entre la palabra y la cosa requiere que la gramática, dialéctica, y retórica sirvan a la historia” (Rich. ap. Vincentium Bell., Spec. Doctrinale, XVII, 31). El Quadrivium, tenía naturalmente ciertas relaciones con las ciencias y la vida; esto era reconocido al tratar a la geografía como parte de la geometría, y al estudio del calendario como parte de la astronomía. Nos encontramos con el desarrollo de las Artes en conocimiento enciclopédico ya desde tiempos de Isadore de Sevilla y Rabano Mauro, especialmente el la obra de éste último “De Universo”. Fue terminado en el siglo trece, época a la cual pertenecen las obras de Vincent de Beauvais (muerto en 1264), instructor de los hijos de San Luis (IX). En su “Speculum Naturale”, trata a Dios y a la naturaleza; en el “Speculum Doctrinale”, iniciando por el Trivium, trata con las ciencias; y en el “Speculum Morale” discute el mundo moral. A éstos un continuador agregó un “Speculum Historiale”, el cual era simplemente una historia universal.

Para el desarrollo académico de las Artes era importante que las universidades las aceptaran como parte de su currícula. Entre sus ordines o escuelas, el ordo artistarum, llamado después la escuela de filosofía, fue fundamental: Universitas fundatur in artibus. Proporcionó la preparación no sólo para el Ordo Theologorum, sino también para el Ordo Legislarum, o escuela de leyes, y el Ordo Physicoum, o escuela de medicina. De los métodos de enseñanza y el estudio continuo de las artes en las universidades en el siglo quince, el libro de texto del Cartusiano contemporáneo, Gregory Reisch, Confesor del Emperador Maximiliano I, nos da un panorama claro. Él trata en doce libros: (I) de los Rudimentos de la Gramática; (II) de los Principios de la Lógica; (III) de las Partes de una Oración; (IV) de Memoria, de Escritura-de-cartas y de Aritmética; (V) de los Principios de la Música; (VI) de los Elementos de la Geometría; (VII) de los Principios de la Astronomía; (VIII) de los Principios de las Cosas Naturales; (IX) del Origen de las Cosas Naturales; (X) del Alma; (XI) de los Poderes; (XII) de los Principios de la Filosofía Moral.- La edición ilustrada impresa en 1512 en Estrasburgo tiene como apéndice: los elementos de la literatura griega, hebreo, música figurada y arquitectura y algo de instrucción técnica (Graecarum Litterarum Instituciones, Hebraicarum Litterarum Rudimento, Musicae Figuratea Instituciones, Architecturae Rudimenta).

En las universidades, las Artes, al menos de manera formal, mantuvieron su lugar hasta los tiempos modernos. En Oxford, la Reina María (1553-58) edificó facultades cuyas inscripciones eran significativas, siendo: “Gramática, Literas Disce”; “Rhetorica persuadet mores”; “Dialectica, Imposturas fuge”; “Aritmetica, Omnia numeris constant”; “Musica, Ne tibi dissideas”; “Geometría, Cura, quae domi sunt”; “Astronomia, Altiora ne quaesieris”. El título “Maestro de Artes Liberales” aún se otorga en algunas universidades al Doctorado en Filosofía; en Inglaterra el de “Doctor de Música” aún se usa de manera regular. Sin embargo, en la enseñanza práctica, el sistema de las Artes ha declinado desde el siglo dieciséis. El Renacimiento vio en la técnica del estilo (eloquentia) y como soporte principal, la erudición, que es el fin último de la educación colegial, siguiendo así a el sistema romano en lugar del griego. La gramática y la retórica vinieron a ser elementos principales de los estudios preparatorios, mientras que las ciencias del Quadrivium se incorporaron en el aprendizaje misceláneo (eruditio) relacionado con la retórica. En las escuelas superiores católicas, la filosofía permaneció como la etapa intermedia entre los estudios filológicos y los profesionales; mientras que de acuerdo al esquema protestante, la filosofía fue llevada (a la universidad) como un tema de Facultad. Las escuelas jesuitas presentaron los siguientes grados en los estudios: gramática, retórica, filosofía y, ya que la filosofía inicia con la lógica, este sistema retiene también la antigua dialéctica.

En los estudios eruditos mencionados anteriormente, debe buscarse el origen del aprendizaje enciclopédico que creció incesantemente durante el siglo diecisiete. Amos Comenius (muerto en 1671), el representante mejor conocido de esta tendencia, quien buscó en su “Orbis Pictus” hacer de esta diminutiva enciclopedia (encyclopaediola) la base de la instrucción gramatical más antigua, habla con desdén de “esas artes liberales de las que tanto se habla, cuyo conocimiento la gente común cree que adquiere concienzudamente un maestro en filosofía” y orgullosamente declara que “Nuestros hombres se elevan a mayor altura”. (Magna Didactica, xxx, 2.) Sus clases escolares son las siguientes: gramática, física, matemáticas, ética, dialéctica y retórica. En el siglo XVIII los estudios universitarios toman cada vez más el carácter enciclopédico y en el siglo diecinueve el sistema de clases es reemplazado por el sistema departamental, en el cual las varias materias son tratadas de manera simultánea con poca o ninguna referencia a su secuencia; de esta forma el principio de las Artes por fin es vencida. Mientras, además, al igual que en la Gymnasia de Alemania, la filosofía ha sido sacada del curso de los estudios, la erudición miscelánea se convierte en principio un fin en sí mismo. No obstante, los sistemas educacionales actuales conservan trazas de la organización sistemática antigua (lenguaje, matemáticas, filosofía). En los primeros años de su curso de Gymnasium el joven debe dedicar su tiempo y energía al estudio de los idiomas, en los años intermedios, principalmente a las matemáticas, y en sus últimos años, cuando se le llama a expresar sus propios pensamientos, empieza a lidiar con la lógica y la dialéctica, aún si es sólo en la forma de composición. Por tanto, llega a tocar la filosofía. Esta secuencia que funciona, por decirlo así, fuera de la presente condición caótica de los estudios aprendidos, debe hacerse sistemáticamente; la idea fundamental de las Artes Liberales es así revivido.

Por lo tanto, la idea platónica de que debemos avanzar gradualmente desde la percepción de los sentidos por medio de la argumentación intelectual hacia la intuición intelectual, de ninguna manera es anticuada. La instrucción matemática, aceptada como preparación al estudio de la lógica, sólo ganaría si se condujera en este espíritu, si se aclarara más lógicamente, si su contenido técnico se redujera y si fuera seguido por la lógica. La correlación expresa de las matemáticas con la astronomía y la teoría musical, traería una concentración completa de las ciencias físico-matemáticas, ahora amenazadas por una plétora de erudición. La insistencia de los escritores antiguos en cuanto al carácter orgánico del contenido de la instrucción, merece la mayor consideración. Para fines de concentración, no bastará un mero empacar materias no correlacionadas; su relación y dependencia original debe traerse a una conciencia clara. Asimismo, merece atención la admonición de Hugo para distinguir entre escuchar (o aprender, dicho apropiadamente) por un lado, y la práctica e invención por el otro, para lo cual hay una buena oportunidad en la gramática y las matemáticas. Igualmente importante es su exigencia de que los detalles de la materia enseñada sean sopesados – trutinare, de trutina, la báscula del herrero. Este equilibrio dorado ha sido utilizado con demasiada mesura, y en consecuencia, la educación ha sufrido. Un realismo corto de vista amenaza hasta las varias ramas del lenguaje o de la instrucción del lenguaje. Se han hecho esfuerzos por restringir la gramática a lo vernáculo, y de desterrar la retórica y la lógica excepto si se aplican a la composición. Por lo tanto, no es inútil recordar las “llaves”. En todo departamento de método de instrucción, debe tenerse en la mira la serie: la inducción, basada en la percepción de los sentidos; la deducción, guiada también por la percepción, y la deducción abstracta – una serie idéntica a la de Platón. Todo entendimiento implica estos tres grados; primero entendemos el significado de lo que se dice, después entendemos las inferencias que se obtienen de la percepción de los sentidos, y finalmente entendemos las conclusiones dialécticas. La invención también tiene tres grados: encontramos las palabras, encontramos la solución de problemas, encontramos pensamientos. Asimismo, la gramática, las matemáticas y la lógica forman una serie sistemática. El sistema gramático es empírico, el matemático racional y constructivo, y el lógico racional y especulativo (cf. O. Willmann, Didaktik, II, 67). Los humanistas, demasiado afectos del cambio, condenaron injustamente el sistema de las siete artes liberales como bárbaro. No es más bárbaro que el estilo gótico, un nombre cuyo fin era el reproche. Lo gótico, construido sobre la concepción de la vieja basílica, de origen antiguo, pero de carácter cristiano, fue juzgado equivocadamente por el Renacimiento debido a algunas excrecencias, y oscurecida por las adiciones modernas carentes de buen gusto (op.cit., pag. 230). Seguramente se desea que los logros de nuestros antecesores sean entendidos, reconocidos y adaptados a nuestras propias necesidades.


Fuente: Willmann, Otto. "The Seven Liberal Arts." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. <http://www.newadvent.org/cathen/01760a.htm>.

Traducido por Lucía Lessan.