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Miércoles, 27 de noviembre de 2024

Barba

De Enciclopedia Católica

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ESTE ARTÍCULO FUE ESCRITO EN 1907 Y ESTÁ EN PROCESO DE ACTUALIZACIÓN.

Entre los judíos, como entre la mayoría de los pueblos orientales, la barba se apreciaba sobre todo como un símbolo de virilidad; cortarle la barba a otro hombre era un ultraje (2 Sam. 10,4); afeitarse o arrancarse la propia barba era una señal de luto (Jer. 41,5; 48,37); permitir que la barba se ensuciara constituía una presunción de locura (1 Sam. 21,14). Estaban estrictamente prohibidos (Lev. 19,27; 21,5) ciertos cortes ceremoniales de la barba que probablemente imitaban la superstición pagana. Por otro lado, al leproso se le ordenaba afeitarse (Lev. 14,9). Estos usos que podemos aprender de la Biblia son confirmados por el testimonio de los monumentos, tanto egipcios como asirios, en los que a los judíos se les describe invariablemente como barbudos. Los mismos egipcios comúnmente se afeitaban, y se nos dice que cuando José fue sacado de la prisión, lo mandaron a afeitarse antes de comparecer ante la presencia del faraón (Gén. 41,14).

Asimismo, en Grecia y en Roma, poco antes de la época de Cristo, estaba de moda afeitarse, pero a partir de la ascensión de Adriano en adelante, como podemos ver en las estatuas existentes de los emperadores romanos, las barbas se convirtieron una vez más en la orden del día. En cuanto al clero cristiano, no se dispone de evidencia para los primeros siglos. En la mayoría de los monumentos más antiguos se representa a los Apóstoles con barba, pero no tan uniformemente (Ver Weiss-Liebersdorff, Christus y Apostelbilder, Friburgo, 1902). San Jerónimo parece censurar la práctica de usar barbas largas, pero no se puede sacar ninguna conclusión definitiva a partir de sus alusiones o de las de su contemporáneo, San Agustín.

La primera legislación positiva sobre el tema de los clérigos parece ser el canon 44 del llamado Cuarto Concilio de Cartago, que en realidad representa los decretos sinodales de algún concilio en el sur de la Galia en tiempos de San Cesáreo de Arles (c. 503). Allí se ordenó que un clérigo no debiera permitir que ni el cabello ni la barba le crecieran libremente (clericus nec comam nutriat nec barbam), aunque esta prohibición probablemente iba dirigida sólo contra barbas de longitud excesiva. Sin embargo, este canon, que fue ampliamente citado y está incluido en el "Corpus Juris", tuvo gran influencia en la creación de un precedente. (Vea, por ejemplo, el "Penitencial" de Halitgar y el llamado "Excerptions" atribuido a Egberto de York).

En cuanto a Inglaterra en particular, en la Edad Media, ciertamente se consideraba no canónico dejarse crecer la barba. Un clérigo era conocido como un hombre rapado (bescoren man, Leyes de Wihtred, 696 d.C.), y si pareciese que esto pudiese referirse a la tonsura, tenemos una ley del rey Alfredo: "Si un hombre le afeita la barba a otro, que lo compense con veinte chelines. Si lo ata primero y luego lo afeita como a un sacerdote (hine a preoste bescire) que lo compense con sesenta chelines". Y bajo el rey Edgar se encuentra el canon: "Que ningún hombre tenga en las órdenes sagradas oculte su tonsura, ni se quede barbudo, ni mantenga su barba jamás, si ha de tener la bendición de Dios y la de San Pedro y la nuestra." El que el clero romano se afeitase sistemáticamente la barba fue una práctica similar, generalmente en boga por todo Occidente, y fue uno de los grandes temas de reproche por parte de la Iglesia Griega desde la época de Focio en adelante. Pero según Ratramno de Corbie protestó, fue una tontería formar una gritería por un asunto que atañía tan poco a la salvación como esta barbæ detonsio aut conservatio.

La legislación que exigía el rasurado de la barba parece haber permanecido en vigor durante toda la Edad Media. Así, una ordenanza del Concilio de Toulouse (1119) amenazó con la excomunión a los clérigos que "se dejasen crecer el cabello y la barba como los laicos"; y el Papa Alejandro III ordenó que los clérigos que cultivaban el cabello y la barba serían afeitados por su archidiácono, por la fuerza si necesario. Este último decreto fue incorporado en el texto del derecho canónico (Decretales de Gregorio IX, III, tit. I, cap. VII). Durando, que encontraba razones místicas para todo, según su costumbre, nos dice que "la longitud del pelo es símbolo de la multitud de pecados. Por lo tanto se instruye a los clérigos a afeitarse la barba; pues cortar el pelo de la barba, que se dice se alimenta de los humores superfluos del estómago, denota que debemos cortar los vicios y pecados que son un crecimiento superfluo en nosotros. Por lo tanto nos afeitamos la barba para que parezcamos purificados por la inocencia y la humildad y para que podamos ser como los ángeles que permanecen siempre en la flor de la juventud." (Rationale, II, lib. XXXII.).

A pesar de esto, la frase barbam nutrire, que era clásica en la materia y fue todavía utilizada por Quinto Concilio de Letrán (1512), siempre se mantuvo un tanto ambigua. Por lo tanto, el uso en el siglo XVI comenzó a interpretar la prohibición como consistente con una barba corta. Todavía hay muchas ordenanzas de los sínodos episcopales que se ocupan del tema, pero el punto en el que se hace hincapié es que el clero "no debe parecer estar imitando las modas de los militares" o usar barbas que fluyan como cabras (hircorum et caprarum more), o permitir que el pelo sobre su labio superior le impida beber del cáliz. Esta última siempre ha sido razón sólida a favor de la práctica del rasurado.

A juzgar por los retratos de los Papas, fue con Clemente VII que se comenzó a usar una barba definida, y muchos de sus sucesores, por ejemplo Pablo III, se dejó crecer la barba a una longitud considerable. San Carlos Borromeo trató de contener la propagación de la nueva moda, y en 1576 dirigió a su clero la pastoral "De barbâ radendâ" , exhortando a observar los cánones. Sin embargo, aunque la longitud de las barbas clericales disminuyó durante el siglo XVII, no fue sino hasta su cierre que el ejemplo de la corte francesa y la influencia del cardenal Orsini, arzobispo de Benevento, contribuyó a lograr un retorno al uso anterior. Durante la segunda mitad del siglo XIX no hubo ningún cambio, y un intento hecho por algunos miembros del clero de Baviera en 1865 para introducir el uso de la barba fue reprendido por la Santa Sede.

Como ya se ha señalado, en los países orientales una cara suave conlleva la sugerencia de afeminamiento. Por esta razón el clero de las Iglesias Orientales, sean católicas o cismática, siempre ha usado la barba. La misma consideración, junto con una atención a dificultades prácticas, ha influido en las autoridades romanas en concederle un privilegio similar a los misioneros, no sólo en Oriente sino también en otros países bárbaros donde no se pueden encontrar las comodidades de la civilización. En el caso de las órdenes religiosas, como los capuchinos y los ermitaños camaldulenses, el uso de la barba se establece en sus estatutos como una señal de austeridad y penitencia. Los sacerdotes individuales que por razones médicas o de otro tipo deseen eximirse de la ley requiere el permiso de su obispo.


Bibliografía: BARBIER DE MONTAULT, Le costume et les usages ecclésiastiques (Paris, 1901), 1, 185, 196; THALHOFER in Archiv f. kath. Kirchenrecht (Innsbruck, 1863), X, 93 sqq.; ID. in Kirchenlex., 1, 2049-51; SEGHERS, The Practice of Sharing in the Latin Church in Am. Cath. Quart. Rev. (1882), 278; WERNZ, Jus Decretalium (Rome, 1904), 11, n. 178. For pre-Christian times see: VIGOUROUX in Dict. de la Bible, s.v. Barbe; EWING in HAST., Dict. of the Bible, s.v. Beard.

Fuente: Thurston, Herbert. "Beard." The Catholic Encyclopedia. Vol. 2. New York: Robert Appleton Company, 1907. 20 Dec. 2012 <http://www.newadvent.org/cathen/02362a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina.