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Domingo, 24 de noviembre de 2024

Lámparas y lampadarii

De Enciclopedia Católica

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Hay muy poca evidencia de que en los primeros siglos del cristianismo se hiciese cualquier uso estrictamente litúrgico de las lámparas. El hecho de que muchos de los servicios se realizaban en la noche, y que después del lapso de una o dos generaciones las reuniones con fines de culto de los cristianos se celebraban, en Roma y en otros lugares, en las cámaras subterráneas de las catacumbas romanas, dejan claro que las lámparas debieron haber sido utilizadas para proveer los medios de iluminación necesarios.

De estas lámparas, la mayoría de terracota y de tamaño pequeño, sobreviven muchos ejemplares, algunas de ellas lisas, otras decoradas con diversos símbolos cristianos. Estas permiten clasificación según el período y la localidad, siendo el trabajo más delicado, como en tantas otras ramas del arte cristiano, por lo general el más antiguo (Vea, por ej. Leclercq, "Manuel d'Archéologie chrétienne" II, 557 ss.); pero el tema es demasiado complejo para ser discutido aquí. De las grandes arañas de metal con sus "delfines" ---es decir, brazos pequeños hechos en esa forma y que sostenían una lámpara--- que estuvieron en boga con la libertad de la Iglesia en los días de Constantino, ya se ha dicho algo en el artículo CANDELEROS. Tales policandela fueron por mucho tiempo una característica conspicua del culto bizantino.

Para la relación de las lámparas con la liturgia en una época temprana, será suficiente citar unas pocas frases de una homilía recién publicada del sirio Narsai (m. 512), descriptivas de la liturgia. "Los sacerdotes", dice, "están quietos, y los diáconos permanecen en silencio, todo el pueblo está tranquilo y quieto, sumiso y calmado. El altar se encuentra coronado con belleza y esplendor, y sobre él está el Evangelio de la vida y la madera adorable (es decir, la cruz). Los misterios están en orden, los incensarios están humeando, las lámparas están brillando y los diáconos están agitando y blandiendo [los abanicos] a semejanza de los vigilantes" (Conolly, "Homilías litúrgicas de Narsai", pág. 12). Es curioso que en casi todas las primeras representaciones de la Última Cena, se muestre una lámpara colgando sobre la mesa. Cuando recordamos que el peregrino que, cerca del año 550, escribió el llamado "Breviario", vio en Jerusalén lo que pretendía ser la lámpara auténtica que había colgado en la cámara de la Última Cena, conservada allí como una preciosa reliquia, es fácil entender que los primeros cristianos pueden haberle adjudicado un significado cuasi-litúrgico a la luz de las lámparas durante el Santo Sacrificio.

En la actualidad el interés se centra principalmente en la lámpara que arde perpetuamente ante el Santísimo Sacramento, y muchos escritores (Vea, por ej. Corblet, "Hist. Du Sacrement de l'Eucharistie” II, 433 ss. y Thalhofer, "Liturgik", I, 670) han acostumbrado representar esto como una tradición de fecha muy temprana. Sin embargo, muchos de los testimonios sobre los que se basa esta opinión son bastante ilusorios (ver "El Mes", abril 1907, págs. 380 ss.). San Paulino de Nola, en efecto, parece hablar de una lámpara de plata ardiendo continuamente en la iglesia:

Paulo Crucis ante decus de limine eodem
Continuum scyphus est argenteus aptus ad usum.

Pero no hay ninguna indicación de que ésta tuviese algo que ver con el Santísimo Sacramento. Más bien, el contexto parecería sugerir que era de la naturaleza de una luz para vigilancia y una protección contra los ladrones.

Todavía no se ha producido una evidencia verdaderamente concluyente que nos autorice a declarar que es anterior a la segunda mitad del siglo XII la práctica de honrar al Santísimo Sacramento con una luz encendida continuamente ante Él. Sin embargo, fue, sin duda, la costumbre durante algunos cientos de años antes de esto el encender luces delante de las reliquias y santuarios como una señal de honor ---un ejemplo famoso son las velas encendidas por el rey Alfredo el Grande delante de sus reliquias, y usadas por él para medir las horas---; y puede ser que esta costumbre se extendiese por lo general al lugar donde estaba reservado el Santísimo Sacramento. La constante asociación de las luces con el Santo Grial en los romances del Grial es sugestiva de ésta.

Pero el gran movimiento para proporcionar una luz perpetua ante el altar, sin duda, debe atribuirse a la predicación en Francia e Inglaterra de un cierto Eustacio, abad de Fleay, alrededor del año 1200. "Eustacio también estableció", dice Walter de Coventry, al hablar de su visita a Inglaterra, "que en Londres y en muchos otros lugares, debe haber en cada iglesia donde era factible, una lámpara encendida o alguna otra luz perpetua ante el Cuerpo del Señor." Poco después de esto comenzamos a encontrar la práctica ordenada por decretos sinodales (por ejemplo, en Worcester, en 1240, en Saumur, en 1276, etc.); pero por regla general estos primeros mandatos reconocen que, debido al costo del aceite y la cera, tales requisitos apenas podían cumplirse en las iglesias más pobres. No fue sino hasta el siglo XVI que se reconoció como un asunto de estricta obligación el mantener una luz encendida dondequiera que estuviese reservado el Santísimo Sacramento.

Para 1912 el “Ritual Romano” oficial (Tit. IV, cap. 1) prescribía que "tanto de día como de noche dos o más lámparas, o por lo menos una (lampades plures vel saltem una), deben arder continuamente ante el Santísimo Sacramento", y la responsabilidad de ver que esto se lleve a cabo recae en el sacerdote a cargo de la parroquia. Además ordena que el aceite usado debe ser aceite vegetal, por preferencia el de oliva debido a su simbolismo; pero excepcionalmente, debido a la pobreza o alguna otra razón se puede usar, con el permiso del obispo, un aceite mineral como el petróleo. El lenguaje del "Caeremoniale Episcoporum" (I, XII, 17) fácilmente podría sugerir que al menos en las iglesias más grandes se debería encender más lámparas, pero siempre en número impar, es decir, por lo menos tres ante el altar mayor y cinco ante el altar del Santísimo Sacramento. Parece, sin embargo, que ha de entenderse que esta directriz del "Caeremoniale" aplica únicamente a las fiestas mayores.

Durante toda la Edad Media, el encendido de lámparas, o velas algunas veces, delante de las reliquias, santuarios, estatuas y otros objetos de devoción era una forma de piedad que en gran medida apelaba a las limosnas de los fieles. Casi todas las colecciones de los testamentos cristianos antiguos dan testimonio de ello, e incluso en las iglesias más pequeñas el número de dichas luces fundadas por la beneficencia privada era a menudo sorprendentemente grande. No pocas veces sucedió que cada gremio y asociación mantenía una luz especial propia, y, además de éstas, oímos constantemente de objetos de devoción tales como la "luz de Jesús", la “luz hok" (que parece que tiene que ver con una fiesta popular que se celebraba el segundo lunes o martes después del Domingo de Pascua), la "luz crucifijo”, la "luz huevo” (que probablemente se mantenía mediante contribuciones de huevos), la “luz del soltero", la "luz de la doncella", la “luz del alma", etc. Muchos de estos legados se encuentran convenientemente ilustrados y clasificados en el “Testamenta Cantiana” de Duncan y Hussey”, Londres, 1906.

Los lampadarii eran esclavos que portaban antorchas delante de los cónsules, emperadores y otros oficiales de alta dignidad durante la República Romana y más tarde bajo el Imperio. No parece haber ninguna razón especial para atribuirles a los lampadarii cualquier carácter eclesiástico, aunque sus funciones fueron imitadas por los acólitos y otros clérigos que precedían al obispo o al celebrante, con antorchas en sus manos, en la solemne procesión hacia el altar y en otras procesiones.


Bibliografía: THALHOFER, Liturgik, I (Friburgo, 1883), 666-81; SCHROD en Kirchenlex., VII, 1970 72; ROHAULT DE FLEURY, La Messe, VI (París, 1888), 1-33; LECLERCQ, Manuel d'archeologie, II (París 1907), 557-70; GARRUCCI, Storia dell' Arte Cristiana, VI (Roma 1881), láminas 472-76; HOTHAM s.v. en Dict. Christ. Antiq. (1880); DE WAAL, en KRAUS, Realencyclopadie, II (1886), 267 78. Vea también CHEVALIER, Topabibl. Una decripción complete de todo lo que se sabe sobre el lampadarii se puede encontrar en Daremberg y Saglio Dictionnaire des Antiquites, III (París, 1904), 909, donde se dan referencias más completas. La mayoría de los demás relatos no son confiables.

Fuente: Thurston, Herbert. "Lamp and Lampadarii." The Catholic Encyclopedia. Vol. 8. New York: Robert Appleton Company, 1910. 21 Feb. 2012 <http://www.newadvent.org/cathen/08768c.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina