David
De Enciclopedia Católica
Debido a sus exitosas guerras David tuvo éxito en hacer de Israel un estado independiente y mereció que su propio nombre fuera respetado por todas las naciones circundantes. Una notable hazaña al principio de su reinado fue la conquista de la ciudad jebusita de Jerusalén, a la que hizo capital de su reino, “la ciudad de David”, el centro político de la nación. Construyó un palacio, tomó más esposas y concubinas, y engendró más hijos e hijas. Habiéndose liberado del yugo de los filisteos, resolvió hacer de Jerusalén el centro religioso de su pueblo, transportando el Arca de la Alianza desde Baalá (Quiriat Yearín). La trajo a Jerusalén y la puso en la nueva tienda construida por el rey. Después, cuando propuso construir un templo para ella, el profeta Natán le dijo que Dios había reservado esta tarea para su sucesor. En premio a su piedad, le fue hecha la promesa de que Dios le construiría a una casa y establecería su reino para siempre.
No se han conservado ningún relato detallado sobre las diversas guerras emprendidas por David; sólo tenemos algunos hechos aislados. La guerra con los amonitas se registra más completamente porque, cuando su ejército estaba en el campo durante esta campaña, David cometió los pecados de adulterio y homicidio, atrayendo por ello grandes calamidades para él y su gente. Estaba entonces en la plenitud de su poder, era un gobernante respetado por todas las naciones, del Éufrates al Nilo. Después de su pecado con Betsabé y el asesinato indirecto de Urías, su marido, David la convirtió en su esposa. Pasó un año antes de que se arrepintiera de su pecado, pero su contrición fue tan sincera que Dios le perdonó; aunque, al mismo tiempo, le anunció los severos sufrimientos que le sucederían. El espíritu con que David aceptó estas penas lo ha hecho en todo tiempo modelo de penitentes.
El incesto de Amnón y el fratricidio de Absalón trajeron la vergüenza y la aflicción a David. Absalón permaneció tres años en el destierro. Cuando fue llamado de regreso, David lo mantuvo en desgracia durante dos años más y luego lo restauró a su anterior dignidad, sin ninguna señal de arrepentimiento. Irritado por el tratamiento de su padre, Absalón se dedicó durante los siguientes cuatro años a seducir a la gente y finalmente se hizo proclamar rey en Hebrón. Esto tomó a David por sorpresa y se vio obligado a huir de Jerusalén. Las circunstancias de su huída se narran en la Escritura con gran simplicidad y patetismo. El rechazo de Absalón del consejo de Ajitófel y su consecuente retraso en la persecución del rey, hizo posible a éste último reunir sus fuerzas y vencer en Majanáyim donde Absalón fue asesinado. David retornó triunfante a Jerusalén. Una rebelión posterior bajo Seba fue reprimida rápidamente en el Jordán.
En este punto de la narración de 2 Samuel leemos que “hubo hambre, en los días de David, durante tres años consecutivos”, en castigo por el pecado de Saúl contra los gabaonitas. A su llamada, siete de la familia de Saúl fueron entregados para ser crucificados. No es posible fijar la fecha exacta de la hambruna. En otras ocasiones, David mostró gran compasión por los descendientes de Saúl, sobre todo con Meribbaal, el hijo de su amigo Jonatán. Después de una breve mención de cuatro expediciones contra los filisteos, el escritor sagrado narra un pecado de orgullo por parte de David en su resolución de hacer un censo del pueblo. Como penitencia por este pecado, se le permitió escoger entre hambre, guerra perdida o peste. David escogió la tercera y en tres días murieron 70.000. Cuando el ángel estaba a punto de destruir a Jerusalén, Dios se apiadó y cesó la peste. David fue enviado a ofrecer un sacrificio en la era de Arauná, el lugar del futuro templo.
Los últimos días de David fueron perturbados por la ambición de Adonías, cuyos planes para la sucesión fueron frustrados por Natán, el profeta, y Betsabé, la madre de Salomón. El hijo que nació después del arrepentimiento de David, fue elegido con preferencia sobre sus hermanos mayores. Para asegurarse que Salomón le sucedería en el trono, David lo hizo ungir públicamente. Las últimas palabras recogidas del anciano rey son una exhortación a Salomón a ser fiel a Dios, premiar a los sirvientes fieles y a castigar a los malos. David falleció a la edad de setenta años, tras haber reinado en Jerusalén treinta y tres años. Fue enterrado en el Monte Sión. San Pedro dijo que su tumba todavía existía en el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo descendió sobre los Apóstoles (Hch. 2,29). David es honrado por la Iglesia como un santo, y en el Martirologio romano aparece bajo el día 29 de diciembre.
El carácter histórico de las narraciones sobre la vida de David ha sido atacado principalmente por escritores que han desatendido el propósito del narrador de 1 Crónicas. Éste omite los acontecimientos que no están relacionadas con la historia del Arca. En los Libros de los Reyes se narran los eventos principales, buenos y malos. La Biblia narra los pecados y debilidades de David sin excusa ni paliativos, pero también relata su arrepentimiento, sus actos de virtud, su generosidad hacia Saúl, su gran fe y su piedad. Los críticos que han juzgado duramente su carácter no han considerado las circunstancias difíciles en las que vivió o los modales de su edad. No es crítico ni científico exagerar sus faltas o imaginar que toda la historia es una serie de mitos.
La vida de David fue una época importante en la historia de Israel. Fue el fundador real de la monarquía, la cabeza de la dinastía. Escogido por Dios “como un hombre según Su propio corazón”, David fue probado en la escuela del sufrimiento durante los días de destierro y se convirtió en un renombrado líder militar. A él se debió la completa organización del ejército. Le dio a Israel una capital, un tribunal y un gran centro de culto religioso. La pequeña banda de Adulán se convirtió en el núcleo de una fuerza eficiente. Cuando fue proclamado rey de todo Israel, tenía 339.600 hombres bajo su mando. En el censo se contaron 1.300.000 aptos para empuñar armas. Un ejército dispuesto, que constaba de doce cuerpos, cada uno con 24.000 hombres, que se turnaban para servir durante un mes cada vez, en la guarnición de Jerusalén. La administración de su palacio y su reino exigieron un gran séquito de sirvientes y oficiales. En 1 Crónicas 27 se exponen sus varios oficios. El rey mismo ejerció la función de juez, aunque posteriormente los levitas fueron designados para este propósito, así como otros oficiales menores.
Cuando el Arca fue llevada a Jerusalén, David emprendió la organización del culto religioso. Las funciones sagradas se confiaron a 24,000 levitas; 6,000 de éstos eran escribas y jueces, 4,000 porteros, y 4,000 cantores. Organizó las diversas partes del ritual, y asignó a cada sección sus tareas. Los sacerdotes estaban divididos en veinticuatro familias; los músicos en veinticuatro coros. El privilegio de construir la casa de Dios fue reservado para Salomón; pero David hizo amplias preparaciones para la obra reuniendo tesoros y materiales, así como transmitiendo a su hijo un plan para el edificio y todo sus detalles. Se relata en 1 Crónicas cómo exhortó a su hijo Salomón para llevar a cabo este gran trabajo y dio a conocer a la asamblea de jefes el alcance de sus preparativos.
El rol prominente que jugó la canción y la música en el culto del Templo, según organizado por David, es fácilmente explicado por sus habilidades poéticas y musicales. Su habilidad para la música se aparece en Samuel 16,18 y Amós 6,5. En 2 Samuel 1, 3, 22 y 23 se hallan poemas compuestos por él. Su conexión con el Libro de Salmos, muchos de los cuales se atribuyen expresamente a diferentes situaciones de su carrera, fue tan dada por sentado que muchos le atribuyeron todo el Salterio. La paternidad literaria de estos himnos y la cuestión de en qué medida pueden ser considerados suplentes de material ilustrativo sobre la vida de David, se trata en el artículo Salmos.
David no fue meramente un rey y gobernante, también fue un profeta. “El espíritu del Señor ha hablado por mí y su palabra por mi lengua” (2 Sam. 23,2) es una declaración directa de inspiración profética en el poema allí expuesto. San Pedro nos dice que fue un profeta (Hch. 2,30). Sus profecías están incluidas en los Salmos literalmente mesiánicos que compuso y en las “últimas palabras de David” (2 Sam. 23). El carácter literal de estos Salmos Mesiánicos se indica en el Nuevo Testamento. Ellos se refieren al sufrimiento, la persecución y la liberación triunfante de Cristo, o a las prerrogativas conferidas a Él por el Padre. Además de estas profecías directas, el propio David siempre ha sido considerado como un modelo del Mesías. En esto la Iglesia sólo ha seguido las enseñanzas de los profetas del Antiguo Testamento. El Mesías sería el gran rey teocrático; David, el antepasado del Mesías era un rey según el corazón de Dios. Sus cualidades y su mismo nombre son atribuidos al Mesías. Los Padres de la Iglesia consideran algunos episodios de la vida de David como prefiguración de la vida de Cristo; Belén es el lugar de nacimiento de ambos; la vida de pastor de David apunta hacia Cristo, el Buen Pastor; las cinco piedras escogidas para matar a Goliat son tipo de las Cinco Llagas Sagradas; la traición por su consejero de confianza, Ajitófel, y el pasaje en el Cedrón nos recuerda la Sagrada Pasión de Jesucristo. Muchos de los Salmos davídicos, tal y como los vemos en el Nuevo Testamento, son claramente típicos del futuro Mesías.
Fuente: Corbett, John. "King David." The Catholic Encyclopedia. Vol. 4. New York: Robert Appleton Company, 1908. <http://www.newadvent.org/cathen/04642b.htm>.
Traducido por Quique Sancho. L H M