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Viernes, 22 de noviembre de 2024

Cirios

De Enciclopedia Católica

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La palabra vela (candela, de candeo, arder) fue introducida a la lengua inglesa como término eclesiástico, probablemente tan temprano como en el siglo VIII. Era conocida en tiempos clásicos y denotaba cualquier tipo de cono en el que una mecha, usualmente hecha de una tira de papiro, era recubierta de cera o grasa animal. No necesitamos rehuir el admitir que las velas, al igual que el incienso y el agua lustral, se usaban comúnmente en cultos paganos y en los ritos ofrecidos a los difuntos. Pero la Iglesia los tomó a su servicio desde un período muy temprano, al igual que adoptó otras muchas cosas indiferentes en sí mismas, y que parecían apropiadas para engrandecer el esplendor del ceremonial religioso. No debemos olvidar que la mayoría de estos accesorios del culto, como música, luces, los perfumes, las abluciones, las decoraciones florales, baldaquinos, doseles, cortinas, campanas, vestimentas, etc., no se identificaban con ningún culto idolátrico en particular, sino que eran comunes a casi todos los cultos. En efecto, son parte del lenguaje natural de expresión mística, y tales cosas pertenecen tanto a ceremonias seculares como a la religión. La salva de un número asignado de armas de fuego, un homenaje que da un buque de guerra a la bandera de un poder extranjero, es exactamente tan más o menos digno de ser descrito como supersticioso como la disposición de un cierto número de velas sobre el altar en la Misa mayor. El llevar cerillos figura entre las señales de respeto a mostrar a los más altos dignatarios del Imperio Romano en la “Notitia Dignitatum”. Es altamente probable que las velas que se llevaban, desde un período muy temprano, delante del Papa o del obispo cuando iban en procesión al santuario, o las que acompañaban el transporte del libro de los Evangelios al ambón o púlpito desde el que el diácono leía, eran nada más que una adaptación de esta práctica secular.

El uso de multitud de velas y lámparas fue, sin duda, una característica destacada de la celebración de la Vigilia Pascual que data, como podemos creer, casi desde los tiempos apostólicos. Eusebio (Vita Constant., IV, XXII) habla de las “columnas de cera” con las que Constantino transformaba la noche en día, y Prudencio y otros autores han dejado elocuentes descripciones del brillo dentro de las iglesias. En las basílicas tampoco se limitó el uso de velas a aquellas horas en que era necesaria la luz artificial. Por no hablar del decreto del concilio español de Elvira (300), que parece condenar como abuso algunos encendidos supersticiosos de velas durante el día en los cementerios, conocemos que el hereje Vigilancio, para finales del mismo siglo, les reprochó a los ortodoxos que mientras el sol brillaba todavía ellos encendían una gran cantidad de velas (moles cereorum accendi faciunt); y San Jerónimo, en respuesta, declaró que las velas se encendían durante la lectura del Evangelio, no precisamente para poner la oscuridad en fuga, sino como un signo de alegría (Migne, P.L., XXIII, 345).

Esta observación y la estrecha asociación de las velas encendidas con la ceremonia del bautismo, que tenía lugar en la Vigilia Pascual y que sin duda originó la calificación de aquel sacramento como photismos (iluminación), muestra que el simbolismo cristiano de las velas bendecidas ya se estaba haciendo sentir en aquella fecha tan temprana. Esta conclusión está además confirmada por el lenguaje del Pregón Pascual (Exultet), todavía hoy en uso el Sábado Santo para la bendición del cirio pascual. Es altamente probable que San Jerónimo mismo compusiera tal praeconium paschale (ver Morin en Revista Benedictina, enero 1891), y aquí se insiste en la idea de la supuesta virginidad de las abejas, y por consiguiente, se considera que la cera tipifica de la manera más apropiada la carne de Jesucristo nacido de una Madre Virgen. De aquí ha surgido la noción posterior de que el pábilo simboliza más particularmente el alma de Jesucristo y la llama la Divinidad que absorbe y domina a ambas. Así el gran cirio pascual representa a Cristo, “la luz verdadera”, y las velas más pequeñas son típicas de cada cristiano individual que se esfuerza por reproducir a Cristo en su vida. Podemos decir que este simbolismo todavía se acepta en la Iglesia en general.

Además del uso en bautismos y funerales (San Cipriano fue enterrado praelucientibus cereis en 258), conocemos por el llamado Cuarto Concilio de Cartago, en realidad un sínodo realizado en el sur de la Galia (c. 514), que al conferirle la orden menor de acólito] el candidato recibía “un candelero con una vela”. Esta costumbre se observa en la actualidad. Tales velas cuando eran transportadas por los acólitos, como vemos en el Sacramentario Gregoriano y los “Ordines Romani”, se usaban constantemente en el Ceremonial Romano desde el siglo VII y probablemente aún antes. Estas velas se colocaban sobre el pavimento del santuario y no fue hasta mucho más tarde que se colocaron sobre los altares. No obstante, la práctica de colocar velas sobre la mesa del altar mismo parece ser un poco anterior al siglo XII. Como el Romano pontífice, según las “Ordines”, era precedido por siete acólitos que portaban velas, y como estas velas, en un período posterior, eran colocadas sobre el altar y ya no sobre el pavimento, es una hipótesis tentadora identificar los seis candeleros de altar de una Misa mayor ordinaria (son siete cuando pontifica el obispo de la diócesis) con los candeleros de los acólitos de las “Ordines” romanas. Pero para esto, vea a Edmundo Bishop en la “Downside Review”, 1906.

Ahora se ordena encender seis velas sobre el altar para cada Misa mayor, cuatro para la Missa cantata, o para la Misa privada de un obispo en días de fiesta, y dos para todas las otras Misas. Todavía se permite una cierta libertad para el encendido de más velas en ocasiones de solemnidad. También se deben encender seis velas en vísperas y laudes cuando se canta el Oficio en las grandes fiestas, pero en ocasiones menos solemnes son suficientes dos o cuatro. Las rúbricas prescriben también que dos acólitos con velas deberían ir a la cabeza de la procesión al santuario, y estos dos velas se llevan también para hacer honor al canto del Evangelio en la Misa mayor, así como para el canto del pequeño capítulo y las colectas en vísperas, etc. De forma similar, cuando el obispo hace su entrada a la iglesia es recibido y escoltado por los acólitos con sus velas. Asimismo cuando un obispo toma parte en algún acto eclesiástico en el santuario tiene un candelero propio, conocido como bujía (bugia), la cual es sostenida cerca de él por un capellán o clérigo.

Las velas también se usan en las excomuniones, en la reconciliación de los penitentes y otros actos excepcionales. Juegan un papel sobresaliente en el rito de la dedicación de una iglesia y en la bendición de cementerios, y se hace también una ofrenda de velas en el ofertorio de una Misa de ordenación por aquellos que acaban de ser ordenados. En la administración de todos los sacramentos, excepto el de la penitencia, se ordena que se enciendan velas. En el bautismo se pone una vela encendida en la mano del catecúmeno o del padrino como representante del menor. No es legítimo celebrar la Misa sin velas encendidas, y si se corre el riesgo de que el viento apague las velas, se debe protegerlas con fanales. Las rúbricas del “Misal Romano” ordenan que en el Santo, incluso en cualquier Misa privada, debe encenderse una vela adicional y la cual debe arder hasta después de la Comunión del sacerdote. Sin embargo, esta rúbrica ha sido muy descuidada en la práctica, incluso en la misma Roma.

En cuando a la materia, las velas que se usen con fines litúrgicos deben ser de cera de abejas. Esto se considera así debido probablemente a su relación simbólica a la carne de Cristo, como ya se explicó. En cuanto al cirio pascual y las dos velas que son de obligación en la Misa, un decreto de la Congregación de Ritos (14 dic. 1904) ha decidido que deben ser de cera de abejas in maxima parte, lo que los comentaristas han interpretado en el sentido de no menos del 75%. Para otros fines las velas colocadas sobre el altar, por ejemplo, en la bendición, deben ser de cera, “en gran parte” o, en todo caso, “en una parte considerable”. Se prescribe un mínimo de doce de tales velas para cualquier exposición pública del Santísimo Sacramento, aunque seis serán suficientes en una iglesia pobre o en una exposición privada. Como norma el color de las velas debe ser blanco, aunque se permiten velas doradas o pintadas bajo ciertas restricciones. En las Misas de difuntos, sin embargo, y en la Semana Santa se usa cera amarilla o no blanqueada.

También es conveniente que las velas para fines litúrgicos deben ser bendecidas, pero esto no está prescrito como obligación. Una elaborada bendición para velas se provee para la Fiesta de la Purificación de María el 2 de febrero, conocida por otra parte como Día de la Candelaria, y ésta es seguida por la distribución de velas y una procesión. En épocas anteriores esta función era realizada por el soberano pontífice dondequiera que estuviese residiendo; y algunas de estas velas bendecidos eran distribuidas a voleo entre la gente y otras eran enviadas como regalo a personas de notoriedad. Una bendición de velas menos elaborada en ocasiones ordinarias se da en el Misal así como en el Ritual.

Las velas se usaban comúnmente, y todavía se usan, para arder ante las urnas hacia las que los fieles desean mostrar especial devoción. La vela, quemando su vida ante una estatua es, sin duda, percibida de alguna manera poco definida como símbolo de oración] y sacrificio. Una curiosa práctica medieval era ofrecer, a alguna reliquia favorable, una vela, o cierto número de velas, que tuviesen una medida igual a la altura de las personas para las que se pedía algún favor. Esto se llamaba “midiendo a” tal o cual santo. La práctica puede remontarse hasta los tiempos de San Radegundo (m. 587) y posteriormente hasta la Edad Media. Era especialmente común en Inglaterra y el Norte de Francia en los siglos XII y XIII. Para conocer otros usos de las velas, por ejemplo, en el Oficio de Tinieblas, en las manos de un moribundo, en la Primera Comunión, etc., el lector deberá dirigirse a los respectivos artículos. (Vea velas de altar).


Bibliografía: BAUMER en el Kirchenlexikon, s.v. Kerze, Vol. VII, 395-402; vea también MUHLBAUER, Geschichte und Bedeutung der Wachalichter bei den kirchlichen Funktionen (Augsburgo, 1874), una monografía muy satisfactoria; THALHOFER, Liturgik (Friburgo, 1893), I, 666-82; MARTIN AND CAHIER, Melanges d'Archeologie (París, 1853), III, 1-51; Bishop, Of six candles on the Altar in the Downside Review, July, 1906, 188-203. Para decisions recientes vea S.L.T., The Furniture of the Altar en The Ecclesiastical Review (julio 1904), 60-64; VAN DE STAPPEN, Sacra Liturgia (Mechlin, 1902), III, 74-85; Callationes Brugenses (Brujas 1905),X, 398-400; Ephemerides Liturgicae, XV, 379-88.

Fuente: Thurston, Herbert. "Candles." The Catholic Encyclopedia. Vol. 3. New York: Robert Appleton Company, 1908. 19 Feb. 2012 <http://www.newadvent.org/cathen/03246a.htm>.

Traducido por Andrés Peral Martín, 2010. rc