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Jueves, 21 de noviembre de 2024

Campanas

De Enciclopedia Católica

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(NOTA: Este artículo fue escrito en 1908 y está en proceso de ser actualizado.)

Origen

Es un hecho indiscutible que las campanas, en todo caso, las campanas de mano de tamaño relativamente pequeño, eran conocidas en todas las principales naciones de la antigüedad. La evidencia arqueológica para esta conclusión se ha recogido en la monografía del abate Morillot y es bastante abrumadora. Todavía se conservan ejemplares de las campanas utilizadas en la antigua Babilonia y en Egipto, así como por los romanos y los griegos, mientras que la campana, sin duda, figuraba con no menos prominencia en civilizaciones tan independientes como las de China y el Indostán. Por lo tanto no hay ninguna razón para que los cascabeles del efod del sumo sacerdote (Éx. 28,33) no deberían haber sido campanillas de forma normal. Además se puede inferir, a partir de los fines para los cuales fueron utilizados, que los tintinnabula de los cuales leemos en los clásicos, al menos en algunos casos, deben haber presagiado las campanas de mano de mayor tamaño. Vea, por ejemplo, Marcial, "Epig.", XIV, 161, donde se hace la señal para la apertura de los baños con un tintinnabulum también descrito como œs thermarum. No obstante, no admite una respuesta la pregunta de si en los tiempos pre-cristianos se conocía algo que correspondiese en tamaño a una campana de iglesia. No sólo ignoramos las dimensiones, sino también la forma del kodon que se utilizaba, por ejemplo, para anunciar la apertura de los mercados públicos (Cf. Estrabón, Geogr., IV, XXI). Traducimos la palabra como campana, pero es posible que fuese más correctamente traducido como gong o platillos. El oficial que hacía la ronda de los centinelas en la noche llevaba un kodon (Thucyd., IV, CXXXV;.. Aristof, Aves, 842 ss.), y es difícil creer que algo parecido a una campana ordinaria pudiese haber sido utilizado para una tarea en que la evitación de ruidos accidentales debió haber sido a menudo de la mayor importancia.

Al llegar a la era cristiana nos encontramos con la misma dificultad. Se introdujo un nuevo conjunto de términos, signum, campana, docca, nola, que son comúnmente traducidos como "campana", y es cierto que en un período posterior se utilizaron todos para designar las que eran, en el sentido más estricto, "campanas de iglesia" de gran tamaño. El primer escritor cristiano que habla frecuentemente de las campanas (signa) es San Gregorio de Tours (c. 585). Vemos que eran golpeadas o sacudidas, y encontramos la mención de una cuerda que se usaba con este propósito (funem illum de quo signum commovetur, "De Vitâ Martini", I, XXVIII) mientras que respecto al uso de estas signa parece que sonaban antes de los servicios religiosos y que despertaban a los monjes. Una vez más, la palabra signum aparece en la casi contemporánea "Vida de San Columbano" (615), pues cuando uno de los monjes estaba agonizando se dice que Columbano reunió a la comunidad mediante el tañido de la campana (signo tacto omnes adesse imperavit, Krusch, "Scrip. Merov.", IV, 85). Expresiones similares, signo tacto, o cum exauditum fuerit signum, se ven en las Constituciones atribuidas a San Cesáreo de Arles (c. 513) y en la Regla de San Benito (c. 540). Además, si se puede aceptar de forma segura la opinión de Ferotin de fecha muy temprana de los ordinales españoles que él ha publicado (Monumenta Liturgica, V), es posible que las campanas grandes fuesen de uso común en España en esa misma época. Aun así, hay que recordar que signum denotaba sobre todo una señal, y no debemos apresurarnos demasiado en atribuirle un significado específico en lugar de uno genérico cuando los escritores merovingios la utilizaron por primera vez.

Una vez más, la palabra campana, que incluso en la Edad Media sin duda significó una campana de la iglesia y nada más, apareció por primera vez, si la "Anecdota Cassinensia" (pág. 6) de Reifferscheid puede ser confiable, en el sur de Italia (c. 515) en una carta del diácono Ferrando al abad Eugipio. Se ha sugerido, a partir de una inscripción en latín relacionada con los Hermanos Arval (C.I., L. VI, no. 2067), que anteriormente se utilizaba para designar una especie de vasija de bronce. Sin embargo, antes de la última parte del siglo VII no parece haber disponible ejemplos de campana bastante satisfactorios en la Iglesia Latina, y entonces se encuentra en el Norte. Es utilizada por Cumiano en Iona (c. 665) y por Beda en Nortumbria ( c. 710), y con frecuencia en otros lugares después de esa fecha. En Roma, el "Liber Pontificalis" nos dice que el Papa Esteban II (752-757) erigió un campanario con tres campanas (campanae) en la Basílica de San Pedro. Fue probablemente este nombre que llevó a Estrabón, en la primera mitad del siglo IX, a hacer la afirmación de que las campanas eran de origen italiano y que procedían de Campania y, más concretamente de la ciudad de Nola. Escritores posteriores fueron más allá y atribuyeron la invención a San Paulino de Nola, pero esto es sumamente improbable, puesto que San Paulino mismo no hace mención de las campanas en la descripción minuciosa que ha dejado de su propia iglesia.

La palabra clocca (francés, cloche; alemán, Glocke; inglés, clock) es interesante porque en este caso se conoce exactamente qué denota la misma. Sin duda fue de origen irlandés y apareció en fecha temprana, tanto en latín como en la forma irlandesa clog. Así se encuentra en el Libro de Armagh y es utilizada por Adamnan en su vida de San Columbkill, escrito alrededor del año 685. Los misioneros irlandeses e ingleses sin duda la importaron a Alemania, donde aparece más de una vez en el Sacramentario de Gellone. Es evidente que en las tierras celtas primitivas se le adjudicó una importancia extraordinaria a las campanas. Existe todavía un número muy grande de estas campanas antiguas, más de sesenta en total ---la inmensa mayoría irlandesas. Muchas de ellas tienen fama de haber pertenecido a santos irlandeses y de participar del carácter de las reliquias. La más famosa es la de San Patricio, la clog-an-edachta, "campana-del-testamento", que ahora se conserva en el Museo de la Real Academia Irlandesa, Dublín. No parece haber razones de peso para dudar que esta fuese la campana que se encontraba sobre el pecho de San Patricio y que fue sacada de su tumba en el año 552. Como la mayoría de estas campanas, tenía un custodio oficial y hereditario (en este caso llamado Mulholland) en cuyo poder permaneció, siendo transmitida durante siglos de padres a hijos.

Otras campanas similares tempranas son las de San Senan (c. 540) y San Mura; hay varias en Escocia y Gales, una en San Gall en Suiza, una conocida como la Saufang en Colonia, y otra en Noyon, Francia. Hay abrumadora evidencia para la extraordinaria veneración que se le tenía a estas campanas en las tierras celtas. Incluso Giraldo Cambrense señala en el siglo XII que sobre ellas se tomaba la forma más solemne de juramento. También eran llevadas a la batalla, y aunque los primeros ejemplares no son más que groseros cencerros en forma de cuña y hechos de planchas de hierro dobladas y rudamente remachadas, aun así en una fecha posterior a menudo estaban encerradas en envases o "urnas" de la más rica mano de obra. El relicario de la campana de San Patricio lleva una inscripción de cierta longitud por la que nos enteramos que este hermoso ejemplar del arte del joyero debió haber sido hecha para el año 1005.

La historia tiende a repetirse, y si recordamos el importante papel que desempeñó en el trabajo misionero de San Francisco Javier la campanilla con la que reunía alrededor de él a los niños, los ociosos o a los curiosos, tendremos probablemente un esbozo de la íntima asociación de estas primeras campanas celtas con el trabajo del cristianismo. Cuando en 1683 el padre Maunoir, el gran misionero bretón, tuvo que renunciar por fin a otras expediciones, la campana que entregó a su sucesor fue considerada como una especie de investidura. Cabe señalar que a las famosas torres redondas de Irlanda, que ahora se reconoce en general que fueron lugares de refugio contra las incursiones de los daneses y otros merodeadores, se les llamaba comúnmente cloc teach. Las campanas que se almacenaban allí ocasionalmente por razones de seguridad parecen haber sido consideradas como el más preciado de sus tesoros y de esta circunstancia las torres probablemente derivaron su nombre, aunque, por supuesto, es posible que en algunos casos sirvieran como campanarios en el sentido más ordinario.

El gran desarrollo en el uso de las campanas puede ser relacionado con el siglo VIII. Fue entonces cuando, al parecer, comenzaron a ser consideradas como una parte esencial del equipo de cada iglesia, y también cuando se generalizó la práctica de bendecirlas con una forma especial de consagración. Si se interpreta literalmente un pasaje muy conocido de Beda (Hist. Eccl., IV, XXI), tendríamos que creer que ya en el año 680, la campana que sonó en Whitby por el fallecimiento de Santa Hilda se escuchó en Hackness a trece millas de distancia. Pero todo el conjunto de la historia implica que Beda consideró el hecho como milagroso y que la distancia puede muy bien haber sido treinta millas como trece. Por otro lado, está claro que en el siglo VIII se comenzó a construir las torres de las iglesias con el propósito expreso de colgar las campanas en ellas, lo que implica que las campanas debieron ir aumentando de tamaño. Ya se ha señalado el caso de la Basílica de San Pedro en Roma. Así, en los anales de San Vandrille (cap. X, p. 33) leemos que en la época de Ermhario (m. 738) ese abad mandó a hacer una campana para ser colgada en la pequeña torre (turricula) "según es la costumbre de tales iglesias"; mientras que "Monaco Sangallensis" (De Carlo Magno, I, XXXI) cuenta la historia de un fundidor de campana monástico que le pidió a Carlomagno cien libras de plata con una cantidad proporcional de cobre para proporcionar materiales para una sola campana. En cualquier caso lo cierto es a partir de los “Capitulares" de Carlomagno, así como de Alcuino, Amalario y otros escritores de principios del siglo IX, que por aquel entonces se esperaba que en los dominios francos todas las iglesias parroquiales tuviesen al menos una campana.

En el siglo siguiente Regino de Prum, al hacer una lista de preguntas a hacerse en una visita episcopal, puso en el primer lugar una pregunta acerca de las campanas de la iglesia. Al ver que la evidencia más clara de la popularidad de las campanas de la iglesia en los tiempos carolingios se encuentra en regiones donde prevaleció la influencia de los misioneros irlandeses o ingleses, tal vez se puede concluir que este desarrollo debe atribuirse a la influencia celta. La campanilla del misionero, con la que reunía a su congregación al aire libre, pronto se volvería sagrada como una cosa asociada inmediatamente con él y su obra. Por otra parte, crecería la idea de que no se celebraría ningún servicio religioso sin alguna llamada preliminar de una campana. Aunque no tenemos rastros de la utilización de signa y campanæ en los monasterios antes de que los irlandeses se convirtiesen en misioneros, no hay pruebas que demuestren que se trate de campanas en lugar de gongs. Por otro lado, el semantron, que se utilizaba para anunciar el inicio del servicio en los monasterios griegos, era una placa plana de metal y su nombre (de semainein, "para hacer una señal") es, obviamente, el equivalente a signum. Además también encontramos en un antiguo glosario del siglo X que la palabra griega tumpanon (tambor) se da como el equivalente de campanum (Corpus Glossariorum Latinorum, III, 24). Al mismo tiempo, podemos rastrear en la propia Irlanda una evolución gradual de la forma de la campana, que pasó del pequeño cencerro de hierro remachado al instrumento de bronce fundido de tamaño considerable, que casi se aproxima a la campana con la que estamos familiarizados hoy día.

Bendición

Desde el comienzo del siglo XVI ha habido mucha controversia sin sentido sobre la cuestión del llamado "bautismo" de las campanas. Los críticos protestantes, siguiendo el ejemplo de Lutero mismo, han manifestado que encuentran en el rito no sólo superstición, sino una profanación del sacramento. Pero uno muy bien podría escandalizarse por el ceremonial que se sigue usualmente en el lanzamiento y bautizo de un barco. La frase "el bautismo de las campanas" es sólo popular y metafórica. Se ha tolerado, pero nunca ha sido formalmente reconocida por la Iglesia (Ben XIV, XIV, Instit., 47, n. 33). Cada niño católico es consciente de que la esencia del Sacramento del bautismo consiste en la forma: "Yo te bautizo", etc., pero no se conoce que ningún ritual debidamente autorizado para la bendición de las campanas contenga una frase que pueda ser considerada como un equivalente o parodia de estas palabras. Algunas "agendas" locales en las que se encuentra algo por el estilo, por ejemplo en Colonia (ver Schonfelder, Liturgische Bibliothek, I, 99-100) parecen no haber recibido ningún reconocimiento oficial (cf. The Month, sept. 1907). Por otro lado, el ceremonial de la Iglesia a menudo es imitativo.

El rito de bendición de las palmas sigue de cerca la disposición de las partes variables del Misa. El orden para la coronación de un rey lo copia tan cerca para la consagración de un obispo que los escritores anglicano han afirmado que el rey es una “persona espiritual", dotado de facultades episcopales. Por lo tanto, no sería de extrañar que en el "Benedictio Signi vel Campanae" se deba rastrear una cierta semejanza a los detalles en el ritual del bautismo. Se utilizan exorcismos, y agua y sal y unciones con los santos óleos; la campana recibe un nombre, y anteriormente, por lo menos, el nombre era sugerido por un "padrino". Pero para toda la controversia las similitudes son realmente muy superficiales.

El siguiente es un resumen de la ceremonia usada actualmente, de la cual los pontificales medievales difieren solo ligeramente. El obispo, en vestimentas blancas, primero recita siete Salmos con su clero acompañante para implorar la ayuda divina. Luego mezcla sal con agua, recitando oraciones de exorcismo análogas a las que siempre se utiliza en la preparación del agua bendita, pero haciendo especial referencia a la campana y las malas influencias del aire ---fantasmas, tormentas, relámpagos---, que amenazan la paz de los cristianos devotos que acuden a la iglesia para cantar las alabanzas a Dios. Entonces el obispo y sus acompañantes "lavan" (lavant) la campana por dentro y por fuera con el agua así preparada y la secan con toallas, mientras se canta el salmo "Laudate Dominum de coelis" (Salmo 148) y otros cinco de contenido similar. Estos son seguidos por diversas unciones; las del exterior de la campana se hacen con el aceite de los enfermos en siete lugares, y las del interior, con el crisma en cuatro lugares. En las oraciones acompañantes se hace mención de las trompetas de plata de la Antigua Ley y de la caída de los muros de Jericó, mientras que se pide una vez más la protección contra los poderes del aire, y se anima a los fieles a refugiarse bajo el signo de la Santa Cruz. En este sentido, el prólogo de la “Leyenda Dorada” de Longfellow deja una impresión correcta en términos generales, a pesar de la declaración inexacta:

Pues esas campanas han sido ungidas,
y bautizadas con agua bendita.

Debe notarse que al hacer las unciones, y no en el lavado de la campana, se utiliza una forma que introduce al santo patrón: "¡Que esta campana sea + santificada, oh, Señor, y + consagrada en el nombre del + Padre, y del + Hijo y del + Espíritu Santo. En honor de San N. La paz sea contigo". Por último, el incensario con incienso (thymiama) y la mirra se colocan debajo de la campana para que el humo pueda llenar su concavidad. A continuación, se dice otra oración con significado semejante a la anterior, y la ceremonia finaliza con la lectura del pasaje del Evangelio (Lc. 10,40) sobre Marta y María.

En todos los aspectos esenciales este ritual coincide con el utilizado en tiempos carolingios, el cual se encuentra en muchos manuscritos, y que data probablemente ya del pontificado de Egberto de York a mediados del siglo VIII. El lavado y las unciones fueron prescritos, como en la actualidad, pero desde antiguo no encontramos rastro de la forma de palabras o del darle nombre que ahora acompaña a las unciones. Por muchas razones parece altamente improbable que el ritual de la bendición de las campanas, el cual ha estado así en uso en la Iglesia durante casi 1.200 años, fuese compuesto con cualquier diseño de imitación de las ceremonias del bautismo. En primer lugar, no hay una triple inmersión, ni siquiera en sentido estricto ningún derramamiento de agua. La campana es "lavada" por el obispo y sus ayudantes, al igual que los altares son lavados el Jueves Santo. Además no hay nada en absoluto que recuerde la ceremonia ephpheta, sin embargo, este es el único detalle en el rito del bautismo que parecería en su lugar si el ritual se transfiriese a una campana.

Contra el argumento utilizado por los reformadores de que Carlomagno en sus capitulares decretó ut cloccas baptizent, se puede presentar como una explicación muy natural de esta ordenanza que pudo haber comenzado a crecer alguna práctica que parecía parodiar muy de cerca el rito del bautismo, y que la prevalencia de nuestro menos objetable ceremonial actual fue precisamente el resultado de la intervención de Carlomagno. Es probable que una rúbrica encontrada en uno o dos, pero no más, de los pontificales existentes, "Tunc sub trina, infusione aquae sancta impone ei [es decir, campan] nomen, si velis", conserve la huella de la práctica que Carlomagno condena. Algunos ordinales españoles, cuyos originales deben datar del siglo VII o antes, contienen un rito muy diferente para la bendición de las campanas (Férotin, Monumenta Litúrgica, V, 160). Aquí no hay mención de unciones o de cualquier lavado con agua bendita, pero hay exorcismos y oraciones del mismo tenor general que las que se encuentran en el Pontifical Romano. Indirectamente, este ritual español, al hablar de "hoc vas concretum generibus metallorum", demuestra que desde una fecha temprana se usaba una combinación de metales para la fundición de las campanas.

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Fuente: Thurston, Herbert. "Bells." The Catholic Encyclopedia. Vol. 2. New York: Robert Appleton Company, 1907. 15 May 2012 <http://www.newadvent.org/cathen/02418b.htm>.

Está siendo traducido por Luz María Hernández Medina.