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Jueves, 21 de noviembre de 2024

Diferencia entre revisiones de «Gloria»

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Disfrutar de la gloria ante los [[hombre]]s es ser reconocido y [[honor |honrado]] debido al [[carácter]], [[cualidad]]es, [[propiedad |posesiones]], posición o logros, reales o imaginarios, que uno posea.  Surge la pregunta [[moral]]:  ¿son lícitos el deseo y la búsqueda de esta gloria?  [[Santo Tomás de Aquino |Santo Tomás]] (II-II, Q. CXXXII) estableció sucintamente la [[Doctrina Cristiana |doctrina]] sobre el tema.  Al planteársele la pregunta de si el deseo de gloria es [[pecado]], procede a responder a ella en el siguiente sentido:  La gloria implica la manifestación de algo que se estima honorable, ya sea un bien espiritual o uno corporal.  La gloria no requiere necesariamente que un gran número de [[persona]]s reconozcan la excelencia; la estima de unos pocos, o incluso de uno mismo, puede ser suficiente, como, por ejemplo, cuando uno juzga que algún bien propio es digno de elogio.  Que cualquier persona estime que su propio bien o excelencia son dignos de elogio no es en sí mismo pecaminoso; de igual manera, no es pecado que deseemos ver nuestras [[bien |buenas]] [[Actos Humanos |obras]] aprobadas por los demás.  "Que tu luz brille ante los hombres, para que vean tus buenas obras" ([[Evangelio según San Mateo |Mat.]] 5,16). De ahí que el deseo de gloria no es esencialmente [[vicio]]so.
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Pero un deseo vano, o perverso, de renombre, que se llama vanagloria, es erróneo; pues no se funda en la [[verdad]], sino en la [[falsedad]].  El deseo de gloria se convierte en perverso,
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*cuando uno busca renombre por algo que en realidad no lo merece;
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*cuando uno desea la gloria ante los hombres sin subordinarla a la rectitud. 
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La vanagloria puede convertirse en un [[Pecado#Pecado Mortal |pecado mortal]] si uno busca la estima de los hombres por algo que es incompatible con la reverencia debida a [[Dios]]; o cuando la cosa por la que uno desea ser estimado es preferida en nuestro afecto antes que Dios; o de nuevo, cuando el juicio de los [[hombre]]s se busca con preferencia al juicio de Dios, como era el caso de los [[fariseos]], que “amaban la gloria de los hombres más que la de Dios” ([[Evangelio según San Juan|Juan]] 12,43).  El término “vanagloria” denota no sólo el acto pecaminoso, sino también el [[hábito]] vicioso o tendencia engendrada por la repetición de tales actos.  Este hábito se clasifica entre los [[pecado]]s capitales, o más propiamente, [[vicio]]s, porque es prolífico de otros pecados, a saber, desobediencia,  jactancia, [[hipocresía]], conflictividad, discordia y un amor presuntuoso por las novedades perniciosas en la doctrina [[moral]] y [[religión |religiosa]].
  
  

Última revisión de 02:28 13 sep 2016

La palabra gloria tiene muchos matices de significado, los cuales desconciertan a los lexicógrafos que tratan de diferenciarlos exactamente. Como nuestro interés en ella aquí se centra en torno a su significado ético y religioso, se tratará sólo con referencia a las ideas que se le atribuyen en la Sagrada Escritura y en la teología.

En la Escritura

En la versión en inglés de la Biblia la palabra “gloria", una de las más comunes en la Escritura, se usa para traducir varios términos hebreos en el Antiguo Testamento, y el griego doxa en el Nuevo Testamento. A veces, las versiones católicas emplean resplandor, donde otras utilizan gloria. Cuando esto ocurre, el original significa, como lo hace a menudo en otros lugares, un fenómeno físico visible. Este significado se encuentra por ejemplo en Éxodo 24,16: “La gloria de Yahveh descansó sobre el monte Sinaí”; en Lucas 2,9, y en el relato de la Transfiguración en el Monte Tabor. En muchos lugares se emplea el término para denotar el testimonio que el universo creado da a la naturaleza de su Creador, al igual que un efecto revela el carácter de su causa.

Frecuentemente en el Nuevo Testamento significa una manifestación de la Divina Majestad, la verdad, la bondad o algún otro atributo a través de su Hijo encarnado, como, por ejemplo, en Juan 1,14: "(y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre), lleno de gracia y de verdad"; Lucas 2,32, "…luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel”; y en toda la oración de Cristo por sus discípulos, Juan 17. También aquí, como en todas partes, nos encontramos con la idea de que la percepción de esta verdad manifestada trabaja hacia una unión del ser humano con Dios. En otros pasajes gloria es equivalente a la “alabanza” rendida a Dios en reconocimiento de su majestad y perfecciones manifestadas objetivamente en el mundo, o por medio de la revelación sobrenatural: "Eres digno, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder, porque tú has creado el universo”, Apoc. 4,11; "Dad gloria a Yahveh, aclamad su Nombre”, (Sal. 105(104),1).

El término se usa también para denotar el juicio sobre el valor personal, en cuyo sentido el griego doxa refleja el significado del verbo cognado dokeo: “¿Cómo podéis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros, y no buscáis la gloria que viene del único Dios?” Jn. 5,44; y 12,43, “porque prefirieron la gloria de los hombres a la gloria de Dios”.

Finalmente, gloria es el nombre que se le da a la bienaventuranza de la vida futura, en la cual el alma está unida a Dios: “Porque estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros” Rom. 8,18. “Porque la creación también será liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios”, ib., 21. Los textos citados arriba son representativos de una multitud de similares en tenor, dispersos a través de los escritos sagrados.

En la Teología

El concepto radical presente bajo diversas modificaciones en todas las expresiones anteriores es traducido por San Agustín como clara notitia cum laude, "celebridad brillante con alabanza". Los filósofos y teólogos han aceptado esta definición como el centro alrededor del cual ellos correlacionan su doctrina respecto a la gloria, divina y humana.

Gloria Divina

El Dios Eterno por un acto de su voluntad ha creado, es decir, ha traído a la existencia, a partir de la nada, todas las cosas que son. Inteligencia infinita, no podía actuar sin un propósito; tuvo un objetivo para su acción; creó con un propósito; destinó sus criaturas a algún fin. El fin es, pudo ser, no otro que Él mismo; pues nada existía excepto Él, nada excepto Él podía ser un fin digno de su acción. “Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, dice el Señor Dios” (Apoc. 1,8); “El Señor ha hecho las cosas para sí mismo” (Prov. 16,4). ¿Creó entonces a las criaturas para derivar algún beneficio? ¿Para que, por ejemplo, como algunas teorías actuales pretenden, a través de la evolución de las cosas hacia una perfección más alta la suma de su Ser pueda ser ampliada o perfeccionada? ¿O que el ser humano al cooperar con Él podría ayudarle en la eliminación del mal que Él por sí mismo no es capaz de echar fuera? No; estas opiniones son incompatibles con el verdadero concepto de Dios. Infinito, Él posee la plenitud del Ser y la Perfección; Él no necesita nada, y no puede recibir ningún incremento complementario o agregado superfluo de excelencia desde el exterior. Omnipotente, no tiene necesidad de ninguna ayuda para ejecutar su voluntad.

Pero desde su infinitud Él puede dar y da; y todos hemos recibido de su plenitud. Todas las cosas son, solamente porque han recibido de Él; y la medida de su entrega constituye las limitaciones del ser de ellas. Al contemplar el océano sin límites de su realidad, Él lo percibe como imitable ad extra (N.T.: hacia afuera), como un fondo inagotable de ideas ejemplares que pueden, si Él quiere, ser reproducidas en un orden de existencia finita distinta de, aunque dependiente de la de Él, que derivan su dote de realidad de su plenitud infinita que al impartirla no sufre ninguna disminución. Él habló y fueron hechas. Todo lo que su fíat ha llamado a la existencia es una copia —realmente finita y muy imperfecta, pero verdadera dentro de sus límites— de algún aspecto de su perfección infinita. Cada una refleja en limitación fija algo de su naturaleza y atributos. Los cielos manifiestan su poder: los océanos de la tierra son

…el glorioso espejo donde la forma del Todopoderoso se refleja en tempestades…

La flor del verano, aunque vive y muere sólo para sí misma, es un testigo silencioso ante Él de su poder, bondad, verdad y unidad; y el orden armónico que une todas las innumerables partes de la creación en un todo cósmico es otro reflejo de su unidad y de su sabiduría. Sin embargo, como cada parte de la creación es finita, así también es la totalidad; y por lo tanto su capacidad para reflejar el Prototipo Divino debe resultar en una representación infinitamente inadecuada del Gran Ejemplar. Sin embargo, la variedad inimaginable de cosas existentes transmite una vaga insinuación de aquel Infinito que debe siempre desafiar cualquier expresión completa externa a sí mismo. Ahora bien, esta revelación objetiva del Creador en términos de la existencia de las cosas es la gloria de Dios. Esta doctrina fue formulada con autoridad por el Concilio Vaticano I: "Si alguno dijere que el mundo no fue creado para la gloria de Dios, sea anatema." (Sesión III, C. I, can. 5).

Esta manifestación objetiva de la naturaleza divina constituye el universo —el libro, se podría decir, en el que Dios ha grabado su grandeza y majestad. Así como el espejo del telescopio presenta una imagen de la estrella que brilla y rueda en las inconmensurablemente remotas profundidades del espacio, así este mundo refleja a su manera la naturaleza de su Causa entre quien y él se encuentra el abismo que separa lo finito de lo infinito. Sin embargo, el telescopio no conoce la imagen que su superficie lleva; el ojo y la mente del astrónomo debe intervenir a fin de que se pueda captar el significado de la sombra y su relación a la substancia.

Alabar, en el sentido exacto del término, requiere no sólo que se manifieste el valor, sino también que haya intención de reconocer. El testimonio inconsciente del universo a su Creador es más bien potencial que gloria real. De ahí que esta gloria que le rinde se llama en frase teológica gloria materialis, para distinguirla de la gloria formal que sus criaturas inteligentes le rinden a Dios. Ellas pueden leer lo escrito en el libro de la creación, entender su historia, aceptar sus lecciones y alabar reverentemente la Majestad que revela. Esta alabanza envuelve no sólo percepción intelectual, sino también el reconocimiento práctico de corazón y voluntad que produce en obediencia y servicio amoroso. La dotación de inteligencia con todo lo que eso implica —espiritualidad y libre albedrío— le brinda al hombre una imagen más alta y más noble del Creador que a cualquier otro ser de este mundo visible. El don del intelecto también le impone al hombre el deber de regresarle a Dios esa gloria formal de la que hemos hablado. Mientras más perfectamente cumpla esta obligación, más desarrolla y perfecciona esa semejanza inicial con Dios que existe en su alma, y mediante el cumplimiento de este deber sirve al fin para el cual él, como todos los demás, fue creado.

La revelación natural que Dios ha concedido de sí mismo a través del mundo interpretado por la razón se ha complementado con una manifestación sobrenatural superior que ha culminado en la Encarnación de la Divinidad en Jesucristo: "y contemplamos su gloria, gloria como del padre, lleno de gracia y de verdad". Del mismo modo la semejanza natural a Dios y la relación de nuestro ser con el suyo, según lo establecido por la creación, se complementan y se trasladan a un orden superior por medio de su comunicación de la gracia santificante. Conocer a Dios a través de esta verdad revelada sobrenaturalmente, servirle en el amor que surge de esta gracia es estar “llenos de los frutos de justicia que vienen por Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios” (Flp. 1,11).

Al manifestar la gloria de Dios por el desarrollo de sus propios poderes y capacidades, las criaturas inanimadas alcanzan esa perfección o plenitud de existencia que Dios ha prescrito para ellas. Del mismo modo el hombre alcanza su perfección o fin subjetivo al dar gloria a Dios en el sentido amplio indicado anteriormente. Él logra la consumación de su perfección no en esta vida, sino en la vida futura. Esa perfección consistirá en una percepción directa, inmediata e intuitiva de Dios; "Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido” (1 Cor. 13,12). En este conocimiento trascendente el alma será, en una medida mayor que la que obtiene en virtud de la creación por sí sola, participante y por lo tanto una imagen de la naturaleza divina; de modo que "seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es" (1 Juan 3,2). Así que objetiva y activamente la vida en el cielo será una inefable manifestación sin fin y reconocimiento de la majestad y perfecciones divinas. Así entendemos el lenguaje de la Escritura en la que se describe la vida futura de los bienaventurados como un estado en el que "todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen, cada vez más gloriosos, así es como actúa el Señor, que es Espíritu" (2 Cor. 3,18).

La doctrina católica sobre este tema fue definida por el Concilio de Florencia (vea Denzinger, 588).

(Vea los artículos CREACIÓN y BIEN).

Gloria Humana

Disfrutar de la gloria ante los hombres es ser reconocido y honrado debido al carácter, cualidades, posesiones, posición o logros, reales o imaginarios, que uno posea. Surge la pregunta moral: ¿son lícitos el deseo y la búsqueda de esta gloria? Santo Tomás (II-II, Q. CXXXII) estableció sucintamente la doctrina sobre el tema. Al planteársele la pregunta de si el deseo de gloria es pecado, procede a responder a ella en el siguiente sentido: La gloria implica la manifestación de algo que se estima honorable, ya sea un bien espiritual o uno corporal. La gloria no requiere necesariamente que un gran número de personas reconozcan la excelencia; la estima de unos pocos, o incluso de uno mismo, puede ser suficiente, como, por ejemplo, cuando uno juzga que algún bien propio es digno de elogio. Que cualquier persona estime que su propio bien o excelencia son dignos de elogio no es en sí mismo pecaminoso; de igual manera, no es pecado que deseemos ver nuestras buenas obras aprobadas por los demás. "Que tu luz brille ante los hombres, para que vean tus buenas obras" (Mat. 5,16). De ahí que el deseo de gloria no es esencialmente vicioso.

Pero un deseo vano, o perverso, de renombre, que se llama vanagloria, es erróneo; pues no se funda en la verdad, sino en la falsedad. El deseo de gloria se convierte en perverso,

  • cuando uno busca renombre por algo que en realidad no lo merece;
  • cuando uno busca la estima de aquellos cuyo juicio es indiscriminado;
  • cuando uno desea la gloria ante los hombres sin subordinarla a la rectitud.

La vanagloria puede convertirse en un pecado mortal si uno busca la estima de los hombres por algo que es incompatible con la reverencia debida a Dios; o cuando la cosa por la que uno desea ser estimado es preferida en nuestro afecto antes que Dios; o de nuevo, cuando el juicio de los hombres se busca con preferencia al juicio de Dios, como era el caso de los fariseos, que “amaban la gloria de los hombres más que la de Dios” (Juan 12,43). El término “vanagloria” denota no sólo el acto pecaminoso, sino también el hábito vicioso o tendencia engendrada por la repetición de tales actos. Este hábito se clasifica entre los pecados capitales, o más propiamente, vicios, porque es prolífico de otros pecados, a saber, desobediencia, jactancia, hipocresía, conflictividad, discordia y un amor presuntuoso por las novedades perniciosas en la doctrina moral y religiosa.


Bibliografía: SANTO TOMÁS, I-I, QQ. XII, XLIV, XLV, XCIII, CIII; II-II, QQ, CIII, CXXXII, IDEM, Cont. Gent., tr. RICKABY, God and His Creatures, II, ch. Xlv; III, ch. XXVIII, XXIX, LVI-LXIII; IV, ch. LIV. Vea también libros de texto teológicos y filosóficos en los que se trata el tema bajo “Creación”, The End of Man, Eternal Life; WILHELM AND SCANNELL, Manual of Catholic Theology (Nueva York, 1899), vol. I, bk. III, pt. I; GRAY Y MASSIE en HAST., Dict. Of the Bible, s.v.; HASTINGS, A Dictionary of Christ and the Gospels (Nueva York, 1906), X. V.; PACE, The World-copy according to St. Thomas in The Catholic University Bulletin, vol. V.

Fuente: Fox, James. "Glory." The Catholic Encyclopedia. Vol. 6, pp. 585-586. New York: Robert Appleton Company, 1909. 12 Sept. 2016 <http://www.newadvent.org/cathen/06585a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina.