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Martes, 19 de marzo de 2024

Ágape

De Enciclopedia Católica

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Ágape: La celebración de fiestas fúnebres en honor de los difuntos casi se remonta a los comienzos del culto a los muertos, es decir, a los tiempos más remotos. Se pensaba que el muerto, en la región más allá de la tumba, recibía placer y ventajas de estas ofrendas. La misma convicción explica la existencia del mobiliario fúnebre para uso del fallecido. Las armas, vasijas y la ropa, como cosas no sujetas a descomposición, no necesitaban ser renovadas, pero la comida sí; de ahí las fiestas en las estaciones establecidas. Pero el cuerpo de los difuntos no ganaba alivio por las ofrendas hechas a su espíritu, a menos que estuviesen acompañadas por los ritos obligatorios. Sin embargo, la fiesta fúnebre no era meramente una conmemoración, sino una verdadera comunión y la comida traída por los invitados era realmente para uso de los difuntos. La leche y el vino se derramaban sobre la tierra alrededor de la tumba, mientras que pasaban la comida sólida al cadáver a través de un agujero en la tumba. La celebración de la fiesta fúnebre fue casi universal en el mundo greco-romano. Se puede citar a muchos autores antiguos como testigos de esta práctica en tierras clásicas. Entre los judíos, opuestos por el gusto y la razón a todas las costumbres extranjeras, hallamos el equivalente a un banquete fúnebre, si no el rito mismo; las colonias judías de la diáspora, menos impenetrables a las influencias circundantes, adoptaron la práctica de los banquetes fraternales.

Si estudiamos los textos relativos a la la Cena, la última comida solemne tomada por Nuestro Señor con sus discípulos, encontraremos que fue la cena de Pascua, con los cambios forjados por el tiempo en el ritual primitivo, pues tuvo lugar por la tarde y con los invitados reclinados en la mesa. A medida que la comida litúrgica se acerca a su fin, el anfitrión introduce un nuevo rito, y ordena a los presentes a repetirlo cuando Él ya no esté con ellos. Hecho esto, cantan el himno habitual y se retiran. Tal es la comida que Nuestro Señor habría renovado, pero es claro que Él no ordenó la repetición de la cena de Pascua durante el año, pues no podría tener significado alguno, excepto en la propia fiesta.

Ahora bien, los primeros capítulos de los Hechos de los Apóstoles establecen que la comida de la fracción del pan muy a menudo tenía lugar quizás diariamente. La que se repitió no fue, por lo tanto, la fiesta litúrgica del ritual judío, sino el evento que Nuestro Señor introdujo a esta fiesta cuando, tras beber la cuarta copa, instituyó la fracción del pan, la Eucaristía. En la actualidad no tenemos medios para determinar en qué grado este nuevo rito, repetido por los fieles, se apartó del rito y fórmula de la cena de Pascua. Sin embargo, es probable que al repetir la Eucaristía se estimó adecuado preservar ciertas partes de la cena de Pascua, tanto por respeto a lo que había tenido lugar en el cenáculo, como por la imposibilidad de romper bruscamente con el rito de Pascua judío, tan íntimamente ligado con el eucarístico por las circunstancias.

Este, en su origen, está claramente marcado como funerario en su intención, un hecho atestiguado por los testimonios más antiguos que nos han llegado. Nuestro Señor, al instituir la Eucaristía, usó estas palabras: "Cada vez que coman de este Pan y beban de este cáliz, anunciaréis la muerte del Señor". Nada podía estar más claro. Nuestro Señor escogió los medios generalmente utilizados en su tiempo, a saber, el banquete fúnebre, para unir a aquellos que permanecían fieles a la memoria del que había partido. Sin embargo, debemos estar en guardia para no asociar el pensamiento de tristeza con la cena eucarística, al contemplarla desde esta perspectiva. Si el recuerdo de la Pasión del Maestro en alguna medida hizo triste la conmemoración de estas últimas horas, el pensamiento glorioso de la Resurrección dio a esta reunión de hermanos su aspecto gozoso. La asamblea cristiana se llevaba a cabo por la tarde, y continuaba hasta avanzada la noche. La cena, la predicación, la oración común y la fracción del pan tomaban varias horas; la reunión comenzaba sábado y terminaba domingo, pasando así de la conmemoración de las horas tristes al momento triunfante de la Resurrección y la fiesta eucarística, es la pura verdad, “anunciaba la muerte del Señor”, hasta que Él vuelva. El mandato del Señor era entendido y obedecido. Ciertos textos se refieren a las reuniones de los fieles en los tiempos primitivos. Dos, de la Epístola de San Pablo a los Corintios (1 Cor. 11,18.20-22.33-34), nos permiten llegar a las siguientes conclusiones: Los hermanos tenían la libertad de comer antes de ir a la reunión; todos los presentes debían estar en condición adecuada para celebrar la Cena del Señor, aunque no debían comer de la cena fúnebre hasta que todos estuvieran presentes.

Sabemos, a partir de dos textos del siglo I, que estas reuniones no permanecieron mucho tiempo dentro de los límites convenientes. El ágape, como veremos, estuvo destinado, durante los pocos siglos que duró, a caer de vez en cuando en abusos. Los fieles, unidos en cuerpos, gremios, corporaciones o colegios, admitían hombres vulgares e inmoderados que degradaban el carácter de las asambleas. Éstos “collegia“ cristianos parecen haber diferido poco de aquellos de los paganos, en todo caso, respecto a las obligaciones impuestas por las reglas de incorporación. No hay ninguna evidencia disponible para mostrar que desde el principio los “collegia” se encargaran del entierro de los miembros difuntos; aunque parece probable que así lo hicieran en un período temprano. El establecimiento de tales colegios les dio a los cristianos la oportunidad de reunirse de igual modo que hacían los paganos, sujeto siempre a los muchos obstáculos que la ley imponía. Se realizaban pequeñas fiestas a las que cada uno de los invitados aportaba su parte, y la cena con que terminaban las reuniones pudo, muy bien, haber sido consideradas como funeraria por las autoridades. De hecho, no obstante, para todos los fieles dignos del nombre, era una asamblea litúrgica. Los textos, que sería demasiado extenso citar, no nos permiten afirmar que todas estas reuniones concluían con una celebración de la Eucaristía. En tales temas debe evitarse las generalizaciones amplias. En principio debe establecerse que ningún texto afirma que la cena fúnebre de los colegios cristianos, siempre y en todas partes, debía ser identificada con el ágape; tampoco texto alguno nos dice que el ágape estuvo, siempre y en todas partes, relacionado con la celebración de la Eucaristía. Pero sujeto a estas reservas, podemos inferir que, bajo ciertas circunstancias, el ágape y la Eucaristía parecen formar parte de una misma función litúrgica. La comida, tal como fue entendida por los cristianos, era una verdadera cena que seguía a la Comunión; y un monumento importante, una pintura al fresco del siglo II, conservada en el cementerio de Santa Priscila en Roma, nos muestra una compañía de fieles cenando y comulgando. Los invitados, reclinados sobre un sofá que les sirve de asiento, si están en la actitud de los que están cenando, la comida aparece como concluida. Ellos han llegado al momento de la comunión eucarística, simbolizada en el fresco por el pez místico y el cáliz. (Vea Simbolismo del Pez, Eucaristía, Simbolismo).

Tertuliano ha descrito en detalle (Apolog., VII-IX) estas cenas cristianas, cuyo misterio confundía a los paganos, y ha dado un relato detallado del ágape, que había sido objeto de tanta calumnia; un relato que nos ofrece una visión del ritual del ágape en África en el siglo II:

1. La oración introductoria.
2. Los invitados toman sus lugares en los sofás.
3. La comida, durante la cual hablan de temas piadosos.
4. El lavatorio de manos.
5. El salón es iluminado.
6. El cántico de salmos e himnos improvisados.
7. Oración final y salida.

No se especifica la hora de reunión, pero el uso de antorchas muestra claramente que debe haber sido en la tarde o en la noche. El documento conocido como los "Cánones de Hipólito" parece haber sido escrito en tiempos de Tertuliano, pero permanece en duda si su origen es romano o egipcio. Contiene regulaciones muy precisas respecto al ágape, similares a las que se pueden inferir de de otros textos. Suponemos que los invitados estaban en libertad de comer y beber según la necesidad de cada uno. El ágape, según lo prescribió San Ignacio de Antioquía a los esmírneos, era presidido por el obispo; de acuerdo a los “Cánones de Hipólito”, se excluía a los catecúmenos, una regulación que parece indicar que la reunión tenía un aspecto litúrgico.

Un ejemplo de los salones en los que los fieles se reunían para celebrar el ágape puede observarse en el vestíbulo de la Catacumba de Domitila. Un banco se extiende alrededor de este gran salón, en el cual los invitados tomaban sus lugares. Este se puede comparar con una inscripción hallada en Cherchel, en Algeria, que registra el regalo hecho a una iglesia local de un lote de terreno y un edificio destinados a lugar de reunión para la corporación o gremio de los cristianos. Desde el siglo IV en adelante el ágape perdió rápidamente su carácter original. La libertad política otorgada a la Iglesia hizo posible que las reuniones se volviesen más grandes, lo cual implicó un alejamiento de la sencillez primitiva. Se continuó practicando el banquete fúnebre, pero dio lugar a abusos flagrantes e intolerables. San Paulino de Nola, generalmente manso y amable, se ve forzado a admitir que el grupo, reunido en para honrar la fiesta de cierto mártir, tomó posesión de la basílica y el atrio, y allí comió la comida que se había repartido en grandes cantidades. El Concilio de Laodicea (363) prohibió al clero y y a los laicos que debían estar presentes en un ágape el convertirlo en un medio de abastecimiento, o llevarse comida de él, y al mismo tiempo prohibió la instalación de mesas en las iglesias. En el siglo V, el ágape se vuelve poco frecuente, y entre el VI y el VIII desaparece completamente de las iglesias

En relación con un tema al presente tan estudiado y discutido, parece haberse establecido un hecho más allá de toda duda, a saber, que el ágape nunca fue una institución universal. Si se encontró en un lugar, no hay siquiera señal en otro, ni cualquier razón para suponer que alguna vez existió allí. El banquete fúnebre fue inspirado un sentimiento de veneración hacia los muertos, sentimiento estrechamente semejante a la inspiración cristiana. La muerte no era considerada como el fin total del hombre, sino como el comienzo de un nuevo y misterioso lapso de vida. La última comida de Cristo con sus apóstoles apuntó a esta creencia de la vida después de la muerte, pero le añadió algo nuevo e incomparable, la comunión eucarística. Sería inútil buscar analogías entre el banquete fúnebre y la cena eucarística pues no debe olvidarse que ésta fue, fundamentalmente, un memorial fúnebre.


Bibliografía: BATIFFOL, Etudes d'histoire et de théologie positive (París, 1902), 277-311; FUNK en the Revue d'histoire ecclésiastique (15 enero 1903); KEATING, The Agape and the Eucharist in the Early Church (Londres, 1901); LECLERCQ en Dict. d'archéol. chrét. et de lit., I, col. 775-848.

Fuente: Leclercq, Henri. "Agape." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1, pp. 200-202. New York: Robert Appleton Company, 1907. 1 June 2019 <http://www.newadvent.org/cathen/01200b.htm>.

Traducido por José Luis Anastasio. lhm