Enrique II
De Enciclopedia Católica
Enrique II : rey de Inglaterra, nació en 1133; murió el 6 de julio de 1189. En su vida temprana fue conocido comúnmente como “Henry Fitz-Empress” por el hecho de que su madre Matilda, hija de Enrique I, estuvo primero casada con el emperador Enrique V. Sin embargo, Enrique era hijo de su segundo esposo, Geoffrey Plantagent, y heredó de él los tres importantes feudos de Anjou, Touraine y Maine. Poco después de su nacimiento, los miembros del consejo del rey fueron obligados a jurar lealtad al príncipe infante como heredero al trono de Inglaterra, pero cuando Enrique I murió, en 1135, tanto los barones normandos como los ingleses, a quienes tanto disgustaba Geoffrey Plantagenet, prestaron su apoyo al reclamante rival, Stephen de Blois. A pesar de la confusión y la guerra civil que marcaron los años siguientes, el joven Enrique parece haber sido bien educado, en parte en Inglaterra, en parte en el extranjero.
Cuando tenía dieciséis años fue nombrado caballero en Carlisle por el rey David de Escocia; a los dieciocho heredó a Normandía y Anjou; a los diecinueve años se casó con Eleanor de Aquitania, la esposa divorciada de Luis VII de Francia, y obtuvo su herencia; y a sus veinte años, regresó a Inglaterra y obligó al rey Esteban a someterse a términos. Es evidente que cuando, un año más tarde, después de la muerte de Stephen, le sucedió a la Corona inglesa, los hombres sintieron que no tenían que tratar con un novato ni en la diplomacia ni en la guerra. Ya sea por el accidente de la herencia o por una imitación consciente, Enrique II enseguida emprendió con notable éxito el trabajo de reforma constitucional y legal que marcó la administración de su abuelo, Enrique I. El Enrique angevino no era un héroe o un patriota como nosotros entendemos los términos hoy día, sino que fue, como dijo Stubbs, "un rey precavido que reconoció que el bienestar de la nación era la base más segura de su propio poder".
En su país, entonces, se puso a trabajar desde el principio para enfrentar una serie de problemas que nunca se habían resuelto, la cuestión de Escocia, la cuestión de Gales, los fraudes de los funcionarios fiscales, los defectos de la justicia real y las intromisiones de las cortes feudales. En todas estas empresas fue apoyado lealmente por su nuevo canciller, uno que le había sido cordialmente recomendado por el arzobispo Teobaldo y uno que estaba lo suficientemente cerca de su edad para compartir su vigor y entusiasmo. Hay una sola voz entre los contemporáneos para rendir homenaje al gobierno fuerte y beneficioso llevado a cabo por Enrique y su canciller Thomas Becket durante siete u ocho años. Se aplastó toda resistencia peligrosa, los innumerables castillos feudales se sometieron y los barones turbulentos estuvieron dispuestos a aceptar la seguridad y el orden impartidos por la reorganizada maquinaria del tesoro y por un sistema más completo de administración judicial; aquí no se pueden dar los detalles. Las reformas se incorporaron en gran parte en las "sesiones" (“assizes”) emitidas más tarde en el reino, pero en la mayoría de los casos, el trabajo de reorganización se puso en marcha desde el principio.
En lo que respecta a la política exterior, Enrique se encontró con dominios como ningún rey inglés había conocido antes. Normandía, Maine, Anjou y Aquitania se unieron a la corona inglesa en 1154, y antes de veinte años Nantes, Quercy, Bretaña y Toulouse habían prácticamente caído bajo la soberanía inglesa. Recientemente se ha sostenido (por Hardegan, "Imperialpolitik Heinrichs II", 1905) que Enrique adoptó deliberadamente una política de competencia con el emperador y que él mismo hizo el imperio, como parece afirmar Giraldo Cambrense (Opera, VIII, 157), objeto de su ambición, al ser invitado a ello tanto por toda Italia como por la ciudad de Roma. Si se trata de una visión exagerada, no obstante, es cierto que Enrique ocupó una posición destacada en Europa y que Inglaterra, por primera vez, ejerció una influencia que se sintió en todo el continente.
La prosperidad que se mostró favorable en los primeros años de Enrique parece de una manera extraña haber sido destruida por su disputa con su ex favorito y canciller. Aquel a quien ahora honramos como Santo Tomás Becket fue elevado al arzobispado por deseos de su amo real en 1162. Es probable que Enrique fuese influenciado en su elección de un primado por la anticipación de conflictos con la Iglesia. Sin duda, ya estaba planeando su ataque a la jurisdicción de los Tribunales Cristianos, y también es bastante probable que el mismo Tomás lo hubiese adivinado. Esto, de ser cierto, explicaría los presentimientos claramente expresados que el futuro arzobispo pronunció al enterarse de su nominación.
La historia de las famosas Constituciones de Clarendon ya se ha dado con algunos pequeños detalles en el artículo Inglaterra (Vol. V, p. 436). En su ataque a la jurisdicción de los tribunales espirituales, Enrique podría haber deseado sinceramente remediar un abuso, pero la magnitud de ese abuso ha sido muy exagerada por las simpatías anti papales de los historiadores anglicanos, más especialmente de un escritor tan influyente como el obispo Stubbs. Sin duda, la naturaleza magistral y apasionada de Enrique se vio indudablemente amargada por lo que él consideraba la ingratitud de su ex favorito —incluso la renuncia a la cancillería de Santo Tomás, al ser nombrado arzobispo, lo había mortificado profundamente— pero cuando, como clímax de seis años de persecución que siguieron al rechazo del santo a las Constituciones de Clarendon, el arzobispo fue brutalmente asesinado el 29 de diciembre de 1170, no hay razón para dudar que el remordimiento de Enrique fue sincero. Su sumisión a la humillante penitencia, que realizó descalzo en el santuario del mártir en 1174, fue un ejemplo para toda Europa.
Cuando llegó la noticia de que, ese mismo día, el rey escocés, que estaba apoyando una insurrección peligrosa en el norte, había sido hecho prisionero en Alnwick, los hombres lo consideraron naturalmente como una señal del favor divino. Es posible, y ha sido sugerido recientemente por L. Delisle, que la restauración del título ”Dei Gratia Rex Anglorum” (por la gracia de Dios rey de Inglaterra) que se observa en las cartas reales después de 1172, pueden deberse a la intensificación del sentimiento religioso. En cualquier caso, no hay razón suficiente para decir, con Stubbs, que Santo Tomás fue responsable de un cambio doloroso en el carácter de Enrique hacia el final de su vida. La mala conducta y la rebelión de sus hijos, probablemente a instancias de su reina, Leonor de Aquitania, son ampliamente suficientes para explicar alguna medida de amargura y venganza. Por otra parte, después de que Enrique, por su penitencia, se hubo confesado vencido por la cuestión de los Tribunales de la Iglesia, sus reformas legales y constitucionales (como las que desarrollaron los gérmenes del juicio por jurado, los circuitos de los jueces ambulantes, etc.) fueron empujadas más activamente que nunca. Este hecho constituye un fuerte argumento a favor de la opinión de que Santo Tomás no se resistía a nada que fuera esencial para el bienestar del reino.
Además, es en estos últimos años de la vida de Enrique que encontramos la presentación más atractiva de su carácter en sus relaciones con el cartujo, San Hugo de Lincoln, un santo que el propio rey había promovido a su obispado. Evidentemente San Hugo tenía un tierno sentimiento hacia Enrique, y él no era un hombre que tolerase la maldad. Una vez más, la lista de los fundamentos religiosos de Enrique es considerable, incluso aparte de las tres casas establecidas en la conmutación de su voto. Además, al final de su vida parece haber sido sincero en su interés por la Cruzada, mientras que su organización del "Diezmo de Saladino", como la del "scutagium" al comienzo del reinado, marcaron una época en la historia de la tributación inglesa.
La conquista de Irlanda que Enrique había proyectado en 1156 y para la cual obtuvo una bula del Papa Adriano IV fue realizada más tarde con la completa sanción del Papa Alejandro III, conservada para nosotros en cartas de autenticidad incuestionable que conceden en sustancia todo lo que se otorgó mediante la disputada bula de Adriano. La muerte de Enrique fue triste y trágica, amargado por la rebelión de sus hijos Ricardo y Juan, pero recibió los últimos sacramentos antes de que llegase su fin. “Pienso”, dice William de Newburgh, “que Dios deseó castigarlo severamente en esta vida para mostrarle misericordia en la próxima.”
Bibliografía: Todas las historias de Inglaterra y notablemente la de LINGARD contienen un relato detallado del importante reinado de Enrique, pero el estimado de su carácter que hace Lingard parece innecesariamente severo. Los prefacios a las ediciones de STUBBS de varias crónicas en las Series de Rollos son importantes y han sido impresas juntas en un volumen separado. Entre las obras más recientes DAVIS, England under the Normans and Angevins (Londres, 1905), y ADAMS, History of England from 1066 to 1216 (Londres, 1905) se pueden recomendar especialmente. Vea también DELISLE, artículos sobre los Estatutos de Enrique en la Bibliothéque de l'Ecole des Chartes, 1906, 1907, y 1909, y ROUND en el Archaeological Journal, 1908; EYTON, Itinerary of Henry II (Londres, 1878); NORGATE, England under the Angevin Kings (Londres, 1887); THURSTON, Life of St. Hugh of Lincoln (Londres, 1898); HARDEGEN, Imperialpolitik König Heinrichs II. von England (Heidelberg, 1905). Bibliografías más completes se dan en GROSS, Sources of Eng. Hist., y por NORGATE en Dict. Nat. Biog., s.v.
Fuente: Thurston, Herbert. "Henry II." The Catholic Encyclopedia. Vol. 7, pp. 220-222. New York: Robert Appleton Company, 1910. 28 Jul. 2019 <http://www.newadvent.org/cathen/07220b.htm>.
Traducido por Luz María Hernández Medina