Herramientas personales
En la EC encontrarás artículos autorizados
sobre la fe católica
Domingo, 24 de noviembre de 2024

Sucesión apostólica

De Enciclopedia Católica

Revisión de 22:15 16 ago 2010 por Luz María Hernández Medina (Discusión | contribuciones) (El reclamo de continuidad anglicano)

Saltar a: navegación, buscar

Puesto que la Apostolicidad como una señal de la verdadera Iglesia se trata en otro artículo, el objeto del presente es mostrar:

Reclamo romano

El principio subyacente en el reclamo romano está contenido en la idea de sucesión. “Suceder” es ser el sucesor de, especialmente ser el heredero de, u ocupar una posición oficial justo después, como Victoria sucedió a Guillermo IV. Ahora bien, los pontífices romanos vienen inmediatamente después, ocupan la posición y realizan las funciones de San Pedro; ellos son, por consiguiente, sus sucesores. Debemos demostrar que:

  • San Pedro vino a Roma y terminó allí su pontificado;
  • que los obispos de Roma que vinieron después de él ocuparon su posición oficial en la Iglesia.

Tan pronto como el problema de la venida de San Pedro a Roma pasó de los teólogos escribiendo pro domo suâ a manos de historiadores imparciales, es decir, dentro de la última mitad del siglo, recibió una solución que ningún erudito se atreve ahora a contradecir; las investigaciones de los profesores alemanes como A. Harnack y Weizsaecker, del obispo anglicano Lightfoot, y las de los arqueólogos como De Rossi y Lanciani, de Duchesne y Barnes, han llegado todas a la misma conclusión: San Pedro residió y murió en Roma. Comenzando a mediados del siglo II, existe un consenso universal sobre el martirio de Pedro en Roma;

Allí murió, allí dejó su herencia; el hecho nunca se cuestionó en las controversias entre Oriente y Occidente. Sin embargo, este argumento tiene un punto débil: deja cerca de cien años para la formación de las leyendas históricas, de las cuales la presencia de Pedro en Roma puede ser un tanto como su conflicto con Simón el Mago. Tenemos que ir más atrás hacia la antigüedad.

  • Alrededor del año 150, el presbítero romano Cayo le ofreció al hereje Procio mostrarle los trofeos de los Apóstoles: “si ustedes van al Vaticano, y a la Vía Ostiense, encontraran los monumentos de aquellos que han fundado esta Iglesia” ¿Podrían Cayo y los romanos por los cuales él habla haber estado errados sobre un punto tan vital para su Iglesia?
  • Luego vamos a San Papías (138 – 150). De él solo conseguimos una débil indicación de que el sitúa a Pedro predicando en Roma, pues él afirma que San Marcos escribió lo que Pedro predicó, y lo sitúa escribiendo en Roma. Weizsaecker mismo sostiene que esta inferencia de Papías tiene algún peso en el argumento acumulativo que estamos construyendo.
  • Anterior a Papías está Ignacio, mártir (antes de 117), quien, de camino al martirio, escribe a los romanos: “"No os mando como lo hicieron Pedro y Pablo; ellos fueron Apóstoles, yo soy un discípulo", palabras que, según Lightfoot, no tienen sentido si Ignacio no hubiese creído que Pedro y Pablo habían predicado en Roma.
  • Aún más temprano es Clemente de Roma, quien escribió a los corintios, probablemente en 96, ciertamente antes del final del siglo I. El citó el martirio de Pedro y Pablo como un ejemplo de tristes frutos del fanatismo y la envidia. Ellos han sufrido “entre nosotros”, él dijo, y Weizsaecker correctamente ve aquí una prueba más de nuestra tesis.
  • El Evangelio según San Juan, escrita casi al mismo tiempo que la carta de Clemente a los corintios, también contiene una clara alusión al martirio por crucifixión de San Pedro, sin, empero, dar su localización (Juan 21,18-19 ).
  • La más antigua evidencia viene del propio San Pedro, si él es el autor de la Primera Epístola de San Pedro, o si no, de un escritor cercano a su propia época: “La Iglesia que está en Babilonia os saluda, elegida como vosotros, así como mi hijo Marcos” (1 Pedro 5,13). Se admite por consentimiento común que Babilonia representa a Roma ---entonces sin cristianos---, y no a la Babilonia real, como era usual entre los judíos piadosos (cf. F.J.A. Hort, “Judaistic Christianity”, Londres, 1985, 155).

Esta cadena de evidencia documental, la cual tiene su primer eslabón en la Escritura misma y que no ha sido rota en ninguna parte, coloca la estadía de Pedro en Roma entre los hechos más reconocidos de la historia. Además se fortaleció por una cadena similar de evidencia monumental, la que Lanciani, el príncipe de los topógrafos romanos, resume de este modo: “para los arqueólogos la presencia y ejecución de San Pedro y San Pablo en Roma son hechos establecidos más allá de una sombra de duda, por una evidencia puramente monumental!” (Pagan and Christian Rome, 123).

Los sucesores de San Pedro en función

Los sucesores de San Pedro llevaron a cabo su oficio, cuya importancia creció con el crecimiento de la Iglesia. En el año 97 serias diferencias perturbaron a la Iglesia de Corinto. El obispo romano, Clemente, espontáneamente, escribió una carta autoritativa para restaurar la paz. San Juan todavía vivía en Éfeso, sin embargo, no interfirió con Corinto. Antes del 117 San Ignacio de Antioquía se dirige a la Iglesia Romana como a una que “preside sobre la caridad... que nunca ha engañado a nadie, la cual ha enseñado a las otras.” San Ireneo (180-200) establece la teoría y práctica de la unidad doctrinal como sigue:

“Con esta Iglesia (de Roma), debido a su más poderoso principado, cada Iglesia debe concurrir, es decir, los fieles en todas partes, en la cual (es decir, en comunión con la Iglesia Romana) la tradición de los Apóstoles, ha sido siempre preservada por aquellos de cada lado” (Adv. Haereses, III).

El hereje Marción, los montanistas desde Frigia, Práxeas desde Asia, vienen a Roma a ganar el favor de sus obispos; San Víctor, obispo de Roma, amenaza con excomulgar las Iglesias de Asia; San Esteban se negó a recibir la delegación de San Cipriano, y se separó de varias Iglesias de Oriente; Fortunato y Félix, depuestos por Cipriano, recurrieron a Roma; Basílides, depuesto en España, se dirigió a Roma; los presbíteros de Dionisio, obispo de Alejandría, se quejaron de su doctrina a Dionisio, obispo de Roma; éste último reconvino con él, y él explicó. El hecho es indiscutible: los Obispos de Roma se hicieron cargo de la Silla de Pedro y del oficio de Pedro de continuar la obra de Cristo (Duchesne, “The Roman Church before Constantine”, Catholic Univ. Bulletin (octubre 1904) X, 429-450).

Para estar en continuidad con la Iglesia fundada por Cristo es necesaria la afiliación a la Sede de Pedro, pues, como cuestión histórica, no hay ninguna otra Iglesia ligada a cualquier otro Apóstol por una cadena continua de sucesores. Antioquía, una vez la sede y centro de los trabajos de San Pedro, cayó en manos de patriarcas monofisitas bajo el emperador Zeno y Anastasio I a fines del siglo V. La Iglesia de Alejandría en Egipto fue fundada por San Marcos el evangelista, el mandatario de San Pedro. Ésta floreció exuberantemente hasta que las herejías arriana y monofisita se enraizaron entre su gente y gradualmente la llevaron a la extinción. La Iglesia Apostólica de vida más corta es la de Jerusalén. En 130 Adriano destruyó la Ciudad Santa y erigió en su lugar un nuevo pueblo, Ælia Capitolina. La nueva Iglesia de Æliea Capitolina estaba sujeta a Cesarea; el mismo nombre de Jerusalén cayó en desuso hasta después del Primer Concilio de Nicea (325.

El Cisma griego ahora reclama su lealtad. La apostolicidad que queda en estas Iglesias fundadas por los Apóstoles se debe al hecho de que Roma tomó la sucesión rota y la unió de nuevo a la Sede de Pedro. La Iglesia Griega comprende todas las Iglesias Orientales involucradas en el cisma de Focio y Miguel Cerulario, y la Iglesia Rusa no puede hacer ninguna pretensión a la sucesión apostólica en forma directa o indirecta, es decir, a través de Roma, porque ellos están, por sus propios hechos y deseos, separados de la comunión romana. Durante los 464 años entre la accesión de Constantino (323) y el Séptimo Concilio General (787), la totalidad o parte del episcopado oriental vivió en cisma por no menos de 203 años, a saber: desde el Concilio de Sárdica (343) a San Juan Crisóstomo (389), 55 años; debido a la condenación de Crisóstomo (404 – 415), 11 años; debido a Acadio y al edicto del Henoticon (484 – 519), 35 años; en monotelismo (640-681), 41 años; debido a la disputa sobre las imágenes (726-787), 61 años; en total 203 años (Duchesne). Sin embargo, ellos reclaman un vínculo doctrinal con los Apóstoles, suficiente en sus mente para marcarlos con el sello de la apostolicidad.

El reclamo de continuidad anglicano

Todas las sectas reclaman la continuidad, hecho que muestra cuan esencial es esa señal de la verdadera apostolicidad de la Iglesia. El partido de la Iglesia Anglicana Superior afirma su continuidad con la Iglesia de antes de la Reforma en Inglaterra, y a través de ella con la Iglesia Católica de Cristo. “Con la Reforma lavamos nuestras caras”, es un dicho favorito de los anglicanos; debemos demostrar que en realidad lavaron sus cerebros, y desde entonces han sido una Iglesia truncada. Etimológicamente, “continuar” significa “mantener unido”. Continuidad, por lo tanto, denota una existencia sucesiva sin cambios constitucionales, y el avance en el tiempo de una cosa estable en sí misma. Estable, no estacionaria, pues la naturaleza de una cosa debe ser crecer, desarrollarse en líneas constitucionales, cambiando constantemente aunque siempre la misma. Esto se aplica a todos los organismos a partir de un germen, a todas las organizaciones que comienzan a partir de unos pocos principios constitucionales; también se aplica a la creencia religiosa, las cuales, como dice Newman, cambian para permanecer igual.

Por otro lado, hablamos de “ruptura de continuidad” cada vez que ocurre un cambio constitucional. Una Iglesia disfruta de la continuidad cuando se desarrolla a lo largo de las líneas de su constitución original; cambia cuando altera su constitución ya sea social o doctrinal. Pero ¿cuál es la constitución de la Iglesia de Cristo? La respuesta es tan variada como las sectas que se autodenominan cristianas. Convencidas de que la continuidad con Cristo es esencial para su estatus legítimo, han esbozado teorías de lo esencial del cristianismo, y de una Iglesia cristiana, que se adapte exactamente a su propia denominación. La mayoría de ellas repudia la sucesión apostólica como marca de la verdadera Iglesia; ellos se glorían en su separación. Nuestra controversia presente no es con tales, sino con los anglicanos que pretenden su continuidad. Tenemos puntos de contacto solo con los más altos eclesiásticos, cuya predisposición hacia la antigüedad y el catolicismo los colocan a medio camino entre el catolicismo y el protestantismo puro y simple.

Inglaterra y Roma

Situación actual

Fuente: Wilhelm, Joseph. "Apostolic Succession." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. 20 Jun. 2009 <http://www.newadvent.org/cathen/01641a.htm>.

Traducido por Juan Ramón Cifre. lhm