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Miércoles, 13 de noviembre de 2024

Paulo V

De Enciclopedia Católica

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(CAMILLO BORGHESE).

Nacido en Roma, el 17 de septiembre de 1550; electo el 16 de mayo de 1605; muerto el 28 de enero de 1621.

Aunque se enorgullecía de llamarse a sí mismo un "romano", como leemos en la fachada de San Pedro y en su epitafio, Borghese descendía de una noble familia de Siena que ocupaba posiciones importantes en aquella ciudad, y que alegaba tener parentesco con Santa Catalina. Su mudanza a Roma se debió a los disturbios interminables que hacían la vida en Siena insoportable. Camillo fue educado esmeradamente en la jurisprudencia en las ciudades de Perugia y Padua, y se convirtió en un canonista de habilidad destacada. Se desarrolló en la carrera eclesiástica de forma constante, si no muy rápida: en 1596 fue hecho cardenal por Clemente VIII, y se convirtió en cardenal-vicario de Roma. Se mantuvo prudentemente lejano de las facciones y los partidos, dedicando su tiempo libre a sus libros de leyes. En consecuencia, a la muerte de León XI, todos los ojos se fijaron en él, y ascendió al trono papal sin ningún compromiso u obligación de cualquier tipo. Su educación legal fue palpable en todas sus palabras y acciones. No conocía los compromisos, y procedió a gobernar a la Iglesia ya no desde una perspectiva de diplomacia, sino desde las epístolas pontificias.

Concibió como deber propio el mantener inviolable cada derecho y reivindicación alcanzada por sus predecesores, provocando que su carácter asumiera, en algunas ocasiones, un aspecto inflexible y severo. Su primer acto público fue enviar a sus respectivas sedes a los prelados y cardenales que residían temporalmente en Roma por uno u otro pretexto, pues el Concilio de Trento había declarado pecado grave el que un obispo estuviese ausente de su sede, sin importar que estuviera en Roma resolviendo asuntos de la Santa Sede. Pablo se involucró rápidamente en controversias con varias ciudades de Italia en temas concernientes a la jurisdicción eclesiástica y a las relaciones entre la Iglesia y el Estado. La riña más agria fue con la orgullosa República de Venecia, que se rehusó a reconocer la exención del clero a la jurisdicción de las cortes civiles y que promulgó dos leyes contrarias a la Curia Romana, la primera prohibiendo la enajenación de bienes raíces a favor del clero, y la segunda demandando la aprobación del poder civil para iniciar la construcción de nuevas iglesias. Pablo demandó la revocación de estos mandatos anticlericales, e insistió en que dos clérigos que habían sido consignados a prisión por el poder civil fueran entregados a las cortes eclesiásticas. La disputa creció en acritud día a día, y devino gradualmente en una amplia discusión sobre las posiciones relativas de la Iglesia y el Estado. Lo que provocó que la riña adquiriese importancia a escala europea fue la habilidad de los defensores de cada lado: las exposiciones de la Iglesia recayeron en los cardenales Baronius y Bellarmine, y la causa de Venecia fue defendida por el servita Paolo Sarpi, un hombre de extraordinaria habilidad literaria, y enemigo de la Corte Romana. El 17 de abril de 1600 el Papa pronunció la sentencia de excomunión contra el dogo, el senado y el gobierno de Venecia, y aceptó un reducido espacio para la sumisión, tras lo cual impuso una censura eclesiástica sobre la ciudad. El clero se vio obligado, bajo esa circunstancia, a tomar una postura a favor o en contra del Papa. Con la excepción de los jesuitas, los teatinos y los capuchinos, que fueron expulsados inmediatamente, el cuerpo entero del clero secular y regular permaneció con el gobierno y continuó administrando los sacramentos y celebrando Misa, a despecho de la censura eclesiástica. La festividad de Corpus Christi se celebró con un esplendor poco usado, y Sarpi celebró Misa por primera vez en años. El cisma duró cerca de un año, y la paz se acordó mediante la mediación de Francia y España. La república se resistió a abrogar abiertamente las leyes que causaron el conflicto, pero prometió "conducirse a sí misma con su piedad acostumbrada". Con estas palabras obscuras, el Papa se vio obligado a declararse satisfecho y retiró las censuras el 22 de marzo de 1607. En consecuencia se permitió el regreso de los capuchinos y los teatinos, pero no se admitió nuevamente a los jesuitas.

El Papa miraba vigilante por los intereses de la Iglesia en todas las naciones. El 9 de julio de 1606 escribió una carta amistosa a Jaime I de Inglaterra para felicitarlo por su ascensión al trono, y se refirió con pesadumbre a la conspiración recientemente tendida para asesinar al monarca. Sin embargo, le solicitó que no hiciera sufrir a católicos inocentes el castigo al crimen de unos cuantos, prometiéndole, además, que exhortaría a los católicos del reino a ser sumisos y leales a su soberano en todas las cuestiones que no interfirieran con el culto a Dios. Desgraciadamente, el juramento de fidelidad que Jaime demandaba contenía cláusulas a las que ningún católico podía firmar en conciencia, y fue condenado solemnemente en dos buletos apostólicos, el 22 de septiembre de 1606 y el 23 de agosto de 1607. Esta condena papal ocasionó la disensión entre los partidarios del arcipreste George Blackwell y los católicos, quienes se sometieron a la decisión de la Santa Sede. En Austria los esfuerzos del Papa se dirigieron a reconciliar a los católicos en disputa, y a dar apoyo moral y material a la Unión Católica. Pablo sobrevivió la batalla de Praga, que puso fin al corto reinado del "rey de invierno" calvinista.

Pablo V no fue más ajeno al nepotismo que el resto de los pontífices del siglo XVII, pero, si pareció mostrarse muy favorable a sus familiares, debe decirse que ellos eran hombres capaces de vidas irreprensibles, y que consagraron sus rentas públicas al embellecimiento de Roma. Pablo tuvo el honor de dar los toques finales a la Basílica de San Pedro, que había estado construyéndose por un siglo. Enriqueció a la librería vaticana, fue apasionado del arte y patrocinó a Guido Reni. Canonizó a San Carlos Borromeo y a Santa Frances de Roma. Beatificó a los futuros santos Ignacio Loyola, Francisco Xavier, Felipe Neri, Teresa la Carmelita, Luis Bertrand, Tomás de Villanova e Isidoro de Madrid. Durante su pontificado se fundó un amplio número de institutos para la educación y la caridad, que añadieron un lustre nuevo a la religión. Sus restos fueron depositados en la magnífica capilla Borghese en la Basílica de Santa María Mayor, donde su monumento es admirado universalmente.

Vida en latín por BZOVIO, It. Traducción en continuación de PLATINA, Vite dei Pontefici (Venecia, 1730); ver también VON RANKE, History of the Popes in the Sixteenth, etc., Centuries; VON REUMONT, Gesch. der Stadt Rom; ARTAUD DE MONTOR, History of the Popes (Nueva York, 1867).

JAMES F. LOUGHLIN Transcrito por Gerald Rossi Traducido por Francisco Con G.