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Viernes, 19 de abril de 2024

Diferencia entre revisiones de «Acacio»

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[[patriarca y patriarcado | Patriarca]] de [[Constantinopla]], [[cisma | cismático]], murió en el año 489. Cuando Acacio aparece por primera vez en la historia fidedigna es como el ''orphanotrophos'' o dignatario encargado del cuidado de los [[huérfanos y orfanatos|huérfanos]], en [[la Iglesia]] de Constantinopla. Por lo tanto, ocupaba un puesto [[la Iglesia | eclesiástico]] que confería a su dueño un alto rango así como influencia curial; y si podemos tomar prestada una pista de su [[carácter]] [[verdad]]ero, de las frases con las que [[Suidas]] trato de describir su indudablemente notable [[personalidad]], él desde el principio sacó el mayor partido de sus oportunidades.  Él parece haber afectado una atractiva magnificencia en su comportamiento; era generoso, afable, noble en su conducta, refinado en el discurso y amante de un cierto alarde eclesiástico. A la muerte del patriarca [[San Genadio I]], en 471, fue elegido para sucederlo, y por los primeros cinco o seis años de su [[obispo|episcopado]] su vida estuvo bastante exenta de acontecimientos notables.  
Obispo de Beroea.  
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Nació en Siria alrededor del año 322; murió en torno al 432. Cuando aún era muy joven se hizo monje en la famosa comunidad de solitarios, presidida por Asterio, en un lugar cerca de Antioquía. Parece haber sido un ardiente campeón de la ortodoxia durante las disputas arrianas, que sufrió con mucho coraje y constancia. Cuando Eusebio de Samosata volvió del exilio a la muerte de Valens en el año 378, reconoció públicamente los grandes servicios de Acacio y lo nombró Obispo de Beroea. Luego encontramos a Acacio en Roma, aparentemente como enviado de Meletius y de los Padres del Sínodo de Antioquía, cuando se plantearon ante el Papa Dámaso los temas relacionados con la herejía de Apolinario. Mientras llevaba a cabo esta difícil embajada, asistió a la reunión de prelados convocados para decidir sobre los errores de Apolinario, y suscribió la profesión de fe en las Dos Naturalezas. Fue así en gran medida gracias a sus esfuerzos que terminaron los diversos movimientos cismáticos de Antioquía. Poco después lo encontramos en Constantinopla donde había llegado para participar en el segundo Concilio General reunido en el año 381 para reafirmar las definiciones de Nicea, y rebatir los errores de los Macedonios o Pneumatómanos. Meletius de Antioquía murió ese mismo año, y Acacio, desafortunadamente, participó en la consagración ilegítima de Flaviano. A causa de este procedimiento prácticamente cismático –cismático en el sentido de que fue una violación explícita del convenio entre Paulino y Meletius y tendía infelizmente a mantener en el poder al partido Eustaquiano– Acacio se ganó la antipatía del Papa Dámaso, quién se negó a mantener la comunión con él y sus partidarios. Esta excomunión de Roma duró diez u once años, hasta que el Concilio de Capua lo readmitió en la unidad en el año 391 o 392 (Labbe, Conc., II, 1072). En el año 398, se le encargó a Acacio, que tenía ahora setenta y seis años, otra delicada misión de la Iglesia Católica. Fue elegido por Isidoro de Alejandría para llevar al Papa Siricio la noticia de la elección de San Juan Crisóstomo a la Sede de Constantinopla, y el metropolitano egipcio le exhortó especialmente que hiciera todo lo que estuviera en su poder para borrar el prejuicio que todavía existía en Occidente contra Flaviano y su partido. En esta ocasión, como en su anterior embajada, desplegó un gran tacto que desarmó toda oposición. El lector encontrará en las páginas de Sócrates, Sózimo, y Teodoreto una idea del alto valor que se le dio en todo el episcopado oriental a los servicios de Acacio, a quien se describe como "famoso en todo el mundo" (Theod., V, xxiii). Ahora llegamos a los dos incidentes en la carrera de este hombre notable, que nos dejan perplejos respecto a su real carácter, que hacen que se le pueda designar como uno de los enigmas de la historia eclesiástica. Nos referimos a su sostenida hostilidad contra San Juan Crisóstomo y a su extraño trato para con Cirilo de Alejandría durante la controversia nestoriana.  
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Pero surgió un cambio cuando el usurpador emperador Basilisco se dejó llevar a las enseñanzas del [[eutiquianismo]] por Timoteo Æluro, patriarca [[monofisismo|monofisita]] de [[Iglesia de Alejandría | Alejandría]], quien por casualidad estaba en ese [[tiempo]] como invitado en la capital imperial. Timoteo, quien había sido llamado del exilio hacía poco tiempo, se empeñó en crear una oposición efectiva a los [[decreto papal |decreto]]s de [[Concilio de Calcedonia | Calcedonia]]; y tuvo tal éxito en la corte que Basilisco fue inducido a publicar una [[encíclica]] o proclamación imperial (''egkyklios'') en la cual se rechazaba la enseñanza del [[Concilio]].  Acacio mismo pareció haber vacilado al principio sobre si añadir su nombre a la lista de [[obispo]]s [[Asia|asiáticos]] que ya habían firmado la encíclica; pero advertido por una carta del [[Papa San Simplicio]], a quien el siempre vigilante partido monástico le había informado sobre su actitud cuestionable, reconsideró su posición y se lanzó [[violencia | violentamente]] al debate. Este repentino cambio de frente lo redimió en la estimación popular, y se ganó la estima de los [[ortodoxia|ortodoxos]], particularmente entre las diversas comunidades [[monacato oriental | monásticas]] a través de Oriente, por su actual ostentosa preocupación por la sana [[doctrina cristiana | doctrina]].  La fama de su despertado [[celo]] llegó hasta Occidente, y el Papa Simplicio le escribió una carta de encomio.  La principal circunstancia a la que debió su repentina ola de popularidad fue la habilidad con la cual logró colocarse a la cabeza de un movimiento particular del cual [[Daniel el Estilita]] fue tanto el corifeo como el verdadero inspirador. Por supuesto, la agitación fue una espontánea por parte de sus promotores monásticos y del pueblo en general, quienes detestaban sinceramente las teorías eutiquianas de [[la Encarnación]]; pero puede [[duda]]rse si Acacio, en la oposición ortodoxa ahora, o en esfuerzos [[heterodoxia | heterodoxos]] en componenda luego, era algo más profundo que un político buscando conseguir sus propios fines personales.  Él nunca pareció haber tenido una comprensión consistente de principios [[teología dogmática | teológicos]]. Tenía el [[alma]] de un tahúr y jugó solo por la influencia. Basilisco estaba derrotado.
  
Acacio fue siempre un declarado rigorista en su conducta y disfrutó de gran reputación por su piedad. Sózimo (VII, xxviii) nos dice que era "rígido en la observancia de todas las reglas de la vida ascética" y que cuando fue elevado al episcopado vivía su vida práctica y austeramente "al aire libre". Teodoreto es firme en su admiración por sus muchas cualidades episcopales y lo llama "un atleta de la virtud" (V, iv). Al principio del episcopado de San Juan Crisóstomo, en el año 398, Acacio fue a Constantinopla, donde lo trataron con menos consideración de la que aparentemente él esperaba. Cualquiera haya sido la naturaleza de ese desaire, parece haberlo sentido vivamente, porque Paladio, el biógrafo de San Juan, registra un dicho muy poco episcopal del prelado injuriado en el sentido de que algún día le daría a su hermano de Constantinopla una muestra de su propia hospitalidad – ego auto artouo chytran (Pallad., Vita Chrys., VI, viii en P.G., XLVII, 22-29). Lo cierto es que, fuera como fuera, desde ese momento, Acacio trabajó infatigablemente por la remoción del gran orador-obispo, y no fue el menos activo de los participantes del desgraciado "Sínodo del Roble" en el año 403. De hecho, era uno de los notorios "cuatro" a quienes el Santo tenía especialmente como hombres de cuyas manos no esperaba obtener justicia común. En todos los varios sínodos reunidos para la destitución del Santo, el obstinado viejo de Beroea tomó la delantera de una manera casi mordaz, y también realizó un esfuerzo laborioso, pero felizmente fútil, para atraer al Papa Inocencio a su anti-caritativa postura. Fue excomulgado por su lucha y estuvo condenado hasta el año 414. Su actitud implacable tampoco se moderó con la muerte de su gran antagonista, o por el transcurso del tiempo. Catorce años después de la muerte de San Juan en el exilio, encontramos a Acacio escribiéndole a Atico de Constantinopla, en el año 421, para disculparse por la conducta de Teodoto de Antioquía, quien, a pesar de su buen juicio, había colocado el nombre del Santo en los dípticos. La misma desconcertante incoherencia de carácter, considerando su avanzada edad, su profesión, y la amplia fama de santidad de que gozaba, puede verse en su actitud hacia Nestorio. Cuando su violenta súplica de indulgencia hacia el hereje no produjo efecto, trabajó sagazmente para que a Cirilo le saliera el tiro por la culata y apareciera como responsable del Apolinarianismo en Éfeso. Acacio pasó los últimos años de su vida tratando, con edificante incoherencia, de echar el agua de su caridad sobre las cenizas encendidas de los feudos que el Nestorianismo había dejado en su tren. Sus cartas a Cirilo y al Papa Celestino son curiosas de leer dentro de este cuadro; y le corresponde el sorprendente honor de haber inspirado a San Epifanio para escribir su "Historia de las Herejías" (Haer., i, 2, en P.G., XLI, 176). Murió a la extraordinaria edad de ciento diez años.
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Retiró su ofensiva encíclica por una contra-proclamación, pero su rendición no lo salvó. Su rival Zeno, quien había sido fugitivo hasta el tiempo de la oposición acaciana, se acercó a la capital. Basilisco, abandonado por todos, buscó refugio en la [[catedral]] y el oportunista patriarca lo entregó a sus enemigos, según la tradición. Por un breve tiempo hubo un acuerdo total entre Acacio, el [[Papa|Pontífice]] Romano y el partido dominante de Zeno, sobre la [[necesidad]] de adoptar métodos rigurosos para hacer cumplir la autoridad de los Padres de Calcedonia; pero de nuevo estallaron los problemas cuando, en el 482, el partido [[monofisismo | monofisista]] de Alejandría intentó colocar por la fuerza al [[notoriedad|notorio]] [[Pedro Mongo]] en dicha [[diócesis|sede]] contra los reclamos más ortodoxos de [[Juan Talaia]] en el año 482.  Esta vez los hechos tomaron un aspecto más crítico, pues le dieron a Acacio la oportunidad que parecía haber estado esperando desde el principio de exaltar la autoridad de su sede y reclamar para ella una primacía de [[honor]] y [[jurisdicción]] sobre todo el Oriente, lo cual emanciparía a los obispos de la capital no sólo de toda responsabilidad con las sedes de [[Alejandría]], [[Antioquía]] y [[Jerusalén]], sino también del Romano Pontífice. Acacio, que estaba ahora totalmente congraciado con Zeno, indujo al emperador a tomar partido con Mongo. El Papa Simplicio hizo una vehemente pero ineficaz protesta, y Acacio replicó presentándose como el apóstol de la reconciliación para todo el Oriente. Fue un esquema engañoso y de largo alcance, pero a la larga puso al descubierto las ambiciones del [[patriarca y patriarcado | patriarca]] de [[Constantinopla]] y lo reveló, usando la iluminadora frase del [[Cardenal]] [[Joseph Hergenröther]], como “el precursor de [[Focio]].
  
Los historiadores eclesiásticos SOCRATES, en P.G., LXVII; SOZOMEN, en P.G., LXVII; THEODORET, en P.G., LXXXII; PALLADIUS, Vita Chrys., VI, viii, en P.G., XLVII; BARONIUS, Ann. Eccl. (PAGI, Crit.); TILLEMONT, M moires; NEWMAN, Ar. IV Cent. (4th ed.); GWATKIN, Studies in Arianism (2d ed.); HEFELE, Hist. Ch. Counc. (tr. CLARK; ed. OXENHAM), II.  
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La primera medida efectiva que adoptó Acacio en su nuevo rol fue redactar un documento, o serie de artículos, que constituyeron inmediatamente tanto un credo como un instrumento de reunión. Este credo, conocido por los estudiosos de historia [[teología dogmática | teológica]] como el [[Henoticon]], fue originalmente dirigido a las facciones irreconciliables en [[Egipto]].   Fue un argumento para la reconciliación sobre una base de reticencia y compromiso. Y bajo este aspecto sugiere una comparación significativa con otro y mejor conocido grupo de “artículos”, compuestos cerca de once siglos más tarde, cuando los líderes del [[cisma]] [[anglicanismo|anglicano]] estaban hilando de una forma cuidadosa los extremos de la enseñanza romana por un lado y las negaciones [[Martín Lutero|luteranas]] y [[calvinismo|calvinistas]], por el otro. El Henoticon afirmaba el credo Niceno-Constantinopolitano (es decir, el [[Credo de Nicea]] completado en Constantinopla) proporcionando un símbolo común o expresión de [[fe]] en el cual todas las partes pudiesen unirse. Cualquier otro ''symbola'' o ''mathemata'' fue excluido; [[Eutiques]] y [[Nestorio y nestorianismo | Nestorio]] fueron evidentemente condenados, mientras que los [[anatema]]s de [[San Cirilo de Alejandría | Cirilo]] fueron aceptados. La enseñanza de [[Concilio de Calcedonia | Calcedonia]] no fue muy repudiada pues fue pasada por alto en [[silencio]]; [[Jesucristo]] fue descrito como el “único [[Hijo de Dios]] engendrado…uno y no dos”  '' (homologoumen ton monogene tou theou ena tygchanein kai ou duo . . . k.t.l. '') y no hacía referencia explícita a las dos [[naturaleza]]s. Pedro Mongo naturalmente aceptó esta enseñanza vaga y acomodaticia. Talaia se negó a suscribirlo y salió para [[Roma]], donde el [[Papa San Simplicio]] se hizo cargo de su causa con gran vigor.
  
CORNELIUS CLIFFORD
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La controversia se hizo interminable con el [[Papa San Félix III]] quien envió a Constantinopla dos [[legado]]s [[obispo]]s, Vitalis y Miseno para citar a Acacio ante la [[Santa Sede | Sede Romana]] para juicio.  Nunca fue la habilidad de Acacio tan notablemente ilustrada como en el predominio que adquirió sobre este desafortunado par de obispos. Los indujo a comunicarse públicamente con él y los envió de regreso a Roma ridiculizados, en donde fueron inmediatamente condenados por un [[sínodo]] indignado que criticó su conducta. Acacio fue señalado por el Papa Félix como quien ha [[pecado]] contra el [[Espíritu Santo]] y la autoridad apostólica '' (Habe ergo cum his . . . portionem S. Spiritus judicio et apostolica auctoritate damnatus''); y fue condenado a la [[excomunión]] perpetua ---''nunquamque anathematis vinculis exuendus''. Otro mensajero, inapropiadamente llamado Tuto, fue enviado a llevar el [[decreto papal | decreto]] de esta doble excomunión a Acacio en [[persona]]; y él, también, como sus desventurados predecesores, cayó bajo el extraño encanto del cortés [[prelado]], quien se ganó su lealtad. Acacio se negó a aceptar los documentos traídos por Tuto y le mostró su juicio sobre la autoridad de la Sede Romana, y del sínodo que lo había condenado, borrando el nombre del Papa Félix de los [[díptico]]s (o dipticón). 
Traducido por Amparo Cabal
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Talaia por su parte abandonó la pelea y consintió ser obispo de [[Nola]], y Acacio optó por una táctica brutal de [[violencia]] y [[persecución]], dirigida principalmente contra sus antiguos oponentes los [[monje]]s, colaborando con Zeno para la adopción general del [[Henoticon]] en Oriente. De esta manera manejó una política segura que parecía el premio por el cual había trabajado desde el principio. Era prácticamente el primer prelado en toda la [[cristiandad]] [[Iglesias Orientales | oriental]] hasta su muerte en 489. Su [[cisma]] sobrevivió unos treinta años después de su muerte, y fue acabado sólo por el regreso del Emperador Justino a la [[unidad]] bajo el [[Papa San Hormisdas]] en 519.
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'''Bibliografía''':  MANSI, Coll. Concil., (Florencia, 1742) VII, 976 1176; Epp. Simplicii, Papae, in P.L., LVIII, 4160; Epp. Felicis, Papae, ibid., 893 967; TEODORETO, Hist. Eccl.; EVAGRIO, Hist. Eccl.; SUIDAS, s. v.; TILLEMONT, Mémoires, XVI; HERGENRÖTHER, Focio, Patriarca de Cosntantinopla. (Ratisbona, 1867) I; MARIN, Les moines de Constantinople (París, 1897).
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'''Fuente''':  Clifford, Cornelius. "Acacius." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. <http://www.newadvent.org/cathen/01082a.htm>.
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Traducido por Oralia Ortiz Rangel.  rc

Última revisión de 16:36 21 sep 2010

Patriarca de Constantinopla, cismático, murió en el año 489. Cuando Acacio aparece por primera vez en la historia fidedigna es como el orphanotrophos o dignatario encargado del cuidado de los huérfanos, en la Iglesia de Constantinopla. Por lo tanto, ocupaba un puesto eclesiástico que confería a su dueño un alto rango así como influencia curial; y si podemos tomar prestada una pista de su carácter verdadero, de las frases con las que Suidas trato de describir su indudablemente notable personalidad, él desde el principio sacó el mayor partido de sus oportunidades. Él parece haber afectado una atractiva magnificencia en su comportamiento; era generoso, afable, noble en su conducta, refinado en el discurso y amante de un cierto alarde eclesiástico. A la muerte del patriarca San Genadio I, en 471, fue elegido para sucederlo, y por los primeros cinco o seis años de su episcopado su vida estuvo bastante exenta de acontecimientos notables.

Pero surgió un cambio cuando el usurpador emperador Basilisco se dejó llevar a las enseñanzas del eutiquianismo por Timoteo Æluro, patriarca monofisita de Alejandría, quien por casualidad estaba en ese tiempo como invitado en la capital imperial. Timoteo, quien había sido llamado del exilio hacía poco tiempo, se empeñó en crear una oposición efectiva a los decretos de Calcedonia; y tuvo tal éxito en la corte que Basilisco fue inducido a publicar una encíclica o proclamación imperial (egkyklios) en la cual se rechazaba la enseñanza del Concilio. Acacio mismo pareció haber vacilado al principio sobre si añadir su nombre a la lista de obispos asiáticos que ya habían firmado la encíclica; pero advertido por una carta del Papa San Simplicio, a quien el siempre vigilante partido monástico le había informado sobre su actitud cuestionable, reconsideró su posición y se lanzó violentamente al debate. Este repentino cambio de frente lo redimió en la estimación popular, y se ganó la estima de los ortodoxos, particularmente entre las diversas comunidades monásticas a través de Oriente, por su actual ostentosa preocupación por la sana doctrina. La fama de su despertado celo llegó hasta Occidente, y el Papa Simplicio le escribió una carta de encomio. La principal circunstancia a la que debió su repentina ola de popularidad fue la habilidad con la cual logró colocarse a la cabeza de un movimiento particular del cual Daniel el Estilita fue tanto el corifeo como el verdadero inspirador. Por supuesto, la agitación fue una espontánea por parte de sus promotores monásticos y del pueblo en general, quienes detestaban sinceramente las teorías eutiquianas de la Encarnación; pero puede dudarse si Acacio, en la oposición ortodoxa ahora, o en esfuerzos heterodoxos en componenda luego, era algo más profundo que un político buscando conseguir sus propios fines personales. Él nunca pareció haber tenido una comprensión consistente de principios teológicos. Tenía el alma de un tahúr y jugó solo por la influencia. Basilisco estaba derrotado.

Retiró su ofensiva encíclica por una contra-proclamación, pero su rendición no lo salvó. Su rival Zeno, quien había sido fugitivo hasta el tiempo de la oposición acaciana, se acercó a la capital. Basilisco, abandonado por todos, buscó refugio en la catedral y el oportunista patriarca lo entregó a sus enemigos, según la tradición. Por un breve tiempo hubo un acuerdo total entre Acacio, el Pontífice Romano y el partido dominante de Zeno, sobre la necesidad de adoptar métodos rigurosos para hacer cumplir la autoridad de los Padres de Calcedonia; pero de nuevo estallaron los problemas cuando, en el 482, el partido monofisista de Alejandría intentó colocar por la fuerza al notorio Pedro Mongo en dicha sede contra los reclamos más ortodoxos de Juan Talaia en el año 482. Esta vez los hechos tomaron un aspecto más crítico, pues le dieron a Acacio la oportunidad que parecía haber estado esperando desde el principio de exaltar la autoridad de su sede y reclamar para ella una primacía de honor y jurisdicción sobre todo el Oriente, lo cual emanciparía a los obispos de la capital no sólo de toda responsabilidad con las sedes de Alejandría, Antioquía y Jerusalén, sino también del Romano Pontífice. Acacio, que estaba ahora totalmente congraciado con Zeno, indujo al emperador a tomar partido con Mongo. El Papa Simplicio hizo una vehemente pero ineficaz protesta, y Acacio replicó presentándose como el apóstol de la reconciliación para todo el Oriente. Fue un esquema engañoso y de largo alcance, pero a la larga puso al descubierto las ambiciones del patriarca de Constantinopla y lo reveló, usando la iluminadora frase del Cardenal Joseph Hergenröther, como “el precursor de Focio.”

La primera medida efectiva que adoptó Acacio en su nuevo rol fue redactar un documento, o serie de artículos, que constituyeron inmediatamente tanto un credo como un instrumento de reunión. Este credo, conocido por los estudiosos de historia teológica como el Henoticon, fue originalmente dirigido a las facciones irreconciliables en Egipto. Fue un argumento para la reconciliación sobre una base de reticencia y compromiso. Y bajo este aspecto sugiere una comparación significativa con otro y mejor conocido grupo de “artículos”, compuestos cerca de once siglos más tarde, cuando los líderes del cisma anglicano estaban hilando de una forma cuidadosa los extremos de la enseñanza romana por un lado y las negaciones luteranas y calvinistas, por el otro. El Henoticon afirmaba el credo Niceno-Constantinopolitano (es decir, el Credo de Nicea completado en Constantinopla) proporcionando un símbolo común o expresión de fe en el cual todas las partes pudiesen unirse. Cualquier otro symbola o mathemata fue excluido; Eutiques y Nestorio fueron evidentemente condenados, mientras que los anatemas de Cirilo fueron aceptados. La enseñanza de Calcedonia no fue muy repudiada pues fue pasada por alto en silencio; Jesucristo fue descrito como el “único Hijo de Dios engendrado…uno y no dos” (homologoumen ton monogene tou theou ena tygchanein kai ou duo . . . k.t.l. ) y no hacía referencia explícita a las dos naturalezas. Pedro Mongo naturalmente aceptó esta enseñanza vaga y acomodaticia. Talaia se negó a suscribirlo y salió para Roma, donde el Papa San Simplicio se hizo cargo de su causa con gran vigor.

La controversia se hizo interminable con el Papa San Félix III quien envió a Constantinopla dos legados obispos, Vitalis y Miseno para citar a Acacio ante la Sede Romana para juicio. Nunca fue la habilidad de Acacio tan notablemente ilustrada como en el predominio que adquirió sobre este desafortunado par de obispos. Los indujo a comunicarse públicamente con él y los envió de regreso a Roma ridiculizados, en donde fueron inmediatamente condenados por un sínodo indignado que criticó su conducta. Acacio fue señalado por el Papa Félix como quien ha pecado contra el Espíritu Santo y la autoridad apostólica (Habe ergo cum his . . . portionem S. Spiritus judicio et apostolica auctoritate damnatus); y fue condenado a la excomunión perpetua ---nunquamque anathematis vinculis exuendus. Otro mensajero, inapropiadamente llamado Tuto, fue enviado a llevar el decreto de esta doble excomunión a Acacio en persona; y él, también, como sus desventurados predecesores, cayó bajo el extraño encanto del cortés prelado, quien se ganó su lealtad. Acacio se negó a aceptar los documentos traídos por Tuto y le mostró su juicio sobre la autoridad de la Sede Romana, y del sínodo que lo había condenado, borrando el nombre del Papa Félix de los dípticos (o dipticón).

Talaia por su parte abandonó la pelea y consintió ser obispo de Nola, y Acacio optó por una táctica brutal de violencia y persecución, dirigida principalmente contra sus antiguos oponentes los monjes, colaborando con Zeno para la adopción general del Henoticon en Oriente. De esta manera manejó una política segura que parecía el premio por el cual había trabajado desde el principio. Era prácticamente el primer prelado en toda la cristiandad oriental hasta su muerte en 489. Su cisma sobrevivió unos treinta años después de su muerte, y fue acabado sólo por el regreso del Emperador Justino a la unidad bajo el Papa San Hormisdas en 519.


Bibliografía: MANSI, Coll. Concil., (Florencia, 1742) VII, 976 1176; Epp. Simplicii, Papae, in P.L., LVIII, 4160; Epp. Felicis, Papae, ibid., 893 967; TEODORETO, Hist. Eccl.; EVAGRIO, Hist. Eccl.; SUIDAS, s. v.; TILLEMONT, Mémoires, XVI; HERGENRÖTHER, Focio, Patriarca de Cosntantinopla. (Ratisbona, 1867) I; MARIN, Les moines de Constantinople (París, 1897).

Fuente: Clifford, Cornelius. "Acacius." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. <http://www.newadvent.org/cathen/01082a.htm>.

Traducido por Oralia Ortiz Rangel. rc