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Martes, 3 de diciembre de 2024

Docetas

De Enciclopedia Católica

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(Griego Doketai)

Secta herética que se remonta a los tiempos apostólicos. Su nombre se deriva de dokesis, "apariencia" o "semejanza", porque enseñaban que Cristo solo “aparecía” o “parecía ser un hombre”, parecía haber nacido y parecía haber vivido y sufrido. Algunos negaban completamente la realidad de la naturaleza humana de Cristo, otros solo negaban la realidad de su cuerpo humano o de su nacimiento o muerte. La palabra docetae, que se traduce mejor como "ilusionistas", aparece por primera vez en una carta de San Serapión, obispo de Antioquía (190-203) a la iglesia de Rhosos, donde habían surgido dificultades sobre la lectura pública del evangelio apócrifo de Pedro. Sin sospechar, Serapión lo permitió al principio pero enseguida lo prohibió diciendo que había pedido prestada una copia de la secta que la utilizaba, “a los que llamamos Docetae”. Sospechaba una conexión con los marcionitas y encontró en este Evangelio ”algunas adiciones a las enseñanzas correctas del Salvador”.

En 1886 se descubrió un fragmento de este apócrifo que contenía tres pasajes con fuerte sabor a ilusionismo. El nombre vuelve a aparecer en Clemente de Alejandría (m. 216), Strom., III, XIII, VII, XVII, donde se menciona a estos sectarios junto con los haematitas como ejemplos de herejes calificados según su principal error. Sin embargo, la propia herejía es mucho más antigua, puesto que es combatida en el Nuevo Testamento. Clemente menciona a un cierto Julio Casiano como ho tes dokeseos exarchon “el fundador del Ilusionismo”. San Jerónimo y Teodoreto también conocían ese nombre y se dice que Casiano era discípulo de Valentiniano, pero nada más se sabe de él.

La idea de la irrealidad de la naturaleza humana de Cristo fue sostenida por las más antiguas sectas gnósticas y no se pudo haber originado con Casiano. Puesto que Clemente distingue a los docetas de otras sectas gnósticas, probablemente conocía a algunos sectarios cuya suma total de errores consistía en la teoría ilusionista, pero el docetismo, como se conoce hoy, fue siempre un acompañante del gnosticismo, o más tarde del maniqueísmo. Los docetas descritos por San Hipólito (Philos., VIII, I-IV, X, XII) son como una secta gnóstica, aunque estos quizás extendían su teoría de la ilusión a todas las substancias materiales.

El docetismo no es propiamente una herejía cristiana, pues no nació en la Iglesia del mal entendimiento de un dogma por los fieles, sino que vino de afuera. Los gnósticos, que partían del principio del antagonismo entre materia y espíritu, y que hacían consistir la salvación en la liberación de toda atadura de la materia y en el retorno como espíritu puro al Espíritu Supremo, no podían aceptar la sentencia “El Verbo se hizo carne”, en un sentido literal. Para tomar prestada del cristianismo la doctrina de un Salvador que era Hijo del Buen Dios estaban obligados a modificar la doctrina de la Encarnación. Su incomodidad con este dogma causó muchas vacilaciones e inconsistencias; algunos defendían la morada de un eón en un cuerpo que era verdaderamente real pero no era suyo; otros negaban la existencia objetiva real de cualquier cuerpo o de toda la humanidad; otros aceptaban un cuerpo “psíquico” pero no corpóreo o realmente material; otros creían en un cuerpo real, aunque no humano, sino sidéreo; otros aceptaban la realidad del cuerpo, pero no la realidad del nacimiento de una mujer o la realidad de la Pasión y Muerte en la Cruz.

Cristo solo pareció sufrir, ya sea porque ingeniosa y milagrosamente sustituía a algún otro que soportaba el dolor o porque lo que ocurrió en el Calvario fue un engaño visual. Simón el Mago habló por primera vez de una “supuesta Pasión de Cristo y afirmó con blasfemia que era él mismo, Simón, el que soportó esos sufrimientos aparentes.” Como los ángeles gobernaban este mundo malamente, ya que cada uno codiciaba para sí el puesto principal, él (Simón) vino a mejorar las cosas y se transfiguró y convirtió semejante a las virtudes y potestades y ángeles, de manera que apareció entre ellos como un hombre, aunque no lo era, y se creyó que había sufrido en Judea, aunque no había sufrido” (passum in Judea putatum cum non esset passus -- San Ireneo, Adv. Haer. I, XXIII ss.). La mención de los ángeles demiúrgicos sella este pasaje como una pieza del gnosticismo. Poco después, un gnóstico sirio de Antioquía, Saturnino o Saturnilo (c. 125), convirtió a Cristo en el jefe de los eones, pero trató de demostrar que el Salvador era nonato (agenneton), que no tenía cuerpo (asomaton), que no tenía forma (aneideon), y que sólo se veía como hombre en apariencia (phantasia) (Irenaeo, Adv. Haer., XXIV, II).

Otro gnóstico sirio, Cerdo, que llegó a Roma en tiempos del Papa San Higinio (137) y se convirtió en maestro de Marción, enseñaba que “Cristo, el Hijo de Dios altísimo, apareció sin nacer de la virgen, sí, sin ninguna clase de nacimiento como hombre en esta tierra”. Todo esto es bastante natural, pues ya que la materia no es creación del Dios Altísimo sino del Demiurgo, por consiguiente Cristo no podía tener nada de ella. Tertuliano presenta claramente todo esto en la polémica contra Marción. Según este heresiarca (140), Cristo, sin pasar por el vientre de María y dotado sólo con un cuerpo aparente, de repente llegó de los cielos a Cafarnaún en el décimo quinto año de Tiberio; y Tertuliano hace notar: “Marción ha adoptado todos estos trucos acerca de la corporeidad putativa por miedo a que la verdad sobre el nacimiento de Cristo sea discutida desde la realidad de su naturaleza humana y así Cristo sea vindicado como obra del Creador (Demiurgo) y se demuestre que tiene carne humana así como tuvo un nacimiento humano” (Adv. Marc., III, XI). Más aún, Tertuliano afirma que el principal discípulo de Marción, Apeles, modificó visiblemente el sistema de su maestro, aceptando de hecho la verdad de la carne de Cristo, pero negando testarudamente la verdad de su nacimiento. Argumentaba que Cristo tenía un cuerpo astral hecho de una substancia superior, y comparaba la Encarnación con la aparición del ángel a Abraham. Tertuliano añade sarcásticamente que esto es como caer de la sartén al fuego, de calcariâ in carbonariam. Valentino el egipcio intentó acomodar su sistema más cercanamente a la doctrina cristiana al admitir no solamente la realidad del cuerpo del Salvador sino incluso un nacimiento aparente, diciendo que el cuerpo del Salvador pasó a través de María como a través de un canal (hos dia solenos) aunque no tomó nada de ella, sino que obtuvo un cuerpo desde lo alto. Sin embargo, esta aproximación a la ortodoxia era solo aparente, pues Valentino distinguía entre Cristo y Jesús. Cristo y el Espíritu Santo eran emanaciones del eón Nous; y Jesús el Salvador procedía de todos los eones juntos, y luego se unió con el Mesías del Demiurgo.

En Oriente, Marino y la escuela de Bardesanes, aunque no Bardesanes mismo, mantenían puntos de vista similares respecto al cuerpo astral y aparente nacimiento de Cristo. En Occidente, Ptolomeo redujo el docetismo al mínimo diciendo que Cristo era ciertamente un hombre real, pero su substancia estaba compuesta de lo neumático y lo psíquico (espiritual y etéreo). Recibió lo neumático de Acamoth o Sabiduría y lo Psíquico del Demiurgo; su naturaleza psíquica le permitía sufrir y sentir dolor aunque no poseía nada hulikon, es decir, groseramente material (Ireneo, Adv. Haer., I, XII, II, IV).

Puesto que los docetas ponían objeciones a la realidad del nacimiento, también desde el principio se opusieron particularmente a la realidad de la Pasión. De ahí los torpes intentos de Basílides y otros de sustituirle por otra víctima. Según Basílides Cristo, ante los hombres, parecía ser un hombre y haber obrado milagros. Sin embargo, no fue Cristo quien sufrió sino Simón el Cirineo, quien fue obligado a llevar la Cruz y fue crucificado en lugar de Cristo por error. Simón recibió la forma de Jesús y Jesús asumió la de Simón, y se reía mientras permanecía a su lado. Simón fue crucificado y Jesús regresó a su Padre (Ireneo, Adv. Char., 1, XXIV). Según algunos apócrifos, fue Judas y no Simón el que le sustituyó.

San Hipólito describe una secta gnóstica que tomó el nombre de docetas, aunque no está claro por qué razón, especialmente puesto que su teoría de la apariencia era el rasgo menos pronunciado en su sistema. Sus puntos de vista eran muy parecidos a los de los seguidores de Valentino. El ser primigenio es, por así decirlo, la semilla de una higuera, pequeña en tamaño pero infinita en poder, de la que proceden tres eones, árboles, hojas, fruto, que multiplicados por diez, número perfecto, se convierten en treinta. Estos treinta eones juntos hacen fructificar a uno de ellos del que procede el Virgen-Salvador, una perfecta representación del dios altísimo. La tarea del Salvador es impedir que sigan las transmisiones de las almas de cuerpo a cuerpo, que es la tarea del gran Arconte, el creador del mundo. El Salvador entra en el mundo inadvertido, obscuro. Un ángel anuncia la buena nueva a María. Nació e hizo todo lo que está escrito sobre él en los Evangelios. Pero en el bautismo recibió la forma y sello de otro cuerpo además del nacido de la Virgen. El objeto de esto era que cuando el Arconte condenara a su propia y peculiar ilusión de carne a la muerte en la cruz, el alma de Jesús---aquella alma que había sido alimentada en el cuerpo nacido de la Virgen---pudiera desnudarse de ese cuerpo y clavarlo al madero maldito. En el cuerpo neumático recibido en el bautismo Jesús podía triunfar sobre el Arconte, cuyo malvado plan había logrado eludir.

Esta herejía, que destruía el verdadero significado y finalidad de la Encarnación, fue combatida hasta por los Apóstoles. Posiblemente la afirmación de San Pablo “pues Dios tuvo a bien hacer residir en Él toda plenitud”…”porque en El reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente” (Col. 1,19; 2:9) hace alguna referencia a los errores del docetismo. Sin duda, Juan se refiere (1 Juan 1,1-3; 4,1-3; 2 Juan 7) a esta herejía o al menos así se lo pareció a San Dionisio de Alejandría (Eusebio, Hist. Ecl., VII, XXV) y a Tertuliano (De carne Christi, XXIV). En tiempos sub-apostólicos esta secta fue vigorosamente combatida por San Ignacio y San Policarpo. Ignacio hizo de la advertencia contra los docetas el tema principal de sus cartas; habla de ellos como “monstruos en forma humana” (therion anthropomorphon) y manda a los fieles no sólo que no los reciban sino incluso que eviten encontrárselos. Exclama patéticamente: “si algunos de estos hombres sin dios [atheoi], quiero decir incrédulos, dicen que Él ha sufrido solamente en la apariencia externa, ellos mismos no son nada más una apariencia exterior. ¿Por qué estoy en cadenas? ¿Por qué oro para luchar contra las bestias salvajes? Entonces muero por nada, entonces solamente estaría mintiendo contra el Señor” (Ad Trall. X; Eph., VII, XVIII; Smyrn., I-VI).

En los días de San Ignacio el docetismo parece haber tenido una estrecha relación con el judaísmo (cf. Magn. VIII, 1 X, 3; Phil, VI, VIII). San Policarpo en su carta a los filipenses se hace eco de 1 Juan 4,2-4, con el mismo propósito. San Justino no combate expresamente los errores docetistas, pero menciona a varios gnósticos que fueron notorios por sus aberraciones docéticas, como los seguidores de Basílides y de Valentino; en su “Diálogo con Trifón el Judío” enfatiza fuertemente el nacimiento de Cristo de la Virgen. Tertuliano escribió un tratado “Sobre la Carne de Cristo” y atacó los errores docetistas en su “Adversus Marcionem”. San Hipólito, en su "Philosophoumena" refuta el docetismo en los diferentes errores gnósticos que enumera y muestra dos veces el sistema del docetismo como se ha visto arriba.

El primer docetismo que parecía destinado a desaparecer con la muerte del gnosticismo, fue reanimado como un error parásito dentro de otra herejía, el maniqueísmo. Los gnósticos maniqueos partían de un doble principio eterno, el (espíritu) bueno y el malo (la materia). Para añadir la soteriología cristiana al dualismo iraní se vieron forzados, como los gnósticos, a alterar la verdad de la Encarnación. Los maniqueos distinguían entre un Jesus patibilis y un Jesus impatibilis o Cristo. Éste último era la luz que mora, o simbolizada por, o personificada por el sol. El primero era la luz aprisionada en la materia y la oscuridad, de la que cada alma humana era una chispa. Jesus patibilis era como un signo de la palabra, una abstracción del Bien, la pura luz de lo alto. Durante el reinado de Tiberio Jesús aparece en Judea. Hijo de la Luz Eterna y también Hijo de Hombre; pero en esta última expresión “hombre” es un término técnico maniqueo para el Logos o Palabra-Alma; Ambos, anthropos y pneuma son emanaciones de la deidad. Aunque Cristo es hijo del hombre, su cuerpo es solo una apariencia y sólo sufre en apariencia, y llamaban a su Pasión una ficción mística de la cruz. Obviamente esta doctrina toma de la Encarnación solamente unos pocos nombres.

Se han hallado casos dispersos de docetismo tan lejos al oeste como España entre los priscilianistas de los siglos IV y V. Los paulicianos en Armenia y los selicianos en Constantinopla alentaban estos errores. Los paulicianos de Armenia existieron incluso hasta el siglo X, quienes negaban la realidad del nacimiento de Cristo, apelando para ello a Lc. 7,20. Según ellos, Dios envió a un ángel a sufrir la Pasión. Por eso no rendían culto a la Cruz sino a los Evangelios, palabra de Cristo. Entre los eslavos, los bogomilos renovaron la antigua fantasía de que Jesús entró en el cuerpo de María por el oído derecho y recibió de ella un cuerpo solo aparente. En Occidente, un concilio de Orleans (1022) condenó a trece herejes cátaros por negar la realidad de la vida y muerte de Cristo. En los modernos círculos teosóficos y espiritistas se renueva esta herejía primitiva con ideas menos fantásticas que los más imaginativos caprichos de la antigüedad.


Fuente: Arendzen, John. "Docetae." The Catholic Encyclopedia. Vol. 5. New York: Robert Appleton Company, 1909. <http://www.newadvent.org/cathen/05070c.htm>.

Traducido por Pedro Royo. L H M.