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Martes, 3 de diciembre de 2024

Concilios de Constantinopla

De Enciclopedia Católica

Revisión de 21:42 2 mar 2020 por Luz María Hernández Medina (Discusión | contribuciones) (1639 y 1672)

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381 d.C. Primer Concilio Ecuménico de Constantinopla

(Segundo Concilio General): Este Concilio fue convocado en mayo de 381 por el Emperador Teodosio para proporcionar una sucesión católica a la sede patriarcal de Constantinopla, confirmar el símbolo de fe de Nicea, reconciliar a los semiarrianos con la Iglesia y poner fin a la herejía macedonia.

Originalmente era sólo un Concilio de la Iglesia de Oriente; son inválidos los argumentos de Cesare Baronio (ad an. 381, nos. 19, 20) para probar que fue convocado por el Papa San Dámaso I, (Hefele-Leclercq, Historia de los Concilios, París, 1908, II, 4). Estuvieron presentes 150 obispos católicos y 36 obispos heréticos (macedonios y semi-arrianos), y fue presidido por Melecio de Antioquía; después de su muerte, por los sucesivos patriarcas de Constantinopla, San Gregorio Nacianceno y Nestorio.

Su primera medida fue confirmar a Gregorio Nacianceno como obispo de Constantinopla. Las actas de este concilio han desaparecido casi totalmente; sus procedimientos se conocen principalmente por las narraciones de los historiadores eclesiásticos Sócrates, Sozomen y Teodoreto. Hay buena razón para creer que redactó un tratado formal (tomos) sobre la doctrina católica de la Trinidad, también en contra del apolinarianismo; este importante documento se ha perdido, excepto el primer canon del concilio y su famoso Credo (Niceno-Constantinopolitano). Este último es tradicionalmente tomado como una ampliación del Credo de Nicea, con énfasis en la divinidad del Espíritu Santo. Sin embargo, parece tener un origen más temprano, y fue compuesto probablemente (369-373) por San Cirilo de Jerusalén como una expresión de la fe de esa Iglesia (Bois), aunque su adopción por este concilio, le dio una autoridad especial, tanto como credo bautismal (v. bautismo) como fórmula teológica. Recientemente Harnack (Realencyklopadie fur prot. Theol. und Kirche, 3rd ed., XI, 12-28), ha mantenido, sobre bases no muy concluyentes, que no fue hasta después del Concilio de Calcedonia (451), que este credo (la fórmula de Jerusalén con la adición de Nicea) fue atribuido a los Padres de ese Concilio. En Calcedonia, ciertamente, fue recitado dos veces y aparece dos veces en las Actas de ese Concilio; fue también leído y aceptado en el Sexto Concilio General (vea más abajo) que se efectuó en Constantinopla en el año 680. La muy antigua versión latina de su texto se debe a Dionisio el Exiguo (Gian Domenico Mansi, Coll. Conc., III, 567).

Los griegos reconocen siete cánones, pero las versiones latinas más antiguas tienen cuatro; las otras tres, probablemente son adiciones posteriores (Hefele)

• El primer canon es una importante condenación dogmática de todas las sombras de arrianismo, también del macedonianismo y del apolinarianismo.

• El segundo canon renueva la legislación de Nicea imponiendo sobre los obispos la observancia de los límites diocesanos y patriarcales.

• El famoso tercer canon, declara que como Constantinopla es la Nueva Roma, el obispo de esa ciudad debería tener una preeminencia de honor después del obispo de la Vieja Roma. Baronio mantuvo erróneamente la no autenticidad de este canon, mientras que algunos griegos de la Edad Media mantienen (una tesis igualmente errónea) que declaró al obispo de la ciudad real igual al Papa en todas las cosas. La razón puramente humana de la antigua autoridad de Roma que sugiere este canon nunca fue admitida por la Sede Apostólica, quien siempre basó su reclamo a la supremacía sobre la sucesión de San Pedro. Roma no reconoció fácilmente este injustificable reordenamiento de rangos entre los antiguos patriarcados de Oriente. Fue rechazado por los legados papales en Calcedonia. El Papa San León I (Ep. CVI in P.L., LIV, 1003, 1005) declaró que este canon nunca había sido sometido a la consideración de la Sede Apostólica y que era una violación del orden establecido en Nicea. En el Octavo Concilio General (ver más abajo en este mismo artículo) en 869, los legados romanos (Mansi, XVI, 174) reconocieron a Constantinopla como segunda en el rango patriarcal. En 1215, en el Cuarto Concilio Lateranense (op. cit., XXII, 991), esto fue admitido formalmente por el nuevo patriarca latino, y en 1439, en el Concilio de Florencia, por el patriarca griego (Hefele-Leclercq, Historia de los Concilios, II, 25-27). Los correctores romanos de Graciano (1582), at dist. XXII, c. 3, insertaron las palabras: "canon hic ex iis est quos apostolica Romana sedes a principio et longo post tempore non recipit."

• El cuarto canon declara inválida la consagración de Máximo, el filósofo cínico, rival de San Gregorio Nacianceno, como obispo de Constantinopla

Al final de este Concilio, el Emperador Teodosio emitió un decreto imperial (30 de julio), declarando que las iglesias debían ser devueltas a aquellos obispos que confesaran la igual Divinidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y que hubiesen mantenido la comunión con Nestorio de Constantinopla y otros importantes prelados orientales a quienes mencionó. El carácter ecuménico de este concilio parece datar, entre los griegos, del Concilio de Calcedonia (451). De acuerdo a Focio (Mansi, III, 596) el Papa Dámaso I lo aprobó; pero si cualquier parte del concilio fue aceptada por este Papa, sólo pudo haber sido el credo antes mencionado. En la segunda mitad del siglo V los sucesores de León Magno, guardan silencio respecto de este concilio. Su mención en el llamado "Decretum Gelasii", hacia fines del siglo V, no es original sino una inserción posterior en ese texto (Hefele). Papa San Gregorio I Magno, siguiendo el ejemplo del Papa Vigilio y el Papa Pelagio II, lo reconoce como uno de los cuatro concilios generales, pero solo en sus pronunciamientos dogmáticos (P.G., LXXVII, 468, 893). (Traducido por Hugo Barona Becerra).

382 d.C.

En el verano de 382 se reunió en la ciudad imperial un concilio de los obispos orientales, convocado por Teodosio. Aún tenemos su importante confesión de fe, a menudo atribuida erróneamente al Segundo Concilio General (es decir, en Constantinopla el año anterior, ver arriba), que presentaba el acuerdo doctrinal de todas las Iglesias cristianas (v. cristianismo); también dos cánones (5 y 6) puestos equivocadamente entre los cánones del Segundo Concilio General. En el verano del próximo año (383) Teodosio convocó otro concilio con la esperanza de unificar todas las facciones y partidos entre los cristianos sobre la base de una aceptación general de las enseñanzas del los Padres ante-nicenos. Tuvo un éxito limitado (Sócrates, V, 10); Eunomio fue uno de los oponentes más tenaces (v. eunomianismo). (Traducido por Luz María Hernández Medina)

553 d.C. Segundo Concilio Ecuménico de Constantinopla

(Quinto Concilio General): Este Concilio se efectuó en Constantinopla (5 de mayo - 2 de junio de 553), y fue convocado por el emperador Justiniano. Asistieron mayormente los obispos orientales; sólo estuvieron presentes seis obispos occidentales (África). El presidente fue Eutiquio, Patriarca de Constantinopla. Esta asamblea fue en realidad la última fase del largo y violento conflicto inaugurado por el edicto de Justiniano del 543 contra el origenismo (P.G. LXXXVI, 945-90). El emperador estaba persuadido que el nestorianismo continuaba fortaleciéndose con los escritos de Teodoro de Mopsuestia (murió 428), Teodoreto de Ciro (murió 457) y de Ibas de Edesa (murió 457), también de la estima personal que todavía muchos tenían a los primeros dos de estos escritores eclesiásticos. Los sucesos que llevaron a este Concilio serán narrados más completamente en los artículos Papa Vigilio y en Tres Capítulos; aquí sólo se proporciona un breve resumen.

Desde el 25 de enero de 547, el Papa Vigilio fue detenido por la fuerza en la ciudad real, originalmente se había negado a participar en la condenación de los Tres Capítulos (es decir, una breve declaración de anatema sobre Teodoro de Mopsuestia y sus escritos, sobre Teodoreto de Ciro y sus escritos, contra San Cirilo de Alejandría y el Concilio de Éfeso, y sobre la carta escrita por Ibas de Edesa a Maris, obispo de Hardaschir en Persia). Posteriormente (por su "Judicatum", 11 de abril de 548), Vigilio había condenado los Tres Capítulos (una doctrina realmente censurable), pero él mantuvo explícitamente la autoridad del Concilio de Calcedonia (451) en el cual Teodoreto e Ibas---después de la condenación de Nestorio---habían sido restablecidos a sus sedes. En Occidente nació un fuerte descontento por este paso que parecía un debilitamiento ante el poder civil en asuntos puramente eclesiásticos, y una injusticia hacia hombres muertos desde hacía mucho tiempo y juzgados por Dios; todo era de lo más inaceptable ya que la mente occidental no tenía un conocimiento preciso de la situación teológica entre griegos de esa época. Como consecuencia de esto Vigilio había persuadido a Justiniano para devolver el documento papal antes mencionado, y proclamar una tregua en ambas partes hasta que se pudiese convocar un concilio general para decidir sobre estas controversias. Ambos, el emperador y los obispos griegos, violaron esta promesa de neutralidad; el primero en particular, publicando (551) su famoso edicto, Homología Tes Pisteos, condenando de nuevo los Tres Capítulos, y rehusándose a retirarlo.

Por su digna protesta, Vigilio sufrió acto seguido varias indignidades personales de manos de la autoridad civil y casi pierde su vida; finalmente se retiró a Calcedonia, en la misma iglesia de Santa Eufemia, donde se había realizado el gran concilio, desde donde informó a la cristiandad del estado de los asuntos. Pronto los obispos orientales buscaron reconciliarse con él, y le indujeron a regresar a la ciudad, y retiraron todo los que se había hecho hasta el momento en contra de los Tres Capítulos; el nuevo patriarca, Eutiquio, sucesor de Menas, cuya debilidad y servilismo fueron la causa inmediata de toda esta violencia y confusión, presentó (6 de enero de 530) su profesión de fe a Vigilio y, en unión con los otros obispos orientales, urgió al llamado a un concilio general bajo la presidencia del Papa. Vigilio estaba dispuesto, pero propuso que debía ser celebrado en Italia o en Sicilia, para asegurar la asistencia de los obispos occidentales. Justiniano no estuvo de acuerdo con esto, pero propuso, en su lugar, una especie de comisión formada por delegados de cada uno de los grandes patriarcados; Vigilio sugirió que se escogiese un número igual de delegados de Oriente y de Occidente; pero esto no fue aceptable al emperador, quien inauguró el concilio bajo su propia autoridad en la fecha y forma antedichas. Vigilio rehusó participar, no sólo debido a la abrumadora proporción de obispos orientales, sino también por miedo a la violencia; además, ninguno de sus predecesores había tomado parte personalmente en un concilio oriental. Él se fue fiel a esta decisión, aunque expresó su deseo de dar un juicio independiente sobre los asuntos en disputa. Se sostuvieron ocho sesiones, siendo el resultado la condena final de los Tres Capítulos por los 165 obispos presentes en la última sesión (2 de junio de 553) en catorce anatemas similares a los trece emitidos previamente por Justiniano.

Mientras tanto Vigilio había enviado al emperador (14 de mayo) un documento conocido como primer "Constitutum" (Pacto) (Mansi, IX, 61-106), firmado por él mismo y dieciséis obispos, la mayoría occidentales, en el cual se condenaba dieciséis proposiciones heréticas de Teodoro de Mopsuestia, y, en cinco anatemas, se repudió su enseñanza cristológica (v. cristología); sin embargo, se prohibió condenar su persona o ir más lejos en la condena de los escritos o la persona de Teodoreto, o de la carta de Ibas. Bajo las circunstancias, parecía realmente que no era una tarea fácil denunciar adecuadamente los ciertos errores del gran teólogo antioqueño y sus seguidores, y mantener enhiesta la reputación y autoridad del Concilio de Calcedonia, que se había conformado con obtener lo esencial de la sumisión de todos los simpatizantes de Nestorio, pero por esa misma razón, nunca había sido perdonado por los oponentes monofisitas de Nestorio y su herejía, quienes estaban ahora coaligados con los numerosos enemigos de Orígenes, y hasta la muerte de Teodora (548) habían disfrutado del apoyo de esta influyente emperatriz.

Las decisiones del concilio fueron ejecutadas con violencia para ir al mismo paso que su conducta, aunque no se obtuvo la ardientemente esperada reconciliación con los monofisitas. Vigilio, junto con otros oponentes a la voluntad imperial, tal como lo registraron los serviles prelados de la corte, daba la impresión que habían sido desterrados (Hefele, II, 905), junto con los devotos obispos y eclesiásticos de su séquito, ya al Alto Egipto o a una isla en el Mar de Propontis. Ya en la séptima sesión del concilio, Justiniano hizo que el nombre de Vigilio fuese eliminado de los dípticos (tablillas de madera con los nombres de los obispos), sin prejuicio sin embargo, como se dijo, a la comunión con la Sede Apostólica. Pronto el clero romano y la gente, liberados por Narses del yugo gótico, solicitaron al emperador que permitiera el regreso del Papa, lo cual aceptó Justiniano con la condición que Vigilio reconociera el último concilio. Vigilio finalmente lo aceptó y en dos documentos (una carta a Eutiquio de Constantinopla, 8 de diciembre de 553, y un segundo "Constitutum", de 23 de febrero de 554, probablemente dirigido al episcopado occidental) por fin condenó independientemente los Tres Capítulos (Mansi, IX, 424-20, 457-88; cf. Hefele, II, 905-11), sin embargo, sin mencionar el Concilio. Su oposición nunca se había basado en materias doctrinales sino en la decencia y oportunidad de las medidas propuestas, en la equívoca violencia imperial, y en un miedo delicado a lesionar la autoridad del Concilio de Calcedonia, especialmente en el Occidente. Aquí, ciertamente, a pesar del reconocimiento adicional del Papa Pelagio I (555-560), el Quinto Concilio General sólo adquirió gradualmente en la opinión pública un carácter ecuménico. En el norte de Italia las provincias eclesiásticas de Milán y Aquilea rompieron su comunión con la Sede Apostólica; la primera cediendo sólo hacia el final del siglo VI, mientras que la última (Aquilea-Grado) prolongó su resistencia hasta cerca del 700 (Hefele, op. cit., II, 911-27) (Para una apreciación equitativa de la conducta de Vigilio, ver además del artículo Vigilio, el juicio de Bois en el Diccionario de Teología cath., II, 1238-39). El Papa siempre estuvo en lo correcto en cuanto a la doctrina envuelta, y cedió, por amor a la paz, sólo cuando tuvo la seguridad que no había nada que temer por la autoridad del Concilio de Calcedonia, con el cual él al principio, con Occidente completo, se encontraba en peligro por las maquinaciones de los monofisitas.

Se han perdido las actas originales en griego del concilio, pero aún existe una versión latina muy antigua, probablemente contemporánea y hecha para el uso de Vigilio, ciertamente citada por su sucesor Pelagio I. La edición de Baluze está reimpresa en Mansi, “Coll. Conc.”, IX, 163 sqq. En el siguiente Concilio General de Constantinopla (680) se encontró que las Actas del Quinto Concilio habían sido alteradas (Hefele, op. cit., II, 855-58) en favor del monotelismo; ni tampoco es cierto que en su forma presente están en su integridad original. Esto tiene peso en el muy discutido asunto concerniente a la condenación del origenismo en este Concilio. Hefele, movido por la antigüedad y persistencia de los informes acerca de la condenación de Orígenes, afirma (p. 861) con el Cardenal Noris, que en éste Orígenes fue condenado, pero sólo en passant (incidentalmente), y que su nombre, en el undécimo anatema no es una interpolación. (Traducido por Hugo Barona Becerra)

680 d.C. Tercer Concilio Ecuménico de Constantinopla

(Sexto Concilio General). El sexto concilio general fue convocado para el año 678 por el emperador Constantino Pogonato con el fin de restaurar la armonía religiosa entre Oriente y Occidente que había sido perturbada por las controversias monotelitas y en particular por la violencia de su predecesor Constante II cuyo edicto imperial, conocido como “Tipo” (Typus) (648-49) era prácticamente una supresión de la verdad ortodoxa. Debido al deseo del Papa Agatón que deseaba obtener la adhesión de los hermanos occidentales, los legados papales no llegaron a Constantinopla hasta tarde en el 680. El concilio, al cual asistieron al principio cien obispos y más tarde 174, se inauguró el 7 de noviembre de 680 en un salón con cúpula (Trullo) del palacio imperial y fue presidido por los (tres) legados papales, quienes trajeron al concilio una larga carta dogmática del papa Agatón y otra de importancia similar de un sínodo romano celebrado en la primavera de 680. Se leyeron en la segunda sesión. Ambas cartas, sobre todo la del Papa, insiste en la fe de la Sede Apostólica como la tradición viva e inmaculada de los Apóstoles de Cristo, asegurada por las promesas de Cristo, testificada por todos los Papas en su capacidad de sucesores del privilegio etrino de confirmar a sus hermanos, y por consiguiente, definitivamente autorizada para la Iglesia Universal.

La mayor parte de las dieciocho sesiones se dedicó al examen de los pasajes bíblicos y patrísticos que tratan sobre el asunto de las dos voluntades, una o dos operaciones, en Cristo. Jorge, patriarca de Constantinopla, pronto cedió ante la evidencia de las enseñanzas ortodoxas sobre las dos voluntades y dos operaciones en Cristo, pero Macario de Antioquia “casi con seguridad el único representante seguro del monotelismo desde las nueve proposiciones de Ciro de Alejandría” (Chapman), resistió hasta el final y fue finalmente anatematizado y depuesto por “no consentir al tenor de las cartas ortodoxas enviadas por Agatón, el santísimo Papa de Roma”, es decir, que en cada una de las dos naturalezas (humana y divina) de Cristo hay una operación perfecta y una voluntad perfecta, contra la que los monotelitas habían enseñado que hay sólo una operación y una voluntad (mia energeia theandrike) muy en línea con la confusión monofisita de las dos naturalezas en Cristo. En la décimo tercera sesión ( 28 de marzo de 681) después de anatematizar a los principales herejes monotelitas mencionados en la citada carta del papa Agatón, es decir, Sergio de Constantinopla, Ciro de Alejandría, Pirro, Pablo y Pedro de Constantinopla, Teodoro de Farán, el concilio añadió: “Y además de éstos decidimos que también Honorio, que fue papa de la antigua Roma, sea arrojado de la Santa Iglesia de Dios y sea anatematizado con ellos porque hemos encontrado en su carta a Sergio que seguía la opinión de éste en todas a las cosas y confirmó sus malvados dogmas”. Una condena similar del papa Honorio aparece en el decreto dogmático de la sesión final (16 de septiembre de 681) que fue firmada por los legados y por el emperador. Aquí se hace referencia a la famosa carta de Honorio a Sergio de Constantinopla cerca del 634, alrededor de la cual ha surgido (especialmente durante el Concilio Vaticano I) tan extensa y controversial literatura. Tres veces se había invocado en sesiones anteriores del concilio en cuestión por el obstinado monotelita Macario de Antioquía, y se había leído públicamente en la décimo segunda sesión junto con la carta de Sergio a la que daba respuesta. Es esa ocasión se leyó también una segunda carta de Honorio a Sergio, de la que sólo se ha conservado un fragmento. (Respecto al asunto de la ortodoxia del Papa, ver Honorio I; Infalibilidad; Monotelitas)

En el pasado, debido al galicanismo y a los oponentes a la infalibilidad papal, ha habido mucha controversia sobre el sentido apropiado de la condena al Papa Honorio hecha por este concilio, Se ha abandonado ya la teoría (Baronio, Damberger) de la falsificación de las Actas (Hefele, III, 299-313). Algunos, con Pennacchi, han mantenido que en verdad fue condenado por hereje, pero que los obispos orientales del concilio malinterpretaron la perfectamente ortodoxa (y dogmática) carta de Honorio; otros, con Hefele, que el concilio condenó las expresiones del Papa que sonaban como heréticas (aunque su doctrina era verdaderamente ortodoxa); otros finalmene, con Chapman (ver abajo), que fue condenado:

“…porque no declaró autoritariamente, como debía haber hecho, la tradición de Pedro de la Iglesia romana. No apeló a esa tradición, sino que meramente aprobó y amplió sobre el compromiso indiferente de Sergio… Ni el Papa ni el concilio consideran que Honorio había comprometido la pureza de la tradición romana, porque nunca afirmó representarla. Por consiguiente, así como hoy juzgamos las cartas del papa Honorio por la definición del Vaticano y negamos que sean ex cátedra, porque no definen ninguna doctrina ni la imponen a toda la Iglesia, así los cristianos del siglo VII juzgaron las mismas cartas por la costumbre de su tiempo, y vieron que no reclamaban lo que las cartas papales solían reclamar, es decir, hablar por la boca de Pedro en nombre de la tradición romana.” (Chapman)

La carta del concilio al papa León pidiendo, a la manera tradicional, que confirmara las Actas, mientras incluían de nuevo el nombre de Honorio entre los monotelitas condenados, colocan un énfasis notable en el oficio magisterial de la Iglesia romana, así como, en general, los documentos del Sexto Concilio General favorecen fuertemente la inerrancia de la Sede de Pedro. “El concilio”, dice Dom Chapman, “acepta la carta en la que el Papa definía la fe. En ella destituye a los que rehúsen aceptarla. Le piden (el Papa) que confirme sus decisiones. Los obispos y el emperador declaran que han visto que la carta contiene la doctrina de los Padres. Agatón habla con la voz del mismo Pedro; de Roma sale la ley como si saliera de Sión; Pedro había mantenido la fe inalterada.“ El Papa Agatón murió durante el concilio y le sucedió el Papa León II, que confirmó (683) los decretos contra el monotelismo y se expresó más severamente que el concilio sobre la memoria de Honorio (Hefele, Chapman) aunque puso énfasis principalmente en la negligencia de aquel Papa en plasmar la enseñanza tradicional de la Sede Apostólica, cuya fe inmaculada trató traidoramente de destruir (o, como se puede traducir del griego, permitió que fuera destruida). (Traducido por Pedro Royo)

692 d.C. En Trullo

Este peculiar concilio de Constantinopla, efectuado en 692 bajo Justiniano II, se conoce generalmente como el Concilio in Trullo porque se celebró en el mismo salón abovedado donde se había celebrado el Sexto Concilio General (vea arriba). Ambos el Quinto y Sexto Concilios Generales habían fallado en aprobar cánones disciplinarios, y pues éste intentaba completar ambos a este respecto, también tomó el nombre de Quinisexto (Concilio Quinisexto, Eunodos penthekte), es decir, Quinto-Sexto. Asistieron 215 obispos, todos orientales. Basilio de Gortina en Iliria, sin embargo, pertenecía al patriarcado romano y se llamó a sí mismo legado papal, aunque no existe evidencia de su derecho a usar un título que en Oriente servía para investir los decretos con la autoridad romana. De hecho, Occidente nunca reconoció los 102 cánones disciplinarios de este concilio, los cuales eran en gran medida reafirmaciones de cánones anteriores. Muchos de los nuevos cánones mostraban una actitud hostil hacia las Iglesias que no estuviesen de acuerdo con Constantinopla, especialmente las Iglesias Latinas. Sus costumbres eran anatemizadas y “se tenía en cuenta condenar cada pequeño detalle de diferencia” (Fortescue). Se renovaron el canon III de Constantinopla (381) y el canon XXVIII de Calcedonia (451), se condenó de nuevo la herejía de Honorio (canon I), y se declaró inválido el matrimonio con un hereje porque Roma decía que era meramente ilegal; Roma había reconocido cincuenta de los Cánones Apostólicos, por lo tanto, los otros treinta y cinco obtienen reconocimiento en este concilio, y se convierten en enseñanzas inspiradas (v. cánones apostólicos).

Sobre el asunto del celibato, los prelados griegos no se contentaron con dejar a la Iglesia romana seguir su propia disciplina, sino que insistieron en establecer una regla (para toda la Iglesia) que todos los clérigos, excepto los obispos, seguirían en matrimonio, mientras que excomulgaban a cualquiera que tratara de separar a un sacerdote o diácono de su esposa, y a cualquier clérigo que dejase a su esposa al ser ordenado (can. III, VI, XII, XIII, XLVIII) (v. Órdenes Sagrados).

Las Iglesias Ortodoxas Orientales consideran este concilio como ecuménico, y añaden sus decretos a los Concilios Quinto y Sexto. En Occidente San Beda lo llama (De sexta mundi aetate, un sínodo “réprobo, y Pablo el Diácono (Hist. Lang., VI, p. 11) lo llama uno “errático”. El doctor Fortescue dice adecuadamente que siempre ha sido y es una nota característica de la Iglesia Bizantina la intolerancia a todas las otras costumbres con el deseo de que toda la cristiandad se ajuste a sus prácticas locales. Para la actitud de los Papas, substancialmente idéntica, de cara a los varios intentos de obtener su aprobación a estos cánones, vea Hefele, "Conciliengesch." (III, 345-48). (Traducido por Luz María Hernández Medina)

754 d.C.

En el año 754 el emperador iconoclasta Constantino V convocó en la ciudad imperial un concilio de 338 obispos que por su cobardía y servilismo aprobaron la actitud herética del emperador y de su padre León III, así como los argumentos de los iconoclastas y sus medidas contra los defensores de las imágenes sagradas. Anatematizaron a San Germán de Constantinopla y a San Juan Damasceno denunciando a los ortodoxos como idólatras, etc.; al mismo tiempo se quejan del saqueo de las iglesias con el pretexto de destruir las imágenes. (ver Iconoclasia). (Trad. por Pedro Royo)

861 d.C.

Para los tres sínodos focianos de 861 (deposición de Ignacio), 867 (intento de deposición de Nicolás I), y 879 (reconocimiento de Focio como patriarca legal), reconocido por los griegos como el Octavo Concilio General en oposición al concilio de 869-70, el cual continúan abominando, ver Focio de Constantinopla. (Traducido por Luz María Hernández Medina)

869 d.C. Cuarto Concilio de Constantinopla

(Octavo Concilio General) El Octavo Concilio General fue inaugurado el 5 de octubre de 869 en la Catedral de Santa Sofía, bajo la presidencia de los legados del Papa Adriano II. Durante la década anterior habían ocurrido graves irregularidades en Constantinopla, entre ellas la deposición del Patriarca Ignacio y la intrusión de Focio, cuyas violentas medidas contra la Iglesia Romana culminaron en un intento de deposición (867) del Papa Nicolás I. La accesión durante ese año de un nuevo emperador, Basilio el Macedonio, cambió la situación política y eclesiástica. Focio fue internado en un monasterio; se llamó de nuevo a Ignacio, y se reanudaron las relaciones amistosas con la Santa Sede. Ambos Ignacio y Basilio enviaron representantes a Roma pidiendo un concilio general. Después de celebrarse un sínodo romano (junio de 869) en el cual Focio fue condenado nuevamente, el Papa envió a Constantinopla tres legados para presidir el concilio en su nombre. Además del Patriarca de Constantinopla allí estuvieron presentes los representantes de los patriarcas de Antioquía y Jerusalén y, hacia el final, también los representantes del Patriarca de [[Alejandría[[. La asistencia de obispos ignacianos fue escasa al principio, ciertamente nunca hubo presentes más de ciento dos obispos.

Se le pidió a los legados que mostraran su comisión, lo cual hicieron; luego presentaron a los miembros del concilio la famosa fórmula (libellus) del Papa Hormisdas (514-23), la cual obligaba a sus firmantes a “seguir en todo a la Sede Apostólica de Roma y enseñar todas sus leyes… en cuya comunión está la completa, real y perfecta solidez de la religión cristiana”. Se le pidió a los Padres del concilio que firmaran este documento, el cual había sido originalmente redactado cerca del cisma de Acacio. Las primeras sesiones fueron ocupadas con la lectura de documentos importantes, la reconciliación de los obispos ignacianos que se habían aliado a Focio, la exclusión de algunos prelados focianos, y la refutación de las declaraciones falsas de los dos anteriores enviados de Focio a Roma. En la quinta sesión Focio mismo apareció con renuencia, pero cuando fue interrogado mantuvo un profundo silencio o contestó sólo en breves palabras, pretendiendo blasfemamente imitar la actitud y discurso de Cristo ante Caifás y Pilatos. A través de sus representantes se le concedió otra audiencia en la próxima sesión; ellos apelaban a que los cánones están sobre el Papa. En la séptima sesión apareció de nuevo, esta vez con su consagrante George Asbestas. Ellos apelaron, como antes, a los cánones antiguos, se negaron a reconocer la presencia o autoridad de los legados romanos y rechazaron la autoridad de la Iglesia Romana, aunque ofrecieron rendir cuentas al emperador. Ya que Focio no renunciaría a su reclamo usurpado ni reconocería al legítimo patriarca Ignacio, el concilio renovó la antigua excomunión romana contra él, y fue desterrado a un monasterio en el Bósforo, desde donde no dejó de denunciar el concilio como un triunfo de la mentira y la impiedad, y mediante una correspondencia muy activa mantuvo la fortaleza de sus seguidores, hasta que en 877 la muerte de Ignacio abrió el camino para su regreso al poder. El concilio denunció los remanentes de la iconoclasia y la interferencia de la autoridad civil en los asuntos eclesiásticos. La décima y última sesión fue efectuada en presencia del emperador, su hijo Constantino, Miguel, rey de Bulgaria, y los embajadores del emperador Luis II.

Los veintisiete cánones de este concilio tratan parcialmente con la situación creada por Focio y en parte con puntos generales de disciplina y abusos. Se leyeron y confirmaron los decretos de Nicolás I y Adriano II contra Focio y a favor de Ignacio, se depuso a los clérigos focianos y los ordenados por Focio fueron degradados a la comunión de los laicos. El concilio emitió una encíclica a todos los fieles, y le escribió al Papa pidiéndole su confirmación de las actas. Los legados papales firmaron sus decretos, pero condicionado a la acción papal. Aquí, por primera vez, Roma reconoció el antiguo reclamo de Constantinopla al segundo lugar entre los cinco grandes patriarcados. Sin embargo, se ofendió el orgullo griego con la firma compulsoria del antedicho formulario de reconciliación, y en la siguiente conferencia de las autoridades eclesiásticas y civiles griegas los recién convertidos búlgaros fueron declarados sujetos al patriarcado de Constantinopla y no a Roma. Aunque reinstaurado por la Sede Apostólica, Ignacio resultó desagradecido, y en este importante asunto se alineó con los patriarcas orientales al consumar, por razones políticas, una notable injusticia; el territorio desde entonces conocido como Bulgaria era en realidad parte de la antigua Iliria que siempre había pertenecido al patriarcado romano hasta que el iconoclasta León III (718-41) lo arrebató violentamente y lo subordinó a Constantinopla. Ignacio consagró prontamente un arzobispo para los búlgaros y envió allá muchos misioneros griegos, tras lo cual los obispos y sacerdotes latinos fueron obligados a retirarse. Camino a casa los legados papales fueron saqueados y encarcelados (v. prisión), sin embargo, ellos habían puesto bajo el cuidado de Anastasio, bibliotecario de la Iglesia Romana (presente como miembro de la embajada franca) muchas de las firmas de sumisión de los obispos griegos. A él le debemos la versión latina de estos documentos y una copia de las actas griegas del concilio, las cuales el tradujo y a las cuales debemos mucho de nuestro conocimiento documental de los procedimientos. Adriano II y sus sucesores amenazaron en vano a Ignacio con severas penalidades si no retiraba de Bulgaria sus sacerdotes y obispos griegos. La Iglesia Romana nunca recuperó las vastas regiones perdidas entonces. (Vea Focio, Ignacio de Constantinopla, Nicolás I) (Traducido por Luz Hernández)

1639 y 1672

En 1639 y 1672 se llevaron a cabo dos concilios por parte de los griegos ortodoxos condenando a la confesión calvinista (v. Calvino, calvinismo) de Cyril Lucaris y sus seguidores. [Ver Semnoz, "Les dernières années du patr. Cyrille Lucar" en "Echos d'Orient" (1903), VI, 97-117, y Fortescue, "Iglesia Oriental Ortodoxa" (Londres, 1907), 267]. (Trad. por Carlos Augusto Claux).


Fuente: Shahan, Thomas. "Councils of Constantinople" The Catholic Encyclopedia. Vol. 4, págs. 308-312. New York: Robert Appleton Company, 1908. <http://www.newadvent.org/cathen/.htm>.

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