San Gregorio de Tours
De Enciclopedia Católica
Su Vida
San Gregorio de Tours nació en 538 o 539 en Arverni, la moderna Clermont-Ferrand; murió en Tours el 17 de noviembre de 593 o 594. Descendía de una distinguida familia galorromana y estaba emparentado estrechamente a las más ilustres casas de la Galia. Originalmente fue llamado Georgio Florencio, pero en memoria de su bisabuelo materno, Gregorio, obispo de Langres, adoptó más tarde el nombre de Gregorio. Siendo muy joven perdió a su padre y fue a vivir con su tío Gallo, obispo de Clermont, bajo quien fue educado según el modo de todos los eclesiásticos de su tiempo. Una recuperación inesperada de una grave enfermedad movió su mente hacia el servicio de la Iglesia. Gallo murió en el 554 y la madre de Gregorio se fue a vivir con unos amigos de Borgoña y dejó a su hijo en Clermont al cuidado de Avito, un sacerdote, que sería más tarde obispo de Clermont (517-594).
Avito dirigió su discípulo hacia el estudio de las Escrituras. Según Gregorio, la retórica y la literatura profana fueron lamentablemente descuidadas en su caso, omisiones que lamentaría seriamente en su vida posterior. En sus escritos se queja de su ignorancia de las leyes de la gramática, de confundir los géneros, del empleo de casos incorrectos, de no entender el uso correcto de las preposiciones ni la sintaxis de las frases, auto reproches que no necesitan ser tomados en serio. Gregorio conocía la gramática y literatura tan bien como cualquier hombre de su tiempo; es una mera afectación de su parte cuando finge estar mal instruido; quizá con ello esperaba recibir alabanzas por su aprendizaje.
Eufronius, obispo de Tours, murió en el 573, y Gregorio le sucedió; Sigiberto I era entonces rey de Austrasia y Auvernia (561-576). La muerte de Cariberto (567) le había hecho señor de Tours. El nuevo rey conocía a Gregorio e insistió que, en deferencia a los deseos del pueblo de Tours, él debía ser su obispo; y así vino a ser que Gregorio se fue a Roma para ser consagrado. El poeta Fortunato celebró la elevación del nuevo obispo en un poema lleno de entusiasmo sincero a pesar de sus defectos (N. de la T.: los defectos del poema) ("Ad cives Turonicos de Gregorio episcopo"). Gregorio justificó esta confianza, y su gobierno episcopal fue altamente loable para él y útil para su rebaño; las circunstancias de aquel tiempo ofrecían dificultades peculiares, y el oficio de obispo era oneroso desde un punto de vista civil y religioso.
Gregorio como Obispo
Gregorio emprendió con gran celo la dura labor que se le impuso. En el pasado reciente el rey Clodoveo había usado y abusado de su poder, pero sus servicios al orden social y la fama de sus hazañas causaron que se perdonaran en gran parte los abusos de su reinado. Sus sucesores, sin embargo, tuvieron menos méritos, y cuando trataron de aumentar su autoridad mediante actos de violencia, el resultado fue una guerra civil casi interminable. El poder vencía al derecho tan a menudo que la misma noción de este tendió a desaparecer. La ferocidad y la crueldad bárbaras estaban desenfrenadas por todas partes.
Durante la guerra entre Sigeberto y Chilperico, Gregorio no pudo refrenar su justa indignación a la vista de las aflicciones de su gente. "Esto", escribió, “ha sido más nocivo para la Iglesia que la persecución de Diocleciano". En la Galia, al menos, este pudo haber sido el caso. Las tribus teutónicas recién establecidas en la Galia, o vagando sin rumbo por todo el Imperio Romano, eran conscientes de su poder físico y renuentes a reconocer cualquier derecho salvo el de conquista. Los jefes reclamaban lo que deseaban, y el ejército tomaba el resto; quienquiera se atreviese a oponérseles apartado del camino con rapidez despiadada. La civilización en la que entraron tan súbitamente era para ellos fuente de molestia y confusión; los placeres materiales groseros les atrajeron mucho más que los altos ideales de la vida romana. La embriaguez era común en todas las clases, e incluso la castidad proverbial de los francos fue pronto una gloria del pasado.
La venganza desplazó a toda restricción religiosa; el poderoso y el humilde, clero y laicos, prescindían de las reglas establecidas. Se pensaba popularmente que la reina Clotilde, modelo de mujeres, había nutrido sentimientos de venganza contra los burgundios durante más treinta años (vea, sin embargo, para su rehabilitación, G. Kurth, "Sainte Clotilde", 8va ed., París, 1905, y el artículo CLOTILDE). Gontrán, uno de los mejores reyes francos, mandó a matar a dos médicos porque no pudieron restaurar la salud de la reina Austregilda. Al ser este el temperamento moral de las clases altas, es innecesario hablar de la multitud galo-franca. Es mayormente para honor de San Gregorio que en medio de estas condiciones cumplió su oficio de obispo con valor y firmeza admirables. Sus escritos y sus acciones muestran una tierna solicitud por los intereses espirituales y temporales de su pueblo a quienes protegió como mejor pudo contra el desenfreno del poder civil.
En medio de su trabajo por el bienestar general, siempre defendió lo correcto y justo con prudencia y fortaleza. Por su oficio fue el protector de los débiles y, como tal, siempre se oponía a sus opresores. En él se ve lo mejor del episcopado merovingio. La moralidad social del siglo VI no tiene un exponente más valiente o inteligente que este culto caballero. Gregorio explicó el gobierno del mundo mediante la intervención constante de lo sobrenatural: la ayuda directa de Dios, la intercesión de los santos y el recurso a los milagros obrados en sus tumbas. También tomó un papel importante al aumentar el número de iglesias, que eran entonces los centros de la vida religiosa en la Galia. La iglesia catedral de Tours, consumida por un incendio bajo su predecesor, fue reconstruida, y la iglesia de San Perpetuo fue restaurada y decorada. Desde los días de Clodoveo la Iglesia había ocupado, a través de sus obispos, una posición preponderante en el mundo franco. A los ojos del pueblo los obispos eran los representantes directos de Dios y dispensadores de sus gracias divinas tal como el rey concedía favores terrenales. Sin embargo, esto no se debía a su posición moral o religiosa, sino a su influencia social.
La antigua civilización romana, sobre todo la administración municipal, no pudo hacerle frente a la expansión de la ruda civilización bárbara en la Galia. La autoridad civil era ineficaz para las responsabilidades asumidas anteriormente y pronto se olvidó de sus obligaciones. Sin embargo, los oficios públicos que descuidó correspondieron a las necesidades sociales apremiantes que de algún modo debían satisfacerse. En esta coyuntura los obispos entraron a la brecha y se volvieron políticamente más importantes bajo los francos que bajo el dominio romano. Los reyes francos de buen grado reconocieron en ellos a auxiliares indispensables. Solo ellos poseían la ciencia y el conocimiento, mientras rendían servicios extraordinarios en las diferentes misiones que se les confiaban libremente y que sólo ellos estaban capacitados para cumplir. Por otro lado, eran lentos en reprender a sus señores bárbaros u oponerles resistencia. El propio Gregorio le dice en su contestación a Childerico: "Si uno de nosotros abandonase el camino de la justicia, le correspondería a usted enderezarlo; sin embargo, si usted, se arriesgara a desviarse, ¿quién podría corregirlo u oponérsele?". El único deber que los obispos parecen haber predicado a los reyes francos fue el cumplimiento concienzudo de los deberes reales para el bien de las almas. Los reyes no negaron este deber, aunque a menudo fallaron en ejecutarlo o se refugiaron en una conciencia demasiado liberal.
Tours, que durante mucho tiempo había poseído la tumba de San Martín, era una de las sedes más difíciles de gobernar; la ciudad estaba continuamente cambiando de amos. A la muerte de Clotario (561) le sucedió Cariberto, y a su muerte, volvió al reinado de Sigeberto, rey de Austrasia, aunque no hasta después de un animado conflicto. En el 573 la capturó Chilperico, rey de Neustria, pero pronto fue obligado a abandonar la ciudad. La tomó de nuevo solo para perderla una vez más; al final, tras el asesinato de Sigeberto en 576, Chilperico se convirtió en su amo final, y la mantuvo hasta su muerte en 584. Aunque Gregorio no tomó parte directa en estas luchas de príncipes, describió para nosotros los sufrimientos que le causaron a su gente y también sus propios sufrimientos. Es fácil ver que no amaba a Chilperico; a su vez el rey detestaba al obispo de Tours quien sufrió mucho de los ataques de los partidarios reales. Un tal Leudot, que había sido privado de su oficio debido a las quejas de Gregorio, acusó al obispo de declaraciones difamatorias contra la reina Fredegunda. Gregorio fue citado ante los jueces, y declaró su inocencia bajo juramento. En el juicio su porte estaba tan lleno de dignidad y rectitud que asombró a sus enemigos, incluso el mismo Chilperico quedó tan impresionado que desde entonces fue más conciliatorio en sus relaciones con su opositor.
Tras la muerte de Chilperico, Tours cayó en manos de Gontrán, rey de Borgoña, tras lo cual comenzó para el obispo una era de paz y casi de felicidad. Conocía a Gontrán desde hacía mucho tiempo y este lo conocía y confiaba en él. En 587, por el Tratado de Andelot, Gontrán cedió Tours a Childeberto II, hijo de Sigeberto. Este rey, al igual que su madre Brunegilda, honraron a Gregorio con particular confianza, a menudo lo llamaban a la corte y le confiaron muchas misiones importantes. Este favor duró hasta la muerte de Gregorio.
Gregorio como Historiador
Gregorio comenzó a escribir desde el tiempo de su elección al episcopado. Sus asuntos parecen haber sido escogido al comienzo de su actividad literaria, menos por su importancia que con el propósito de la edificación. Los milagros de San. Martín parecen ser que fueron su tema principal y siempre apreció más los temas hagiográficos. Incluso en sus escritos estrictamente históricos, los detalles biográficos ocupan a menudo un lugar bastante desproporcionado con su importancia. Sus obras completas tratan de muchos asuntos, y están resumidas por él como sigue: "Decem libros historiarum, septem miraculorum, unum de vita patrum scripsi; in psalterii tractatu librum unum commentatus sum; de cursibus etiam ecclesiasticis unum librum condidi", i. e. he escrito diez libros de "historia", siete de "milagros", uno de la vida de los Padres, un comentario en un libro a los salmos y un libro sobre la liturgia eclesiástica. El "Liber de miraculis beati Andreae apostoli" y el "Passio sanctorum martyrum septem dormientium apud Ephesum" no fueron mencionados por él, pero indudablemente son de su mano. Sus escritos hagiográficos deben leerse naturalmente, siguiendo el espíritu y el gusto propios de su tiempo. Un decreto de Rey Guntram, tomado del "Historiae Francorum", ilustra ambos bastante acertadamente: "Nosotros creemos que el Señor que gobierna todas las cosas por Su poderío, se apaciguará por nuestro esfuerzos al defender la justicia y lo correcto entre todo el pueblo. Estando nuestro Padre y nuestro Rey, siempre presto al socorro de la debilidad humana por Su gracia, Dios concederá todas nuestras necesidades más generosamente cuando Él nos vea fiel en la observancia de Sus preceptos y mandamientos". La actitud mental del rey difería un poco, claro está, de la de su pueblo. Casi todos fueron persuadidos profundamente que todos los hechos habían sido previstos divinamente; a veces incluso, a extremos supersticiosos. Así, a pesar de la degradación social y los crímenes de entonces, el pueblo estaba en guardia de las manifestaciones sobrenaturales, o lo que ellos creyeron ser tales. De esta manera, por cierto, se alzó una devoción religiosa, real y activa, pero también impulsiva y no controlada por la razón debidamente. La providencia parecía intervenir tan directamente en cada mínimo detalle que los hombres agradecían a Dios ciegamente tanto por la muerte de su enemigo así como por alguna gracia maravillosa que se les había concedido. El hombre de aquella época tenía muy presente el mundo sobrenatural; Dios y Sus santos parecían relacionarse en la vida íntima e inmediata de los hombres y sus asuntos. Las tumbas y reliquias de los santos se volvieron los centros de su actividad milagrosa. En las narraciones hagiográficas de entonces los que se negaban a creer en los milagros son la excepción, y generalmente fueron representados como a los que les pasa algo malo, a menos que se arrepientan de su incredulidad. De vez en cuando aparece una reacción contra esta credulidad excesiva; aquí y allá algún individuo afirma que ciertos milagros son ficticios y a veces son fraude. El esfuerzos de hombres sensatos procuran calmar la credulidad demasiado apasionada de muchos. Gregorio nos cuenta de un abad que severamente castigó a un monje joven que creyó que tenía trabajado un milagro: "Mi hijo", dijo al abad, " se esfuerza con toda la humildad para crecer en el temor del Señor, en lugar de entrometerse en milagros".
El propio Gregorio, aunque relata una gran cantidad de milagros, parece haber dudado de algunos de ellos alguna vez. Supo que hombres sin escrúpulos solían abusar de la credulidad delos creyentes y muchos estaban de acuerdo con él. No todos deseaban considerar un sueño como una manifestación sobrenatural. Esta desconfianza, sin embargo, afectó sólo a casos particulares; como creencia, la regla en la multiplicidad de milagros fue general. La primera obra de Gregorio fue un relato en cuatro libros de los milagros de San Martín, el famoso taumaturgo galo. Su primer libro fue escrito en el 575, el segundo después del 581, el tercero se completó aproximadamente en el 587; el cuarto nunca fue completado. Después de terminar los primeros dos libros empezó un relato sobre los milagros de un santo de Auvernia por entonces famoso, "De passione et virtutibus sancti Juliani martyris”. Julián había muerto en los alrededores de Clermont-Ferrand y su tumba en Brioude fue un lugar de peregrinación bien conocido. En el 587, Gregorio empezó su "Liber in gloria martyrum“, o "Libro de las Glorias de los Mártires". se trata casi exclusivamente de los milagros forjados en la Galia por los mártires de las persecuciones romanas. Bastante similar es el "Liber in gloria confessorum” un cuadro vívido de las costumbres y modales contemporáneas o cuasi-contemporáneas. El "Liber vitae Patrum", es el más importante e interesante obra hagiográfico de Gregorio, nos da información muy curiosa acerca de las clases altas del período.
La fama de Gregorio como un historiador reside en su "Historiae Francorum" en diez libros, con el fin de pasar a la posteridad el conocimiento de su propio tiempo, como el autor nos asegura en el prólogo. El libro I contiene un resumen de la historia del mundo desde Adán a la conquista de la Galia por los francos, y de allí a la muerte de San Martín (397). el Libro II trata de Clodoveo, el fundador del imperio franco. El libro III se reduce al reino de Teodoberto (548). el Libro IV finaliza con Sigiberto (575), y contiene la historia de muchos hechos con el conocimiento personal del historiador. Según Arndt estos cuatro libros fueron escritos en el 575. Los libros V y VI tratan de hechos que tuvieron lugar entre el 575 y el 584, y fueron escrito en 585. Los restantes cuatro libros cubren los años entre el 584 al 591, y fueron escrito a intervalos que no pueden ser determinados con exactatitud. De hecho, Gregorio los relata como declarados anteriormente la historia de su era, pero en la narración siempre toma una parte prominente. El arte de exponer, rastrear los efectos hasta sus causas, descubrir los motivos que influyeron en los caracteres por él descrito, fueron desconocidos para Gregorio. Él escribe una historia clara , lisa y llana acerca de lo que él vio y oyó. Aparte de lo que le preocupa, siempre intenta declarar la verdad imparcialmente, y en lugares incluso donde su esfuerzo da alguna clase de crítica. Este obra es único en su tipo. Sin él el origen histórico de la monarquía franca nos sería desconocido hasta en el detalle mas pequeño. ¿Hizo Gregorio, sin embargo, que se apreciara el espíritu y tendencias de su tiempo correctamente? Está abierta la cuestión. Su mente siempre se ocupó con los hechos extraordinarios: los crímenes, los milagros, las guerras, los excesos de cada tipo; para él los eventos ordinarios eran demasiado comunes para ser noticias. No obstante, para comprender la historia religiosa o secular de un pueblo claramente, es más importante saber su vida popular diaria que aprenderlo de los hechos poderosos de la casa reinante. La moralidad del pueblo es a menudo superior a la de sus clases gobernantes. En los tiempos de Gregorio, las grandes fuerzas morales y religiosas, queridas por el pueblo, debieron haber estado fermentando el país, contrapesando la fuerza bruta e inmoralidad de los reyes francos, y así salvar a la nueva raza fuerte de agotarse en la lucha civil. Del relato de Gregorio, sin embargo, uno podría sacar la conclusión que el pueblo estaba satisfecho con su religión. Lo que Gregorio falló al notar de un modo exigente, quizás porque no registró el alcance del obra, un contemporáneo, el griego Agathias, lo ha observado y lo ha registrado.
Gregorio como Teólogo
Las ideas teológicas de Gregorio aparecen no sólo en las introducciones de sus varios obras, y sobre todo en su "Historiae Francorum", sino también a propósito por todos sus escritos. Siendo su educación teológica no muy profunda escribió una obra inmediatamente teológica en el carácter, su comentario a los salmos. El libro se tituló "De cursu stellarum ratio" ( Sobre los rumbos de las estrellas) escrita con un propósito práctico para conocer el tiempo, según la posición de las estrellas, cuando los oficios nocturnos debían cantarse. La "Historiae Francorum" hace conocer, en su página de apertura, los puntos de vistas teológicos de Gregorio. La enseñanza de Nicea eran su guía; la doctrina de la Iglesia estaba fuera de toda la discusión. Dios Padre nunca pudo ser sin la sabiduría, la luz, la vida, la verdad, la justicia,; el Hijo es todos eso; el Padre por consiguiente nunca estuvo sin el Hijo. En Jesús Cristo Gregorio ve al Señor de la Gloria Eterna y el Juez de la humanidad. A veces habla de la muerte y la sangre de Cristo como el medio de la redención, aunque no está claro que comprendiera el significado interno de esta doctrina. Vio en la Muerte de Cristo un crimen cometido por los judíos; en la Resurrección, por otro lado, le parecía que contemplaba la Redención de la humanidad. De los salmos había aprendido que Jesús había salvado al mundo por Su sangre, pero la idea de Gregorio de Cristo no era la del Cordero matado por los pecados "del mundo"; sino más bien la de un gran rey que había dejado una herencia a su pueblo. Por lo general sus escritos teológicos exponen la influencia de las ideas franca de realeza. Parece que no estuvo profundamente versado en la enseñanza y las escrituras de los Padres sobre la Encarnación y Muerte de Cristo. Esto es evidente en la historia que cuenta de una discusión que tuvo un día en presencia de Rey Chilperico con un comerciante judío. El judío había preguntado sobre la posibilidad del hecho de la Encarnación y Muerte de Jesús, y Gregorio, sin dar una respuesta directa, siguió para afirmar que la Encarnación y Muerte del Hijo de Dios eran necesarias, ya que el hombre culpable estaba en el poder del Diablo y sólo así podría ser salvado por Dios encarnado. El judío, fingiendo estar convencido, dio la respuesta,: "Pero dónde está la necesidad de Dios sufrir para redimir al hombre? " Gregorio le recordó que el pecado era una ofensa, y que la muerte de Jesús era el único medio de apaciguar a Dios. El judío preguntó a su vez por qué Dios no pudo enviar a un profeta o a un apóstol para ganar la humanidad de vuelta al camino de salvación, en lugar de humillarse tomando la carne humana. Gregorio sólo pudo contestar lamentando la incredulidad de aquéllos que no creerían a los profetas y a quién puso aquellos que predicaron la penitencia a la muerte. Y a eso el judío permaneció sin contestar. Esta controversia muestra la carencia de habilidad dialéctica y teológica de Gregorio.
Fuente: Leclercq, Henri. "St. Gregory of Tours." The Catholic Encyclopedia. Vol. 7, págs. 18-21. New York: Robert Appleton Company, 1910. 14 Dec. 2019 <http://www.newadvent.org/cathen/07018b.htm>.
Traducido por Juan Miguel Rodríguez Sánchez, Marbella, España. lmhm