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Domingo, 24 de noviembre de 2024

Atrición

De Enciclopedia Católica

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Doctrina de la Iglesia sobre la Atrición

Atrición o contrición imperfecta (Latín, attero, "debilitar, consumir"; p.p., attritus, debilitado, cansado, abatido).

El Concilio de Trento (Ses. XIV, cap. IV) definió contrición como "el dolor del alma, y odio al pecado cometido, con el firme propósito de no pecar en el futuro". Este odio al pecado puede surgir de diferentes motivos, puede ser impulsado por diversas causas. La aversión al pecado surge del amor a Dios, que ha sido gravemente ofendido, entonces se denomina contrición perfecta; si surge de cualquier otro motivo, tal como la pérdida del cielo, el miedo al infierno, o la atrocidad de la culpa, entonces se denomina contrición imperfecta, o atrición. Es la enseñanza clara del Concilio de Trento (Ses. XIV, IV) que existe tal disposición del alma como la atrición, y que es una cosa excelente, un impulso del Espíritu de Dios.

”Y en cuanto a esa contrición imperfecta que es llamada atrición, porque comúnmente se la concibe ya sea desde la consideración de la depravación del pecado o desde el miedo al infierno y al castigo, el Concilio declara que si, con la esperanza del perdón, excluye el deseo de pecar, no sólo no hace al ser humano un hipócrita y un pecador peor, sino que es incluso un don de Dios, y un impulso del Espíritu Santo, que de hecho no inhabita todavía en el penitente, sino que sólo lo mueve; por medio del cual el penitente, siendo ayudado, prepara un camino para sí mismo hacia la justicia, y aunque esta atrición no puede por sí misma, sin el Sacramento de la Confesión, conducir al pecador a la justificación, aun así lo dispone para recibir la gracia de Dios en el Sacramento de la Penitencia. Pues afligidos provechosamente con el miedo, los ninivitas, tras la predicación de Jonás, hicieron penitencia temerosa y obtuvieron la misericordia del Señor.”

Por lo cual tocante a la atrición el Concilio en la Ses. XIV, canon V, declara: “Si cualquiera afirma que la atrición… no es un dolor verdadero y provechoso; que no prepara al alma para la gracia, que no sólo convierte a la persona en una hipócrita, síno incluso en un pecador peor, sea anatema”. La doctrina del concilio está de acuerdo con la enseñanza del Antiguo y del Nuevo Testamento. Los escritores del Antiguo Testamento alaban sin vacilar ese temor de Dios que es realmente “el principio de la sabiduría” (Sal. 112(111),10). Una de las formas de expresión más comunes hallada en las escrituras hebreas es la “exhortación al temor del Señor” (Eclo. 1,13; 2,1 ss.). Se nos dice que “sin temor no hay justificación” (ibid, 1,28; 2,15-17). En ese temor hay “seguridad inexpugnable” y es “fuente de vida” (Prov. 14,26-27); y el salmista ora (Sal. 119(118),120): “Por tu terror tiembla mi carne, de tus juicios tengo miedo.”

Nuevo Testamento

Aun cuando la ley del miedo había dado paso a la ley del amor, Cristo no vacila en inculcar que debemos "temer más bien a aquél que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehena" (Mt. 10,28). Ciertamente, también, con el relato vívido de la destrucción de Jerusalén, típico de la destrucción final del mundo, Jesús se proponía sembrar el terror en los corazones de los que escuchaban y leían; ni se puede dudar que el gran juicio final según representado por Mateo 25,31 ss., debe haber sido descrito por Cristo con el propósito de disuadir a los hombres del pecado debido a los terribles juicios de Dios. El Apóstol parece no menos insistente cuando nos exhorta a trabajar por “nuestra salvación con temor y temblor”, no sea que la ira de Dios caiga sobre nosotros (Flp. 2,12).

Los Padres del cristianismo primitivo han hablado del temor de los castigos de Dios como una virtud hermosa que conduce a la salvación. Clemente de Alejandría (Stromata VII) habla de la justicia que viene del amor y de la rectitud que surge del temor, y habla extensamente sobre la utilidad del miedo, y responde a todas las objeciones presentadas en contra de su posición. La frase más llamativa es una en la que dice: "Por lo tanto, el miedo cauteloso demuestra ser razonable, del que surge el arrepentimiento de los pecados anteriores", etc. San Basilio (cuarto interrogatorio sobre la Regla) habla del temor de Dios y de sus juicios, y afirma que para aquellos que están comenzando una vida de piedad "es de gran utilidad la exhortación basada en el miedo", y cita el sabio que afirma: "el temor de Yahveh es el principio de la sabiduría", (PG XXXI). Se puede citar a San Juan Crisóstomo en el mismo sentido (P.G., XLIX, 154). San Ambrosio, en el decimoquinto sermón sobre el Salmo 118 habla en detalle sobre el temor piadoso que engendra la caridad, engendra amor: Hunc timorem sequitur charitas (P.L., XV, 1424), y su discípulo San Agustín trata plenamente la piedad del miedo como un motivo de arrepentimiento. En su sermón número 161 (P.L., XXXVIII, 882 ss.), habla de abstenerse del pecado por miedo a los juicios de Dios, y pregunta: "¿Me atreveré a decir que tal miedo es erróneo?” Responde que no se atreve, pues el Señor Jesucristo al instar a los hombres a alejarse del mal sugirió el motivo del miedo “No teman a los que pueden matar el cuerpo”, etc. (Mt. 10). Es cierto que lo que sigue en San Agustín ha sido objeto de mucha discusión, pero la doctrina general de la piedad del miedo está aquí propuesta, y la dificultad, si hubiese alguna, toca la otra cuestión tratada en adelante tocante al "amor inicial".

La palabra misma, atrición, es de origen medieval. El Padre Palmieri (De Paenit., 345) afirma, sobre la autoridad de Aloysius Mingarelli, que la palabra se halla tres veces en las obras de Alano de Lille, quien murió de edad avanzada en el año 1203; pero su uso en la escuela es contemporáneo con San Guillermo de París, Alejandro de Hales y el Beato Alberto. Incluso con estos hombres su significado no era tan preciso como en años posteriores, aunque todos ellos estuvieron de acuerdo que por sí misma no era suficiente para justificar al pecador a la vista de Dios. (Vea la sección Tradiciones Escolásticas en el artículo ABSOLUCIÓN, y Palmieri, loc. Cit.). Este miedo es piadoso, ya que excluye no sólo la voluntad de pecar, sino también el afecto al pecado. Tal vez habría habido poca dificultad en este punto si se hubiese tenido en cuenta la distinción entre el miedo que se denomina servilis, que toca la voluntad y el corazón, y el miedo conocido como servilis serviliter, que a pesar de que hace que el hombre se abstenga de realizar el acto pecaminoso, deja la voluntad al pecado y el afecto al mismo.

La Atrición en el Sacramento de la Penitencia

Condiciones

Fuente: Hanna, Edward. "Attrition." The Catholic Encyclopedia. Vol. 2, pp. 65-66. New York: Robert Appleton Company, 1907. 12 Sept. 2016 <http://www.newadvent.org/cathen/02065a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina