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Lunes, 25 de noviembre de 2024

Arte Oculto, Ocultismo

De Enciclopedia Católica

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Arte Oculto, Ocultismo: Este término general incluye varias prácticas a las que la Enciclopedia le ha dedicado artículos específicos: ANIMISMO, ASTROLOGÍA, ADIVINACIÓN, FETICHISMO. El presente artículo trata sobre la forma del ocultismo conocida como "magia".

La palabra magia se deriva del latín magīa y esta del griego μαγεία, mageía. La palabra inglesa magic se deriva a través del latín, griego, persa, asirio de la palabra sumeria o turania imga o emga (“hondo”, “profundo”), una designación para los sacerdotes o magos proto-caldeos. Magi se convirtió en un término estándar para el posterior sacerdocio zoroástrico, o persa, a través del cual los griegos conocieron las artes ocultas orientales; de ahí que magos (como también las palabras afines ''μαγikós, μαγεία) es un mago o persona dotada con el conocimiento y poder secreto como un magus persa.

En un sentido limitado, se entiende que magia es una interferencia con el curso común de la naturaleza física por medios aparentemente inadecuados (recitación de fórmulas, gestos, la mezcla de elementos incongruentes y otras acciones misteriosas); conocimiento que se obtiene por medio de la comunicación secreta con las fuerzas subyacentes al universo (Dios, el demonio, el alma del mundo, etc.). Es el intento por obrar milagros mediante el uso de fuerzas ocultas más allá del control del hombre, y no por el poder de Dios gratuitamente comunicado a éste. Sus partidarios, desesperados por conmover a la deidad por medio de ruegos, buscan el resultado deseado evocando poderes normalmente reservados a la deidad. Es una corrupción de la religión y no una etapa preliminar, como afirman los racionalistas, y aparece como acompañamiento de una civilización decadente más que de una en ascenso. No hay nada que indique que en Babilonia, Grecia y Roma el uso de la magia disminuyese mientras las naciones progresaban; al contrario, aumentó mientras estas declinaron.

No es cierto que "la religión es la desesperación de la magia"; en realidad, la magia es solo una enfermedad de la religión, y esa enfermedad se ha extendido mucho; pero si hay una tierra que debe ser designada como el hogar de la magia es Caldea, o el sur de Babilonia. Los primeros registros escritos sobre magia se encuentran en los encantamientos en inscripciones cuneiformes que los escribas asirios copiaron (800 a.C.) de originales babilónicos. Aunque las primeras tablas religiosas se refieren a la adivinación y en el último período caldeo la astrología propiamente dicha absorbió la energía de la jerarquía babilónica, la magia medicinal y la magia natural se practicaron en gran medida.

Parece que el sacerdote Baru como adivinador ocupaba el rango principal, pero apenas inferior era el sacerdote Ashipu, el sacerdote de los encantamientos, quien recitaba las fórmulas mágicas del “Shurpu”, “Maklu” y “Utukku”. “Shurpu” (quemar) era un hechizo para eliminar una maldición debida a una impureza legal. “Maklu” (consumir) era un contra hechizo contra los magos y las brujas; El "Utukki limmuti" (espíritus malignos) era una serie de dieciséis fórmulas contra fantasmas y demonios. El "Asaski marsuti" era una serie de doce fórmulas contra fiebres y enfermedades. En este caso la influencia maligna se transfería primero a una figura de cera que representaba al paciente o el cadáver del animal y se recitaban las fórmulas sobre el sustituto. Las tabletas “ti'i”, nueve en total, daban recetas contra el dolor de cabeza. Se suponía que los encantamientos "Labartu" repetidos sobre pequeñas figuras alejaban de los niños tanto a ogros como a brujas. Todas estas fórmulas, pronunciadas sobre las figuras, iban acompañadas por un ritual elaborado, por ejemplo:

“Colocarás una mesa tras el incensario que se encuentra delante del Dios-Sol
(estatua de Shamash), colocarás sobre ella cuatro jarras de vino de sésamo,
colocarás encima 3 x 12 panes de trigo, añadirás una mezcla de miel y mantequilla
y la espolvorearás con sal. Colocarás una mesa detrás del incensario que está
delante del Dios-Tormenta (Estatua de Adad) y detrás del incensario que está
ante Merodach.”

Los magos mencionados anteriormente estaban autorizados y practicaban la magia "blanca", o benevolente. Los "Kashshapi", o practicantes no autorizados, empleaban la magia "negra" contra la humanidad. Nadie dudaba que estos últimos tuviesen poderes preternaturales para causar daño; de ahí el castigo tan severo que se les imponía. El código de Hammurabi (c. 2000 a.C.) estableció la ordalía del agua para quien era acusado de hechicero y para su acusador. Si el acusado se ahogaba, su propiedad pasaba a manos del acusador; si el acusado se salvaba, se ejecutaba al acusador y su propiedad pasaba a manos del acusado. Esto, por supuesto, solo se llevaba a cabo si la acusación no se podía probar satisfactoriamente de otro modo.

El dios principal invocado en la magia caldea era Ea, fuente de toda sabiduría, y su hijo Marduk (Merodach), que había heredado el conocimiento de su padre. Se suponía que se representara una escena curiosamente ingenua antes de la aplicación de un hechizo medicinal: Marduk iba a la casa de Ea y le decía: “"Padre, ha surgido un dolor de cabeza del inframundo. El paciente no conoce la razón; ¿con qué puede ser aliviado?" Ea contestaba: "Oh, Marduk, hijo mío; ¿qué puedo añadir a tu conocimiento? Lo que sé, lo sabes tú también. Ve, hijo mío Marduk”; y entonces procedía la prescripción. Este cuento se repetía regularmente antes de usar la receta.

Sin sugerir la dependencia de un sistema nacional de magia sobre otro, hay que notar la similitud de algunas ideas y prácticas en la magia de todos los pueblos: Todos se basan en el poder de las palabras, en la pronunciación de un nombre secreto o en la mera existencia del nombre sobre un amuleto o piedra. Se suponía que la magia fuese el triunfo del intelecto sobre la materia, al ser la palabra la clave a los misterios del mundo físico: pronuncia el nombre de una influencia maligna y su poder se deshará; pronuncia el nombre de una deidad benevolente y saldrá fuerza a destruir al adversario. La repetición del nombre de Gibel-Nusku y de sus atributos destruía la influencia maligna en las figuras de cera que representaban a la persona en cuestión. Era notoria la fuerza del IAΩ (Iota-Alpha-Omega) gnóstico.

En la magia egipcia se suponía que una mera aglomeración de vocales o de sílabas sin sentido obraba el bien o el mal. Los sonidos bárbaros eran objeto de ridículo para el hombre con sentido común. En muchos casos estos sonidos eran de origen judío, babilónico o arameo, y como eran ininteligibles para los egipcios, eran corrompidas normalmente más allá del reconocimiento. Así, en un papiro demótico se encuentra la siguiente receta: "En tiempo de tormenta y peligro de naufragio, grita Anuk Adonai y el desastre será evitado"; en un papiro griego se encuentra el nombre del Ereskihal asirio como Eresgichal. Un nombre es tan potente que si se lava un amuleto inscrito y se bebe el agua o se empapa en agua el amuleto escrito en papiro y se toma, o si se escribe la palabra sobre huevos cocidos sin cáscara y estos se comen, surgen poderes preternaturales.

Otra idea prevalente en la magia es la de la sustitución: se reemplaza a la persona o cosa a ser afectada por su imagen o, como las figuras “ushabtiu” en las tumbas egipcias, las imágenes reemplazan a los poderes protectores invocados; o, por último, alguna parte (cabello, uñas, vestimentas, etc.) reemplazan a la persona en su totalidad. El "círculo mágico" casi universal es solo una pared mímica contra los espíritus malignos externos y se remonta a la magia caldea donde lo encontramos bajo el nombre usurtu, hecho con una pizca de cal y harina. Si el mago médico o el hechicero indio se rodean a sí mismo o a otros con una muralla de piedras pequeñas, esto no es más que la fantasía del muro.

Después de Babilonia, Egipto fue la tierra principal en cuanto a la magia; la práctica medieval de la alquimia muestra por su nombre su origen egipcio. Los exorcismos coptos contra toda clase de enfermedades abundan entre los papiros referentes a la magia, y esta reclama una gran parte de la literatura egipcia antigua. A diferencia de la magia babilónica, sin embargo, parece haber conservado hasta el final su carácter medicinal y preventivo; raramente se entregó a la astrología o a la predicción. La leyenda egipcia mencionó a un mago Teta quien realizó milagros ante Khufu (Keops) (c. 3800 a.C.) y la tradición griega menciona a Nectanebo, último rey nativo de Egipto (358 a.C.) como el más grande de los magos.

El hecho de que los judíos eran propensos a la magia queda de manifiesto en las leyes estrictas contra ella y en las advertencias de los profetas (Ex. 22,17, Deut. 18,10, Isaías 3,18.20; 57.3, Miqueas 5,11. Cf. 2 Rey. 21,6). Sin embargo, la magia judía floreció especialmente justo antes del nacimiento de Cristo, tal y como aparece en El Libro de Enoc, en el testamento de los Doce Patriarcas y en el Testamento de Salomón. Orígenes testifica que en su época conjurar demonios era considerado como específicamente "judío", que estos conjuros debían hacerse en hebreo y de los libros de Salomón (In Mt. 26,63, P.G., XIII, 1757). La frecuencia de la magia judía también está corroborada en la tradición popular talmúdica.

Las etnias arias de Asia parecen un tanto menos adictas a la magia que las semitas o turanias. Los medos y los persas, en el periodo primitivo y más puro de su religión Avesta, o zoroastrismo, parecen haberle tenido horror a la magia. Cuando los persas, tras su conquista del Imperio Caldeo, finalmente absorbieron características caldeas los magi se habían convertido más o menos en astrónomos científicos en lugar de hechiceros. Del mismo modo, y a juzgar por el Rigveda, los indios estuvieron originalmente libres de esta superstición. En el Yajurveda, sin embargo, sus funciones litúrgicas son prácticamente actuaciones mágicas; y el Atharvaveda contiene poco más que recitaciones mágicas contra cualquier enfermedad y para toda clase de acontecimiento. Los “sutras”, finalmente, especialmente los del ritual “grihya” y “sautra”, muestran cómo los aspectos más elevados de la religión habían sido invadidos por ceremonias mágicas. El Vedanta toma una posición vigorosa contra esta degeneración e intenta hacer que la mente india vuelva a la simplicidad y pureza anteriores. El budismo, que al principio se mostraba indiferente a la magia, cayó presa de este contagio universal, especialmente en China y en el Tíbet.

Ni los arios de Europa, ni los griegos, ni los romanos, ni los teutones, ni los celtas estuvieron tan plagados como los asiáticos. Los romanos eran demasiado autosuficientes y prácticos como para que la magia los aterrorizara. Su práctica de la adivinación y sus augurios parecen haber sido tomados prestados de los etruscos y de los Marsi; éstos últimos eran considerados expertos en magia incluso durante el imperio (Verg., "Æn.", VII, 750, ss.; Pliny, VII, II; XXI, XII). Los Dii Aurunci usaban poderes mágicos a fin de prevenir calamidades pero no eran deidades romanas nativas. Los romanos estaban conscientes de su sentido común en cuanto a estas cuestiones sintiéndose superiores a los griegos. La magia oriental invade al Imperio Romano en el primer siglo de nuestra era. Plinio, en los capítulos iniciales del libro XXX de su "Historia Natural" (a.C. 77), ofrece la discusión más importante sobre magia que escritor antiguo alguno haya dado, a fin de tildarla como un fraude. Su libro, sin embargo, es un almacén de recetas mágicas. Por ejemplo: "Lleva como amuleto el cadáver de una rama (quitándole las uñas y envuelta en un paño color rojizo y curará la fiebre" (libro XXXII, XXXVIII). Tal consejo al menos sostiene una creencia en la magia medicinal pero entre los romanos puede decirse que la magia fue condenada en todas épocas por muchas de las mejores mentes de sus días: Tácito, Favorinus, Sextus Empiricus y Cicerón (quien incluso objetó contra la adivinación). La magia "maléfica" y "matemática" estuvo prohibida oficialmente por medio de muchas leyes del imperio bajo Augusto, Tiberio, Claudio, e incluso Caracalla. Extraoficialmente, sin embargo, los emperadores a veces se interesaron por ella. Se dice que Nerón la estudió pero que al no poder realizar milagros la abandonó, totalmente asqueado. Poco después los magos encontraron apoyo en Otón, tolerancia bajo Vespasiano, Adriano y Marco Aurelio, e incluso apoyo financiero bajo Alexianus Severus.

Los griegos consideraban a Tracia y a Tesalia como naciones especialmente adictas a magia. La diosa Hecate , de quien se creía presidía sobre funciones mágicas, fue originalmente una deidad extranjera que probablemente fue presentada a la mitología griega por Hesiodo. Ni La Iliada ni La Odisea la mencionan aun cuando la magia abundaba en tiempos homéricos. La gran hechicera mítica de La Odisea es Circe, famosa por el famoso truco de transformar a hombres en bestias (Od., X-XII). En tiempos posteriores la hechicera más destacada fue Medea, sacerdotisa de Hecate. Pero los terribles cuentos que se contaban sobre ella no sólo expresan el horror griego hacia la magia negra, sino la creencia en ésta. Las maldiciones o los hechizos mágicos contra la vida de cualquier enemigo no parecen haber encontrado nombre más poderoso que Hermes Chthonios. Como dios-tierra era la manifestación del alma del mundo y controlaba los poderes de la naturaleza. En Egipto se le identificó con Thoth, dios de la sabiduría secreta, donde se convierte en el vigilante de secretos mágicos y da su nombre a la literatura trismegista. Grecia, además, daba la bienvenida y honraba a magos extranjeros. Apuleio, ateniense por educación, satirizó en "El Burro de Oro" (d.C. 150) los fraudes de realizadores de milagros contemporáneos pero elogió al magi genuino de Persia. Cuando se le acusó de practicar magia, se defendió en su "Apología", la cual demuestra claramente la actitud pública de aquel tiempo hacia la hechicería. Apuleius citó a Platón y a Aristóteles quienes dieron crédito a la magia verdadera. San Hipólito de Roma presenta un esbozo hechicería practicada en el mundo greco parlante ("A Refutation of All Heresies", Una Refutación contra toda Herejía , Libro IV).

Los teutones y los celtas también tenían su magia propia aunque poco se conoce sobre ésta. El elemento mágico en el Edda Poético (o Edda Antiguo) y en el Beowulf (un poema épico) es simple y está estrechamente conectado con los fenómenos de la naturaleza. Woden (Wodan u Odin), quien inventó las runas, era el dios de la sanación y de los amuletos de la buena suerte. Loki era un espíritu maligno que acosaba a la humanidad y quien, junto con la bruja Thoeck, causó la muerte de Baldur (Balder). La magia del muérdago parece ser una reliquia de los primeros tiempos teutónicos. La magia de los celtas parece haber estado en manos de los druidas quienes, tal vez, eran principalmente adivinadores y quienes también aparecen como magos en la literatura heroica celta. Como ellos no dejaron nada por escrito, poco se conoce de su tradición mágica. Si desea informarse sobre magia entre razas no civilizadas, consulte "Malay Magic", La Magia Malay (Londres, 1900).

La magia, como práctica, no tiene lugar en el cristianismo aun cuando los cristianos creen en la existencia de poderes mágicos y hay entre ellos quienes la practican. Hay dos razones principales para esta creencia: Primero, la ignorancia sobre las leyes físicas. Se supone que algunos individuos habían adquirido control casi ilimitado sobre la naturaleza cuando el límite entre lo físicamente posible e imposible era incierto. Sus almas estaban en tono con la sinfonía del universo; ellos sabían sobre el misterio de los números y sus poderes, en consecuencia, excedieron la comprensión común. Esto, sin embargo, era magia natural.

Segundo, la creencia en la frecuencia de la interferencia diabólica con las fuerzas de la naturaleza llevó a creer en la magia como algo real. A los primeros cristianos se les advirtió enfáticamente contra su práctica en el "Didajé" (V, 1) y en la carta a Barnabás (S, 1). De hecho, la magia era considerada como un crimen atroz. El peligro, sin embargo, vino no solamente del mundo pagano, sino de los pseudo-cristianos conocidos como los gnósticos. Aun cuando Simón el Hechicero y Elimas (Hch.13,6 ss) sirvieron como ejemplos disuasivos para todos los cristianos, tomó siglos erradicar la tendencia a practicar magia. San Gregorio el Grande, San Agustín, San Crisóstomo y San Efraín protestaron vehementemente contra ella. Un punto de vista más racional sobre religión y naturaleza apenas había ganado terreno cuando las naciones germanas entraron a la Iglesia, trayendo con ellos una inclinación hacia la magia heredada de siglos de paganismo. No es de asombrarse que la hechicería haya sido practicada durante la Edad Media en muchos lugares en secreto a pesar de innumerables decretos de la Iglesia sobre ella. La creencia en la frecuencia de la magia finalmente llevó a tomas medidas severas contra la brujería.

La teología católica define magia como el arte de llevar a cabo acciones más allá del poder del hombre con ayuda de poderes que no son Divinos y la condena. Cualquier intento por practicarla es un grave pecado contra la virtud de la religión porque toda práctica mágica, si es llevada a cabo seriamente, se basa en la espera por la interferencia de demonios o almas perdidas. Aun cuando haya sido emprendida por mera curiosidad, la ejecución de una ceremonia mágica es pecaminosa puesto que prueba la falta de fe además de ser una superstición vana. La iglesia católica admite, en principio, la posibilidad de que espíritus benignos o malignos (exceptuando a Dios) interfieran en el curso de la naturaleza pero nunca sin el permiso de Dios. En cuanto a la frecuencia de tal interferencia –especialmente por agentes malignos a petición del hombre- ella guarda la mayor reserva.


Bibliografía: R. CAMPBELL THOMPSON, Semitic Magic, Magia Semítica (Londres, 1908); THORNDYKE, The Place of Magic in the intellectual history of Europe in Stud. Hist. Econom. of Columbia University XXIV, El Lugar de la Magia en la Historia Intelectual de Europa en Estudios Historia Economía de la Universidad de Columbia XXIV (Nueva York, 1905); BUDGE, Egyptian Magic, Magia Egipcia (Londres, 1899), SCHERMAN Griechische Zauberpapyri, Papiros Mágicos Griegos (Leipzig, 1909): KIESEWETTER Gesch. des neuren Okkultismus, Historia del Ocultismo Nuevo (Leipzig, 1891); WIEDEMANN Magic und Zauberei im alten Egypten, Magia y Hechicería en el Egipto Antíguo (Leipzig, 1905), LANG, Magic and Religion, Magia y Religión (Londres 1910), HABERT, La religion des peuples non civilizes, La religion de Pueblos no Civilizados (París, 1907) IDEM, La Magic, La Magia (París, 1908); ABT, Die Apologie des Apulejus u.d. antike Zauberei, La Apología de Apulejo y la Hechicería antígua (1908), WEINEL, Die Wirkung des Geistes . . . bis auf Irendus, El Efecto del Alma . . . exceptuando Irendus (Freiburg, 1899); DU PREL, Magic als Naturwissenschaft, Magia como Ciencia Natural (2 vole., 1899); MATHERS, The Book of Sacred Magic, El Libro de la Magia Sagrada (1458), reimpresión (Londres, 1898); FRASER, The Golden Bough: a Study in Magic and Religion, La Rama Dorada: Un Estudio en Magia y Religión (3 volt., Londres, 1900). Esta última obra mencionada es de hecho un cúmulo de información curiosa, pero debe usarse con la mayor precaución pues está viciada con los prejuicios del autor. Se advierte a los lectores contra las siguientes obras, las cuales son libros de conjuros o producciones de la Prensa Racionalista. AGENCY CONYBEARE Myth, Magic and Morals; EVANS, The Old and New Magic; THOMPSON, Magic and Mystery.

Fuente: Arendzen, John. "Occult Art, Occultism." The Catholic Encyclopedia. Vol. 11. New York: Robert Appleton Company, 1911. <http://www.newadvent.org/cathen/11197b.htm>.

Traducido por Marielle Schmitz San Martín