Historia del altar cristiano
De Enciclopedia Católica
Contenido
Introducción
El altar cristiano consiste en una superficie elevada, en forma tabular, sobre la cual se ofrece el Sacrificio de la Misa. La primera referencia bíblica al altar se encuentra en San Pablo (1 Cor. 10,21); el apóstol contrasta la "mesa del Señor" (trapeza Kyriou), sobre la que se ofrece la Eucaristía, con la "mesa de los demonios", o altares paganos. Trapeza continuó siendo el término preferido de los Padres griegos y en la liturgia griega, ya usado solo, ya junto con términos calificativos reverenciales tales como asiera, mystike.
La Epístola a los Hebreos (13,10) se refiere al altar cristiano con el término asthysiasterion, la palabra con la que los Setenta alude al altar de Noé. Este término aparece en varias de las epístolas de San Ignacio (Ad Eph. V; Magno, IV, 7; Philad. 4), así como en varios escritos de algunos de los Padres e historiadores de los siglos IV y V; Eusebio lo emplea para describir el altar de la gran iglesia de Tiro (Hist. Eccl., X, 4, 44). Sin embargo, Trapeza fue el término usado más frecuentemente.
Los cristianos de la primera época evitaron cuidadosamente el uso de la palabra bomos para designar un altar, debido a su asociación con los paganos. Fue usada por primera vez por Sinesio, obispo de Cirene, un escritor del siglo V. Los Padres latinos usaron los términos saltare, mensa, ara, altarium, con o sin la adición del genitivo (como mensa Domini) para designar un altar. Sin embargo, Ara es más comúnmente aplicado a los altares paganos, aunque Tertuliano habla del altar Cristiano como ara Dei. Pero San Cipriano hace una clara distinción entre ara y altare, siendo los altares paganos aras diaboli, mientras que el altar cristiano es altare Dei [quasi post aras diaboli accedere ad altare Dei fas sit (Ep. LXV, ed. Hartel, II, 722; P.L., Ep. LXIV, IV, 389)]. Altare era la palabra usada más comúnmente para altar, y era equivalente a la palabra griega trapeza.
Materiales y Formas
Los primeros altares cristianos eran de madera, e idénticos en forma a las mesas ordinarias de los hogares. Las mesas representadas en los frescos eucarísticos de las catacumbas nos permiten hacernos una idea de su apariencia. El más antiguo, así como el más notable, de tales frescos, el de la Fractio Panis encontrado en la Capella Greca, el cual data de las primeras décadas del siglo II, muestra a siete personas sentadas en un diván semicircular ante una mesa de la misma forma. Los altares de madera en forma tabular continuaron en uso hasta bien entrada la Edad Media. San Atanasio habla de un altar de madera que fue quemado por el Conde Heraclio (Athan. ad Mon., LVI), y San Agustín narra que los donatistas destruyeron un altar de madera bajo el cual se había refugiado el obispo ortodoxo Maximiano (Ep. CLXXXV, cap. 7, P. L., XXXIII, 805).
La primera legislación contra tales altares data del año 517, cuando el concilio de Epaon, en la Galia, prohibió la consagración de cualquier altar que no fuera de piedra (Mansi, Col. Conc., VIII, 562). Pero esa prohibición afectó únicamente a una pequeña parte de la cristiandad, y durante varios siglos se siguieron usando los altares de madera, hasta que la creciente preferencia por materiales de mayor durabilidad finalmente terminó por suplantarlos. Los dos altares conservados en las iglesias de San Juan de Letrán y Santa Pudenciana son los únicos altares de madera antiguos que han sido preservados. Según una tradición local, San Pedro ofreció el Santo Sacrificio en ambos, pero la evidencia para esto no es convincente.
Los primeros altares de piedra fueron las tumbas de los mártires enterrados en las catacumbas. La costumbre de celebrar la Misa sobre las tumbas de los mártires se puede remontar, muy probablemente, al primer cuarto del siglo II. El fresco llamado "Fractio Panis", de la Capella Greca, perteneciente a ese período, está localizado en el ábside directamente sobre una pequeña cavidad que Wilperto supone (Fractio Panis, 18) haber contenido las reliquias de un mártir, y es muy probable que la piedra que cubría su tumba servía como un altar. No obstante, la celebración de la Eucaristía sobre las tumbas de los mártires en las catacumbas, incluso en la primera época, era la excepción y no la regla (Vea arcosolio). La liturgia regular del domingo se celebraba en casas privadas, que eran las iglesias de esa época. A pesar de todo la idea de un altar de piedra, cuyo uso se universalizó posteriormente en Occidente, se deriva evidentemente de la costumbre de celebrar los aniversarios y otras fiestas en honor de aquellos que murieron por la fe. Es posible que la costumbre misma haya sido sugerida por el mensaje del Apocalipsis (6,9): "Vi debajo del altar las almas de los degollados por la Palabra de Dios".
Al llegar la paz, y sobre todo bajo el pontificado del Papa Dámaso (366-384), se erigieron basílicas y capillas en Roma y otros lugares en honor de los mártires más famosos, y los altares, en la medida de lo posible, se erigían directamente sobre sus tumbas. El "Liber Pontificalis" le atribuye al Papa Félix (269-274) un decreto al efecto de que la Misa se debía celebrar sobre las tumbas de los mártires (constituit supra memorias martyrum missas celebrare, "Lib. Pont.", ed. Duchesne, I, 158). Como quiera que sea, por el testimonio de esta autoridad queda claro que la costumbre a la que hace alusión ya se consideraba muy antigua desde los inicios del siglo VI (op. cit., loc. cit., nota 2). Para el siglo IV, tenemos abundantes testimonios, tanto literarios como monumentales. Los altares de las basílicas de San Pedro y San Pablo, erigidas por Constantino, están directamente sobre las tumbas de los Apóstoles. Hablando de San Hipólito, el poeta Prudencio se refiere del siguiente modo al altar que está sobre su tumba:
- Talibus Hippolyei corpus mandatur opertis
- Propter ubi apposita est ara dicata Deo.
Finalmente, la traslación de los cuerpos de los mártires Santos Gervasio y Protasio, llevada a cabo por San Ambrosio, a la basílica ambrosiana en Milán constituye una evidencia de que la práctica de ofrecer el Santo Sacrificio sobre las tumbas de los mártires había sido establecida hacía mucho tiempo. La gran veneración que se tenía a los mártires desde el siglo IV tuvo considerable influencia sobre dos cambios de importancia respecto a los altares. La losa de piedra que encerraba la tumba del mártir sugirió el altar de piedra y la presencia de las reliquias del mártir debajo del altar fueron las responsables de la estructura sepulcral inferior conocida como la confesión. El uso de altares de piedra en Oriente en el siglo IV es atestiguado por San Gregorio de Nisa (P.G., XLVI, 581) y San Juan Crisóstomo (Hom. en 1 Cor. 20); y en Occidente, desde el siglo VI, la opinión a favor de su uso exclusivo es indicado por el antes mencionado decreto del Concilio de Epaon. Sin embargo, incluso en Occidente existieron altares de madera hasta fechas tan tardías como el reinado de Carlomagno, como se deduce de un capitular de este emperador, que prohibía la celebración de Misas sobre altares que no fueran de piedra consagrados por el obispo [in mensis lapideis ab episcopis consecratis (P. L., XCVII, 124)]. Sin embargo, desde el siglo IX se hallan pocos rastros del uso de altares de madera en el dominio de la cristiandad latina, pero la Iglesia griega, hasta el día de hoy, permite el uso de madera, piedra o metal.
La Confesión
Vea también el artículo CONFESIÓN.
Los mártires fueron confesores de la fe ---cristianos que confesaron a Cristo ante los hombres a costa de sus vidas--- de ahí que se le aplicase el nombre de confesión (confessio) al lugar de su última morada, cuando, como ocurrió frecuentemente desde el siglo IV, se erigía un altar sobre él. Según sabemos por una carta de San Gregorio Magno a la Emperatriz Constancia, a partir del siglo VII prevaleció en Roma un fuerte sentimiento en contra de molestar los cuerpos de los mártires. Este hecho explica la erección de las primeras basílicas romanas sobre las tumbas de los mártires, a pesar de los obstáculos que se encontraron; la iglesia fue llevada al mártir, no el mártir a la iglesia. En esos casos, el altar se ubicaba sobre la tumba con lo cual ambos quedaban relacionados íntimamente.
En San Pedro, por ejemplo, donde el cuerpo del Apóstol fue enterrado a una considerable profundidad bajo el nivel del piso de la basílica, entre el altar y el sepulcro se construyó un pozo vertical, parecido a la luminaria en alguna de las catacumbas. Al otro lado de este pozo, a cierta distancia una de otra, había dos placas perforadas, llamadas cataractae, sobre las que se colocaban paños (brandae) por cierto tiempo, y luego eran altamente atesorados como reliquias. Pero los restos de San Pedro, y los de San Pablo, jamás fueron molestados. Constantino encerró las tumbas de ambos Apóstoles en cajas cúbicas, cada una adornada con una cruz de oro (Liber Pontificalis, ed. Duchesne, I, 176). Desde esa fecha y hasta el presente el interior de sus tumbas ha permanecido oculto a la vista, excepto en 1594, cuando el Papa Clemente VIII, con Belarmino y otros cardenales vieron la cruz de Constantino sobre la tumba de san Pedro.
Otra forma de confesión fue aquella en la que la piedra que cerraba la tumba del mártir estaba al nivel del piso del santuario (presbiterio). A medida que el piso del santuario fue elevado por encima del de la basílica, el altar podía así ser colocado inmediatamente sobre la tumba, mientras el pueblo en el cuerpo de la iglesia podía acercarse a la confesión y ver las reliquias a través de una rejilla (fenestella confesionnis). Uno de los mejores ejemplos de esta forma de confesión se puede ver en Roma en la iglesia de San Giorgio en Velabro, donde el antiguo modelo se sigue escrupulosamente.
Una forma de confesión modificada más reciente (siglo V) es la que existe en la basílica de San Alessandro en la Via Nomentana, como a 7 millas de Roma. En este caso, el piso del santuario no fue elevado sobre el piso de la basílica, y por lo tanto la fenestella ocupaba el espacio entre el piso y la mesa del altar, formando una combinación entre tumba y altar. En la fenestella de este altar hay una abertura cuadrada a través de la que se podían colocar los paños (brandea) sobre la tumba.
El baldaquino
Vea también el artículo BALDAQUINO.
A partir del siglo IV, los altares, en muchos casos, estaban cubiertos por un baldaquino sostenido por cuatro columnas, el cual no sólo constituía una protección contra posibles accidentes, sino que en cierto grado servía como una característica arquitectónico de importancia. En el pasado a este baldaquino se le conocía como ciborio o tegurium. (N. del T.: En la actualidad se le llama ciborio al copón para guardar el Santísimo Sacramento.)
La idea de él puede haber sido sugerida por memoriae tales como las que desde tiempos antiguos protegían las tumbas de San Pedro y San Pablo; cuando se construyeron las basílicas de estos Apóstoles, y sus tumbas se convirtieron en altares, la conveniencia de una estructura protectora sobre las tumbas-altares, parecidas a las que ya existían, pareció algo lógico. Como quiera que haya sido, el dignificado y bellamente ornamentado baldaquino como parte central de la basílica donde se realizaban las ceremonias religiosas, llegó a ser una necesidad artística. El altar de la basílica era extremadamente simple, y consecuentemente, demasiado pequeño e insignificante para ser el centro que concordara con el resto del recinto sagrado. El baldaquino cumplió admirablemente ese requisito.
Los altares de las basílicas construidas por Constantino en Roma estaban coronados por baldaquinos, uno de los cuales, en la Basílica de Letrán, era conocido como fastigium y es descrito con algún detalle en el "Liber Pontificalis". El techo era de plata y pesaba alrededor de 2,025 libras; las columnas eran probablemente de mármol o de pórfido, como las de San Pedro. En la parte frontal del baldaquino había una escena que en ese tiempo se convirtió en favorita de los artistas cristianos: Cristo entronizado en medio de los Apóstoles. Todas las figuras eran de 5 pies de alto; la estatua de Nuestro Señor pesaba 120 libras, y las de los Apóstoles, 90 libras cada una. En el lado opuesto, de frente al ábside, Nuestro Señor estaba representado nuevamente en su trono, pero rodeado por cuatro ángeles con lanzas; se puede obtener una buena idea de la apariencia de los ángeles si vemos un mosaico con el mismo tema en Rávena, en la iglesia de Sant' Apollinare Nuovo, en Rávena.
El interior del baldaquino de Letrán estaba cubierto de oro, y de su centro pendía una araña (farus) "de oro puro, con cincuenta delfines del oro más puro, que pesaban 50 libras, con cadenas que pesaban 25 libras". Colgando de los arcos del baldaquino, o muy cercanas al altar, había "cuatro coronas de oro purísimo, con veinte delfines, cada uno de 15 libras, y ante el altar había una araña de oro, con ochenta delfines, en el que se quemaba nardo puro". En la basílica se construyeron otros siete altares, probablemente para recibir las oblaciones; Duchesne señala la coincidencia del número de altares subsidiarios con el número de diáconos de la Iglesia Romana (Liber Pont., I, 172, y la nota 33, 191). En el año 410, Alarico se llevó este espléndido baldaquino como botín, pero el emperador Valentiniano III edificó un nuevo baldaquino a petición del Papa Sixto III (432-440). En nuestros días sólo se conservan fragmentos de unos cuantos baldaquinos, pero el de Sant' Apollinare in Classe, en Rávena (siglo IX), reproduce sus características principales.
El Cancel
Vea también el artículo barandilla de altar.
En su descripción de la basílica de Tiro, el historiador Eusebio dice (Hist. Eccl., X, IV) que el altar estaba rodeado por "celosía de madera, trabajada con precisión y tallada artísticamente", de modo que estuviera "inaccesible a la multitud". La división así descrita, que separaba el presbiterio y el coro de la nave era el cancel o cancellus. Se han encontrado restos de canceles antiguos en las iglesias romanas, y gracias a las reconstrucciones realizadas por los arqueólogos, podemos obtener una idea bastante clara de los más antiguos. Dos de esos canceles restaurados, hechos con fragmentos encontrados en el oratorio de Equicio y en la iglesia de San Lorenzo, muestran el estilo de la mano de obra, que consistía en dibujos geométricos. Los canceles se elaboraban de madera, piedra o metal.
El Iconostasio
Vea también el artículo ICONOSTASIO.
Según el “Liber Pontificalis”, Constantino el Grande erigió en la Basílica de San Pedro, frente al presbiterio, seis columnas de mármol adornadas con tracerías de viñas. No se sabe a ciencia cierta si esas columnas estaban conectadas por una arquitrabe, pero este rasgo existía ya en tiempos del Papa Sergio III (687-701). No parecen haber tenido un objetivo específico, y probablemente estaban destinadas a aumentar la dignidad del presbiterio. En la iglesia de la Resurrección en Jerusalén, edificada también por Constantino, había doce columnas parecidas, correspondientes al número de los Apóstoles.
El iconostasio de la Iglesia Griega y la mampara de las iglesias góticas evidentemente se remontan a este rasgo ornamental de las dos basílicas del siglo IV. El iconostasio, como el cancel de la Iglesia Latina, separaba el presbiterio de la nave. Su forma original fue la de una mampara abierta, pero desde el siglo VIII, a causa de la reacción contra la iconoclasia, comenzó a asumir su forma más reciente, de mampara cerrada y decorada con pinturas. Una columnata de seis columnas (siglo VII) en la catedral de Torcello nos da una idea de las columnatas de las basílicas constantinianas antes mencionadas.
La Paloma y el Tabernáculo
Durante la primera etapa del cristianismo los fieles podían, cuando la persecución era inminente, guardar la Eucaristía en sus hogares (Cfr. ARCA). Esta costumbre desapareció en Occidente alrededor del siglo IV. Las hostias consagradas para los enfermos se comenzaron a guardar en templos en los que había recipientes especiales para ello. Tales recipientes tenían o forma de paloma que colgaba del techo del ciborio, o, cuando no había ciborio, forma de torre (turris Eucharistica) que se colocaba en un armario. En un dibujo del siglo XIII se puede ver un arreglo de la catedral de Arras que evidentemente es una reminiscencia de la paloma colgante de esos países en los que había desaparecido el ciborio: la torre eucarística está suspendida sobre el altar de una barra en forma de cruz. Los recipientes más comunes para este propósito, hasta el siglo XVII, eran los armarium , cercanos al altar, o una torre octagonal colocada en el lado del Evangelio. Los tabernáculos del último tipo eran fabricados generalmente en piedra; los que tenían forma de paloma, de metal. Nuestros tabernáculos actuales datan de finales del siglo XVI.
Consagración
Hasta el siglo VIII no se usaba ninguna fórmula especial para la consagración de los altares. en la Iglesia de Roma. En sustancia, sin embargo, lo que conocemos como consagración ya se practicaba en el siglo IV. Esta forma original de consagración consistía en la solemne traslación de las reliquias de un mártir al templo recién construido. La traslación de los cuerpos de los santos Gervasio y Protasio, llevada a cabo por san Ambrosio es la primera de la que existe documentación (Cfr. BASILICA AMBROSIANA ). Pero tales traslados de los restos mortales de los mártires eran, en ese tiempo, y por mucho tiempo después, eventos muy poco frecuentes. Las reliquias, término por el cual debemos entender objetos de una tumba de un mártir (como las brandea ya mencionadas), aunque eran vistas con un poco de menos respeto que sus cuerpos, servían no obstante para multiplicar el cuerpo del santo. Esa reverencia por los objetos asociados con los mártires dio origen a la costumbre de sepultar sus reliquias bajo los altares de los templos nuevos, y de hecho llegó a ser norma que no se podía dedicar una iglesia nueva si no se contaba con ellos. Un ejemplo de los inicios de esa práctica fue la dedicación de la basílica Romana, realizada por San Ambrosio con exvotos de San Pedro y San Pablo traídos de Roma (Vita Ambros. por Paulinus, c. XXXIII). San Gregorio de Tours (Lib. II, de Mirac., I, P. L., LXXI, 828) menciona la dedicación de la iglesia de San Julián en su ciudad episcopal con las reliquias de ese santo y de otro. Cuando no se podía obtener reliquias de los santos en ocasiones se usaron hostias y fragmentos de los Evangelios. El concilio de Calchut, en Inglaterra (Celicyth, Clesea, 816) expidió una norma en torno al uso de hostias para ese propósito (can.. 22). Ya para la mitad del siglo VI en la Iglesia de Roma la única forma de dedicación era la celebración solemne de la Misa. Pero si se diera el caso que se hubiera decidido colocar reliquias de mártires en el altar, esta ceremonia precedía a la primera celebración solemne en el nuevo edificio. Duchesne señala (op. cit., 406) que las oraciones litúrgicas del Sacramentarium Gelasiano que se recitaban para la consagración de altares denotan la influencia inequívoca de la liturgia funeraria. Este hecho puede explicarse por la costumbre de sepultar reliquias, como representación del cuerpo de los mártires, durante la dedicación. La traslación de las reliquias constituía un segundo, y solemne, entierro del mártir, y por eso las oraciones litúrgicas compuestas para esa ocasión tenían apropiadamente las características de un funeral. Las características principales de la forma más primitiva de consagración en la Iglesia de Roma, según se deja ver en el Sacramentarium Gelasiano, son las siguientes: el obispo con su clero, entonando la letanía, procedía en primer lugar en procesión solemne al sitio en que se guardaban las reliquias. Se recitaba una oración y las reliquias eran llevadas por el obispo a la puerta de la iglesia, y entregadas a un presbítero para su custodia. Enseguida el obispo entraba en el templo, acompañado de sus asistentes más cercanos, y luego de exorcizar el agua y mezclar en ella unas gotas del crisma, preparaba el cemento para clausurar el sepulcro. Con una esponja lavaba la mesa del altar, y de vuelta en la puerta rociaba el resto del agua bendita al pueblo. Enseguida tomaba las reliquias y volvía a entrar en la iglesia, seguido por el clero y el pueblo mientras cantaban otra letanía. Llegado al sepulcro, lo ungía con crisma y depositaba en él las reliquias. Finalmente sellaba la tumba. La ceremonia concluía con la celebración de una Misa solemne. La liturgia gálica de consagración, a diferencia de la romana, tomaba elementos de la liturgia bautismal y de la confirmación, más que de los funerales. "Así como el cristiano queda consagrado por el agua, el aceite, por el bautismo y la confirmación, del mismo modo el altar primero, y el templo después, es consagrado por la ablución y la unción" (Duchesne, op. cit., 407-409). En los siglos VIII y IX los liturgistas francos hicieron algunos intentos para combinar ambas liturgias, la de Roma y la de la Galia, y del resultado obtenido se desarrolló el rito actual de consagración de la Iglesia Occidental. En la Iglesia Griega la dedicación del altar era distinta de la deposición de las reliquias, y ambas ceremonias se desarrollaban en días separados. El primer día el obispo personalmente colocaba la mesa del altar sobre sus columnas de soporte. Enseguida procedía a la consagración, que consistía en lavar la mesa, primero con agua bautismal y después con vino. Luego se le ungía con crisma y se le incensaba. Al día siguiente las reliquias se colocaban dentro del sepulcro con la mayor solemnidad. Duchesne llama la atención a la similitud entre los ritos bizantino y gálico para la consagración de altares (op. cit., 416).
Orientación
La costumbre de orar con el rostro vuelto hacia Oriente es probablemente tan antigua como el cristianismo. La primera alusión a ello en la literatura cristiana se encuentra en el libro de las Constituciones Apostólicas, probablemente de los años 200-250, en el que se dice que el templo debe ser ovalado, "con su cabeza hacia el Oriente". Tertuliano también describe las iglesias como "erigidas en lo alto, en sitios abiertos, y de cara a la luz" (Adv. Valent., III). La razón de tal práctica, que no es originaria del cristianismo, la da san Gregorio de Nisa (De Oratione Dominica., P. G., XLIV, 1183): “El Oriente es el primer hogar de la raza humana, el asiento del paraíso terrenal”. En la Edad Media se adujeron otras razones para explicar la orientación, concretamente, que Nuestro Señor, en la Cruz, veía hacia el Occidente, pero que vendrá del Oriente para el juicio final (Durand, Rationale, V,2; Santo Tomás, Summa Theologica II-II:84:3). La existencia de la misma costumbre entre los paganos la menciona san Clemente de Alejandría, quien afirma que "los templos más antiguos veían hacia el Occidente, para que la gente pudiera ser enseñada a mirar hacia el Oriente cuando estuvieran frente a las imágenes". (Stromata, VII. 17, 43). La metodología para la orientación que se adoptó desde el Medievo consistía en colocar el ábside y el altar en el extremo oriental de la basílica. En la época de Constantino se usaba un sistema de orientación de las basílicas totalmente opuesto a ese. San Juan de Letrán, San Pedro, San Pablo y San Lorenzo, en Roma, así como las basílicas de Tiro y Antioquía, y la de la Resurrección en Jerusalén, tenían sus ábsides viendo al Oeste. De ese modo, cuando el obispo estaba en su sede al fin del ábside, debía mirar hacia el Oriente. En Roma, la segunda basílica de San Pablo, construida en 389, y la de San Pietro in Vincoli, erigida probablemente a fines del siglo IV, revirtieron ese orden de cosas y se apegaron a la regla. El ábside oriental es norma también en los templos de Ravena y en todo el Oriente. No se puede determinar con certeza si esa orientación ejerció alguna influencia en el traslado del celebrante de la parte de atrás del altar a la parte delantera, pero esta última costumbre paulatinamente suplantó a la antigua, y se convirtió en norma el que tanto pueblo como celebrante miraran en la misma dirección: el Oriente (Mabillon, Museum Italicum, II,9). Obviamente, era imposible a veces adherirse exactamente a la norma, y la orientación de los templos fue definida en muchos casos por el desarrollo urbano. Varias de las más antiguas iglesias de Roma tuvieron que orientarse a diferentes puntos cardinales.
Altares Antiguos y Medievales
Pocos altares antiguos han sobrevivido a las inclemencias del tiempo. Probablemente el más antiguo de todos es un altar descubierto en Auriol, cerca de Marsella, construido en el siglo V. La mesa de piedra, en cuyo frente se ve el monograma de Cristo con doce palomas, está tallado y descansa en una sola columna. Semejante a este, hay tres altares en la confessio de la iglesia de Santa Cecilia, en Roma, que se cree proceden del siglo IX. En unos mosaicos del siglo VI, de la iglesia de San Vitale y Sant' Apollinare, en Roma, están representados dos altares de madera, en forma de mesa. Ambos están cubiertos por un mantel que los cubre totalmente. Enlart contempla como una posibilidad que las mesas de los altares de San Juan de Letrán y de Santa Prudencia sean de apariencia semejante (Manuel d'archéol. Française, I, Archit. Relig., nota 1). Altares de tipo tumba, como los sarcófagos de la era constantiniana, ofrecían una superficie muy apropiada para ser esculpidos ornamentalmente. El ejemplo más antiguo que existe de altares con el antependium esculpido, sin embargo, el de la ciudad de Cividale, y data de principios del siglo VIII. En él, Nuestro Señor está representado al centro del antependium , y también en los paneles laterales, mientras la mano del Padre se ve sobre su cabeza. De mayor interés es el antependium , y los paneles laterales, del altar de la Basílica Ambrosiana de Milán. El frente de esta obra, de más de 2 metros y medio de largo, es de oro con las laterales y la parte trasera de plata. Tanto el frente como la parte trasera están diseñados como trípticos, en los que se representan escenas de la vida de Cristo y de San Ambrosio . Los temas del panel central del frente son una cruz griega, en cuyo centro aparece el Señor. En los brazos de la Cruz están los símbolos de los Cuatro Evangelistas, mientras los espacios restantes contienen representaciones de los Apóstoles. En los extremos también aparecen cruces, con ángeles en varias actitudes. El famoso retablo de San Marcos, en Venecia, conocido como la Pala d'Oro, elaborado en el siglo X, era originalmente un antependium . El espléndido antependium que fue regalado a la catedral de Basle por el Emperador Enrique II, y que hoy está en el Museo Cluny, en París, pertenece al siglo XI. En sus cinco arcos y columnas están representadas las figuras de Nuestro Señor, los arcángeles Gabriel, Rafael y Miguel, y san Benito. Tales antependium , por ser tan costosos, eran naturalmente raros. Su material más común era la madera, y generalmente representaban a Cristo y a los santos. Un panel de madera pintada, en forma de arcos semejantes al antependium de Basle, se conserva en el museo episcopal de Münster, en Westfalia. Data del siglo XII. Hasta el siglo X el ciborio fue utilizado como ornamento y protección para los altares. El ciborio del Sant' Apollinare en Classe, Ravena, perteneciente al siglo IX, es, como ya se dijo antes, esencialmente igual que los de períodos anteriores. Pero, fuera de Italia y el Oriente, donde siempre fueron populares, los ciborios desaparecieron después del siglo X. El mejor ejemplo de ciborio del primer período gótico, se encuentra en la iglesia de Nuestra Señora de Halberstadt, en Alemania. Otros dos ciborios góticos están en las catedrales de Ratisbona y Viena. Aún se conservan muchos ciborios medievales en Italia. Los primeros altares cristianos, a diferencia de los que estuvieron de moda en el Medioevo, no tenían superestructura. Era totalmente impráctico levantar un reredos (retabulum) que separara al pueblo del obispo mientras éste tuviera su cátedra en el centro del ábside. Paulatinamente, como ya se vio, se fue introduciendo la costumbre de hacer que el celebrante viera en la misma dirección que la asamblea al adoptar el ábside oriental, y ello posibilitó la introducción del panel ornamental atrás del altar, en forma parecida al antependium . Probablemente la costumbre de exponer reliquias sobre el altar, aprobada por el Papa León IV (PL CXV, 677), ejerció alguna influencia sobre el desarrollo del reredos , y era natural que el antependium fuera el ejemplo a seguir. El reredos (retablo) fue introducido al inicio del siglo XII. El ejemplo más antiguo de su clase es la Pala d'Oro, de San Marcos, en Venecia, el cual, luego de su restauración, fue separado del frente y colocado tras el altar por el Dogo Ordefalo Faliero, en 1105. La iglesia de Kloster-Neuburg, cerca de Viena, también posee un ejemplar hermoso de un reredos del siglo XII, con representaciones del Antiguo y Nuevo testamentos. Los retablos de los siglos XIII y XIV eran un poco más altos que los que habían sido populares en los períodos del Renacimiento y del Gótico tardío. La práctica de exhibir reliquias fue, como ya se mencionó, autorizada en el siglo IX, pero no fue sino hasta el siglo XIII que se comenzó a guardar las reliquias permanentemente en, o detrás, del altar. En este último caso, se levantaron unas plataformas para sostener los relicarios. A veces éstas formaban parte del reredos , pero en otros casos estaban tras el altar.
La práctica de exponer permanentemente las reliquias tras el altar influenció ciertos cambios importantes respecto al ciborio y a la confessio . Ésta desapareció porque cesó de ser necesaria su existencia cuando las reliquias fueron reubicadas, y el ciborio se convirtió en baldaquino elevado sobre el relicario tras el altar. Este nuevo diseño tiene un ejemplo, en el siglo XIII, en la capilla de la Santísima Virgen, en la iglesia de san Denis, en París. En el inicio, solamente el altar de las reliquias, generalmente colocado al fin del ábside, era el que poseía reredos , pero durante el siglo XIV también se le añadió uno al altar principal. La comparativa simpleza de los retablos primitivos gradualmente cedió, durante los siglos XIV, XV y XVI, ante el gusto prevalente de riqueza de adornos, y los relicarios se convirtieron en una preocupación secundaria. Consecuentemente, los retablos se transformaron en estructuras enormes, llegando a veces hasta la cúpula sobre el altar, y conteniendo imágenes de tamaño natural de la Santísima Virgen de Nuestro Señor y los santos, además de representaciones de varios otros temas sagrados. La estructura era generalmente elaborada de madera. Estaba conectada con el altar por medio de la predella , o escalón, semejante a la predella de los altares actuales, en los que se colocan los candelabros en los que se representan los Apóstoles y otros santos. A fines del siglo XVI la influencia del Renacimiento llevó a cabo otro cambio en la forma del altar. Los pórticos, realizados siguiendo el modelo de los antiguos arcos de triunfo, con estatuas en alto y bajo relieve, tomaron el lugar de los retablos, y se utilizaron materiales más costosos, como el mármol, en su elaboración En los siglos XVII y XVIII en especial, los altares con estilo renacentista se recargaron de adornos, a veces de pésimo gusto y con materiales de inferior calidad.
La renovación litúrgica promovida por el Concilio Vaticano II (1962-1965) ha dado pie a una transformación radical de la arquitectura de los espacios celebrativos litúrgicos, modificando, también los diseños de los altares y la ornamentación que los acompaña. Merece especial atención el diseño de los signos litúrgicos que acompañan las celebraciones para resaltar los conceptos y la espiritualidad litúrgica promovida por el mencionado concilio.
Bibliografía recomendada: Bouyer, Louis. Arquitectura y Liturgia. Ed. Grafite. Madrid. 1995. Bergamo, M. y Del Prete, Mattia. Espacios celebrativos. Ed. Grafite, Madrid. 1995.
Fuente: Hassett, Maurice. "History of the Christian Altar." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. 27 Feb. 2012 <http://www.newadvent.org/cathen/01362a.htm>.
Traducido por Javier Algara Cossío.