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Viernes, 22 de noviembre de 2024

Milagro

De Enciclopedia Católica

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Etimología y definición

(Latín miraculum, de mirari, "maravillarse").

En general, una cosa maravillosa; la palabra se usó así en el latín clásico; en un sentido específico, la Vulgata Latina designa con el término miracula los portentos de una clase peculiar. El texto griego lo expresa más claramente con los términos terata, dynameis, semeia, es decir, portentos realizados por el poder sobrenatural como signos de alguna misión o don especial y explícitamente adjudicados a Dios.

Estos términos se usan habitualmente en el Nuevo Testamento y expresan el significado de miraculum de la Vulgata. Así San Pedro en su primer sermón habla de Cristo como aprobado de Dios, dynamesin, kai terasin kai semeiois (Hch. 2,22) y San Pablo dice que los signos de su apostolado fueron obrados, semeiois te kai terasin kai dynamesin (2 Cor. 12,12). Su significado unido se halla en el término erga, es decir, obras, la palabra usada constantemente en los Evangelios para designar los milagros de Cristo. Por lo tanto, el análisis de estos términos da la naturaleza y alcance del milagro.

Naturaleza

(1) La palabra terata significa literalmente "maravillas", en referencia a los sentimientos de asombro provocados por su ocurrencia, de ahí los efectos producidos en la creación material que apelan a, y son captados por, los sentidos, por lo general por el sentido de la vista, a veces por el oído, por ejemplo, el bautismo de Jesús, la conversión de San Pablo. Así, aunque las obras de la gracia divina, tal como la Presencia Sacramental, están por encima del poder de la naturaleza, y debido sólo a Dios, pueden ser llamadas milagrosas sólo en el sentido amplio del término, es decir, como efectos sobrenaturales, pero no son milagros, en el sentido aquí entendido, pues los milagros en el sentido estricto son evidentes. El milagro cae bajo el alcance de los sentidos, ya sea en la obra misma (por ejemplo, resucitar a los muertos a la vida) o en sus efectos (por ejemplo, los dones del conocimiento infuso en los Apóstoles). De la misma manera la justificación de un alma en sí misma es milagrosa, pero no es un milagro propiamente dicho, a menos que se lleve a cabo de una manera sensible, como, por ejemplo, en el caso de San Pablo.

La maravilla del milagro se debe al hecho de que su causa está oculta, y se espera un efecto diferente al que realmente ocurre. Por lo tanto, en comparación con el curso ordinario de las cosas, el milagro se llama extraordinario. Al analizar la diferencia entre el carácter extraordinario del milagro y el curso ordinario de la naturaleza, los Padres de la Iglesia y los teólogos emplean los términos sobre, contrario a, y fuera de la naturaleza. Estos términos expresan la forma en que el milagro es extraordinario.

Se dice que un milagro está por encima de la naturaleza cuando el efecto que produce está por encima de los poderes y las fuerzas nativas en las criaturas de las cuales las leyes conocidas de la naturaleza son la expresión, como resucitar a un difunto, por ejemplo, Lázaro (Juan 11), el hijo de la viuda (1 Rey. 17). Se dice que un milagro es exterior, o fuera de, la naturaleza cuando las fuerzas naturales pueden tener el poder de producir el efecto, al menos en parte, pero no pueden haberlo producido solas por sí mismas en la forma que realmente se produjo. Así, el efecto en abundancia es muy superior al poder de las fuerzas naturales, o se lleva a cabo instantáneamente sin los medios o procedimientos que emplea la naturaleza. Como ejemplo tenemos la multiplicación de los panes por Jesús (Jn. 6), la transformación del agua en vino en Caná (Jn. 2) ---pues la humedad de la atmósfera se cambia en vino mediante procesos naturales y artificiales--- o la curación repentina de una gran parte de tejido enfermo por un trago de agua. Se dice que un milagro es contrario a la naturaleza cuando el efecto producido es contrario al curso natural de las cosas.

El término milagro aquí implica la oposición directa del efecto realmente producido a las causas naturales en acción, y su comprensión imperfecta ha dado lugar a mucha confusión en el pensamiento moderno. Así Espinosa llama al milagro una violación del orden de la naturaleza (proeverti, “Tract. Theol. Polit.”, VI). Hume dice que es una "violación" o una "infracción", y muchos escritores ---por ejemplo, Martensen, Hodge, Baden-Powell, Theodore Parker--- utilizan el término para los milagros en su conjunto. Pero cada milagro no es necesariamente contrario a la naturaleza, pues hay milagros por encima o fuera de la naturaleza.

Una vez más, el término contrario a la naturaleza no significa "no natural" en el sentido de producir la discordia y la confusión. Las fuerzas de la naturaleza difieren en poder y están en constante interacción. Esto produce interferencias y acciones contrarias de las fuerzas. Este es el caso de las fuerzas mecánicas, químicas y biológicas. Así, también, a cada momento del día yo interfiero con y contrarresto las fuerzas naturales a mi alrededor. Estudio las propiedades de las fuerzas naturales con el fin de obtener el control consciente por acciones contrarias inteligentes de una fuerza contra otra. La neutralización inteligente marca el progreso en la química, en la física, ---por ejemplo, la locomotora de vapor, la aviación--- y en las prescripciones del médico. El hombre controla la naturaleza, es más, puede vivir sólo por la neutralización de las fuerzas naturales. Aunque todo esto sucede a nuestro alrededor, nunca hablamos de fuerzas naturales violadas. Estas fuerzas siguen trabajando según su especie, y ninguna fuerza se destruye, ni se rompe ninguna ley, ni da lugar a la confusión. La introducción de la voluntad humana puede dar lugar a un desplazamiento de las fuerzas físicas, pero no a una infracción de los procesos físicos.

Ahora bien, en un milagro la acción de Dios en relación a su influencia en las fuerzas naturales es análoga a la acción de la personalidad humana. Así, por ejemplo, está en contra de la naturaleza del hierro el flotar, pero la acción de Eliseo al elevar el hacha a la superficie del agua (2 Rey. 6) no es más una violación, o transgresión, o una infracción de las leyes naturales que si él la hubiese levantado con su mano. Una vez más, es de la naturaleza del fuego el quemar, pero cuando, por ejemplo, los tres jóvenes se conservaron intactos en el horno ardiente (Dan. 3) no hubo nada anormal en el acto, como estos escritores usan la palabra, no más que lo habría al erigir una vivienda totalmente a prueba de fuego. En el primer caso, como en el otro, no hubo parálisis de las fuerzas naturales ni trastornos subsiguientes.

El elemento extraordinario en el milagro, es decir, un evento aparte del curso normal de las cosas, nos permite comprender la enseñanza de los teólogos de que los eventos que normalmente se realizan en el curso natural o sobrenatural de la Divina Providencia no son milagros, a pesar de que están más allá de la eficiencia de las fuerzas naturales. Así, por ejemplo, la creación del alma no es un milagro, ya que se lleva a cabo en el curso ordinario de la naturaleza. Una vez más, la justificación del pecador, la Presencia Eucarística, los efectos sacramentales, no son milagros por dos razones: están más allá del alcance de los sentidos y se realizan en el curso ordinario de la Providencia sobrenatural de Dios.

(2) La palabra dynamis, "poder" se utiliza en el Nuevo Testamento para denotar:

  • (a) el poder de hacer milagros, (en dunamei semeion Rom. 15,19);
  • (b) obras poderosas como los efectos de este poder, es decir, los milagros mismos (ai pleistai dunameis autou (Mt. 11,20) y expresa la causa eficiente del milagro, es decir, el poder divino.

Por lo tanto al milagro se le llama sobrenatural, porque el efecto va más allá de la fuerza productiva de la naturaleza e implica un agente sobrenatural. Así Santo Tomás enseña: "Se ha de llamar correctamente milagros a esos efectos que son hechos por el poder divino, aparte del orden observado usualmente en la naturaleza" (Contra Gent., III, CII), y son aparte del orden natural porque están "más allá del orden natural o de las [[ley]es de toda la naturaleza creada" (Summa Theol., I:102:4). Por lo tanto dunamis añade al significado de terata al señalar la causa eficiente. Por esta razón, en la Escritura se le llama a los milagros "el dedo de Dios" (Ex. 8,19; Lc. 11,20), "la mano del Señor" (1 Sam. 5,6), "la mano de nuestro Dios "(Esd. 8,31). Al referir el milagro a Dios como su causa eficiente se da la respuesta a la objeción de que el milagro no es natural, es decir, un acontecimiento sin causa, sin significado o lugar en la naturaleza. Con Dios como la causa, el milagro tiene un lugar en los designios de la Providencia de Dios (Contra Gent., III, XCVIII). En este sentido, es decir, relativamente a Dios, San Agustín habla del milagro como natural (De Civit. Dei, XXI, VIII, 2).

Un evento está por encima del curso de la naturaleza y más allá de sus fuerzas productivas:

  • (a) en cuanto a su naturaleza substancial, es decir, cuando el efecto es de tal naturaleza que ningún poder natural podría hacer que sucediera de cualquier manera o forma, como, por ejemplo, la elevación a la vida del hijo de la viuda (Lc. 7), o la cura del ciego de nacimiento (Jn. 9). Estos milagros se llaman milagros en cuanto a la substancia (quoad substantiam).
  • (b) Respecto a la forma en que se produce el efecto, es decir, donde puede haber fuerzas de la naturaleza, aptas y capaces de producir el efecto considerado en sí mismo, sin embargo, el efecto se produce de una manera totalmente diferente de la manera en que naturalmente se debe realizar, es decir, instantáneamente, por una palabra, por ejemplo, la curación del leproso (Lc. 5). Estos se llaman milagros en cuanto a la forma de su producción (quoad modum).

El poder de Dios se muestra en el milagro:

  • directamente a través de su propia acción inmediata o
  • mediatamente, a través de criaturas como medios o instrumentos.

En este caso, los efectos deben ser atribuidos a Dios, porque él trabaja en y a través de los instrumentos; Ipso Deo en illis operante (San Agustín, "De Civit. Dei, X, XII). Por lo tanto Dios obra los milagros a través de instrumentos como:

De ahí que no es cierta la afirmación de algunos escritores modernos, de que un milagro requiere una acción inmediata del poder divino. Es suficiente con que el milagro se deba a la intervención de Dios, y su naturaleza se revela por la absoluta falta de proporción entre el efecto y lo que se llaman medios o instrumentos.

La palabra semeion significa "signo", un llamamiento a la inteligencia, y expresa el propósito o causa final del milagro. Un milagro es un factor en la Providencia de Dios sobre los hombres. De ahí que la gloria de Dios y el bien de los hombres son los objetivos principales o supremos de cada milagro. Cristo expresa esto claramente en la resurrección de Lázaro (Jn. 11), y el evangelista dice que Jesús, al realizar su primer milagro en Caná, "manifestó su gloria" (Jn. 2,11). Por lo tanto el milagro debe ser digno de la santidad, la bondad y la [[justicia] de Dios, y propicio para el verdadero bien de los hombres. Por lo tanto Dios no los realiza para reparar los defectos físicos en su creación, ni tienen por objeto producir, ni producen, el desorden o la discordia; ni contienen ningún elemento malo, ridículo, inútil o sin sentido. Por lo tanto no están en el mismo plano que las simples maravillas, trucos, obras de ingenio o magia. La eficacia, la utilidad, el propósito de la obra y la manera de realizarla muestran claramente que debe atribuirse al poder divino. Esta alta reputación y la dignidad del milagro se muestra, por ejemplo, en los milagros de Moisés (Éx. 7 – 10), de Elías (1 Rey. 18,21-38), de Eliseo (2 Rey. 5). Las multitudes glorificaban a Dios en la curación del paralítico (Mt. 9,8), del ciego (Lc. 18,43), en los milagros de Cristo en general (Mt. 15,31, Lc. 19,37), como en la curación del cojo por San Pedro (Hch. 4,21). De ahí que los milagros son signos del mundo sobrenatural y nuestra relación con él.

En los milagros siempre podremos encontrar fines secundarios subordinados, sin embargo, a los fines primarios. Así:

  • son evidencias que acreditan y confirman la verdad de la misión divina, o de una doctrina o fe o moral, por ejemplo, Moisés (Éx. 4), Elías (1 Rey. 17,24). Por esta razón los judíos veían en Cristo al “profeta” (Jn. 6,14), en quien “Dios había visitado a su pueblo” (Lc. 7,16). Por lo tanto los discípulos creyeron en Él (Jn. 2,11) y Nicodemo (Jn. 3,2) y los ciegos de nacimiento (Jn. 9,38), y los muchos que vieron la resurrección de Lázaro (Jn. 11,45). Jesús apeló constantemente a sus “obras” para probar que Él fue enviado por Dios y que es el Hijo de Dios, por ejemplo, a los discípulos de Juan (Mt. 11,4), a los judíos (Jn. 10,37). Él reclama que sus milagros son un testimonio más grande que el testimonio de Juan (Jn. 5,36), condena a aquellos que no creen (Jn. 15,24), según alaba a los que sí creen (Jn. 17,8), y exhibe los milagros como signos de la verdadera fe (Mc. 16,17). Los Apóstoles apelan a los milagros como la confirmación de la misión y Divinidad de Cristo (Jn. 20,31); Hch. 10,38), y San Pablo los considera signos de su apostolado (2 Cor. 12,12).
  • Los milagros son hechos para dar fe de la verdadera santidad. Así, por ejemplo, Dios defiende a Moisés (Núm. 12), a Elías (2 Rey. 1), a Eliseo (2 Rey. 13). De ahí el testimonio del ciego de nacimiento (Jn. 9,30 ss.) y los procesos oficiales en la canonización de los santos.
  • Como beneficios espirituales o temporales. Los favores temporales van siempre subordinados a los fines espirituales, pues son una recompensa o promesa de virtud, por ejemplo, la viuda de Sarepta (1 Rey. 17), los tres jóvenes en el horno ardiente (Dan. 3), la preservación de Daniel (Dan. 5), la liberación de San Pedro de la prisión (Hch. 12), de San Pablo del naufragio (Hch. 27). Así semeion, es decir, “signo”, completa el significado de dynamis, es decir “poder (divino)”. Revela el milagro como un acto de la Providencia sobrenatural de Dios sobre el hombre. Le da un contenido positivo a teras, es decir, “maravilla”, pues, mientras que la maravilla muestra el milagro como una desviación del curso ordinario de la naturaleza, el signo da el propósito de la desviación.

Este análisis muestra que:

  • (1) el milagro es esencialmente una apelación al conocimiento. Por lo tanto, los milagros pueden distinguirse de los sucesos meramente naturales. Un milagro es un hecho en la creación material, y caen bajo la observación de los sentidos o viene a nosotros a través del testimonio, como cualquier hecho natural. Su carácter natural se conoce por:
    • (a) a partir del conocimiento positivo de las fuerzas naturales, por ejemplo, la ley de gravedad, la ley de que el fuego quema. Decir que no conocemos todas las leyes de la naturaleza, y por lo tanto no podemos conocer un milagro (Rousseau, "Lett. De la Mont.", let III), está fuera de la cuestión, ya que haría del milagro una apelación a la ignorancia. Puedo no conocer las leyes del código penal, pero puedo saber con certeza que en un caso particular una persona viola una ley definitiva.
    • (b) A partir de nuestro conocimiento positivo de los límites de las fuerzas naturales. Así, por ejemplo, no podemos saber la fuerza de un hombre, pero sabemos que no puede por sí solo mover una montaña. Al ampliar nuestro conocimiento de las fuerzas naturales, el progreso de la ciencia ha reducido su ámbito y definido sus límites, como en la ley de la abiogénesis. Por lo tanto, tan pronto como tenemos razones para sospechar que cualquier evento, no importa cuán poco común o raro parezca, puede surgir debido a causas naturales o ser conforme al curso normal de la naturaleza, inmediatamente perdemos la convicción de que es un milagro. Un milagro es una manifestación del poder de Dios; siempre y cuando esto no está claro, hay que rechazarlo como tal.
  • (2) Los milagros son signos de la Providencia de Dios sobre el hombre, por lo tanto son de un alto carácter moral, simple y obvio en las fuerzas en acción, en las circunstancias de su obra, y en su meta y propósito. Ahora la filosofía indica la posibilidad y la revelación enseña el hecho de que los seres espirituales, buenos y malos, existen, y poseen mayor poder que el del hombre. Aparte de la cuestión especulativa en cuanto al poder natural de estos seres, tenemos la certeza de
    • (a) que Dios sólo puede realizar esos efectos que son llamados milagros substanciales, por ejemplo, la resurrección de los muertos;
    • (b) que los milagros realizados por los ángeles, según registrados en la Biblia, son siempre atribuidos a Dios, y que la Sagrada Escritura no le da autoridad divina a milagros que no sean divinos;
    • (c) que la Sagrada Escritura muestra el poder de los espíritus malignos como estrictamente condicionado, por ejemplo, el testimonio de los magos egipcios (Éx. 8,19), la historia de Job,

los demonios que reconocen el poder de Cristo (Mt. 8,31), el testimonio expreso de Cristo mismo (Mt. 24,24) y del Apocalipsis (Apoc. 9,14). El admitir que estos espíritus pueden realizar milagros ---es decir, obras de habilidad e ingenio que, en relación a nuestras fuerzas, puedan parecer milagrosas.--- sin embargo estas obras carecen del sentido y la finalidad que las sellaría como el lenguaje de Dios a los hombres.

Errores

Improbabilidad antecedente

Lugar y valor de los milagros en el punto de vista cristiano sobre el mundo

Testimonio

El hecho

Lugar y valor de los milagros de los Evangelios

Providencias especiales

Fuente: Driscoll, John T. "Miracle." The Catholic Encyclopedia. Vol. 10. New York: Robert Appleton Company, 1911. <http://www.newadvent.org/cathen/10338a.htm>.

Está siendo traducido por Luz María Hernández Medina.