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Jueves, 21 de noviembre de 2024

Diferencia entre revisiones de «Virtud Heroica»

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'''Virtud Heroica''': La noción de heroicidad se deriva de héroe, originalmente un guerrero, un semidios; por lo tanto supone un grado de valentía, fama y distinción que coloca a un [[hombre]] muy por encima de sus compañeros.  [[Vida de San Agustín de Hipona|San Agustín]] fue el primero que aplicó el título [[Paganismo|pagano]] de héroe a los [[mártir]]es [[Cristianismo|cristianos]]; desde entonces ha prevalecido la costumbre de concederlo no sólo a los mártires, sino a todos los confesores cuyas [[virtud]]es y [[Bien|buenas]] [[Actos humanos|obras]] dejan muy atrás las de la gente buena ordinaria.  El [[Papa Benedicto XIV]], cuyos capítulos sobre las virtudes heroicas son clásicos, describe la heroicidad en los siguientes términos: “para ser heroica una virtud cristiana debe capacitar a su dueño para realizar acciones virtuosas con extraordinaria prontitud, facilidad y placer, por motivos [[Orden Sobrenatural|sobrenaturales]] y sin razonamientos humanos, con auto-abnegación y pleno control de las inclinaciones naturales”.  Una virtud heroica es por tanto, un hábito de buena conducta que llega a ser como una segunda naturaleza, una nueva fuerza motriz más fuerte que todas las correspondientes inclinaciones innatas, capaz de volver fáciles una serie de actos cada uno de los cuales, para el hombre ordinario, hubiesen significado dificultades muy grandes, sino insuperables.
  
La noción de heroicidad se deriva de heroe, originalmente un guerrero, un semidios; tiene la connotación de un grado de valentía, fama y distinción que coloca a un hombre por encima de sus compañeros. San Agustín fue el primero que aplicó el título pagano de heroes a los mártires cristianos. Desde allí la costumbre ha prevalecido en tal denominación no sólo para los mártires, sino para todos aquellos cuyas virtudes y grandes trabajos sobresalen respecto a los logros de gente ordinaria y buena.
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Tal grado de virtud pertenece solamente a [[alma]]s que ya se han purificado de los apegos mundanos, y que se han anclado sólidamente en el [[amor]] de [[Dios]].  [[Santo Tomás de Aquino]] (I-II: 61:4) dice:  “la virtud consiste en el seguir o imitar a Dios.  Toda virtud, como toda otra cosa, tiene su tipo (ejemplar) en Dios.  Por tanto la mente divina en sí misma es el tipo de [[prudencia]]; Dios, al utilizar todas las cosas para servir a su Gloria, es el tipo de templanza o temperancia, por el cual el hombre sujeta sus bajos [[apetito]]s a la razón; cuando Dios aplica la [[ley]] eterna a todas sus obras, se tipifica la [[justicia]]; la inmutabilidad divina es el tipo de la [[fortaleza]].  Y, debido a que está en la naturaleza del [[hombre]] vivir en [[sociedad]], las cuatro virtudes cardinales son sociales (politicae) en la medida en que mediante ellas, el hombre ordena rectamente su conducta en la vida diaria.  No obstante, el hombre debe levantarse a sí mismo más allá de su vida natural hacia la [[vida]] divina:  ‘Vosotros, pues, sed [[perfección cristiana y religiosa|perfectos]] como es perfecto vuestro Padre celestial.’ ([[Evangelio según San Mateo|Mateo]] 5,48).  Por lo tanto, es [[necesidad|necesario]] colocar ciertas virtudes en medio de las virtudes sociales, que son humanas, y las virtudes ejemplares, que son divinas.  Estas virtudes intermedias son de dos grados de perfección:  las menores en el alma que todavía luchan por elevarse de la vida de [[pecado]] hacia la semejanza con Dios---estas son las virtudes purificatorias (virtutes purgatoriae); las mayores están en el alma que ya ha logrado la semejanza con Dios---éstas son las virtudes de las almas purificadas (virtutes jam purgati animi). En menor grado, la prudencia, movida por la contemplación de las cosas Divinas, desprecia todo lo terrenal y dirige todos los pensamientos del alma sólo hacia Dios; la templanza renuncia, en tanto lo permite la naturaleza, a las cosas requeridas por las necesidades corporales; la fortaleza quita el temor de abandonar esta vida y se enfrenta la vida del más allá; la justicia aprueba las disposicones antes mencionadas.  En la suma perfección de las almas ya purificadas y firmemente unidas a Dios, la prudencia no conoce otra cosa que su pertenencia a Dios; la templanza ignora los deseos terrenales; la fortaleza no conoce pasiones; la justicia se une a la mente divina en un pacto permanente, para hacer las cosas de manera consecuente.  Este grado de perfección pertenece a los bienaventurados en el [[cielo]] o a unos pocos de los más perfectos en esta vida.
  
Benedicto XIV, cuyos capítulos sobre las virtudes heróicas son clásicos, describe la heroicidad en los siguientes términos: “con tal de ser un cristiano con virtudes heróicas, se deben desempeñar acciones virtuosas con extraordinaria prontitud, facilidad, y placer, con motivos supranaturales y sin razonamientos humanos, con auto-abnegación y pleno control de la inclinaciones naturales”. Una virtud heróica es por tanto, un hábito de buena conducta que llega a ser como una segunda naturaleza, un nuevo motivo poderoso, más fuerte que todas las inclinaciones originales, capaz de rendir fácilmente una serie de actos, cada uno de los cuales, para el hombre ordinario, hubiesen significado dificultades insuperables.
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Estos pocos “perfectissimi” son los héroes de la virtud, los candidatos para los [[honor]]es del [[altar]], los [[Comunión de los Santos|santos]] de la tierra.  
  
Tal grado de virtud pertenece solamente a almas que ya se ha purificado de los apegos a cosas de este mundo, y sólidamente se han anclado en el amor de Dios. Santo Tomás (I-II: 61:4) dice: la virtud consiste en el seguir o imitar de Dios. Cada virtud, como toda otra cosa, tiene su tipo (ejemplar) en Dios. Por tanto la mente Divina en si misma es el prototipo de prudencia; Dios utilizando todas las cosas para administrar su Gloria es el tipo de templanza o temperanza, por el cual el hombre sujeta sus bajos apetitos a la razón; la justicia es tipificada por la aplicación de la ley eterna de todos sus trabajos; la Divina inmutación es el prototipo de la fortaleza. Y, debido a que está en la naturaleza del hombre vivir en sociedad, las cuatro virtudes cardinales son sociales (politicae) en la medida de que mediante ellas, el hombre ordena su conducta en la vida diaria.
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Conjuntamente con las cuatro virtudes cardinales, el santo cristiano debe estar dotado de las tres virtudes [[Teología|teologales]], especialmente con el [[amor]] divino ([[caridad]]); la virtud que forma, bautiza y consagra, por decirlo así, todas las demás virtudes, la que las asocia y unifica en un esfuerzo poderoso para participar en la vida divina.  Algunos comentarios sobre las “pruebas de heroicidad” requeridas en el proceso de [[Beatificación y Canonización|beatificación]] servirán para ilustrar en detalle los principios generales expuestos arriba.  
  
No obstante, el hombre debe levantarse a si mismo más allá de su vida natural hacia la vida Divina: “Sean perfectos como mi Padre que está en los cielos” (Mateo, v, 48). Es necesario entonces tener ciertas virtudes en medio de las virtudes sociales que son humanas, y las virtudes ejemplares, que son divinas. Estas virtudes intermedias son de dos grados de perfección: las menores en el alma las que luchan por elevarse de la vida de pecado hacia la semejanza de Dios –estas son las virtudes purificatorias (virtutes purgatoriae); las mayores están en el alma que ya se ha ubicado en la semejanza de Dios –estas son las virtudes de las almas purificadas (virtutes jam purgati animi).
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Así como el amor está en la cima de todas las virtudes, la [[fe]] está en su base. Es por la fe que se aprehende primeramente a Dios y que el alma es levantada a la vida sobrenatural. La fe es el secreto de la propia [[conciencia]]; se manifiesta al mundo en las buenas obras en las cuales se vive, “la fe sin obras es fe muerta” ([[Epístola de Santiago|Stgo.]] 2,26).  Tales obras son:  la profesión externa de la fe, la estricta observancia de los Mandamientos Divinos, la [[oración]], la devoción filial a [[la Iglesia]], el temor de Dios, el horror al pecado, la [[penitencia]] por los pecados cometidos, la [[paciencia]] en la adversidad, etc.  Todas o algunas de éstas alcanzan el grado de heroicidad cuando son practicadas con absoluta perseverancia, durante un largo período de [[tiempo]], o bajo circunstancias tan irritantes en las cuales hombres de [[perfección cristiana y religiosa|perfección]] ordinaria se hubiesen abstenido de actuar.  Los [[mártir]]es que mueren en los tormentos por la fe, los misioneros que dedican sus vidas a propagarla, los pobres [[Humildad|humildes]] que con su paciencia infinita arrastran su miserable existencia a fin de hacer la voluntad de Dios y cosechar su recompensa posteriormente:  todos ellos son héroes de la fe.  
  
En menor grado, la prudencia, movida por la contemplación de las cosas Divinas, deja todas las cosas terrenales y se orienta al pensamiento del alma sólo para Dios; la temperanza o templanza abandona, en tanto lo permite la naturaleza, las cosas que son requeridas por las necesidades corporales; la fortaleza quita el temor de abandonar esta vida y se enfrenta la vida del más allá; la justicia aprueba las disposicones antes mencionadas.
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La [[esperanza]] es la confianza firme de que Dios nos dará la vida eterna y todos los medios necesarios para obtenerla; alcanza heroicidad cuando asciende a una inquebrantable confianza y seguridad en la ayuda de Dios en todos los eventos adversos de la vida, cuando está dispuesta a abandonar y sacrificar todos los demás bienes, a fin de obtener la prometida [[felicidad]] del [[cielo]].  Tal grado de esperanza tiene sus raíces en una fe igualmente perfecta.  [[Abraham]], el modelo de los [[fieles]], es también el modelo de los esperanzados “el cual, esperando contra toda esperanza… y no vaciló en su fe al considerar su cuerpo ya sin vigor… ni el vientre de Sara, igualmente estéril”. ([[Epístola a los Romanos|Rom.]] 4,18-22).  
  
En los altos grados de perfección de las almas que ya están purificadas y firmemente unidas a Dios, la prudencia no conoce otra cosa que su pertenencia a Dios; la temperanza ignora los deseos terrenos; la fortaleza no conoce pasiones; la justicia se encuentra dentro de la mente Divina en un contacto permanente, para hacer las cosas de manera consecuente. Este grado de perfección pertenece a los santificados en el cielo o a unos pocos que tienen una vida fundamentalmente perfecta.
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La caridad inclina al hombre a amar a Dios sobre todas las cosas con amor de amistad. El amigo perfecto de Dios dice con [[San Pablo]]: “con [[Jesucristo|Cristo]] estoy crucificado; y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí.” ([[Epístola a los Gálatas|Gál.]] 2,19-20).  Porque amor significa unión.  Su tipo celestial es la [[Santísima Trinidad]] en Unidad; su grado máximo en las criaturas de Dios es la [[visión beatífica]], es decir, la participación en la vida de Dios.  En la tierra es la fructífera madre de la [[santidad]], la única cosa necesaria, la única posesión totalmente satisfactoria.  Se exalta en 1 [[Epístiolas a los Corintios|Cor.]] 13, en el [[Evangelio según San Juan]] y las Epístolas; el [[discípulo]] amado y el feroz misionero de la cruz son los mejores intérpretes del misterio de amor revelado a ellos en el [[Corazón de Jesús]].  Con el mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas, Jesús pareó uno más:  “el segundo es parecido al primero: amarás a tu prójimo como a ti mismo.  No existe otro mandamiento mayor que éstos” ([[Evangelio según San Marcos|Mc.]] 12,31).  La semejanza o vínculo entre ambos mandamientos se basa en esto:  que en nuestro semejante amamos la imagen y semejanza de Dios, sus hijos adoptivos y herederos de su Reino.  Por tanto, servir a nuestro prójimo es servir a Dios.  Y las obras de misericordia espirituales y temporales realizadas en este mundo decidirán nuestro destino en el próximo: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino... porque tuve hambre y me disteis de comer... En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicísteis”. (Mt. 25,34-40).  Por esta razón, las obras de [[Caridad e iniciativas caritativas|caridad]] en grado heroico han sido, desde el principio hasta la actualidad, una marca distintiva de [[la Iglesia]] [[Católico|Católica]], el compromiso de santidad en incontables números de sus hijos e hijas.
  
Estos pocos perfeccionistas son los heroes de la virtud, los candidatos para los honores del altar, los santos de la tierra. Conjuntamente con las cuatro virtudes cardinales, el santo cristiano debe tener las tres virtudes teológicas, especialmente con el amor Divino (caridad); la virtud que nos informa, nos bautiza y nos consagra en todas las demás virtudes; de esa maner se tiene la asociación y unificación para participar en la vida Divina. Se requieren de evidencias como “pruebas de heroicidad” en el proceso de beatificación lo que sirve para ilustrar en detalle los principios generales que se han expuesto.
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La [[prudencia]], que nos permite conocer qué desear y qué evitar, alcanza la heroicidad cuando coincide con el “don de consejo”, es decir, un discernimiento claro ayudado por Dios sobre cuál es la conducta correcta y la incorrecta. Los [[Bolandistas]] dicen de [[San Pascasio Radberto]]:  “Fue tan grande su prudencia que un manantial de prudencia parecía brotar de su mente.  Pues contemplaba juntos el pasado, el presente y el futuro y era capaz de decir, por el consejo de Dios, que se debía hacer en cada caso” (2 de enero, c. V, n.16).  
  
Así como el amor está en la culminación de todas las virtudes, la fe está en los aspectos fundacionales. Es por la fe que Dios es aprehendido, y el alma levantada a la vida supranatural. La fe es el secreto de la consciencia; para el mundo, se manifiesta en las buenas obras en las cuales se vive, “la fe sin obras es fe muerta” (Santiago, ii, 26). Tales obras son la profesión externa de la fe, la estricta observancia de los Divinos Mandamientos, la oración, la devoción filial a la iglesia, el temor de Dios, el horror del pecado, la penitencia por los pecados cometidos, la paciencia en la adversidad, etc.
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La justicia, que da a cada uno lo debido, es el eje alrededor del cual gravitan las virtudes religiosas de la [[Virtud de la Religión|piedad]], [[obediencia]], gratitud, veracidad, amistad y muchas más. Actos de justicia heroica se vieron en Jesús, quien sacrificó su vida para dar gloria a Dios, y en [[Abraham]], dispuesto a sacrificar a su propio hijo en obediencia a la voluntad de Dios.  
  
Todos estos o algunos de ellos están unidos al heroismo cuando son practicados con perseverancia, durante un largo período de tiempo, o bajo circunstancias en las cuales la perfección del hombre ordinario le hubiese prevenido de actuar. Los mártires muriendo en los tormentos por su fe, los misioneros dedicando sus vidas en la propagación de la misma, y los pobres con su paciencia infinita teniendola en sus míseras vidas a fin de hacer la voluntad de Dios y de cosechar los frutos posteriormente; todos ellos son heroes de la fe.
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La fortaleza, la que nos alienta cuando la dificultad se interpone en el camino de nuestra [[obligación]], es en misma el elemento heroico en la práctica de la virtud; alcanza su pináculo cuando supera obstáculos que hubiesen sido invencibles para la virtud ordinaria.  
  
La esperanza es la confianza firme en la voluntad de Dios en tanto nos da vida eterna y todos los medios necesarios para obtenerla. Se obtiene heroicidad cuando la esperanza se mantiene inamovible en la seguridad de la ayuda de Dios a través de los eventos de la vida, cuando se pueden sacrificar todos los bienes en función de la felicidad prometida en los cielos. Tal grado de esperanza tiene sus raíces en un grado de fe igualmente perfecto.
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La [[templanza]] o temperancia, que nos mantiene alejados de las [[pasiones]] cuando éstas nos inclinan a actuar incorrectamente, comprende la buena conducta, la modestia, la [[abstinencia]], la [[castidad]], la sobriedad y otras. Ejemplos de templanza heroica son  [[San José]] y [[San Juan el Bautista]].  
  
Abraham, el modelo del hombre fiel, es también el modelo de quien tiene esperanza “quien contra toda esperanza, aún cree en el esperanza... y quien no fue débil en la fe; quien tampoco consideró su propio cuerpo muerto... ni el vientre muerto de Sara”. (Rom. iv, 18-22).
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En fin, se debe señalar que casi todo acto de virtud que procede del principio divino dentro de nosotros posee en sí mismo los elementos de todas las virtudes; sólo el análisis [[Mente|mental]] visualiza el mismo acto desde varios aspectos.  
  
El amor inclina al hombre al amor a Dios sobre todas las cosas con amor de amistad. El amigo perfecto de Dios, dice con San Pablo: “Con Cristo soy clavado en la cruz. Y no soy yo quien vive, sino Cristo quien vive en mí” (Gal., ii, 19-20). Porque amor significa unión. Es el tipo de unión celestial que une a la Divina Trinidad; el alcanzar el más alto grado en la creación de Dios, es la visión beatífica, es la participación en la vida de Dios.
 
  
En la tierra es la fructífera madre de la santidad, la única cosa necesaria, la única posesión autosuficiente. Se establece en I de Corintios, xiii, y en el Evangelio de San Juan y las Epístolas; el amado discípulo y el feroz misionero de la cruz son los mejores intérpretes del misterio del amor revelado a ellos en el Corazón de Jesús. Con el mandamiento del amor a Dios sobre todas las cosas, Jesús indicó uno más: “y el segundo es parecido al primero: ama a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento superior a estos” (Marcos, xii, 31).  
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'''Bibliografía:'''  BENEDICTO XIV, De servorum Dei beatificatione et beatorum canonizatione, chs. XXXI-XXXVIII, en Opera omnia, III (Prato, 1840); DEVINE, Manual de Teología Mística (Londres, 1903); SLATER, Manual de Teología Moral (Londres, 1908); WILHELM AND SCANNELL, Manual de Teología Católica (Londres, 1906).  
  
La relación entre ambos mandamientos se basa en esto: que en nuestro semejante, amamos la imagen, la representación de Dios, sus hijos adoptivos y quienes son de su Reino. Por tanto, al servir a nuestro prójimo, servimos a Dios. Y los trabajos de misericordia espiritual y temporal llevados a cabo en este mundo, decidirán nuestro destino en el próximo: “Venid los benditos por mi Padre, que de ellos es el Reino... porque estuve hambriento y me diste de comer... Asi te digo que lo hicisteis a uno de estos pequeños, lo hacías a mí”. (Mateo, xxv, 34-40).  
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'''Fuente''': Wilhelm, Joseph. "Heroic Virtue." The Catholic Encyclopedia. Vol. 7. New York: Robert Appleton Company, 1910.  
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<http://www.newadvent.org/cathen/07292c.htm>.
  
Por esta razón, los trabajos del amor heróico en alto grado, desde el principio hasta la actualidad, constituyen una marca distintiva de la Iglesia Católica, el compromiso de la santidad en incontables números de sus hijos e hijas.
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Traducido por Giovanni E. Reyes. L H M
 
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La prudencia nos permite que es lo que se debe desear y que no, obtiene heroicidad cuando coincide con el “regalo del consejo”, dentro de una perspectiva de lo que en la orientación divina es una conducta correcta e incorrecta. Los bollandistas dicen de San Pancrasio Radbert: “Fue tan grande su prudencia que un manantial de prudencia parecía brotar de su mente. Se mantenía allí el pasado, presente y futuro y fue capaz de decir, por el consejo de Dios, que se debía hacer en cada caso” (2 January, c. v, n.16).
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La justicia, la que da a cada uno su deber, es el pivote alrededor del cual gravitan las virtudes religiosas de la piedad, obediencia, gratitud, veracidad, amistad y muchas más. Actos de justicia los encontramos en Jesús sacrificando su vida como fue su deber, y en Abraham dispuesto a sacrificar a su propio hijo en acto de obediencia a la voluntad de Dios.
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La fortaleza, la que nos urge a mantenernos firmes en momentos difíciles en nuestro sendero del deber, es en si misma un elemento heróico en la práctica de la virtud. Ella alcanza su pináculo cuando llega a sobrepasar obstáculos que hubiesen sido insuperables para la virtud ordinaria.
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La temperanza o templanza nos mantiene alejados de las pasiones, cuando estas últimas nos inclinan a actuar incorrectamente, se origina el compromiso, la modestia, la abstinencia, castidad, sobriedad, y otras virtudes. Ejemplos de templanza heróica se tienen en San José y San Juan el Bautista. Debe notarse que cada acto de virtud derivados de los principios Divinos tienen en nosotros elementos de todas las virtudes; sólo el acto de análisis mental, ve el mismo acto desde varios aspectos.
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BENEDICT XIV, De servorum Dei beatificatione et beatorum canonizatione, chs. xxxi-xxxviii, in Opera omnia, III (Prato, 1840); DEVINE, Manual of Mystical Theology (Londres, 1903); SLATER, A Manual of Moral Theology (Londres, 1908); WILHELM AND SCANNELL, Manual of Catholic Theology (Londres, 1906).
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J. WILHELM
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Transcripción de Robert B. Olson
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Traducción al castellano de Giovanni E. Reyes
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Ofrecido a Dios Omnipotente por mi amada esposa Susan K. Olson
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Última revisión de 20:15 22 ago 2021

Virtud Heroica: La noción de heroicidad se deriva de héroe, originalmente un guerrero, un semidios; por lo tanto supone un grado de valentía, fama y distinción que coloca a un hombre muy por encima de sus compañeros. San Agustín fue el primero que aplicó el título pagano de héroe a los mártires cristianos; desde entonces ha prevalecido la costumbre de concederlo no sólo a los mártires, sino a todos los confesores cuyas virtudes y buenas obras dejan muy atrás las de la gente buena ordinaria. El Papa Benedicto XIV, cuyos capítulos sobre las virtudes heroicas son clásicos, describe la heroicidad en los siguientes términos: “para ser heroica una virtud cristiana debe capacitar a su dueño para realizar acciones virtuosas con extraordinaria prontitud, facilidad y placer, por motivos sobrenaturales y sin razonamientos humanos, con auto-abnegación y pleno control de las inclinaciones naturales”. Una virtud heroica es por tanto, un hábito de buena conducta que llega a ser como una segunda naturaleza, una nueva fuerza motriz más fuerte que todas las correspondientes inclinaciones innatas, capaz de volver fáciles una serie de actos cada uno de los cuales, para el hombre ordinario, hubiesen significado dificultades muy grandes, sino insuperables.

Tal grado de virtud pertenece solamente a almas que ya se han purificado de los apegos mundanos, y que se han anclado sólidamente en el amor de Dios. Santo Tomás de Aquino (I-II: 61:4) dice: “la virtud consiste en el seguir o imitar a Dios. Toda virtud, como toda otra cosa, tiene su tipo (ejemplar) en Dios. Por tanto la mente divina en sí misma es el tipo de prudencia; Dios, al utilizar todas las cosas para servir a su Gloria, es el tipo de templanza o temperancia, por el cual el hombre sujeta sus bajos apetitos a la razón; cuando Dios aplica la ley eterna a todas sus obras, se tipifica la justicia; la inmutabilidad divina es el tipo de la fortaleza. Y, debido a que está en la naturaleza del hombre vivir en sociedad, las cuatro virtudes cardinales son sociales (politicae) en la medida en que mediante ellas, el hombre ordena rectamente su conducta en la vida diaria. No obstante, el hombre debe levantarse a sí mismo más allá de su vida natural hacia la vida divina: ‘Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial.’ (Mateo 5,48). Por lo tanto, es necesario colocar ciertas virtudes en medio de las virtudes sociales, que son humanas, y las virtudes ejemplares, que son divinas. Estas virtudes intermedias son de dos grados de perfección: las menores en el alma que todavía luchan por elevarse de la vida de pecado hacia la semejanza con Dios---estas son las virtudes purificatorias (virtutes purgatoriae); las mayores están en el alma que ya ha logrado la semejanza con Dios---éstas son las virtudes de las almas purificadas (virtutes jam purgati animi). En menor grado, la prudencia, movida por la contemplación de las cosas Divinas, desprecia todo lo terrenal y dirige todos los pensamientos del alma sólo hacia Dios; la templanza renuncia, en tanto lo permite la naturaleza, a las cosas requeridas por las necesidades corporales; la fortaleza quita el temor de abandonar esta vida y se enfrenta la vida del más allá; la justicia aprueba las disposicones antes mencionadas. En la suma perfección de las almas ya purificadas y firmemente unidas a Dios, la prudencia no conoce otra cosa que su pertenencia a Dios; la templanza ignora los deseos terrenales; la fortaleza no conoce pasiones; la justicia se une a la mente divina en un pacto permanente, para hacer las cosas de manera consecuente. Este grado de perfección pertenece a los bienaventurados en el cielo o a unos pocos de los más perfectos en esta vida.”

Estos pocos “perfectissimi” son los héroes de la virtud, los candidatos para los honores del altar, los santos de la tierra.

Conjuntamente con las cuatro virtudes cardinales, el santo cristiano debe estar dotado de las tres virtudes teologales, especialmente con el amor divino (caridad); la virtud que forma, bautiza y consagra, por decirlo así, todas las demás virtudes, la que las asocia y unifica en un esfuerzo poderoso para participar en la vida divina. Algunos comentarios sobre las “pruebas de heroicidad” requeridas en el proceso de beatificación servirán para ilustrar en detalle los principios generales expuestos arriba.

Así como el amor está en la cima de todas las virtudes, la fe está en su base. Es por la fe que se aprehende primeramente a Dios y que el alma es levantada a la vida sobrenatural. La fe es el secreto de la propia conciencia; se manifiesta al mundo en las buenas obras en las cuales se vive, “la fe sin obras es fe muerta” (Stgo. 2,26). Tales obras son: la profesión externa de la fe, la estricta observancia de los Mandamientos Divinos, la oración, la devoción filial a la Iglesia, el temor de Dios, el horror al pecado, la penitencia por los pecados cometidos, la paciencia en la adversidad, etc. Todas o algunas de éstas alcanzan el grado de heroicidad cuando son practicadas con absoluta perseverancia, durante un largo período de tiempo, o bajo circunstancias tan irritantes en las cuales hombres de perfección ordinaria se hubiesen abstenido de actuar. Los mártires que mueren en los tormentos por la fe, los misioneros que dedican sus vidas a propagarla, los pobres humildes que con su paciencia infinita arrastran su miserable existencia a fin de hacer la voluntad de Dios y cosechar su recompensa posteriormente: todos ellos son héroes de la fe.

La esperanza es la confianza firme de que Dios nos dará la vida eterna y todos los medios necesarios para obtenerla; alcanza heroicidad cuando asciende a una inquebrantable confianza y seguridad en la ayuda de Dios en todos los eventos adversos de la vida, cuando está dispuesta a abandonar y sacrificar todos los demás bienes, a fin de obtener la prometida felicidad del cielo. Tal grado de esperanza tiene sus raíces en una fe igualmente perfecta. Abraham, el modelo de los fieles, es también el modelo de los esperanzados “el cual, esperando contra toda esperanza… y no vaciló en su fe al considerar su cuerpo ya sin vigor… ni el vientre de Sara, igualmente estéril”. (Rom. 4,18-22).

La caridad inclina al hombre a amar a Dios sobre todas las cosas con amor de amistad. El amigo perfecto de Dios dice con San Pablo: “con Cristo estoy crucificado; y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí.” (Gál. 2,19-20). Porque amor significa unión. Su tipo celestial es la Santísima Trinidad en Unidad; su grado máximo en las criaturas de Dios es la visión beatífica, es decir, la participación en la vida de Dios. En la tierra es la fructífera madre de la santidad, la única cosa necesaria, la única posesión totalmente satisfactoria. Se exalta en 1 Cor. 13, en el Evangelio según San Juan y las Epístolas; el discípulo amado y el feroz misionero de la cruz son los mejores intérpretes del misterio de amor revelado a ellos en el Corazón de Jesús. Con el mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas, Jesús pareó uno más: “el segundo es parecido al primero: amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos” (Mc. 12,31). La semejanza o vínculo entre ambos mandamientos se basa en esto: que en nuestro semejante amamos la imagen y semejanza de Dios, sus hijos adoptivos y herederos de su Reino. Por tanto, servir a nuestro prójimo es servir a Dios. Y las obras de misericordia espirituales y temporales realizadas en este mundo decidirán nuestro destino en el próximo: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino... porque tuve hambre y me disteis de comer... En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicísteis”. (Mt. 25,34-40). Por esta razón, las obras de caridad en grado heroico han sido, desde el principio hasta la actualidad, una marca distintiva de la Iglesia Católica, el compromiso de santidad en incontables números de sus hijos e hijas.

La prudencia, que nos permite conocer qué desear y qué evitar, alcanza la heroicidad cuando coincide con el “don de consejo”, es decir, un discernimiento claro ayudado por Dios sobre cuál es la conducta correcta y la incorrecta. Los Bolandistas dicen de San Pascasio Radberto: “Fue tan grande su prudencia que un manantial de prudencia parecía brotar de su mente. Pues contemplaba juntos el pasado, el presente y el futuro y era capaz de decir, por el consejo de Dios, que se debía hacer en cada caso” (2 de enero, c. V, n.16).

La justicia, que da a cada uno lo debido, es el eje alrededor del cual gravitan las virtudes religiosas de la piedad, obediencia, gratitud, veracidad, amistad y muchas más. Actos de justicia heroica se vieron en Jesús, quien sacrificó su vida para dar gloria a Dios, y en Abraham, dispuesto a sacrificar a su propio hijo en obediencia a la voluntad de Dios.

La fortaleza, la que nos alienta cuando la dificultad se interpone en el camino de nuestra obligación, es en sí misma el elemento heroico en la práctica de la virtud; alcanza su pináculo cuando supera obstáculos que hubiesen sido invencibles para la virtud ordinaria.

La templanza o temperancia, que nos mantiene alejados de las pasiones cuando éstas nos inclinan a actuar incorrectamente, comprende la buena conducta, la modestia, la abstinencia, la castidad, la sobriedad y otras. Ejemplos de templanza heroica son San José y San Juan el Bautista.

En fin, se debe señalar que casi todo acto de virtud que procede del principio divino dentro de nosotros posee en sí mismo los elementos de todas las virtudes; sólo el análisis mental visualiza el mismo acto desde varios aspectos.


Bibliografía: BENEDICTO XIV, De servorum Dei beatificatione et beatorum canonizatione, chs. XXXI-XXXVIII, en Opera omnia, III (Prato, 1840); DEVINE, Manual de Teología Mística (Londres, 1903); SLATER, Manual de Teología Moral (Londres, 1908); WILHELM AND SCANNELL, Manual de Teología Católica (Londres, 1906).

Fuente: Wilhelm, Joseph. "Heroic Virtue." The Catholic Encyclopedia. Vol. 7. New York: Robert Appleton Company, 1910. <http://www.newadvent.org/cathen/07292c.htm>.

Traducido por Giovanni E. Reyes. L H M