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Martes, 19 de marzo de 2024

Reserva Mental

De Enciclopedia Católica

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Reserva Mental es el nombre aplicado a una doctrina que ha surgido de la enseñanza católica común acerca de la mentira y la cual es su complemento.

Doctrina Católica sobre la Mentira

De acuerdo a la enseñanza católica común, nunca es permitido decir una mentira, ni siquiera para salvar una vida humana. Una mentira es algo intrínsecamente malo, y como no se puede hacer un mal del cual salga un bien, nunca se nos permite decir una mentira. Sin embargo, también estamos en la obligación de guardar fielmente los secretos, y a veces la forma más fácil de cumplir ese deber es decir lo que es falso o decir una mentira. Escritores de todos los credos y de ninguno, tanto antiguos como modernos, han aceptado esta posición francamente. Ellos admiten la doctrina de la mentira de necesidad, y mantienen que cuando hay un conflicto entre la justicia y la veracidad, la justicia debe prevalecer. La enseñanza católica común ha formulado la teoría de la reserva mental como un medio por el cual las demandas de la justicia y la veracidad pueden ser satisfechas.

Doctrina de la Reserva Mental Amplia

San Raimundo de Peñafort, el primer escritor en casuística, mencionó la doctrina por primera vez, tentativamente y con gran inseguridad. En su "Suma" (1235) San Raimundo cita el dicho de San Agustín que una persona no debe matar su propia alma por mentir a fin de preservar la vida de otro, y que sería una doctrina más peligrosa admitir que podemos hacer un mal menor para evitar otro haciendo uno mayor. Y muchos doctores enseñan esto, dice, aunque acepta que otros enseñan que una mentira debería decirse cuando la vida humana está en juego. Entonces añade: “

“Creo, como al presente aconsejado, que cuando unos asesinos, empeñados en quitarle la vida a alguien que está escondido en la casa, le preguntan a uno si la persona está ahí, no se le debe responder nada; y si esto lo entrega, su muerte será imputada a los asesinos, no al silencio del otro. O puede usar una expresión equívoca, y decir "Él no está en casa", o algo por el estilo. Y esto puede ser defendido por un gran número de casos que se encuentran en el Antiguo Testamento. O puede decir simplemente que él no está allí, y si su conciencia le dice que debe decir eso, entonces él no hablará contra su conciencia, ni pecará. Tampoco San Agustín se opone realmente a cualquiera de estos métodos.”

Tales expresiones como “él no está en casa” fueron llamadas equívocos o anfibologías, y cuando hubo buena razón para usarlas, todos admitieron su legitimidad. Si la persona por la que se preguntaba estaba realmente en la casa, pero no deseaba ver al visitante, el significado de la frase “no está en casa” estaba restringido por la mente del hablante en este sentido, “él no está en casa para usted, o para verlo a usted.” De ahí que los equívocos y anfibologías vinieron a ser llamados restricciones o reservas mentales. Se admitía generalmente que una expresión equívoca no tiene que utilizarse necesariamente cuando las palabras del hablante reciben un significado especial a partir de las circunstancias en que se encuentre, o a partir del cargo que ocupa. Así, si a un confesor se le pregunta por los pecados que se le dieron a conocer en la confesión, él debe contestar “Yo no sé”, y tales palabras al ser usadas por un sacerdote significan “Yo no sé aparte de la confesión”, o “Yo no sé como hombre”, o “No tengo conocimiento de materia que pueda comunicar.”

Todos los escritores católicos concurrían y concurren que cuando hay buena razón, tales expresiones como la de arriba se pueden usar, y que no constituyen mentiras. Los que las oyen las entenderán en un sentido que no es cierto, pero el hablante puede permitir su propio engaño por una buena razón. Si no hay ninguna buena razón para lo contrario, la veracidad requiere que todos hablen franca y abiertamente de tal modo que sean entendidos por sus oyentes. Se comete pecado si se usan las reservas mentales sin justa causa, o en casos cuando el que interroga tiene derecho a la verdad desnuda.

Doctrina de la Reserva Mental Estricta

En el siglo XVI un desarrollo adicional de esta doctrina comúnmente aceptada comenzó a ser admitido incluso por algunos teólogos de renombre. Es probable que no estemos equivocados si le atribuimos el cambio a las circunstancias políticas muy difíciles de la época debido a las guerras de religión. Martin Aspilcueta, el "Doctor Navarro", como se le llamaba, fue uno de los primeros en desarrollar la nueva doctrina. Él se acercaba al final de una larga vida, y era considerado como la principal autoridad viviente sobre todo en el derecho canónico y teología moral, cuando fue consultado sobre un caso de conciencia por los padres del colegio jesuita de Valladolid. El caso que le enviaron para solución estaba redactado en los siguientes términos:

”Ticio, quien le dijo privadamente a una mujer ‘Te tomo por esposa’ sin la intención de casarse con ella, le contestó al juez que le preguntaba si él había dicho estas palabras que él no las había dicho, entendiendo mentalmente que él no la dijo con la intención de casarse con la mujer.”

Se le preguntó a Navarro si Ticio dijo una mentira, si había cometido perjurio, o si había cometido algún pecado en absoluto. Él redactó una elaborada opinión sobre el caso y se la dedicó al pontífice reinante Papa Gregorio XIII. Navarro sostuvo que Ticio ni mintió, ni cometió perjurio, ni el pecado que fuese, sobre la suposición de que tenía una buena razón para responder como lo hizo.

Esta teoría llegó a conocerse como la doctrina de la reserva mental estricta, para distinguirla de la reserva mental amplia de la que hemos tratado hasta aquí. En la reserva mental estricta el hablante añade mentalmente alguna calificación de las palabras que pronuncia, y las palabras junto con la calificación mental hacen una afirmación verdadera de conformidad con los hechos. Por otro lado, en una reserva mental amplia, la calificación proviene de la ambigüedad de las palabras mismos, o de las circunstancias de tiempo, lugar o persona en la que se pronuncian.

La opinión de Navarro fue recibida como probable por tales teólogos contemporáneos de diferentes escuelas como Salón, Sayers, Suárez y Lesio. El teólogo jesuita Sánchez la formuló en términos claros y distintos, y añadió el peso de su autoridad al lado de los defensores. Laymann, sin embargo, otro teólogo jesuita de igual o mayor peso, rechazó la doctrina, al igual que Azor, S.J., el dominico Soto, entre otros. Laymann muestra en detalle considerable de que esas reservas son mentiras. Pues dice una mentira la persona que hace uso de palabras que son falsas con la intención de engañar a otro. Y esto es lo que se hace cuando se hace uso de la reserva mental estricta. Las palabras pronunciadas no expresan la verdad según conocida por el hablante. Están en desacuerdo con ella y por lo tanto constituyen una mentira.

La opinión de Navarro fue debatida libremente en las escuelas por algunos años, y trataron sobre ella algunos de los confesores católicos de la fe en Inglaterra en las difíciles circunstancias en las que eran puestos a menudo. Sin embargo, fue condenada, según formulada por Sánchez, por el Papa Inocencio XI el 2 de marzo de 1679 (proposiciones 26, 27). Luego de esta condena por la Santa Sede ningún teólogo católico ha defendido la legitimidad de la reserva mental estricta.


Fuente: Slater, Thomas. "Mental Reservation." The Catholic Encyclopedia. Vol. 10, pp 195-196. New York: Robert Appleton Company, 1911. 5 Sept. 2016 <http://www.newadvent.org/cathen/10195b.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina