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Viernes, 26 de abril de 2024

Evangelio según San Juan

De Enciclopedia Católica

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Contenido y Esquema del Evangelio

De acuerdo al orden tradicional, el Evangelio de San Juan ocupa el último lugar entre los cuatro Evangelios canónicos. Aunque en muchas de las antiguas copias este Evangelio, teniendo en cuenta la dignidad apostólica de su autor, estaba ubicado inmediatamente después o incluso antes del Evangelio según San Mateo, la posición que ocupa hoy fue desde el principio la más usual y la más aceptada. En cuanto a su contenido, el Evangelio de San Juan es una narración de la vida de Jesús desde su Bautismo hasta su Resurrección y su propia manifestación en medio de sus discípulos. La crónica se divide naturalmente en cuatro secciones:

  • el prólogo (1,1-18) contiene lo que es en cierto modo un breve resumen de todo el Evangelio en la doctrina de la Encarnación del Verbo Eterno;
  • la primera parte (1,19 - 12,50), que relata la vida pública de Jesús desde su Bautismo hasta la Víspera de su Pasión;
  • La segunda parte (13 - 21,23), que relata la historia de la Pasión y la Resurrección;
  • un corto epílogo (21,23 - 25), que se refiere a la gran mayoría de las palabras y hechos del Salvador que no están registradas en el Evangelio.

Cuando consideramos la distribución del material por parte del evangelista, encontramos que sigue el orden histórico de los sucesos, como es evidente por el análisis previo. Pero el autor tiene además una especial preocupación por determinar exactamente el momento en que ocurren y la conexión de los distintos sucesos ajustados dentro de su estructura cronológica. Esto se ve claramente desde el comienzo de su narración cuando, como en un diario, él relata las circunstancias concomitantes de los comienzos del principio del ministerio público del Salvador, con cuatro indicaciones definidas sucesivas del tiempo (1,29.35.43; 2,1). Le otorga un énfasis especial al primer milagro: “Así, en Caná de Galilea hizo Jesús el primero de los signos... ” (2,11), y “Este segundo signo lo hizo Jesús cuando vino de Judea a Galilea” (iv, 54). Finalmente, se refiere reiteradamente a las grandes festividades nacionales y religiosas de los judíos con el propósito de indicar la secuencia histórica exacta de los hechos relatados (2,13; 5,1; 6,4; 7,2; 10,22; 12,1; 13,1).

Todos los exégetas antiguos y la mayoría de los modernos están plenamente justificados, por lo tanto, cuando consideran estrictamente esta distribución cronológica de los sucesos como base de sus comentarios. Las opiniones divergentes de algunos pocos estudiosos modernos no tienen una base objetiva ya sea en el texto del Evangelio o en la historia de su exégesis.

Peculiaridades Distintivas

El cuarto Evangelio está escrito en griego, y aun un estudio superficial de él es suficiente para revelar muchas particularidades, que le dan a la narración un carácter distintivo. La dicción y el vocabulario son especialmente característicos. Es cierto que su vocabulario es menos rico en expresiones peculiares que el de San Pablo o el de Lucas: él usa en total alrededor de noventa palabras que no se encuentran en ningún otro hagiógrafo. Son más numerosas las expresiones usadas más frecuentemente por Juan que por los otros escritores sagrados. Más aun, en comparación con los otros libros del Nuevo Testamento, la narración de San Juan contiene una proporción muy considerable de aquellas palabras y expresiones que podrían llamarse el lenguaje común de los cuatro evangelistas.

Lo que es aun más distintivo que el vocabulario es el uso gramatical de las partículas, pronombres, preposiciones, verbos, etc. en el Evangelio de San Juan. También se distingue por muchas particularidades de estilo – asíndeton, reduplicación, repetición, etc. En resumen, el evangelista revela una estrecha intimidad con el lenguaje helenístico del siglo I de nuestra era, que encuentra en sus manos, en ciertas expresiones, un tono hebreo. Su estilo literario es alabado merecidamente por su simpleza noble, natural y no exenta de arte. Combina armoniosamente el lenguaje rústico de los Sinópticos con la fraseología urbana de San Pablo.

Lo primero que llama nuestra atención en el tema central del Evangelio es que circunscribe la narración a lo cronológico de los sucesos que tienen lugar en Judea y Jerusalén. De los hechos del Salvador en Galilea Juan relata solo unos pocos sucesos, sin entrar en detalles, y de los mismos solo dos---la multiplicación de los panes y peces (6,1-16), y el viaje marítimo (6,17-21)---ya han sido relatados por los Evangelios Sinópticos.

Una segunda particularidad del material se ve en la elección de su tema central, ya que en comparación con los otros evangelistas, Juan relata sólo unos pocos milagros y concentra su atención más en los discursos de Jesús que en sus obras. En la mayoría de los casos los hechos sólo relatan, por decirlo así, una trama para las palabras, conversaciones, y enseñanzas del Salvador y sus disputas con sus adversarios. En realidad son las controversias con los miembros del Sanedrín en Jerusalén lo que parece llamar especialmente la atención del evangelista. En estas ocasiones, el interés de San Juan es altamente teológico, tanto en la narración de las circunstancias como en el registro de los discursos y conversaciones del Salvador. Con justicia, por lo tanto, se le concedió a San Juan aun en los tiempos primitivos del cristianismo, el título honorífico de “teólogo” de los evangelistas. Existen, en particular, ciertas grandes verdades, a las cuales el Evangelio constantemente retorna y las cuales pueden ser consideradas como ideas gobernantes, y una mención especial debe hacerse de expresiones como Luz del Mundo, la Verdad, la Vida, la Resurrección, etc. Es frecuente que ésta y otras frases se encuentren en forma concisa y gnómica al comienzo de un coloquio o discurso del Salvador, y frecuentemente retorna, como un “leifmotif”, a intervalos durante el discurso (Ej. 6,35.48.51.58; 10,7.9; 15,1.5; 17,1.5; etc.).

En un grado mayor que en los Sinópticos, la narración completa del cuarto Evangelio se centra en la Persona del Redentor. Desde las primeras frases iniciales Juan dirige su mirada a lo más recóndito de la eternidad, a la Palabra Divina en el seno del Padre. Nunca se cansa de retratar la gloria y dignidad del Verbo Eterno, el cual se dignó aceptar su permanencia entre los hombres que, mientras reciben la revelación de Su Divina Majestad, podrán participar en la plenitud de la verdad y de su gracia. Como evidencia de la Divinidad del Salvador el autor relata alguna de las grandes maravillas mediante las cuales Cristo revela su gloria, aunque él intenta más bien llevarnos hacia un profundo entendimiento de la Divinidad y majestad de Cristo mediante la consideración de sus palabras, discursos y enseñanzas, e imprimir así en nuestras mentes las grandes maravillas de Su divino amor.

Autoría

Con excepción de los herejes mencionados por San Ireneo (Adv. haer., III.11.9) y San Epifanio (Haer. LI, 3), la autenticidad del cuarto Evangelio raramente fue cuestionada seriamente hasta fines del siglo XVIII. Evanson (1792) y Bretschneider (1820) fueron los primeros que cuestionaron la tradición en cuanto a la autoría del Evangelio; y desde entonces David Friedrich Strauss (1834-40) adoptó los puntos de vista de Bretschneider y los miembros de la Escuela de Tübingen, siguiendo a Ferdinand Christian Baur, negaron la autenticidad de este Evangelio; la mayoría de los críticos fuera de la Iglesia Católica han negado que el cuarto Evangelio sea auténtico. Como admiten muchos críticos, la razón principal descansa en el hecho de que Juan clara y enfáticamente hizo la verdadera Divinidad del Redentor el centro de su narración, en sentido estrictamente metafísico. Sin embargo, aunque Harnack niega la autenticidad del cuarto Evangelio, ha tenido que admitir que ha buscado en vano una solución satisfactoria para el problema joánico: “Una y otra vez he intentado resolver el problema desde varias posibles teorías, las cuales me llevaron a mayores dificultades, y aun generaron mayores contradicciones”. ("Gesch. der altchristl. Lit.", I, pt. II, Leipzig, 1897, p. 678.)

Un breve examen de los argumentos tendientes a la solución del problema de la autoría del cuarto Evangelio permitirá al lector formarse un juicio independiente.

Prueba histórica directa

Si, como demanda el carácter de la cuestión histórica, consultamos primero el testimonio histórico del pasado, descubrimos el hecho admitido universalmente que, desde el siglo III hasta al menos el siglo XVIII, se aceptó sin cuestionamientos al Apóstol San Juan como el autor del cuarto Evangelio. Por lo tanto, al examinar la evidencia, podemos empezar desde el siglo III, y luego retroceder hasta el tiempo de los Apóstoles.

Las antiguas traducciones y manuscritos del Evangelio constituyen el primer grupo de evidencia. En los títulos, tablas de contenido, firmas, que usualmente se agregan a los textos de los Evangelios por separado, siempre y en todos los casos se menciona a Juan como el autor de este Evangelio sin la menor indicación de duda. Si bien es cierto que el manuscrito existente más antiguo no se remonta más allá del siglo IV, la perfecta unanimidad de todos los códices prueba a todo crítico que los prototipos de estos manuscritos, en una fecha mucho más antigua, deben haber contenido las mismas indicaciones respecto al autor. Es similar el testimonio de las traducciones del Evangelio, de las cuales las versiones siríaca, copta y latina antigua se remontan es sus formas más ancestrales hasta el siglo II.

Las evidencias aportadas por los primeros autores eclesiásticos, cuya referencia a cuestionamientos sobre la autoría del Evangelio es sólo incidental, están de acuerdo con las fuentes arriba mencionadas. Es verdad que San Dionisio de Alejandría (264-5), buscó un autor diferente para el Apocalipsis, debido a las dificultades especiales alegadas por los milenaristas en Egipto; pero siempre dio por sentado como hecho indiscutible que el Apóstol Juan era el autor del cuarto Evangelio. Es igualmente claro el testimonio de Orígenes (m. 254), quien sabía por la Tradición de la Iglesia que Juan fue el último de los evangelistas en escribir su Evangelio (Eusebio, "Hist. ecl.", VI.25.6), y por lo menos nos ha llegado gran parte de sus comentarios sobre el Evangelio de San Juan, en los cuales deja en claro en todas partes su convicción del origen apostólico de la obra. El maestro de Orígenes, Clemente de Alejandría (m. antes de 215-6), relata como “tradición de los antiguos presbíteros”, que el Apóstol San Juan, el último de los Evangelistas, “lleno del Espíritu Santo ha escrito un Evangelio espiritual” (Eusebio, op. cit., VI, XIV, 7).

De mayor importancia aun es el testimonio de San Ireneo, obispo de Lyon (m. alrededor 202), tan ligado a la era apostólica a través de su maestro San Policarpo, discípulo del apóstol San Juan. El país natal de Ireneo (Asia Menor) y el escenario de su subsecuente ministerio (Galia), lo convierten en un testigo de la fe tanto en la Iglesia de Oriente como en la de Occidente. Cita en sus escritos al menos cien versos del cuarto Evangelio, a menudo con la observación “como dice San Juan, el discípulo del Señor”. Al hablar de la composición del cuarto Evangelio, dice sobre este último: “Más tarde Juan, el discípulo del Señor que descansó sobre su pecho, también escribió un Evangelio, mientras residía en Éfeso en Asia” (Adv. Haer., III, I, n. 2). Tanto aquí como en los otros textos es claro que “Juan, el discípulo del Señor”, no se refiere a otro que no sea el Apóstol Juan.

Encontramos que la misma convicción respecto a la autoría del cuarto Evangelio se expresa en mayor extensión en la Iglesia Romana alrededor del 170, por los escritos del Canon Muratorio (líneas 9-34). El obispo Teófilo de Antioquía en Siria (antes del 181) también cita el comienzo del cuarto Evangelio como palabras de San Juan (Ad Autolycum, II, XXII). Finalmente, según el testimonio de un manuscrito Vaticano (Codex Regin Sueci seu Alexandrinus, 14), el obispo San Papías de Hierápolis en Frigia, discípulo inmediato del apóstol San Juan, incluye en su gran obra exegética, un relato de la composición del Evangelio de San Juan durante el cual él había estado empleado como escriba del Apóstol.

Es apenas necesario repetir que, en los pasajes antedichos, Papías y los otros antiguos escritores tenían en mente sólo a un Juan, a saber llamado el apóstol y evangelista, y no a otro Juan el Presbítero, que se debe distinguir del Apóstol (Vea San Juan el Evangelista).

Evidencia externa indirecta

Además del testimonio claro y explícito, los primeros siglos del cristianismo testifican en forma indirecta y de diversas formas el origen joánico del cuarto Evangelio. Entre esta evidencia indirecta, se debe asignar el lugar más prominente a las numerosas citas de textos del Evangelio que demuestran su existencia y el reconocimiento de su pretensión de formar parte de los escritos canónicos del Nuevo Testamento, tan temprano como a comienzos del siglo II. San Ignacio de Antioquía, que murió durante el gobierno de Trajano (98 -117), revela en las citas, alusiones y puntos de vista teológicos encontrados en sus Epístolas, un íntimo conocimiento del cuarto Evangelio. En los escritos de la mayoría de los otros Padres Apostólicos existe también una familiaridad similar con este Evangelio que raramente puede ser discutido, especialmente en el caso de Policarpo, el “Martirio de Policarpo”, la “Carta a Diogneto” y el “Pastor” de Hermas (cf. la lista de citas y alusiones en la edición de los Padres Apostólicos de F. X. Funk).

Al hablar de San Papías, Eusebio dice (Hist. Ecl. III.39.17) que él usó en sus obras pasajes de la Primera Epístola de San Juan. Pero esta Epístola necesariamente presupone la existencia del Evangelio, del cual es en cierta forma la introducción u obra acompañante. Además, San Ireneo (Adv. Haer., V, XXXII, 2) cita una frase de los “presbíteros” que contiene una cita de Juan, 14,2, y de acuerdo a la opinión de aquellos autorizados a hablar como críticos, San Papías debe ser ubicado en el primer rango de los presbíteros.

De los apologistas del siglo II, San Justino (m. alrededor de 166) de manera especial, indica en su doctrina del Logos, y en muchos pasajes de sus apologías, la existencia del cuarto Evangelio. Su discípulo Taciano, en el esquema cronológico de su "Diatessaron", sigue el orden del cuarto Evangelio, cuyo prólogo emplea como introducción a su obra. En su “Apología” también cita un texto del Evangelio.

Como Taciano, quien apostató alrededor del 172 y se unió a la secta gnóstica de los encratitas, muchos otros herejes del siglo II también aportan testimonio indirecto respecto al Cuarto Evangelio. Basílides apela a Juan 1,8 y 2,4. Valentino busca apoyo para sus teorías de los eones en expresiones tomadas de Juan, su pupilo Heracleón compuso, alrededor del 160, un comentario sobre el cuarto Evangelio, mientras Ptolomeo, otro de sus seguidores, da una explicación del prólogo del Evangelista. Marción preserva una porción del texto canónico del Evangelio de San Juan (13,4-15; 34,15.19) en su propio evangelio apócrifo. Los montanistas deducen su doctrina del Paráclito principalmente de los capítulos 15 y 16 de Juan. De forma similar en su “Discurso verdadero” (alrededor 178) el filósofo pagano Celso basa algunas de sus proposiciones en pasajes del cuarto Evangelio.

Por otro lado, las más antiguas liturgias eclesiásticas y monumentos del arte cristiano primitivo también proveen testimonio indirecto respecto a este Evangelio. En cuanto a las primeras, desde el comienzo hallamos textos del cuarto Evangelio usados en todas partes de la Iglesia, y frecuentemente con especial predilección. Además, a modo de ejemplo, la resurrección de Lázaro representado en las catacumbas forma, por así decirlo, un monumento conmemorativo del capítulo 11 del Evangelio de San Juan.

El testimonio del Evangelio mismo

El Evangelio por sí mismo facilita una solución totalmente inteligible a la cuestión de su autoría.

(1) Carácter general de la obra: En primer lugar, del carácter general de la obra podemos obtener algunas inferencias respecto a su autor. A juzgar por su lenguaje, el autor es un judío palestino, quien estaba muy familiarizado con el griego helénico de las clases altas. También despliega un conocimiento exacto de las condiciones geográficas y sociales de Palestina aun en sus más ligeras referencias incidentales. Debe haber disfrutado de una relación personal con el Salvador y debe haber pertenecido al círculo de sus más íntimos amigos. El mismo estilo de su relato muestra que el escritor ha sido testigo ocular de la mayoría de los sucesos. Respecto a los Apóstoles Juan y Santiago, el autor muestra una minuciosa y característica reserva. Nunca menciona sus nombres, aunque da los nombres de la mayoría de los apóstoles, y sólo una vez, y quizás muy incidentalmente, habla de “los hijos de Zebedeo” (21,2). En varias ocasiones, cuando trata de incidentes en los que estaba involucrado el apóstol San Juan, parece que trata intencionalmente de evitar mencionar su nombre (Jn 1,37-40; 18,15.16; cf. 20:3-10). Habla nueve veces de Juan el Precursor sin darle el título de “el Bautista”, como hacen invariablemente los otros evangelistas para distinguirlo del apóstol. Todas estas indicaciones apuntan claramente a la conclusión que el apóstol Juan debe haber sido el autor del cuarto Evangelio.

(2) El testimonio explícito del autor: Motivos aún más claros para esta opinión se encuentran en el testimonio explícito del autor. Habiendo mencionado en su relato de la Crucifixión que el discípulo amado por Jesús permanecía junto a la Cruz al lado de la madre de Jesús (Jn 19,26 ss.), después de relatar la Muerte de Cristo y de que abrieran su costado derecho, él agrega la solemne afirmación: “El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero; y él sabe que dice la verdad para que también vosotros creáis” (19,35). De acuerdo a lo que todos admiten Juan es el “discípulo que el Señor amó”. Su testimonio aparece en el Evangelio que por muchos años consecutivos anunció en palabras de su boca y que ahora puso por escrito para instruir a los fieles. Nos asegura, no solamente que este testimonio es verdadero, sino que él es testigo personal de esta verdad. De este modo se identifica con el discípulo amado por Jesús y de quien solo él puede dar tal testimonio por su íntimo conocimiento. En forma similar el autor repite este testimonio al final de su Evangelio. Luego de referirse nuevamente al discípulo que Jesús amó, inmediatamente agrega las palabras: “Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas y las ha escrito, y sabemos que su testimonio es verdadero” (Jn 21,24). Como demuestra el siguiente versículo, su testimonio se refiere no solamente a los sucesos recientemente descritos sino a todo el Evangelio. Está más de acuerdo con el texto y el estilo general del evangelista considerar estas palabras finales como la propia composición del autor. Aunque preferimos, de todas formas, ver este versículo como una adición del primer lector y discípulo del apóstol, el texto constituye la evidencia más temprana y venerable del origen joánico del cuarto Evangelio.

(3) Comparación del Evangelio con las Epístolas de San Juan: Finalmente podemos obtener evidencia respecto al autor del Evangelio del Evangelio mismo, comparando su obra con las tres Epístolas, las cuales han mantenido su lugar entre las Epístolas Católicas como escritas por el Apóstol Juan. Podemos aquí dar por sentado como un hecho admitido por la mayoría de los críticos, que estas Epístolas son obra del mismo escritor, y que el autor es idéntico al autor del Evangelio. En realidad los argumentos basados en la unidad de estilo y lenguaje, en la uniforme enseñanza joánica, en el testimonio de la antigüedad cristiana, hacen imposible cualquier duda razonable sobre la autoría en común. Al comienzo de la Segunda y Tercera Epístolas el autor se denomina simplemente “el presbítero”---evidentemente el título honorífico por el cual era comúnmente conocido entre la comunidad cristiana. Por otra parte, en su Primera Epístola, enfatiza repetidamente y con gran sinceridad el hecho que él era un testigo ocular de los sucesos concernientes a la vida de Cristo de quien él (en su Evangelio) ha dado testimonio entre los cristianos: “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de Vida, pues la vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba junto al Padre y que se nos ha manifestado; lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos” (1 Juan 1,1-3; cf. 4,14). Este presbítero que encuentra suficiente usar tal título honorario sin otra calificación como su nombre propio, y que por otra parte fue testigo ocular y auditivo de los incidentes de la vida del Salvador, no puede ser otro que el presbítero Juan mencionado por Papías, que a su vez no puede ser otro que el Apóstol Juan (cf. San Juan el Evangelista).

Podemos por lo tanto, afirmar con la mayor certeza que el apóstol San Juan, el discípulo favorito de Jesús, fue realmente el autor del cuarto Testamento.


Bibliografía: Comentarios sobre el Evangelio de San Juan. En los tiempos cristianos primitivos: las Homilías de SAN JUAN CRISOSTOMO y los Tratados de SAN AGUSTIN; las porciones existentes de los comentarios de ORIGENES y SAN CIRILO DE ALEJANDRIA; las exposiciones de TEOFILACTO y EUTIMIO, quienes generalmente seguían a Crisóstomo, y las obras exegéticas de SAN BEDA, que sigue a Agustín. En la Edad Media: las interpretaciones de SANTO TOMAS DE AQUINO y SAN BUENAVENTURA, del beato ALBERTO MAGNO, RUPERTO DE DEUTZ, y SAN BRUNO DE SEGNI.

Fuente: Fonck, Leopold. "Gospel of St. John." The Catholic Encyclopedia. Vol. 8. New York: Robert Appleton Company, 1910. <http://www.newadvent.org/cathen/08438a.htm>.

Traducido por Angel Nadales. L H M