El Rosario
De Enciclopedia Católica
“El Rosario”, dice el Breviario Romano, “es cierta forma de oración en la que decimos quince décadas o decenas de Avemarías con un Padrenuestro entre cada diez, mientras que en cada una de estas quince décadas recordamos sucesivamente en una meditación piadosa uno de los misterios de nuestra redención". La misma lección para la Fiesta del Santo Rosario nos informa que cuando la herejía albigense estaba devastando el país de Toulouse, Santo Domingo suplicó sinceramente la ayuda de Nuestra Señora y ella lo instruyó, “así lo afirma la tradición”, para que predicara el Rosario entre las personas como antídoto contra la herejía y el pecado. A partir de ese momento, esta forma de oración fue "maravillosamente publicada en el extranjero y desarrollada [promulgari augerique coepit] por Santo Domingo, a quien, en varios pasajes de sus cartas apostólicas, los diferentes Sumos Pontífices han declarado como el institutor y autor de dicha devoción”.
Es indudablemente cierto que muchos Papas han hablado así, y entre el resto tenemos una serie de encíclicas, comenzando en 1883, emitidas por el Papa León XIII, que, mientras recomienda encarecidamente esta devoción a los fieles, asume que la institución del Rosario por Santo Domingo es un hecho históricamente establecido. De los frutos notables de esta devoción y de los favores extraordinarios que se le han otorgado al mundo a través de ella, según se cree piadosamente, algo se dirá más adelante y bajo los encabezados FIESTA DEL ROSARIO y CONFRATERNIDAD DEL ROSARIO. Nos limitaremos aquí a la controvertida cuestión de su historia, un asunto que tanto a mediados del siglo XVIII como nuevamente en los últimos años ha atraído mucha atención.
Comencemos con ciertos hechos que no serán disputados. Es tolerablemente obvio que cada vez que se ha de repetir una oración un gran número de veces, es probable que se recurra a algún aparato mecánico menos problemático que contar con los dedos. En casi todos los países, entonces, nos encontramos con algo de la naturaleza de contadores de oración o cuentas de rosario. Incluso en la antigua Nínive se encontró una escultura que Lavard, en sus "Monumentos" (I, lámina 7), describe como sigue: “Dos mujeres aladas en actitud de oración ante el árbol sagrado, levantan la mano derecha extendida y sostienen en la izquierda una guirnalda o rosario”. Sea como fuere, es cierto que entre los musulmanes ha estado en uso durante muchos siglos el Tasbih o cordón de cuentas, que consta de 33, 66 o 99 cuentas, y que se usa para contar devocionalmente los nombres de Alá. Marco Polo, en su visita al rey de Malabar en el siglo XIII, encontró para su sorpresa que el monarca utilizaba un rosario de 104 (¿108?) piedras preciosas para contar sus oraciones.
San Francisco Javier y sus compañeros quedaron igualmente asombrados al ver que los rosarios eran universalmente familiares para los budistas de Japón. Entre los monjes de la Iglesia Griega oímos hablar del kombologion, o komboschoinion, un cordón con cien nudos que se usa para contar genuflexiones y Señales de la Cruz. Del mismo modo, junto a la momia de Santa Taís, una asceta cristiana del siglo IV, recientemente desenterrada en Antinoe, Egipto, se encontró una especie de tablero de clavijas con agujeros, que generalmente se consideraba un aparato para contar oraciones. Más primitivo aún es el artificio del cual Paladio y otras autoridades antiguas nos han dejado una descripción. Cierto Pablo el Ermitaño, en el siglo IV, se había impuesto la tarea de repetir trescientas oraciones todos los días, de acuerdo con una forma establecida, para lo cual reunía trescientos guijarros y tiraba uno cada vez que terminaba una oración (Paladio, Hist. Laus., XX; Butler, II, 63). Es probable que otros ascetas, que también numeraban sus oraciones por cientos, adoptasen un recurso similar. (Cf. "Vita S. Godrici", CVIII). De hecho, cuando encontramos un privilegio papal dirigido a los monjes de San Apolinaris en Classe que les exige, en agradecimiento por las beneficios del Papa, decir Kirie Eleison trescientas veces dos veces al día (ver el privilegio de Adriano I, 782 d.C., en Jaffe-Löwenfeld, n. 2437), uno inferiría que para este propósito debe haberse utilizado casi necesariamente algún aparato de conteo.
Pero hubo otras oraciones a ser contadas relacionadas más cercanamente con el Rosario que los kirieleisones. En una fecha temprana entre las órdenes monásticas se había establecido la práctica no solo de ofrecer Misas, sino de decir oraciones vocales como sufragio por sus hermanos fallecidos. Para este propósito se prescribía constantemente la recitación privada de los 150 Salmos o de 50 Salmos, o sea, la tercera parte. Ya en el año 800 d. C. aprendemos del pacto entre San Gal y Reichenau ("Mon. Germ. Hist .: Confrat.", Piper, 140) que por cada hermano fallecido todos los sacerdotes debían celebrar una Misa y también recitar cincuenta salmos. Un estatuto en Kemble (Cod. Dipl., I, 290) prescribe que cada monje debe cantar dos cincuentas (twa fiftig) por las almas de ciertos benefactores, mientras que cada sacerdote debe cantar dos Misas y cada diácono debe leer dos pasiones.
Pero en el transcurso del tiempo, y los conversi, o hermanos legos, la mayoría de ellos bastante iletrados, se diferenciaron de los monjes de coro, se sintió que también se les debería pedir que sustituyeran los Salmos, a los que sus hermanos más educados estaban obligados por regla, por una oración simple. Así leemos en las “Antiguas Costumbres de Cluny”, recopiladas por Udalrico en 1096, que cuando se anunciaba la muerte de algún hermano distante, cada sacerdote debía ofrecer la Misa, y cada no sacerdote debía recitar cincuenta Salmos o rezar cincuenta veces el Padrenuestro ("quicunque sacerdos est cantet missam pro eo, et qui non est sacerdos quinquaginta psalmos aut toties orationem dominicam", P.L., CXLIX, 776). Del mismo modo, entre los Caballeros Templarios, cuya regla data de alrededor de 1128, los caballeros que no podían asistir al coro debían decir la Oración del Señor 57 veces en total y, a la muerte de cualquiera de los hermanos, tenían que rezar el Padrenuestro cien veces al día durante una semana.
Para contarlos con precisión, hay muchas razones para creer que ya en los siglos XI y XII se había practicado el uso de guijarros, granos o discos de hueso enhebrados en una cuerda. En cualquier caso, es seguro que la condesa Godiva de Coventry (c. 1075) dejó en su testamento a a la estatua de Nuestra Señora en cierto monasterio "la gargantilla de piedras preciosas que había enhebrado en un cordón para, al tocarlas una tras otra, poder contar exactamente sus oraciones" (Malmesbury, "Gesta Pont.”, Serie de Rollos 311). Otro ejemplo parece ocurrir en el caso de Santa Rosalía (1160 d.C.), en cuya tumba se descubrieron cordones de cuentas similares. Aún más importante es el hecho de que tales cadenas de cuentas se conocían durante la Edad Media —y en algunas lenguas continentales se conocen hoy día—, como "padrenuestros". La evidencia para esto es definitiva y viene de todas partes de Europa.
Vea también los artículos USO DE CUENTAS EN LAS ORACIONES, AVEMARÍA, PADRENUESTRO.
Fuente: Thurston, Herbert, and Andrew Shipman. "The Rosary." The Catholic Encyclopedia. Vol. 13, págs. 184-188. New York: Robert Appleton Company, 1912. 15 enero 2020 <http://www.newadvent.org/cathen/13184b.htm>.
Está siendo traducido por Luz María Hernández Medina