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Sábado, 23 de noviembre de 2024

Adjuración

De Enciclopedia Católica

Revisión de 22:17 24 jun 2010 por Luz María Hernández Medina (Discusión | contribuciones) (Página creada con '(Latín adjurare, jurar; afirmar con juramento). Conjuro. Una demanda urgente hecha a otra persona para que haga algo o desista de hacer algo, la cual resulta más solemne…')

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(Latín adjurare, jurar; afirmar con juramento).

Conjuro. Una demanda urgente hecha a otra persona para que haga algo o desista de hacer algo, la cual resulta más solemne e irresistible al unirla al nombre de Dios o de alguna persona o cosa sagrada. Ese, también, fue el uso primitivo de la palabra. Sin embargo, en su acepción teológica adjuración nunca lleva consigo la idea de un juramento, o la llamada a Dios para que sea testigo de la verdad de lo que se afirma. Adjuración es más bien un llamamiento serio, o un mandato muy severo que requiere a otro a actuar o no actuar, so pena de visitación divina o la ruptura de los lazos sagrados de reverencia y amor. Por lo tanto, cuando Cristo guardó silencio en la casa de Caifás, sin responder nada a las cosas que atestiguaban contra Él, el sumo sacerdote le obligaría a hablar y le dijo así: "Yo te conjuro por el Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios. " ( Mt. 26,63).

La adjuración puede ser deprecatoria o imprecatoria. La primera implica deferencia, afecto, reverencia u oración; la otra, autoridad, mandato o amenaza. La primera puede ser dirigida a cualquier criatura racional, excepto el demonio; la otra puede ser dirigida únicamente a los inferiores y al demonio. En Marcos (5,7) el hombre con el espíritu inmundo se arrojó a los pies de Jesús diciendo: "¿Qué tengo yo contigo Jesús, Hijo de Dios? Te conjuro por Dios que no me atormentes". El desdichado reconoció que Cristo era su superior, y su actitud fue de humildad y petición. Caifás, por el contrario, se creía muy superior al prisionero ante él. Se levantó y le ordenó a Cristo a declarar bajo pena de incurrir en la ira de los cielos. Es apenas necesario insistir en que un modo de adjuración se empleará para dirigirse a la Deidad y otro muy distinto cuando se trata con los poderes de las tinieblas. Un hombre indefenso, clamando al cielo por ayuda, añade peso a sus palabras desnudas al unir a ellas los nombres persuasivos de aquellos cuyos hechos y virtudes están escritos en el Libro de la Vida. Por este medio no se impone ninguna necesidad sobre el Todopoderoso, ni ninguna limitación excepto la de la benevolencia y el amor. Pero cuando se conjura al espíritu de las tinieblas, nunca es admisible dirigirse a él en el lenguaje de la paz y la amistad. Uno siempre se debe dirigir a Satanás como el eterno enemigo del hombre; se le debe hablar en el idioma de la hostilidad y el mandato. Tampoco hay nada de presunción en tal tratamiento al maligno. Ciertamente sería una temeridad atroz para el hombre enfrentarse sin ayuda con el diablo y sus ministros, pero el nombre de Dios, invocado con reverencia, lleva consigo una eficacia que los demonios no son capaces de soportar.

Tampoco debe suponerse que la adjuración implica una falta de respeto hacia el Todopoderoso. Si es admisible invocar el adorable nombre de Dios con el fin de inducir a otros a confiar más seguramente en nuestra palabra, debe ser igualmente permisible hacer uso de los mismos medios con el fin de impulsar a otros a la acción. De hecho, cuando se usa en las debidas condiciones, es decir, «en la verdad, en justicia, y en el juicio", la adjuración es un acto de religión positivo, ya que presupone que el que habla tiene fe en Dios y en su Providencia vigilante, así como un reconocimiento de que se debe contar con Él en los múltiples asuntos de la vida. ¿Qué más bella forma de oración que la de las letanías, en la que pedimos inmunidad contra el mal a través del Adviento, el Nacimiento, el ayuno, la Cruz, la Muerte y entierro, la Santa Resurrección, la Ascensión y maravillosa de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad? Cristo mismo recomienda esta forma de invocación: "Y todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo" ( Jn. 14,13). Actuando de conformidad con esta promesa, la Iglesia termina todas sus más solemnes oraciones con la adjuración: Per Dominum nostrum Jesum Christum (Por Nuestro Señor Jesucristo).

Santo Tomás declara que las palabras de Cristo, "en mi nombre expulsarán demonios" ( Mc. 16,17) le da poder a todos los creyentes cristianos para conjura el espíritu del mal. Sin embargo, esto no debe hacerse por mera curiosidad, por vanagloria o por cualquier otro motivo indigno. Según los Hechos (19,12), San Pablo tuvo éxito en la expulsión de "malos espíritus", mientras que los exorcistas judíos, utilizando artes mágicas supuestamente provenientes de Salomón, "trataban de invocar el nombre de Jesús, diciendo: “Yo te conjuro por Jesús, a quien Pablo predica”, y arrojándose sobre ellos el poseído, dominó a unos y otros de forma que tuvieron que "huir de aquella casa, desnudos y cubiertos de heridas.” Al adjurar al demonio uno debe ordenarle que salga en el Nombre del Señor, o en cualquier otro lenguaje que la fe y la piedad puedan sugerir; o puede echarlo por las oraciones formales y fijas de la Iglesia. La primera manera, que es libre para todos los cristianos, se llama adjuración privada. La segunda, que está reservada sólo a los ministros de la Iglesia, se llama adjuración solemne, la cual, o adjuración propiamente dicha corresponde al griego eksorismos, que significa propiamente una expulsión del maligno.

En el Ritual Romano que hay muchas formas de adjuración solemne. Éstas se encuentran, en particular, en la ceremonia del bautismo. Una se pronuncia sobre el agua, otra sobre la sal, mientras que muchas se pronuncian sobre el niño. Si muchas y solemnes son las adjuraciones pronunciadas sobre el catecúmeno en el bautismo, las pronunciadas sobre los poseídos son aún más numerosos y, si es posible, más solemnes. Esta ceremonia, con sus rúbricas, ocupa treinta páginas del Ritual Romano. Sin embargo, se usan rara vez, y nunca sin el permiso expreso del obispo, para que no haya espacio para ningún fin de engaño y alucinación cuando se trata de hacer frente a los poderes invisibles. (Vea bautismo, diablo, exorcismo)


Bibliografía: BILLUART, Summa Sancti Thomae, V; BALLERINI, Opus Theologicum Morale, IV; LEHMKUHL, Theologia Moralis, I; MARC, Institutiones Morales Alphonsianae, I; LIGUORI, V, 2, appendix.

Fuente: Duggan, Thomas. "Adjuration." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. <http://www.newadvent.org/cathen/01142c.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina.