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Jueves, 21 de noviembre de 2024

Antiguo Testamento

De Enciclopedia Católica

Revisión de 22:20 27 may 2009 por Luz María Hernández Medina (Discusión | contribuciones)

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Nombre

La palabra "testamento", hebreo berîth, griego diatheke, significa primariamente la alianza que Dios pactó primero con Abraham, luego con el pueblo de Israel. Los profetas conocían sobre la nueva alianza a la cual daría paso la del Monte Sinaí. En consecuencia, Cristo en la Última Cena habla de la sangre de la nueva alianza. El apóstol San Pablo se declara a sí mismo (2 Cor. 3,6) ministro “de una nueva alianza”, y llama (3,14) “el antiguo testamento” a la alianza pactada en el Monte Sinaí. La Versión de los Setenta emplea la expresión griega diatheke por el hebreo "berîth". Los intérpretes posteriores, Aquila y Símaco, sustituyeron a diatheke con la más común syntheke, que probablemente concordaba más con su gusto literario. El término en latín es "fædus" y más a menudo “testamentum”, una palabra que corresponde más exactamente al griego.

Respecto a los tiempos del cristianismo, en un período temprano la expresión vino a significar toda la revelación de Dios según exhibida en la historia de los israelitas, y debido a que esta antigua alianza se incorporó a los libros canónicos, fue un paso fácil hacer que el termino significara las Escrituras Canónicas. Incluso el texto antedicho (2 Cor. 3,14) señala a eso. Así, Melito de Sardes y Clemente de Alejandría llaman a las Escrituras “libros del Antiguo Testamento” (ta palaia biblia; ta tes palaias diathekes biblia). No es claro si en estos dos autores “Antiguo Testamento” y “Escrituras del Antiguo Testamento” significan lo mismo. Orígenes muestra que en su época la transición era completa, aunque en sus escritos todavía se pueden trazar signos del gradual establecimiento de la expresión, pues cuando él quiere decir Escrituras, habla repetidamente del “llamado” Antiguo Testamento. Todavía no se puede probar que los más antiguos escritores occidentales usaran este término. Para el abogado Tertuliano los Libros Sagrados son, sobre todo, documentos y fuentes de argumento, y por lo tanto él los llama frecuentemente “vetus and novum instrumentum”. Cipriano menciona una vez la "scripturæ veteres et novæ". Subsiguientemente el uso del término se establece también entre los latinos, y es a través de ellos que se volvió propiedad de la cristiandad. En este artículo, la expresión “Antiguo Testamento” se usará con el sentido de escrituras canónicas del Antiguo Testamento

Historia del Texto

El canon del Antiguo Testamento, sus manuscritos, ediciones y versiones antiguas se tratan en los artículos: Biblia, Biblia Hebrea, Canon del Antiguo Testamento, Códice Alejandrino, Masora, Manuscritos de la Biblia, Versiones de la Biblia, etc. Asuntos relativos al origen y contenido de los libros individuales se proponen y contestan en los artículos respectivos de cada libro. Este artículo se circunscribe a una introducción general sobre el texto de las partes del Antiguo Testamento escritas en hebreo; para los pocos libros compuestos originalmente en griego (Sabiduría, [[2 Macabeos) y aquellos cuyo original semítico se perdió (Judit, Tobías, Eclesiástico, 1 Macabeos) no requieren tratamiento especial.

Texto de los Manuscritos y Masoretas

El punto de partida seguro para una correcta evaluación del texto del Antiguo Testamento es la evidencia que se obtiene de los manuscritos. Respecto a esto, lo primero a observar es que no importa cuan antiguos sean los manuscritos más viejos---los primeros son del siglo IX d.C.---desde el tiempo en que los libros fueron compuestos, hay una tradición uniforme y homogénea respecto al texto. El hecho es todavía más sorprendente, pues la historia del Nuevo Testamento es muy diferente. Tenemos manuscritos del Nuevo Testamento escritos a menos de 300 años después de la composición de los libros, y en ellos hallamos numerosas diferencias, aunque pocas de ellas son importantes. Las variantes textuales en los manuscritos del Antiguo Testamento se limitan a diferencias bastante insignificantes de vocales y muy raramente de consonantes. Aun cuando tomamos en cuenta las discrepancias entre las escuelas orientales, o babilónicas, y occidentales, o palestinas, no se hallan diferencias sustanciales. La prueba para la concordancia entre los manuscritos fue establecida por B. Kennicott después de comparar más de 600 manuscritos ("Vetus Testamentum Hebraicum cum cariis lectionibus", Oxford, 1776, 1780). De Rossi ha añadido bastante a dicho material ("Variæ lectiones veteris Testamenti", Parma, 1784-88). Es obvio que la notable uniformidad no se puede deber el azar; es única en la historia de la tradición del texto, y todavía más notable puesto que el imperfecto sistema de escritura hebreo no podía sino ocasionar muchos y variados errores y deslices. Además muchas peculiaridades en el método de escritura los muestran uniformes en todos lugares. Las variantes falsas se retienen iguales, de modo que el texto es claramente el resultado de igualamiento artificial.

Ahora surge la pregunta: ¿Hasta dónde podemos remontar este cuidado en manejar el texto para la posteridad? Filo Judeo, muchas autoridades sobre el Talmud y rabinos y letrados judíos de los siglos XVI y XVII favorecían la opinión de que el texto hebreo, como se lee hoy día en los manuscritos, nos fue escrito y legado desde el principio sin adulteración. Las obras de Elías Levita, Morino, Capelo han demostrado que esta opinión es insostenible; e investigaciones posteriores han establecido la historia del texto en sus rasgos esenciales. La uniformidad de los manuscritos es esencialmente el trabajo de los masoretas, que no fueron finalizados hasta después de la escritura de los manuscritos más antiguos. El trabajo de los masoretas consistía principalmente en la preservación fiel del texto transmitido. Ellos realizaban esto al mantener estadísticas exactas sobre el estado completo de los Libros Sagrados. Se contaban los versos, las palabras, las letras; se compilaban listas de palabras similares y de la forma de las palabras con el deletreo completo y real, y se catalogaban las posibilidades de posibles errores. La invención de los signos para vocales y acentos---cerca del siglo VII---facilitó la fiel conservación del texto. Las separaciones incorrectas y la conexión de sílabas y palabras fueron casi excluidas desde entonces.

Los masoretas usaron la crítica textual muy moderadamente e incluso lo poco que la utilizaron muestra que hasta donde fuera posible dejaron intacto todo lo que había sido transmitido. Si una interpretación parecía insostenible, no corregían el texto mismo, sino que se contentaban con anotar la variante apropiada en el margen como "Qerê" (leído) en oposición a "Kethîbh" (escrito). Tales correcciones fueron de varias clases. Antes que nada fueron correcciones de errores reales, ya fuese de letras o de palabras completas. Una letra o palabra en el texto, según la nota en el margen, tenía que ser o cambiada, o insertada u omitida por el lector. Tales eran los llamados "Tiqqunê Sopherîm", correcciones de los escribas. El segundo grupo de correcciones consistía en cambiar una palabra ambigua---en la Masora se registran dieciocho de éstas. Pero sus compiladores estaban conscientes del "Itturê Sopherîm", o borraduras de la waw conectora, que había sido hecha en varios sitios en oposición a los Setenta y las versiones samaritanas. Cuando luego los masoretas hablan sólo de cuatro o cinco casos, debemos decir con Ginsburg que éstos son meramente registrados como típicos. No eran raros los casos en que consideraciones de orden moral o religioso llevó a la sustitución de una palabra mal sonante por un eufemismo menos dañino. Las vocales de la expresión a ser leída se anexan a la palabra escrita del texto, mientras que las consonantes se anotan sobre el margen. Es bien conocido el recurrente "Qerê" Adonai en vez de Yahveh; parece remontarse al tiempo de antes de Cristo, y probablemente incluso antes de que los primeros intérpretes griegos se relacionaran con él.

El hecho de que los masoretas no se atrevieran a insertar los cambios descritos en el Texto Sagrado mismo muestra que éste ya estaba establecido; otras peculiaridades apuntan a la misma reverencia por la tradición. Repetidamente hallamos en el texto el llamado Nun invertido (por ejemplo, Números 10,35-36). En Isaías 9,6 hay una Mêm final dentro de la palabra. Se interrumpe una waw o se hacen más grandes las letras, mientras que otras se sitúan más arriba---las llamadas letras suspendidas. No pocas de estas rarezas están ya registradas en el Talmud, y por lo tanto deben ser más antiguas. En el “Mishna” se mencionan incluso letras con puntos. El conteo de las letras pertenece probablemente a un período anterior. Existen registros para la crítica textual de ese mismo tiempo. En lo esencial la obra se complete con el tratado post-talmúdico “Sopher m”. Este tratado, el cual da una cuidadosa introducción al Texto Sagrado escrito, es una de las pruebas más concluyentes de la escrupulosidad con que generalmente se trataba el texto en el tiempo de su origen (no antes del siglo VII).

Primeros Testigos

La condición del texto previo a la época de los masoretas es garantizada por el “Talmud”, con sus notas sobre crítica textual y sus innumerables citas, que sin embargo, eran sacadas frecuentemente sólo de la memoria. Otra ayuda eran los Tárgums o versiones arameas libres de los Libros Sagrados, compuestas desde los últimos siglos a.C. hasta el siglo V d.C. Pero el estado del texto se evidencia principalmente por la versión de la Vulgata hecha por San Jerónimo a finales del siglo IV y comienzo del V. Él siguió el hebreo original, y sus notas ocasionales sobre cómo se deletreaba o leía una palabra nos permite llegar a un juicio seguro sobre el texto en el siglo IV. Como debía esperarse de las declaraciones del Talmud, el texto consonántico de los manuscritos concuerda casi en todos los aspectos con el original de San Jerónimo. Aparecen mayores discrepancias en la vocalización, lo cual no debe sorprender, pues en esa época no se conocía el marcado de las vocales. Así la interpretación es necesariamente a menudo ambigua, como expresamente declara el santo. Su comentario sobre Isaías 38,11 muestra que esta declaración no sólo debe ser tomada como una nota sabia, sino que de ese modo la interpretación debe a menudo ser influenciada prácticamente. Cuando San Jerónimo habla ocasionalmente de vocales, él quiere decir letras vocales o mudas. Sin embargo, puede ser errónea la opinión de que en el siglo IV la pronunciación era todavía fluctuante. Pues el santo conocía cómo, en un caso definido, se debía vocalizar la palabra ambigua; él apeló a la costumbre de los judíos oponiéndose a la interpretación de los Setenta. Una pronunciación fija había resultado ya de la práctica, en boga por siglos, de leer la Sagrada Escritura públicamente en la sinagoga. Puede haber duda en casos particulares, pero en la totalidad, incluso el texto vocálico era seguro.

Los manuscritos de ese tiempo se escribían en letras de “caracteres cuadrados”, como se puede ver en las notas de San Jerónimo. Esta escritura distinguía la forma final de las muy conocidas cinco letras (Prologus galeatus), y probablemente suponía la separación de las palabras que, excepto en unos pocos lugares, es la misma que en la Masora. Algunas veces la Vulgata sola parece haber conservado la separación correcta en oposición a los masoretas y la versión griega.

Es muy lamentable la desaparición de la Hexapla de Orígenes. Esta obra en sus dos primeras columnas nos habría transmitido tanto el texto consonántico como la vocalización, pero de esta última sólo quedan unos cuantos remanentes dispersos. Ellos muestran que la pronunciación, especialmente de los nombres propios, en el siglo III muchas veces no concuerda con la usada posteriormente. El alfabeto en tiempos de Orígenes era el mismo que el de un siglo y medio después. En cuanto a las consonantes, hubo poco cambio y el texto no muestra una transformación esencial.

Las versiones griegas que se originaron en el siglo II nos remontan aún más atrás. La más valiosa es la de Aquila, pues está basada en el texto hebreo, y lo interpretó a la letra con la mayor fidelidad, permitiéndonos así llegar a conclusiones confiables sobre la condición del original. La obra es muy valiosa porque Aquila no se ocupa de la posición griega de las palabras y del idioma peculiar griego. Además, él difiere conscientemente de la Versión de los Setenta, tomando el entonces texto oficial como su norma. Había sido un discípulo del Rabí Aqiba, presumiblemente él mantuvo las opiniones y principios de los escribas judíos a principios del siglo II. Las otras dos versiones del mismo período son de menor importancia para la crítica. Teodoción dependió de Los Setenta, y Símaco se permitió mayor libertad en el tratamiento del texto. Sólo nos han llegado muy pocos fragmentos de las tres versiones. La forma del texto que se ha podido reunir de ellos es casi la trasmitida por los masoretas; las diferencias naturalmente se volvieron más numerosas, pero permanece como la única recensión conocida de los manuscritos. Sin embargo, debe ser adscrita por lo menos a principios del siglo II, e investigaciones recientes de hecho la asignan a ese período.

Pero eso no es todo. La perfecta concordancia de los manuscritos, incluso en sus notas críticas y aparentemente irrelevantes y casuales peculiaridades, ha llevado a la suposición de que el texto presente no sólo representa una sola recensión, sino que esta recensión está construida a partir de un arquetipo que contiene las mismas peculiaridades que nos sorprenden en los manuscritos. Se ha presentado evidencia que parece abrumadora a favor de esta hipótesis, la cual, desde tiempos de Olshausen, ha sido defendida y basada sobre un argumento más profundo, especialmente por De Lagarde. Por lo tanto no es sorprendente la afirmación de que esta opinion había sido desde hacía tiempo un hecho admitido en la crítica textual del Antiguo Testamento. Aun así, a pesar de lo persuasivo que el argumento parezca a simple vista, su validez ha sido impugnada constantemente por autoridades tales como Kuenen, Strack, Buhl, König y otros distinguidos por su conocimiento sobre el asunto. La condición presente del texto hebreo es sin duda el producto de una labor sistemática durante el curso de varios siglos, pero la pregunta es si el supuesto arquetipo existió alguna vez.

Desde el principio es tan improbable la presunción de que cerca de 150 d.C. sólo había disponible una copia para la preparación del texto bíblico, que apenas merece consideración. Pues incluso si durante la insurrección de Bar-Cocheba un gran número de rollos bíblicos perecieron, sin embargo nunca existieron suficientes de ellos en Egipto y Persia, de modo que no hubo necesidad de basarse en una copia defectuosa. ¿Y cómo pudo esta copia, cuyos defectos peculiares no pudieron ser pasados por alto, lograr tan indiscutible autoridad? Esto pudo haber pasado sólo si tenía mucho más peso que las otras, por ejemplo, porque fuera un rollo del Templo; esto pudo haber implicado que había textos y copias oficiales, y así la uniformidad se remonta más atrás. Suponiendo que fuese sólo un rollo privado, preservado meramente por azar, sería imposible explicar cómo retuvo los errores obvios. Por ejemplo, ¿por que tendrían todas las copias una Qoph cerrada, o una letra casualmente más grande, o una Mem final dentro de una palabra? Tales improbabilidades surgen necesariamente de la hipótesis de un solo arquetipo. ¿No es mucho más probable que los supuestos errores no fueran realmente errores, sino que tuviesen algún significado crítico? Para muchos de ellos ya se ha dado una explicación satisfactoria. Así la Nun invertida señala a la incertidumbre de los pasajes respectivos: en Proverbios 16,28, por ejemplo, la Nun pequeña, como Blau conjetura correctamente, puede deber su origen a la enmienda textual sugerida por el sentimiento prevaleciente luego. Las letras grandes servían quizás para marcar la mitad del libro. Posiblemente algo similar debe haber dado inicio a las otras peculiaridades que no podemos explicar hoy día. En tanto exista la posibilidad de una explicación probable, no podemos hacer al azar responsable por la condición del texto, aunque no negamos que aquí y allá la casualidad ha estado en juego. Pero la concordancia completa fue surgiendo gradualmente. Mientras más antiguos los testigos, más difieren, aunque la recensión se quede igual. Y aun así, se podría haber esperado que mientras más antiguos fuesen se volviesen más uniformes.

Además, si un códice fue la fuente de todos los demás, no se puede explicar por qué rarezas simples se tomaron fielmente por doquier, mientras que el texto consonántico se cuidó menos. Si, además, en tiempos posteriores las escuelas orientales y occidentales mantuvieron las diferencias, es claro que el supuesto códice no poseía necesariamente la autoridad decisiva.

El presente texto, por el contrario, parece haber resultado de la labor crítica de los escribas desde el siglo I a.C hasta el siglo II d.C. Considerando la interpretación de la Biblia en la sinagoga y las declaraciones de Flavio Josefo (Contra Apionem, I, VIII) y de Platón (Eusebio, "Præp. Evang.", VIII, VI) sobre el tratamiento de las Escrituras, podemos suponer correctamente que los cambios mayores del texto no ocurrieron en esa época. Incluso la palabra de Jesús en Mt. 5,18 sobre la i o la tilde que no pasarán, parece apuntar a un cuidado escrupuloso en la preservación de la misma letra; y la autoridad incondicional de la Escritura presupone una alta opinión de la letra de la Sagrada Escritura.

No podemos asegurar cómo se llevó a cabo en detalle el trabajo de los escribas. Algunas declaraciones de la tradición judía sugieren que estuvieron satisfechos con investigación y criticismo superficial, el cual sin embargo, es todo lo que se podía esperar en un tiempo cuando la crítica textual seria no estaba ni siquiera pensada. Cuando surgían dificultades, se dice que se contaban los testigos y la cuestión se decidía según la mayoría numérica. Sin embargo, simple e imperfecto como era este método, bajo las circunstancias de una explicación objetiva del estado actual del asunto, era mucho más valioso que una serie de hipótesis, cuyos reclamos no podemos ahora examinar. Ni hay ninguna razón para suponer, con algunos escritores cristianos antiguos, cambios conscientes o falsificaciones del texto. Pero estamos justificados, quizás, al afirmar que las disputas entre los judíos y los cristianos sobre el texto de la Escritura fueron una de las razones por la cual los primeros apresuraron el trabajo de unificar y establecer el texto.

Los manuscritos de esa época probablemente mostraron poca diferencia de aquellos de la época subsiguiente. El texto consonántico estaba escrito en la forma más antigua de los caracteres cuadrados; las llamadas letras finales presumiblemente comenzaron a usarse entonces. El Papiro Nash (los Diez Mandamientos) podría dar alguna información si sólo fuera cierto que realmente pertenece al siglo I. La cuestión no puede ser decidida, pues nuestro conocimiento de la escritura hebrea de los siglos I al III es bastante imperfecta. El papiro está escrito en caracteres cuadrados bien desarrollados, exhibe división cuidadosa de las palabras y siempre usa las “letras finales”. Como en el Talmud, todavía está viva la memoria de la relativamente tardía distinción de las formas dobles de las cinco letras, su aplicación a la Sagrada Escritura no se puede remontar mucho tiempo atrás. Incluso la Masora contiene un número de frases que tienen letras finales divididas en forma diferente en el texto y en el margen, y por lo tanto, deben pertenecer a un período cuando todavía no se usaba la distinción. Por el Nabat n e inscripciones palmirianas sabemos que en tiempos de Cristo ya existía la distinción, pero no se deduce que el mismo uso prevaleciera en la tierra al oriente del Jordán, y en particular en los Libros Sagrados. Las inscripciones palmirianas de los siglos I al III aplican la forma final de sólo una letra, a saber, Nun, mientras que el Nabat puede ir más lejos que el hebreo y usar, aunque no consistentemente, formas dobles también para Aleph y Hê. Todavía permanece una pregunta incontestada el tiempo cuando los copistas judíos comenzaron a distinguir las formas dobles. Además, el término “letras finales” no parece muy apropiado, considerando el desarrollo histórico. No son las formas finales inventadas entonces, sino más bien las otras, las que parecen ser producto de una nueva escritura. Pues, con la sola excepción de Mêm, las llamadas formas finales son la de los antiguos caracteres según exhibidas parcialmente, por lo menos en las inscripciones más antiguas, o de cualquier modo en uso en el papiro arameo del siglo V a.C.

El Texto de la Biblia antes de Cristo

En cuanto a los siglos precedentes, estamos relativamente bien informados. En lugar de los faltantes manuscritos, tenemos la antigua versión griega del Antiguo Testamento, la llamada Versión de los Setenta o Versión Alejandrina. El Pentateuco fue traducido en la primera mitad del siglo III, pero no se puede determinar en qué orden y a qué intervalos siguieron los demás libros. Aun así, en el caso de la mayoría de los libros el trabajo fue completado probablemente cerca de mediados del siglo II a.C. Es de vital importancia la cuestión del estado del texto al momento de la traducción. Como la versión no es obra de un solo hombre---ni siquiera el Pentateuco tuvo un solo traductor---ni el trabajo se realizó en una sola época, sino que se extendió por más de cien años, no puede ser juzgado por el mismo criterio; lo mismo es cierto de su original griego. Al momento de la traducción, algunas de las Escrituras del Antiguo Testamento ya existían desde hacía miles de años, mientras que otras habían sido recién compuestas. Considerando este desarrollo histórico, al juzgar los textos, no debemos simplemente oponer toda la Masora por un lado y Los Setenta en el otro; sólo se pueden obtener resultados de algún valor práctico por un estudio separado de los diferentes libros de la Sagrada Escritura.

El más antiguo, el Pentateuco, presenta considerables diferencias con la Masora sólo en Éxodo 36 - 40, y en Números. Aparecen mayores divergencias en Samuel, Jeremías, Job, Proverbios y Daniel; el texto masorético de los Libros de Samuel ha sufrido en muchos pasajes. La versión griega a menudo sirve para corregirlo, aunque no siempre. En Jeremías la tradición del texto no está establecida. En la versión griega faltan no menos de 2,700 palabras en el texto masorético, alrededor de un octavo del total. Las adiciones a la Masora son insignificantes. Algunas de las partes faltantes en Los Setenta pueden ser adiciones posteriores, mientras que otras pertenecen al texto original. Las transposiciones en el texto griego parecen ser secundarias. No obstante, el orden de la Masora es objetable, y algunas veces Los Setenta está correcto en oposición a él. En Job el problema textual es bastante similar. El texto griego es considerablemente más corto que en la Masora. La interpretación griega de los Proverbios]] difiere aún más del texto hebreo. Por último, el Eclesiástico griego, una traducción que se debe considerar hecha por el nieto del autor, es diferente por completo a la recensión hebrea recién descubierta. Estos hechos pruebas que durante el siglo III a.C. circulaban textos que manifestaban rastros de tratamiento descuidado. Pero se debe recordar que algunas veces los traductores pueden haber tratado el texto más libremente y que incluso nuestra versión griega no nos ha llegado en su forma original. Es difícil determinar cuán lejos podemos reconocer el texto oficial del período en la forma presente del texto griego. La leyenda de la misión solemne a Jerusalén y la delegación de los traductores a Egipto no pueden ser tratadas como históricas. Por otro lado, es arbitrario asumir que el original de la versión griega representa un texto corrupto todo el tiempo si difiere de la Masora. Tenemos que distinguir varias formas del texto, si las llamamos recensiones o no.

Para un juicio sobre Los Setenta y su original es indispensable el conocimiento de la escritura hebrea común en ese entonces. En el caso de los Profetas Menores, Vollers ha hecho intentos por descubrir los caracteres empleados. Wellhausen y Driver han investigado los libros de Samuel; Köhler, a Jeremías; Cornill, a Ezequiel; Beer, a Job; Peters, al Eclesiástico. Todavía no se ha obtenido certeza completa sobre los caracteres de los rollos hebreos del siglo III a.C. Según una tradición judía, cuando Esdras regresó del Exilio trajo consigo la nueva escritura (asiria), en la cual se transcribieron los Libros Sagrados luego. Es poco probable un cambio súbito. No es posible que la escritura del siglo IV fuera bastante similar a la del Papiro Nash o a la de las inscripciones del siglo I. La escritura aramea del siglo V muestra una tendencia indiscutible hacia las formas posteriores, no obstante muchas letras están todavía cercanamente relacionadas al antiguo alfabeto: como Bêth, Caph, Mêm, Samech, Ayin, Tasade. ¿Cómo se realizó este cambio? ¿Acaso pasó por el alfabeto samaritano, que claramente muestra su conexión con el fenicio? Conocemos las letras samaritanas sólo después de la época de Cristo. Las inscripciones más antiguas pertenecen, quizás, al siglo IV d.C.; otro, el de Nablo, al VI. Pero esta escritura es indudablemente decorativa, despliega cuidado y arte, y no ofrece, por lo tanto, una base segura para una decisión. Sin embargo, presumiblemente hubo un tiempo en que las Sagradas Escrituras fueron escritas en una forma antigua de caracteres samaritanos que estaban estrechamente relacionados con los de la inscripción en la moneda hasmonea.

Otros sugieren el alfabeto palmiriano. Ciertamente algunas letras concuerdan con los caracteres cuadrados; pero Ghimel, Hê, Pê, Tsade, y Qôph difieren tanto que es inadmisible una relación directa. En resumen, considerando la naturaleza local de esta escritura artificial, es apenas creíble que ejerciera una vasta influencia hacia occidente. Los caracteres cuadrados hebreos se acercan más al nabateano, cuya esfera se extendió más y estaba inmediatamente adyacente a Palestina.

Como el cambio de alfabeto probablemente se realizó paso a paso, debemos contar con los escritos de transición, cuya forma y relación puede quizás ser determinada aproximadamente por comparación. La versión griega ofrece un material excelente; hasta sus errores son una inestimable ayuda; pues los errores en interpretación o escritura ocasionados, o ya supuestos, por el original, a menudo encontrarán su razón y explicación en la forma de los caracteres. Un grupo de letras que aparezcan erróneas repetidamente dan una pista en cuanto a la forma del alfabeto original. Pues las bien conocidas posibilidades en la escritura cuadrada de las confusas Daleth con Rêsh, Yôdh con Waw, Bêth con Caph no existen del mismo modo en los escritos de transición. El intercambio de Hê y Hêth, de Yôdh y Waw, tan fácil con los nuevos caracteres, es apenas concebible con los viejos; y se excluye completamente la confusión de Bêth por Caph. Por otro lado, Aleph y Tau pueden ser confundidas fácilmente. Ahora bien, en Crónicas reciente en sí mismo y traducido del griego mucho después del Pentateuco, Waw y Tau, Yôdh y Hê, Caph y Rêsh han sido confundidas una con otra. Esto se puede explicar sólo si se usó una forma de escritura más antigua. Por tanto estamos obligados a suponer que el alfabeto antiguo, o una forma de transición como él, estuvo en uso hasta el siglo II ó I a.C. Por las palabras de Cristo sobre la tilde (Mt. 5,18) se ha concluido que Yôdh debe haber sido considerada como la más pequeña de las letras; esto cuadra bien con los caracteres cuadrados. Sabemos otramente que en tiempos de Cristo la nueva escritura estaba casi desarrollada; por lo menos lo atestiguan suficientemente las inscripciones del Benê Chezîr y de muchos osarios. Pero en estas inscripciones Zayin y Waw son tan pequeñas o incluso menores que la Yôdh.

En adición a la forma de los caracteres, la ortografía es de mucha importancia. El texto consonántico no puntuado puede volverse esencialmente más claro al escribir “plene”, es decir, al usar las llamadas letras mudas (matres lectionis). Este método fue usado a menudo en el original de la Versión de los Setenta. En el texto de los profetas menores Aleph parece no haber sido escrita como una vocal; así sucedió que los traductores y la Masora difieren, según supongan a Aleph o no. Si se hubiese escrito la vocal, sólo hubiese sido posible una interpretación. Lo mismo se aplica al uso de Waw y Yôdh: su omisión ocasiona errores de uno y otro lado. La libertad prevaleciente a este respecto es expresamente testificada incluso para un período más tardío, pero es ir demasiado lejos el considerar la omisión de las vocales como una regla comúnmente observada. Las inscripciones más antiguas (Mesa, Siloé) y la historia completa de la escritura semítica prueban que este artificio ya se conocía.

En casos particulares la posibilidad de conectar o separar las letras de forma diferente puede ser considerada como otra fuente de interpretaciones diversas. No se puede demostrar por testimonios directos si los manuscritos antiguos expresaban o no la división de las palabras. Las inscripciones Mesa y Siloé, y algunas de las más antiguas arameas y fenicias, dividen las palabras con un punto. Los monumentos posteriores no se atienen a este uso, sino que marcan la división aquí y allá con un pequeño intervalo. Esta costumbre es universal en el papiro arameo desde el siglo V en adelante. Los fragmentos hebreos no son la excepción, y la escritura siríaca le aplica a los escritos la división de palabras en los manuscritos más tempranos. Por lo tanto, la conjetura que la división de palabras se usaba en los rollos antiguos no se debe rechazar desde el principio. No obstante, los intervalos deben haber sido tan pequeños que se producían fácilmente conexiones falsas. No faltan ejemplos, y tanto la Masora como la versión griega testifican esto. Así Génesis 49,19-20 está correctamente dividido en el griego y en la Vulgata, mientras que la Masora erróneamente lleva el Mêm, que pertenece al final del versículo 19, a la siguiente palabra “Asher”. El pasaje, además, es poético y una nueva estrofa comienza con el verso 20. De aquí que en el arquetipo de nuestro texto masorético no se aplicó la escritura en verso, conocida quizás en un período anterior y usado en los manuscritos más recientes

Los errores debidos al intercambio de letras, a la incorrecta vocalización o conexión, muestran cómo se originó la corrupción del texto, y así sugiere modos de reparar los pasajes afectados. Otras faltas que siempre ocurren al transmitir los manuscritos, tales como la haplografía, ditografía, inserción de glosas, transposición, incluso de columnas completas, también se deben tomar en consideración al estimar el texto de los Libros Sagrados. En libros o pasajes de naturaleza poética, el metro, el orden alfabético de los versos y estrofas y su estructura proveen los medios para la enmienda textual, la cual sin embargo se debe seguir con gran prudencia, especialmente donde los manuscritos parecen desorganizados.

Sin embargo, debemos tener cuidado de comparar Los Setenta como unidad con la Masora. En la crítica textual debemos distinguir entre las preguntas: ¿Cuál es la relación de la versión griega de las Escrituras en general con el hebreo? Y, ¿cuán lejos en un caso particular se debe corregir un texto con el otro? Los Setenta puede diferir en el todo considerablemente del texto masorético, y aun así a menudo aclarar un pasaje oscuro en el hebreo, mientras que lo contrario sucede con igual frecuencia. Aparte de Los Setenta hay muy poco que nos pueda ayudar. El texto samaritano arroja luz sobre el Pentateuco, por lo menos hasta el siglo IV, quizás hasta el tiempo de Esdras. Aun así hasta que aparezca la edición crítica permanecerá una interrogante abierta si el texto samaritano no fue influenciado por los Setenta en un período posterior. Respecto a pasajes más cortos, los textos paralelos permiten comparación. Las desviaciones observadas en ellos muestran que se han realizado cambios, que demuestran descuido o variaciones accidentales o intencionales. La tradición judía narra que Esdras realizó una restauración de las Sagradas Escrituras. Subyacente a esta narrativa puede haber una recolección de eventos históricos que probaron ser desastrosos tanto para la vida política y religiosa de Israel como para sus Libros Sagrados. Las consecuencias no se muestran tanto como en los libros de Samuel y Jeremías, por ejemplo, pero son tales que se necesita la aplicación de medios críticos para llegar a un texto legible. A veces a pesar de todo no se puede hacer nada y el pasaje está irremediablemente desfigurado. Será imposible hacer que el texto masorético concuerde completamente con los Setenta hasta que no seamos favorecidos con algún descubrimiento inesperado. Sin embargo, todas estas discrepancias no alteras los Textos Sagrados a tal grado que se afecte el contenido religioso del Antiguo Testamento.


Fuente: Merk, August. "The Old Testament." The Catholic Encyclopedia. Vol. 14. New York: Robert Appleton Company, 1912. <http://www.newadvent.org/cathen/14526a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina.