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Jueves, 21 de noviembre de 2024

Papa Adriano I

De Enciclopedia Católica

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Fue Papa desde aproximadamente el 1 de febrero de 772 hasta el 25 de diciembre de 795; la fecha de nacimiento es incierta; murió el 25 de diciembre de 795. Su pontificado de veintitrés años, diez meses y veinticuatro días no fue inigualado en duración por ningún sucesor de San Pedro hasta mil años después, cuando Pío VI, depuesto y prisionero por las mismas fuerzas francas que habían entronizado al primer Papa-Rey, sobrepasó a Adriano en su pontificado por seis meses más. En un período crítico en la historia del papado, Adriano poseía todas las cualidades esenciales en el fundador de una nueva dinastía. Él era un romano de noble ascendencia y majestuosa estatura. Por una vida de singular piedad, por logros considerados extraordinarios en esa era de hierro, y por servicios valiosos realizados durante el pontificado de Pablo I y Esteban III, se había ganado de tal modo la estima de sus rebeldes compatriotas, que el poderoso chambelán, Pablo Afiarta, quien representaba en Roma los intereses de Desiderio, el rey lombardo, fue impotente para resistir la voz unánime del clero y de la gente que exigían para Adriano la silla papal.

La nueva política temporal del pontífice fue, desde el principio, claramente definida y tenazmente apoyada; el punto principal fue una firme resistencia a la agresión de los lombardos. Liberó de la prisión o llamó del exilio a numerosas víctimas de la violencia del chambelán; y, al descubrir que Afiarta había causado que Sergio, un oficial mayor de la corte papal, fuese asesinado en prisión, ordenó su arresto en Rimini, justo cuando Afiarta regresaba de una embajada a Desiderio con la expresa intención de llevar al Papa a la corte lombarda, "aunque fuera encadenado". El tiempo parecía propicio para someter a toda Italia al gobierno de los lombardos; y con antagonistas menos capaces que Adriano y Carlos (el cual sería famoso posteriormente como Carlomagno), lo más probable es que la ambición de Desiderio hubiese sido satisfecha. Parecía haber poca probabilidad de la intervención de los francos.

Los lombardos ocuparon el paso de los Alpes, y Carlos estaba enfrascado en las dificultades de la guerra sajona; además, la presencia en Pavía de Gerberga y sus dos hijos, la viuda y los huérfanos de Carloman, cuyos territorios Carlos había anexado tras la muerte de su hermano, parecía ofrecer una excelente oportunidad de atizar la discordia entre los francos, si sólo se pudiera persuadir, o coaccionar, al Papa para ungir a los hijos como herederos al trono de su padre. En vez de acceder, Adriano optó valientemente por la resistencia. Reforzó las fortificaciones de Roma, llamó en ayuda de la milicia a los habitantes de los territorios adyacentes, y, ante la avanzada de las huestes lombardas, arrasando y saqueando, convocó a Carlos a apresurarse a defender sus intereses comunes.

Una calma oportuna en la guerra sajona dejó al gran comandante libre para actuar. Incapaz de traer a los engañosos lombardos a los términos de una propuesta pacifica, escaló los Alpes en el otoño de 773, se apoderó de Verona, donde Gerberga y sus hijos habían buscado refugio, y sitió a Desiderio en su capital. En la próxima primavera, tras dejar que su ejército prosiguiera el sitio de Pavía, se dirigió con un fuerte destacamento a Roma, con el propósito de celebrar la fiesta de Pascua en la tumba de los Apóstoles. Llegó el Sábado Santo, y fue recibido por Adriano y los romanos con suma solemnidad. Los próximos tres días fueron dedicados a ritos religiosos; el miércoles siguiente, a asuntos del Estado. El resultado permanente de su trascendental reunión fue la famosa "Donación de Carlomagno", durante once siglos la carta magna del poder temporal de los Papas. (Vea Carlomagno). La minuciosa e imparcial investigación de Duchesne sobre su autenticidad en su edición de Liber Pontificalis (I, CCXXXV-CCXLIII) parece haber disipado cualquier duda razonable.

Dos meses después Pavía cayó en manos de Carlos; el reinado de los lombardos se extinguió y el papado se liberó para siempre de su persistente y hereditario enemigo. Nominalmente, Adriano era ahora monarca de más de dos terceras partes de la península italiana; pero su dominio era poco más que nominal. A los reclamos papales se les permitía prescribir sobre una gran porción del distrito mencionado en la Donación. Para ganar y recuperar el restante, Carlos tuvo que hacer repetidas expediciones a través de los Alpes. Muy bien podemos dudar si el gran rey de los francos habría sufrido las dificultades del Papa para interferir en sus más inmediatas preocupaciones, si no hubiera sido por su extrema veneración personal hacia Adrián, a quien en vida y muerte nunca dejó de proclamar su padre y mejor amigo. No fue en grado leve debido a la vigilancia, actividad y sagacidad política de Adriano que el poder temporal del Papado no permaneciera como una ficción de la imaginación.

Sus méritos son igualmente grandes respecto a los asuntos más espirituales de la Iglesia. En cooperación con la emperatriz ortodoxa Irene, trabajó para reparar los daños causados por las tormentas iconoclastas. En el año 787 presidió, a través de sus legados, el Séptimo Concilio General, realizado en Nicea, en el cual fue definitivamente expuesta la doctrina católica referente al uso y veneración de imágenes. La importancia de la oposición temporal a los decretos del concilio por todo Occidente, causada principalmente por una traducción deficiente, agravada por motivos políticos, se ha exagerado mucho en los tiempos modernos. La controversia produjo una fuerte refutación del libro llamado Libri Carolini del Papa Adriano y no ocasionó merma en la amistad entre él y Carlos. Se opuso muy vigorosamente, mediante sínodos y escritos, a la naciente herejía del adopcionismo, uno de los pocos errores cristológicos originados por Occidente.

El Liber Pontificalis exagera en sus méritos en el embellecimiento de la ciudad de Roma, en el cual se dice que gastó sumas fabulosas. Su muerte fue lamentada universalmente y fue enterrado en la Basílica de San Pedro. Todavía se conserva su epitafio, atribuido a su amigo de toda la vida, Carlomagno. Raramente el sacerdocio y el imperio han trabajado juntos tan armoniosamente, y con tantos resultados beneficiosos para la Iglesia y la humanidad, como fue durante el tiempo de estos dos grandes gobernantes. Las principales fuentes de nuestra información sobre Adriano son la Vida en el Liber Pontificalis y en sus cartas a Carlomagno, conservadas por este último en su Codex Carolinus. Las apreciaciones sobre el carácter y los trabajos de Adriano por los historiadores modernos difieren de las opiniones variadas de los escritores respecto a la soberanía temporal de los Papas, de los cuales Adriano I debe ser considerado el fundador real.


Bibliografía: Liber Pontificalis (ed. DUCHESNE), I, 486-523, and praef. CCXXXIV sq.; ID., Les premiers ternps de l'état pontifical (Paris, 1898); JAFFÉ, Regesta RR. PP. (2da. ed.), I, 289-306, Il. 701; ID., Bibl. Rer. Germanic. (Codicis Carol. Epistolae), IV, 13-306; CENNI, Monum. dominat. pontif. (1761), II, 289-316, también en P.L. XCVIII; MANN, The Lives of the Popes in the Early Middle Ages (Londres, 1902), I, II, 395-496; HEFELE, History of the Councils (tr.), III, passim; NIEHUES, Gesch. d. Verh ltnisses zwischen dem Kaiserthum u. Papsthum im Mittelalter (Munster, 1877), I, 517-546; GOSSELIN, Power of the Pope in the Middle Ages (Baltimore, 1853), I, 230 sq.; SCHN RER, Entstehung des Kirchenstaates (Colonia, 1894). For a bibliography of Adrian I see CHEVALIER, Bio-Bibliogr. (2d ed., Paris, 1905), 55, 56.

Fuente: Loughlin, James. "Pope Adrian I." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. 17 Dec. 2012 <http://www.newadvent.org/cathen/01155b.htm>.

Traducido por Lourdes P. Gómez. lhm