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Domingo, 24 de noviembre de 2024

Agua bendita

De Enciclopedia Católica

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El uso del agua bendita en los primeros días de la era cristiana es atestiguado por documentos de fecha relativamente posterior. Las Constituciones Apostólicas, cuya redacción se remonta a cerca del año 400, le atribuyen el precepto del uso del agua bendita al apóstol San Mateo. La carta escrita bajo el nombre del Papa San Alejandro I, (pontificado del 105-115) es apócrifa y es de tiempos más recientes; de ahí que el primer testimonio histórico no va más atrás del siglo V. Sin embargo, es permisible suponer en aras del argumento que, en los tiempos cristianos primitivos, el agua se usaba con propósitos expiatorios y purificadores, de modo análogo a su uso bajo la ley judía. Como en muchos casos, el agua usada para el sacramento del bautismo era agua fluyente, de río o mar, y no podía recibir la misma bendición que la que se daba en los baptisterios. Sobre este punto en particular la liturgia antigua es oscura, pero dos descubrimientos recientes son de muy decidido interés. El Pontifical o Scrapion de Tumis, un obispo del siglo IV, y del mismo modo el “testamentum Domini”, una composición siríaca que data del siglo V o VI, contiene una bendición del aceite y agua durante la Misa. La fórmula en el Pontifical de Scrapión es como sigue: “Bendecimos estas criaturas en el Nombre de Jesucristo, tu único Hijo; invocamos sobre esta agua y este aceite el Nombre de Aquél que sufrió, que fue crucificado, que resucitó de entre los muertos y que está sentado a la derecha del Padre. Concede a estas criaturas el poder de sanar; que todas las fiebres, todos los malos espíritus y todas las dolencias huyan de quien tome esta bebida o sea ungido con ella, y que sea un remedio en el Nombre de Jesucristo, tu único Hijo.”

Tan temprano como en el siglo IV varios escritos, cuya autenticidad está libre de sospechas, mencionan el uso del agua santificada ya sea por la bendición litúrgica antedicha o por la bendición individual de alguna persona santa. San Epifanio (Contra haeres., lib. I, haer. XXX) narra que en Tiberíades un hombre llamado José derramó agua sobre un loco, al que primero le había hecho la Señal de la Cruz, y pronunció estas palabras sobre el agua: “¡En el nombre de Jesucristo de Nazaret, crucificado, sal de este desgraciado, tú espíritu infernal, y deja que sea sanado!” José se convirtió y luego usó el mismo procedimiento para vencer la brujería; sin embargo, él no era ni un clérigo ni un obispo. Teodoreto (Hist. Igl. V.21) relata que Marcelo, obispo de Apamea, santificó el agua por la Señal de la Cruz y que Afraates curó a uno de los caballos del emperador al hacerlo beber agua bendecida con la Señal de la Cruz (“Hist. relig.”, c. VIII, en P.G., LXXXII, col. 1244, 1375).

También existen tales testimonios en Occidente. San Gregorio de Tours (De gloria confess., c. 82) habla de un ermitaño llamado Eusitio que vivió en el siglo VI y poseía el don de curar la fiebre cuartana dándole a tomar a las víctimas agua que él mismo había bendecido; podemos mencionar muchos otros ejemplos atesorados por Gregorio ("De Miraculis S. Martini", II, XXXIX; "Mirac. S. Juliani", II, III, XXV, XXVI; "Liber de Passione S. Juliani"; "Vitae Patrum", c. IV, n. 3). Se sabe que algunos de los fieles creían que el agua bendita poseía propiedades curativas para ciertas enfermedades, y que esto era muy cierto de forma especial en el agua bautismal. En algunos lugares se conservaba cuidadosamente durante todo el año y, por haber sido usado en el bautismo, se consideraba libre de toda corrupción. Esta creencia se extendió de Oriente a Occidente; y apenas el bautismo se había administrado, la gente se apiñaba alrededor con toda clase de vasijas para llevarse el agua, algunos la mantenían en sus casas y otros regaban sus campos, viñedos y jardines con ella ("Ordo rom. I", 42, in "Mus. ital.", II, 26).

Sin embargo, el agua bautismal no era la única agua bendita. Se mantenía alguna a la entrada de las iglesias cristianas, donde un clérigo rociaba a los fieles según entraban, y por esta razón era llamado hydrokometes o “introductor por agua”, una apelación que aparece en un sobrescrito de una carta de Sinesio en la cual alude al “agua lustral colocada en el vestíbulo del templo”. Quizás esta agua era bendecida en las cantidades necesarias, y la costumbre de la Iglesia puede haber variado a este respecto. Balsamon nos dice que en la Iglesia Griega, ellos “hacían” agua bendita al comienzo de cada mes lunar. Es posible que, según el canon 65 del Concilio de Constantinopla efectuado el año 691, este rito fue establecido con el propósito de suplantar definitivamente la fiesta pagana de la luna nueva y hacer que pasara al olvido.

En Occidente Dom Martène declara que antes del siglo IX no hay nada respecto a la bendición y aspersión de agua que se efectúa todos los domingos en la Misa. En ese tiempo el Papa San León IV ordenó que cada sacerdote bendijera agua cada domingo en su propia iglesia y asperjara a los fieles con ella: "Omni die Dominico, ante missam, aquam benedictam facite, unde populus et loca fidelium aspergantur" (P.L., CXV, col. 679). Hincmar de Reims dio instrucciones como sigue: “Cada domingo, antes de la celebración de la Misa, el sacerdote bendecirá agua en su iglesia, y para este santo propósito, usará una vasija limpia y adecuada. Cuando la gente entre a la iglesia será rociada con esta agua, y los que deseen se pueden llevar alguna en vasijas limpias para que rocíen sus casas, campos, viñedos y ganado, y el forraje con que son alimentados, y también para rociarla sobre su propia comida” ("Capitula synodalia", cap. v, in P.L., CXXV, col, 774). De esta forma se siguió generalmente la regla de tener agua bendita para la aspersión en la Misa de domingo, pero la fecha exacta fijada por León IV y Hincmar no fue seguida en todas partes. En Tours la bendición se realizaba el sábado antes de las vísperas; en Cambrai y en Aras, se daba sin ceremonia en la sacristía antes de la recitación de la hora de prima; en Albi, en el siglo XV, la ceremonia se efectuaba en la sacristía antes de Tercia; y en Soissons en el más alto de los escalones del santuario, antes de Tercia; mientras que en Laon y Senlis, en el siglo XIV, se realizaba en el coro antes de la hora de Tercia. Hay dos domingos en los cuales nunca se bendice el agua: éstos son el Domingo de Pascua y el Domingo de Pentecostés. La razón es porque en la víspera de estas fiestas se bendice y consagra agua para la fuente bautismal y, antes de mezclarla con el santo crisma, se le permite a los fieles tomar alguna para llevarla a sus casas, y usarla en tiempos de necesidad.


Bibliografía: BARRAUD, De l'eau benite et des vases destines a la contenir in the Bulletin monumental, 4th series, vol. VI (1870), p. 393-467; PFANNENSCHMIDT, Weihwasser im heidnischen und christlichen Cultus (Hanover, 1869).

Fuente: Leclercq, Henri. "Holy Water." The Catholic Encyclopedia. Vol. 7. New York: Robert Appleton Company, 1910. <http://www.newadvent.org/cathen/07432a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina.

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