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Viernes, 22 de noviembre de 2024

Lavatorio de pies y manos

De Enciclopedia Católica

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Debido al uso de sandalias generalizado en los países orientales, el lavatorio de los pies fue reconocido en casi todas partes desde los primeros tiempos como un deber de cortesía a ser mostrado a los huéspedes ( Gén. 18,4; 19,2; Lc. 7,44, etc.) La acción de Cristo después de la Última Cena ( Jn. 13,1-15) también debe haberlo investido con un profundo significado religioso, y de hecho, hasta el tiempo de San Bernardo encontramos escritores eclesiásticos, por lo menos ocasionalmente, que le aplicaban a esta ceremonia el término Sacramentum en su sentido más amplio, por el que sin duda denotaban que poseía la virtud de lo que ahora llamamos un sacramental. El mandato de Cristo de que se lavasen los pies los unos a los otros debió haber sido entendido desde el principio en un sentido literal, pues San Pablo (1 Tim. 5,10) implica que para que una viuda fuese honrada y consagrada en la Iglesia debía ser una “que tenga el testimonio de sus buenas obras: que haya educado bien a los hijos, practicado la hospitalidad, lavado los pies de los santos…”

Hemos de creer que esta tradición nunca se ha interrumpido, aunque la evidencia de los primeros siglos está dispersa y es incierta. Por ejemplo, el Concilio de Elvira (300 d.C.) en el canon XLVIII ordena que los pies de los que van a ser bautizados, no han de ser lavados por los sacerdotes, sino presumiblemente por clérigos o por lo menos laicos. Esta práctica del lavado de los pies en el bautismo se mantuvo mucho tiempo en la Galia, Milán e Irlanda, pero aparentemente no se conocía en Roma o en el Oriente. En África, el nexo entre esta ceremonia y el bautismo se hizo tan estrecho que existía el peligro de que fuese confundida con una parte integrante del rito del propio bautismo ( Agustín, Ep. LV, "Ad Jan.", n. 33). De ahí que en muchos lugares se asignase el lavatorio de los pies a otro día de aquél en que se realizaba el bautismo. En las órdenes religiosas de la ceremonia hallado gracia como una práctica de la caridad y la humildad.

En las órdenes religiosas la ceremonia encontró favor como una práctica de caridad y humildad. La Regla de San Benito dispone que debe hacerse todos los sábados para toda la comunidad por él que ejerció el cargo de cocinero durante la semana; mientras que también ordenaba que el abad y los hermanos debían lavar los pies de los que fuesen recibidos como invitados. El acto era uno religioso y debía ir acompañado de oraciones y Salmos, "pues en nuestros huéspedes Cristo mismo es honrado y recibido".

El lavado de pies en la liturgia (si podemos confiar en la evidencia negativa de los primeros registros) parece haber sido establecido en Oriente y Occidente en una fecha comparativamente tardía. En 694 el Decimoséptimo Sínodo de Toledo ordenó a todos los obispos y sacerdotes en una posición de superioridad, bajo pena de excomunión, lavar los pies de las personas sujetas a ellos. El asunto también es tratado por Amalario de Metz y otros liturgistas del siglo IX. No aparece bastante claro si la costumbre de celebrar este “mandato” (de Mandatum novum do vobis, las primeras palabras de la antífona inicial) el Jueves Santo se desarrolló a partir de la práctica bautismal originalmente fijada para ese día, pero pronto se convirtió en una costumbre universal en las iglesias catedrales y colegiatas.

En la segunda mitad del siglo XII, el Papa le lavaba los pies a doce subdiáconos después de su Misa y de trece hombres pobres después de su cena. El “Caeremoniale Episcoporum" ordena que el obispo ha de lavar los pies a trece hombres pobres o a trece de sus canónigos. El prelado y sus ayudantes van investidos y se canta ceremonialmente el Evangelio "Ante diem festum Paschæ" con incienso y luces al comienzo de la función. La mayoría de los reyes de Europa también acostumbraban anteriormente realizar el mandato. La costumbre se conserva todavía en las cortes de Austria y España.

El lavado de manos litúrgico ya ha sido tratado en el artículo lavabo. Cabe señalar que, posiblemente como consecuencia de las palabras de San Pablo (1 Tim. 2,8): "Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar elevando hacia el cielo unas manos puras.”, los primeros cristianos hicieron una norma del lavado de las manos incluso antes de la oración privada, como lo atestiguan muchos pasajes de los Padres (por ejemplo, Tertuliano "Apolog.”, XXXIX; "De orat.", XIII). El lavado múltiple en una Misa pontifical probablemente da testimonio de la práctica en una época más temprana. Notemos también que el “Caeremoniale Episcoporum” obliga al uso de la credenza (N. de la T.: Italiano, del latín medieval credentia, confianza, posiblemente a partir de la práctica de colocar comida y bebida en una mesa para ser probada por un sirviente antes de ser servida para asegurarse de que no contenía veneno) o degustación como medida de precaución contra el veneno incluso para el agua utilizada en el lavado de manos.


Bibliografía: THALHOFER in Kirchenlexikon, s. vv. Fuss-washung: Handwaschung; Carrol, Dict. d'archeol. et lit., s.v. Ablutions; THURSTON, Lent and Holy Week (Londres, 1904), 304 ss.

Fuente: Thurston, Herbert. "Washing of Feet and Hands." The Catholic Encyclopedia. Vol. 15. New York: Robert Appleton Company, 1912. <http://www.newadvent.org/cathen/15557b.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina