Razón
De Enciclopedia Católica
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Significado General
Tanto en la vida ordinaria como en las discusiones filosóficas el término razón aparece a menudo con diferentes significados.
Etimológicamente la palabra nos llega, a través del francés, del latín ratio, que es originalmente el sustantivo funcional del verbo reor, "yo pienso" (es decir, propongo una res a mi mente). De acuerdo con Donaldson, res = h-ra-is, un derivado del hir = cheir (mano); de ahí que res es "lo que se maneja", y significa un objeto de pensamiento de conformidad con la tendencia práctica de la mente romana que trataba todas las realidades como palpables. Ratio, en oposición a res, denota el modo de actuar o pensar; por extensión viene a designar por una parte la facultad de pensar, y por la otra el elemento formal de pensamiento, tales como el plan, relato, tierra, etc. Este amplio uso de la palabra razón para denotar la facultad cognoscitiva (especialmente cuando se trata con evidencia intrínseca, en oposición a autoridad) sigue siendo la más común. La palabra ha sido utilizada en este sentido en una definición del Concilio Vaticano I (Denzinger, "Enchiridion", 11ª edición, Friburgo, 1911, nn 1785-6..); pero ya en Aristóteles tenemos una clara distinción entre intelecto (vous), como la facultad intuitiva, y la razón (lógos), como la facultad discursiva o inferencial. Esta distinción fue mantenida por los escolásticos. Sin embargo, desde Kant, la palabra razón se ha utilizado para albergar un caos desconcertante de nociones. Además de utilizar razón (Vernunft) a diferencia de las facultades de concepción (Verstand) y Juicio (Urteilskraft), Kant empleó la palabra en un sentido trascendental como la función de subsumir bajo la unidad de las ideas los conceptos y reglas de la comprensión. Los filósofos alemanes posteriores, como se quejó Schopenhauer, "intentaron, con audacia descarada, pasar bajo este nombre una facultad totalmente espuria de un llamado conocimiento super sensible, inmediato y metafísico".
Pensamiento Discursivo
En su sentido más general, por tanto, la razón puede ser atribuida a Dios, y un ángel puede ser llamado racional. Pero en su sentido más estrecho razón es la differentia del hombre, a la vez su necesidad y su privilegio; aquello por lo que es "un poco inferior a los ángeles" (Sal. 8,6), y aquello por lo cual supera a los animales irracionales. El razonamiento, como dice Santo Tomás, es un defecto del intelecto. Es cierto que en ciertos actos nuestra mente funciona como el intelecto; hay verdades inmediatas (ámesa) y primeros principios (archai) que intuimos o captamos con nuestro intelecto; y en tales verdades no puede haber engaño o error. Sobre este punto, se puede decir que el sistema escolástico es absolutamente intelectualista. El intelecto más pobre, para usar una expresión de San Agustín, es capax Dei. Dentro de cierta región nuestras facultades cognitivas son absolutamente infalibles. Sin embargo, los escolásticos también afirman unánimemente que la marca específica del hombre es el raciocinio o discursus. Algunos, de hecho, como San Agustín (que estaba concentrado en su analogía entre el logos en el hombre y en la Santísima Trinidad), insisten en el aspecto intuitivo de nuestras operaciones mentales e ignoran el proceso real en su conjunto. Aun así, ninguno negó que en esta vida nuestro conocimiento es una cosa de jirones y parches, laboriosamente tejida con los hilos del sentido. Es sólo in patria, por ejemplo, que la existencia de Dios será para nosotros tan evidente en sí misma como lo es ahora el principio de contradicción. La visión beatífica será, de hecho, no sólo tan evidente, sino también tan inmediata como nuestra intuición actual de conciencia personal. Pero entonces estaremos al nivel de los ángeles, que son inteligencias subsistentes o intuitivas puras. Un ángel, en la filosofía escolástica, es prácticamente el equivalente de noûs (intellectus, intellegentia) cuando es utilizado por escritores como Aristóteles, Porfirio, Plotino o Pseudo-Dionisio, para denotar no una facultad, sino una especie de ser.
En oposición a esta intelección ideal, tan característica de la angelología escolástica, está nuestra experiencia humana real, que es un agignómenon, un llegar a ser. El hombre es racional en el sentido de que él es un ser que llega a conclusiones a partir de premisas. Nuestra vida intelectual es un proceso, un viaje de descubrimiento; nuestro conocimiento no es un todo ya hecho estático; es más bien un instinto organismo con vida y crecimiento. Cada nueva conclusión se convierte en la base de una mayor inferencia. De ahí que, la palabra razón también se utiliza para denotar una premisa o fundamento de conocimiento, a diferencia de una causa o fundamento real. Tan importante es esta distinción que se puede decir en esto radica el núcleo de toda filosofía. La tarea del filósofo es distinguir el a priori de forma lógica a partir del a priori de tiempo; y la existencia de muchos sistemas de psicologismo y evolucionismo atestiguan que esta tarea es difícil. Por lo tanto, se puede afirmar que el razonamiento es un proceso sui géneris. Esta es quizás la mejor respuesta que dar a la pregunta, tan discutida por los antiguos lógicos, en cuanto a qué tipo de influencia causativa ejercen las premisas sobre la conclusión. Sólo podemos decir que la validan, que son su garantía. Pues la inferencia no es una mera sucesión en tiempo; es un nexo pensado, no sólo una asociación entre pensamientos. Una conclusión irracional o una asociación errónea es tanto un hecho y un resultado como una conclusión correcta; la existencia de esta última se explica sólo por su origen lógico. De ahí la futilidad de tratar de explicar por completo la existencia de un pensamiento humano ---la conclusión de una serie de razonamientos--- simplemente por los datos de los sentidos y las asociaciones psicológicas que lo acompañan. La cuestión de la validez es anterior a todos los problemas de génesis; pues el conocimiento racional nunca puede ser el producto de condiciones irracionales.
Reconociendo entonces lo indefinible de raciocinio, podemos proceder a preguntar si la inferencia es homogénea; en otras palabras, ¿hay diferentes formas de razonamiento? Esto plantea la difícil cuestión de si la deducción y la inducción son en última instancia modos irreducibles de razonamiento. La cuestión se confunde a menudo por una definición muy estrecha del silogismo, que tiene que ser adaptada a las ranuras de las palabras prescritas por la sintaxis. Pero si, desarrollando el pensamiento de Aristóteles, consideramos un silogismo como la unidad de razonamiento, entonces podemos definirla como la inferencia de una relación entre A y C a partir de una relación de A con B compuesta con una relación de B a C. Como una ilustración podemos citar el famoso ejemplo de Mill de la inferencia de la matrona de la villa. Mill lo llama razonamiento a partir de detalles por analogía; pero se puede ver fácilmente que es un silogismo; este fármaco (A) curó a mi Lucía (B), que tenía la misma enfermedad que el hijo de este vecino (C), y por lo tanto, curará a este niño (C). Todo razonamiento parece consistir en tales pasos unitarios, y parece que induce a error el hablar de la inferencia vi materiæ; material y formal son términos relativos.
Psicología del Razonamiento
Razón y Sentimiento
Animales y Razón
Fuente: Rahilly, Alfred. "Reason." The Catholic Encyclopedia. Vol. 12. New York: Robert Appleton Company, 1911. 26 Aug. 2016 <http://www.newadvent.org/cathen/12673b.htm>.
Traducido por Luz María Hernández Medina