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Viernes, 22 de noviembre de 2024

Causa

De Enciclopedia Católica

Revisión de 13:56 3 oct 2010 por Luz María Hernández Medina (Discusión | contribuciones) (Causa en la filosofía griega)

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El término en filosofía

Causa (griego, aitia, aition; latín, causa; francés, causa; alemán, Ursache; se derivan del latín tanto el término cosa como el francés chose, que significa "cosa"), como el correlativo de efecto, se entiende como el ente que de alguna manera le da existencia, o contribuye a la existencia de cualquier cosa; lo que produce un resultado; a lo que se le atribuye el origen de cualquier cosa. El término causa también se emplea en varias otras suposiciones, filosóficas, científicas, jurídicas, etc., a las que se hará referencia en el curso del presente artículo. La antedicha descripción es la de causa tomada en el sentido filosófico, así como en su significado ordinario en el lenguaje popular, pues, estrictamente hablando, causa, siendo un transcendental, no puede recibir una definición lógica. Es también la que se propone comúnmente como preliminar a la investigación de la naturaleza de la causalidad en las escuelas.

Aunque las ideas de causa y causalidad están, obviamente, entre las más familiares que poseemos, ya que están implicadas en cada ejercicio del razonamiento humano, y se presuponen en todas las formas de argumentación y por cada acción práctica, una gran vaguedad es inherente al concepto popular de ellas, y correspondientemente se halla una gran ambigüedad en el uso de los términos que las expresan. En vista de ello, será necesario limpiar el terreno atravesado en la parte principal del presente artículo con la afirmación de que éste se interesa, no tanto en tratar las causas individuales consideradas en lo concreto, como en el análisis de la idea de causalidad subyacente y que se incluyen en el de todas las causas. También hay un aspecto psicológico, así como uno metafísico, del asunto que no debe perderse de vista, sobre todo en las partes del artículo en que se toca someramente las especulaciones más recientes con respecto a la causalidad.

Como cuestión de hecho, toda la humanidad por naturaleza le atribuye a ciertos fenómenos una acción causativa sobre los demás. Esta atribución natural de la relación de causa y efecto a los fenómenos es anterior a todas las declaraciones y análisis filosóficos. Los objetos de los sentidos se agrupan a grandes rasgos en dos clases: los que actúan y aquellos sobre los que se actúa. No parece necesariamente que la reflexión consciente entre en el juicio que divide las cosas naturales entre causas y efectos. Pero cuando procedemos a preguntarnos precisamente lo que queremos decir cuando decimos, por ejemplo, que A es causa y B es efecto, que A causa a B, o que B es el resultado de A, se plantea la cuestión de la causalidad.

Cualquiera sea la respuesta que presentemos, será la declaración de nuestra concepción de la causalidad. Será la expresión de nuestro juicio sobre la relación real ente A y B que participan en la concepción de la una como causa y el otro como efecto. Probablemente se encontrará, cuando intentamos formular cualquier respuesta a la pregunta, que hay mucho más involucrado de lo que habíamos pensado a primera vista; y, puesto que proseguiremos probablemente sobre líneas análogas a las que ha viajado la filosofía, como cuestión de hecho, no estará de más trazar la historia y el desarrollo del problema concernido en las causas y causalidad, y establecer brevemente las distintas soluciones presentadas.

Por lo tanto, comenzaremos con la primera cruda concepción de poder o eficiencia, y pasaremos por las etapas de hilozoísmo e idealismo para el análisis completo de la causa y la declaración de la causalidad hecha por Aristóteles. Esta cuestión será considerada sólo en resumen, según insertada en la siguiente descripción más detallada de las doctrinas de los escolásticos sobre el tema, quienes, si bien la adoptaron en todas sus líneas principales, modificaron en varios aspectos la enseñanza del Estagirita. Luego se considerará el ataque crítico sobre la posibilidad de un conocimiento de la causalidad, realizado por el escéptico escocés Hume, en su relación con la respuesta de la escuela de sentido común, según representada por Reid. Se tocará brevemente la doctrina de Kant, con su doble secuencia de idealismo y materialismo; y el tratamiento filosófico del tema se llevará a su fin con una comparación de la concepción mecánica de la ciencia moderna respecto a las causas y el análisis metafísico más fundamental de la causalidad.

Causa en la filosofía griega

Los pre socráticos:

Antes del comienzo de las escuelas pre-socráticas de filosofía griega, la primera concepción grosera y popular de las causas estaba mezclada con mucho de lo que era extravagante y, en el propio sentido de la palabra, supersticioso. Se personificaba a los poderes de la naturaleza y se les consideraban inteligentes y voluntariosos. Se les concebía como mucho más poderosos que el hombre, pero inciertos y caprichosos, por lo que era necesario propiciarlos y conseguir su favor, mediante las ofrendas de sacrificios y las oraciones. Así, existía la idea de poder, y una libre atribución de efectos a una u otra de las fuerzas naturales que habían llegado a ser vagamente consideradas como causas.

Con el fin de proporcionar una base de unidad, en lugar de confundir las causas, los primeros filósofos emprendieron la búsqueda de los principios de las cosas. El problema inmediatamente delante de ellos era el de explicar la similitud y diversidad, así como el cambio, en el mundo visible. Para ellos, aunque se usaba el término aitia, e incluso en ocasiones en varios de los sentidos en que Aristóteles lo distinguió más tarde, el término más común fue arché, que al parecer generalmente era intercambiable con el primero. Este término designaba un principio que, en cierto sentido vago, tenía un significado cercano a la causa material del Estagirita. Se usaba para denotar una entidad antes de las entidades existentes, y sin embargo de alguna manera coexistente con ellas y que proveía la base o razón de su existencia. Pero no connotaba la idea de causa en el sentido estricto, es decir, como la que realmente da el ser a su efecto, tal como la que aparece en los conceptos posteriores de causalidad y que se deriva de la observación y el análisis de las condiciones del cambio físico. El problema que surgía allí todavía no había sido establecido definitivamente.

La tarea de los filósofos de estas primeras escuelas fue la investigación de la naturaleza, con, por consecuencia, el descubrimiento de sus constituyentes o componentes elementales, sus principios primordiales. Así, los representantes tanto de la escuela jonia como de la eleática, al reducir todas las cosas a una sola base puramente material, o a varias bases, asignan, de hecho, un principio que puede considerarse como una causa concreta, pero no plantea la verdadera cuestión de la causalidad, ni da una explicación satisfactoria de cómo una cosa se diferencia de otra o de cómo las cosas puede pueden llegar a ser del todo. Tampoco, al explicar la diversidad y el cambio mediante la asignación de calor, la rarefacción, condensación, disposición en el espacio, número, etc., era más que un intento hecho para llamar más la atención sobre el hecho de la causalidad y de determinar con mayor precisión que la opinión popular cuáles eran las causas concretas mediante las cuales las cosas llegan a ser lo que son. Obviamente, este no es un análisis de la causalidad, y en ningún sentido toca realmente el corazón de la cuestión. Apenas requiere la observación de que a lo sumo las causas, o más correctamente los principios, asignados, incluso si entendidos en el sentido de los principios diferenciadores inherentes, eran tales como explicarían no más que una diversidad accidental, dejando todas las cosas, cuya diversidad era el punto exacto a ser explicado, realmente idénticas en substancia.

Platón

Fue gradual en sí mismo el progreso desde esta primera búsqueda de los principios elementales del ser hasta la posterior investigación e interpretación de alteración o cambio. Había que encontrar algo que explicara la regularidad de la sucesión de fenómenos en el mundo físico, así como su diversidad y alteración. Los pitagóricos presentaron como explicación su doctrina de los números; Platón, su teoría de las ideas. Así, adelantándose a sus predecesores, claramente y en un sentido muy real deja espacio para las causas formales de la existencia. Pero él no especifica la naturaleza de estas ideas, distintas a las sustancias, separadas de las entidades individuales que causan. De alguna manera completamente inexplicada, estas entidades individuales son precisamente lo que son al participar en las ideas. En distintos pasajes de sus escritos Platón alude a la relación entre las ideas y las entidades concretas como la participación, una comunidad, o una imitación. Así establece el hecho de la similitud en las esencias y los procesos del mundo físico, pero no ofrece ninguna explicación definitiva debido a ello. En común con los anteriores filósofos de la naturaleza, Platón le asigna causas concretas, pero no pretende dar ninguna solución a los problemas reales de causalidad.

No fue hasta que Aristóteles formuló su famosa doctrina de las cuatro causas del ser que se puede decir que la cuestión se había previsto con suficiente claridad como para admitir la presentación exacta o una discusión fructífera. En lugar de explicar la diversidad en el mundo físico por una referencia a un principio básico común y de una modificación accidental, ya sea fortuita o diseñada, partiendo de él y en él ---a lo mejor el rudo sustituto de una filosofía incipiente que todavía debe establecer correctamente el problema a resolver, en lugar de buscar fuera el objeto, o efecto, para lo que lo especifica, y encontrar una substancia totalmente separada de ella, a la que se debe atribuir su existencia sustancial en el mundo de los fenómenos, de alguna manera críptica--- Aristóteles estableció una investigación profunda en los modos esencialmente diversos en los que se puede decir que cualquier cosa contribuye a la existencia de otra. Al hacerlo, cambió la naturaleza de la investigación. El resultado fue no sólo el descubrimiento de las cuatro causas, sino una solución de la realmente mucho más importante cuestión de la causalidad. No hay duda de que su enseñanza es, en un sentido muy real, una síntesis de todo lo que había antes de ella; pero es una síntesis en la que no se adopta ninguna de las doctrinas anteriores, precisamente como estaban en los sistemas anteriores. El secreto que regía la adaptación de los “principios” generalmente aceptados e hizo posible la síntesis, yace en el significación que le dio a la causa formal. La tarea que tenía que realizar había dejado de ser el descubrimiento de los componentes o principios meramente físicos, y se había desplazado a la cuestión fundamental de la investigación metafísica.

Aristóteles da las opiniones de sus predecesores con considerable extensión en la “Física” y de nuevo en la "Metafísica", en las que las somete a un cuidadoso análisis y a una crítica rigurosa. Pero los elementos de su propia doctrina respecto a las cuatro causas, como causas, estaban allí en solución. El significado del término arché, ya utilizado, era lo suficientemente amplio para incluir el de aitia, ya que todas las causas vienen necesariamente bajo la cabeza de principios. Los jonios de la antigua escuela ya se habían ocupado de la materia. Los jonios posteriores habían tratado vagamente las causas eficientes. El método y la enseñanza moral de Sócrates había retorcido y sacado la idea del final, mientras que Platón había enseñado definitivamente la existencia de causas formales separadas. Todos estos factores contribuyeron al resultado de su investigación; y la espléndida crítica histórica y la revisión a la que somete a los filósofos anteriores y sus enseñanzas sobre este punto no sólo muestran su conocimiento amplio y profundo de sus doctrinas, sino también su disposición a acreditarlos por lo que habían adelantado en todo lo hecho para el conocimiento. Sin embargo, hasta este punto, como se ha dicho, era cuestión de principios más que de causa; y cuando de causa como tal, de causa considerada en lo concreto y no de la causalidad de las causas.

Aristóteles

Entonces, para Aristóteles el problema tomó la forma de un análisis de las esencias de tal manera como para percibir, separar y clasificar los principios que, al conspirar para traer la esencia de cualquier efecto, objeto o acontecimiento, realmente a la existencia, como por decirlo así, fluye a ella. Pues la idea de causa es la de aquello que no influye de ningún modo en la producción de un efecto como una esencia. Y, la declaración de la forma en que dichas causas, una vez descubiertas, se encuentra que corresponden, y juegan sus varias partes en la causalidad, será el establecimiento de la causalidad. Ahora bien, como nuestra noción de los principios en general, ya sea en el ser, en el devenir, o en la comprensión de cualquier cosa, se deriva principalmente de la observación de los movimientos que tienen lugar en el espacio, así nuestra noción de causa se deriva de la observación de los cambios, ya sean locales, cuantitativos, cualitativos o substanciales. La explicación de cualquier cambio lleva a la doctrina de las cuatro distinciones, o clases, de causas tal como fueron formuladas por Aristóteles. Ellas fueron:

  • materia, húle--tò hex oû gínetaí tí enupárchontos
  • forma, morphé, eîdos--ho lógos ho toú ti ên eînai
  • movimiento, o causa eficiente, tò kinetikó--hóthen he archè tês metabolés he próte
  • causa final, tò télos--tò hoû héneka (Cf. Física, II, III.)

Estas se relacionan separadamente de diversas maneras. Es en la declaración de esta relación que se encuentra la noción y explicación de causalidad. La causa material, aquella de la que se hace o causa el principio, o efecto, se concibe como una potencialidad indeterminada. Es determinada a una esencia sustancial definida por la causa formal. Esta, a su vez, se concibe como una realidad que especifica la potencialidad material. Las causas formales son las esencias inmutables de las cosas en sí mismas, permanentes en ellas en medio del flujo de modificaciones accidentales, pero por la unión real con la causa material que determina esto al individuo concreto, y no, como las ideas de Platón, separado de ella. Ellas son, bajo la acción de la causa motora, o eficiente, la realización de la determinabilidad de la materia. La causa motriz, o eficiente, que, como se verá más adelante, es la que ha llegado a ser principalmente considerada como la verdadera causa, y aquella alrededor de la cual ha surgido la mayor controversia, es, en esta cuádruple división de las causas, aquella por cuya operación o agencia se trae a la existencia el efecto; es decir, por cuya operación la causa formal del efecto es inducida en lo material.

Por último, la causa final es aquel principio debido al cual la causa eficiente se mueve hacia la producción de su efecto. Es el efecto mismo considerado formalmente como el término de la intención del agente, o causa eficiente. Ni Aristóteles ni Platón están muy claros en cuanto al sentido preciso en que la causa final ha de entenderse. La frase aristotélica es lo suficientemente vaga como para cubrir los dos significados; es decir, el fin considerado como el objeto deseado, y el fin considerado como el deseo del objeto. Aristóteles percibe y enseña que el fin es frecuentemente identificado con la forma, y que este también es frecuentemente identificado en especies con la causa motriz; pues el hombre, como dice en el ejemplo que da, el hombre engendra. Sin embargo, no se deduce que todas las causas en movimiento siempre se identifiquen, incluso en especies, con sus efectos. De hecho, Aristóteles enseña que este no es el caso. Él sostiene que el mundo es eterno, pero, en virtud de su principio fundamental de que ninguna potencialidad puede preceder a la realidad, la hace una eternidad participativa. Por lo tanto el material y las causas formales que van juntos van a componer el mundo son creados, o más propiamente, eternamente creados al mismo tiempo. A partir de este principio fundamental de la prioridad de la actualidad sobre la potencia, Aristóteles prueba también el hecho de la existencia de Dios como la primera causa motriz. Como cada efecto de un proceso se considerará ahora como una realidad que antes no era más que potencial, y postula una causa motriz con el fin de que debería haber llegado a ser como el término de una moción, por lo que todas las cosas en el mundo, tomadas en conjunto, requieren una causa absolutamente primera de la misma naturaleza. Según el principio de Aristóteles, esta primera causa debe ser una realidad absoluta, ya que, si no estuviese por completo en el acto, no podría ser la causa motriz de todas las cosas, ni mantenerlas eternamente en movimiento. Del mismo modo, debe ser una forma pura, o noûs, sin mezcla de materia, puesto que esto conllevaría una limitación de su actualidad. Así fue como Aristóteles planteó y respondió a la pregunta de causalidad, dividiendo las causas en cuatro clases, e indicando la naturaleza del flujo causal con el que cada uno contribuye a la producción de su efecto común. Pues, de acuerdo con esta teoría, todas las cuatro causas, en conjunto, son realmente la causa de cualquier efecto físico dado.

El análisis escolástico de causalidad

Causalidad en el pensamiento moderno

Especulaciones posteriores

Fuente: Aveling, Francis. "Cause." The Catholic Encyclopedia. Vol. 3. New York: Robert Appleton Company, 1908. <http://www.newadvent.org/cathen/03459a.htm>.

Está siendo traducido por L M H.