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Jueves, 21 de noviembre de 2024

Diferencia entre revisiones de «Maldición»

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Son cuatro las principales referencias que se hacen a la palabra maldición en la Vulgata (versión Douay):
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Vea también el artículo [[Maldición (en la Escritura) |MALDICIÓN (EN LA ESCRITURA)]].
  
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En su acepción popular el término '''maldición''' se confunde a menudo, especialmente en la frase "maldición y [[juramento]]", con el uso de lenguaje profano y ofensivo; en el [[Derecho Canónico |derecho canónico]] a veces significa la sentencia de [[excomunión]] pronunciada por [[la Iglesia]].  En su sentido bíblico más común significa lo contrario de [[bendición]] (cf. [[Números |Núm.]] 23,27), y es en general ya sea una amenaza de la [[ira]] divina, o su visita real, o su anuncio [[profecía |profético]], aunque en ocasiones es una mera petición de que [[Dios]] aflija con una calamidad a [[persona]]s o cosas en represalia por sus [[mal]]as acciones.  Así entre muchos otros casos encontramos a Dios maldiciendo a la serpiente ([[Génesis |Gén.]] 3,14), a la tierra (Gén. 3,17) y a [[Caín]] (Gén. 4,11).  De forma similar [[Noé]] maldice a [[Canaán, Cananeos |Canaán]] (Gén. 9,25); [[Josué]], al que reconstruya la ciudad de [[Jericó]] ([[Josué |Jos.]] 6,26-27); y en varios libros de [[Antiguo Testamento]] hay largas listas de maldiciones contra los transgresores de la [[Legislación de Moisés |Ley]] (cf. [[Levítico |Lev.]] 26,14-25; [[Deuteronomio |Deut.]] 27,15, etc.).  Así también en el [[Nuevo Testamento]] [[Jesucristo |Cristo]] maldice la higuera estéril ([[Evangelio según San Marcos |Mc.]] 11,14), pronuncia su denuncia de calamidad contra las ciudades incrédulas ([[Evangelio según San Mateo |Mt.]] 11,21), contra los [[Uso de la Riqueza |ricos]], los mundanos, los [[escribas]] y los [[fariseos]], y predice la terrible maldición que vendrá sobre los condenados (Mt. 25,41).  La palabra maldición se aplica también a la víctima de expiación por el [[pecado]] ([[Epístola a los Gálatas |Gál.]] 3,13), a los pecados temporales y [[eternidad |eternos]] (Gén. 2,17; Mt. 25,41). 
  
Es el término más común, quizá más utilizado por la humanidad que el de Dios.  
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En [[Teología Moral]], maldecir es hacer bajar el [[mal]] sobre [[Dios]] o las criaturas, [[razón |racionales]] o irracionales, vivas o muertas.  [[Santo Tomás de Aquino |Santo Tomás]] trata sobre ella bajo el nombre de ''malediction'', y dice que la imprecación puede hacerse eficazmente y a modo de mandato, como cuando se hace por Dios, o ineficazmente y como una simple expresión de deseo.  A partir del hecho de que nos encontramos con muchos casos de [[Maldición (en la Escritura) |maldiciones]] hechas por Dios y sus representantes, [[la Iglesia]] y los [[Profecía, Profeta y Profetisa |Profetas]], se ve que el acto de maldecir no es necesariamente [[pecado |pecaminosa]] en sí mismo; al igual que otros [[Actos Humanos |actos]] [[moral]]es, toma su carácter pecaminoso del objeto, del fin y de las circunstancias. Así, siempre es un [[pecado]], y el mayor de los pecados, maldecir a Dios, pues hacerlo implica tanto la irreverencia de la [[blasfemia]] como la malicia de [[odio]] a la Divinidad.  Asimismo, es una blasfemia, y en consecuencia un grave pecado contra el segundo [[Mandamientos de Dios |mandamiento]], maldecir a las criaturas de todo tipo, precisamente porque son la obra de [[Dios]].  Sin embargo, si la imprecación ser dirigida hacia las criaturas irracionales no a causa de su relación con Dios, sino simplemente como son en sí mismas, la culpa no es mayor que la que se adjudica a las palabras vanas y ociosas, excepto cuando se da un grave [[escándalo]], o que el [[mal]] deseado a la criatura irracional no pueda separarse de la pérdida grave a una criatura [[razón |racional]], como sería el caso si uno le desease la muerte al caballo de otro, o la destrucción de su casa por el fuego, para tales deseos conllevan grave violación de la [[amor |caridad]].
  
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Las maldiciones que implican la rebelión contra la [[Divina Providencia]], o la negación de su [[bien |bondad]] u otros [[Atributos Divinos |atributos]], tales como maldecir el clima, el viento, el mundo, la [[fe]] [[cristianismo |cristiana]], generalmente no son [[pecado]]s graves porque aquellos que las profieren rara vez perciben el contenido completo e implicación de estas expresiones.  Las imprecaciones comunes contra objetos animados o inanimados objetos que causan vejación o dolor, aquellas contra las empresas que no logran el éxito, así, también, las imprecaciones que brotan de la impaciencia, pequeños brotes de [[ira]] por pequeñas molestias, y los que hablan a la ligera, sin consideración, bajo impulso súbito o en broma, son, por regla general, sólo  [[Pecado#Pecado Venial |pecados veniales]] ---al ser el [[mal]] leve y no deseado en serio.
  
Literalmente se refiere “amenazar ligeramente”, pero también se utiliza en el sentido de “maldecir” ya sea de Dios, Deut., xxi, 23, o de los hombres, Prov. xxvi, 14. Frecuentemente expresa no más allá de una “exclamación”, II Kings, xvi, 6-13; y también probablemente en I Pet., ii, 23, en Septuagint epikataraomai.  
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Invocar el [[mal]] [[moral]] sobre una criatura [[razón |racional]] es siempre ilícito, y lo mismo es válido para el mal físico, a menos que se desee no como mal, sino sólo en la medida en que es [[bien |bueno]], por ejemplo, como un castigo por las faltas, o un medio para enmienda, o un obstáculo para la comisión del [[pecado]]; pues en tales casos la [[intención]] principal, como dice [[Santo Tomás de Aquino |Santo Tomás]], va dirigida en sí misma hacia lo que es bueno.   Sin embargo, cuando se desea el mal precisamente porque es el mal y maliciosa y deliberadamente, siempre es [[pecado]], cuya gravedad varía con la gravedad del mal; si es de considerable magnitud, el pecado será grave, si es de carácter insignificante, el pecado será [[Pecado#Pecado Venial |venial]].  Se debe señalar que las maldiciones simplemente verbales, incluso sin el deseo de cumplimiento, se convierten en pecados graves cuando son proferidas contra y en la presencia de aquellos que están investidos con derecho especial a la reverencia.   Un niño, por lo tanto, pecaría gravemente si maldice a su [[padres |padre]], [[padres |madre]] o abuelos, o a aquellos que ocupan el lugar de los [[padres]], siempre que lo haga frente a su misma cara, incluso aunque lo haga simplemente con los labios y no con el corazón. Tal [[Actos Humanos |acto]] es una grave violación de la [[virtud]] de la [[Virtud de Religión |piedad]]. Entre otros grados de maldiciones verbales afines están prohibidos sólo bajo pena de pecado venial. Maldecir al [[diablo]] no es en sí un pecado; maldecir a los muertos no es normalmente un pecado grave, porque a ellos no se les hace ningún daño grave, pero maldecir a los [[Comunión de los Santos |santos]] o las cosas sagradas, como los [[Los Siete Sacramentos |sacramentos]], es generalmente una [[blasfemia]], ya que generalmente se percibe su relación con [[Dios]].
  
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“maldecir”, Deut., xxiv, 19-20, o más correctamente a la manera de “tomar un juramento”, aparentemente la expresión se referiría a “llamar a Dios como testigo”, Gen. xxvi, 28; Lev., v, 1; Deut., xxiv, 13, o también en el sentido de “llamar a Dios a que cayera sobre alguien”, Job, xxxi, 30, en el margen de R.V. "adjuration", en Sept. ara, u horkos.  
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'''Bibliografía''':  LESÊTRE in VIG., Dict. de la Bible, s.v. Malédiction; LEVIAS in Jewish Encyclopedia, s.v.; STO. TOMÁS, Sum. Theol., II-II, XXVI; SAN ALFONSO, Theol. Moral., IV, tract. ii; BALLERINI-PALMIERI, Tract. VII, sect. II; LEHMKUHL, Theol. Moral., I, 183; REUTER, Neo-Confessarius (1905), 104; NOLDIN, Quaes. Moral., I, 231.
  
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'''Fuente''':  Fisher, John. "Cursing." The Catholic Encyclopedia. Vol. 4. New York: Robert Appleton Company, 1908. 19 Aug. 2016 <http://www.newadvent.org/cathen/04573d.htm>.
  
“Dedicar una cosa”, el objeto puede ser dedicado a Dios, Lev., xxvii, 28, o condenado a la destrucción, Deut., ii, 34. La Sept. aparece como usando el tema como anatema de la cosa u objeto dedicado a Dios (escrito con eta); pero anatema también de algo que se desea destruir (escrito con epsilon) Luke, xxi, 5; y Thackeray, "Grammar of the Old Testament in Greek", p. 80. La aceptada traducción de hrm es como “prohibir”, significando que se entredice algo y que esto es maldecido, Deut., vii, 26; Mal., iii, 24.
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Traducido por Luz María Hernández Medina.
 
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Entre los semitas, el maldecir fue un acto religioso, y en la legislación sináica, se trata más bien como algo relacionado con la purificación de usos existentes, más que como una nueva práctica religiosa, tal y como aparece en el Código de Hammurabi. Para los semitas, la deidad de la tribu fue la protectora de la gente (III Kings, xx, 23, and cf. the the Moabite Stone 11, 4, 5, 14) y “maldecir” fue un llamado a venganza contra oponentes.
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Nuevamente los hebreos fueron el pueblo escogido, luego establecidos aparte, y de esta condición emerge una valla. Relacionada con la conquista, encontramos a las ciudades y las gentes de Canaan, quienes se declararon ser hrm, o en el sentido de “prohibición”: su religión debía traer salvación al mundo, por tanto debía estar relacionada con grandes sanciones y con anatemas contra todo el que infringiera su regulación. Otra vez, las maldiciones del Viejo Testamento (O.T.) deben ser interpretadas a la luz de las condiciones de los tiempos, y esa época estaba basada en la “lex talionis” (ley del talión). Esa era la norma no sólo en Palestina, sino también en Babilonia, cf. Código de Hammurabi, 196, 197, 200.
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Una de las características más especiales del Nuevo Testamento es la abolición que hace del espíritu de tomar represalias, Mat., v, 38-45; por tanto, el abuso de maldecir fue también prohibido como ley en el Antiguo Testamento, Lev., xx, 9, Prov., xx, 20. Al mismo tiempo hay pasajes en los cuales el uso de las maldiciones es difícil de explicar. Los llamados salmos commitativos tienen una perspectiva explícita no sólo del deseo de evitar ello, sino de lo que pasaría ("Contra Faustum" xvi, 22, and "Enarr. in Ps. cix."; ver SALMOS).
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De manera similar, la maldición de Eliseo sobre los pequeños muchachos, IV Reyes, ii, 23-24, es algo repulsivo a los oídos modernos, pero es considerado como “in speculo aeternitatis”, por San Agustín, quien lo indica expresamente (Enar, en Sal., lxxxiii, 2, y en Sal, lxxxiv, 2). No obstante, aunque la maldición tiene un papel predominante en la Biblia, es raro que encontremos maldiciones irracionales en boca de personajes bíblicos. No se encuentran tampoco en la Biblia, maldiciones relacionadas con aquellos que violan las tumbas de los muertos, tales como las que encontramos en Egipto y Babilonia, o en los sarcófagos de Sidón.
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Nos hemos referido con anterioridad al término “anatema”. Esto es importante en maldiciones del Antiguo Testamento más que en las doctrinas del Nuevo Testamento. La doctrina que se relaciona con esta palabra tiene sus raíces en las expresiones de San Pablo, por ejemplo en Gal., iii, 10-14; y es el uso preciso de los significados lo que posibilita que él de un tratamiento a nuestra redención del pecado, tal y como lo hace, por ejemplo en II Cor., v, 21. La misma idea se manifiesta en el Apocalipsis, xxii, 3: “Y no habrá más maldición”, también en Cor., xii, 3, y xvi, 22.
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SCHURER, A History of the Jewish People in the time of Jesus Christ, II, ii, 61; GIRDLESTONE, Synonums of the O.T. (Edinburgh, 1907), 180.
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HUGH POPE
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Transcripción de Joseph P. Thomas
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Traducción al castellano de Giovanni E. Reyes
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Última revisión de 14:36 19 ago 2016

Vea también el artículo MALDICIÓN (EN LA ESCRITURA).

En su acepción popular el término maldición se confunde a menudo, especialmente en la frase "maldición y juramento", con el uso de lenguaje profano y ofensivo; en el derecho canónico a veces significa la sentencia de excomunión pronunciada por la Iglesia. En su sentido bíblico más común significa lo contrario de bendición (cf. Núm. 23,27), y es en general ya sea una amenaza de la ira divina, o su visita real, o su anuncio profético, aunque en ocasiones es una mera petición de que Dios aflija con una calamidad a personas o cosas en represalia por sus malas acciones. Así entre muchos otros casos encontramos a Dios maldiciendo a la serpiente (Gén. 3,14), a la tierra (Gén. 3,17) y a Caín (Gén. 4,11). De forma similar Noé maldice a Canaán (Gén. 9,25); Josué, al que reconstruya la ciudad de Jericó (Jos. 6,26-27); y en varios libros de Antiguo Testamento hay largas listas de maldiciones contra los transgresores de la Ley (cf. Lev. 26,14-25; Deut. 27,15, etc.). Así también en el Nuevo Testamento Cristo maldice la higuera estéril (Mc. 11,14), pronuncia su denuncia de calamidad contra las ciudades incrédulas (Mt. 11,21), contra los ricos, los mundanos, los escribas y los fariseos, y predice la terrible maldición que vendrá sobre los condenados (Mt. 25,41). La palabra maldición se aplica también a la víctima de expiación por el pecado (Gál. 3,13), a los pecados temporales y eternos (Gén. 2,17; Mt. 25,41).

En Teología Moral, maldecir es hacer bajar el mal sobre Dios o las criaturas, racionales o irracionales, vivas o muertas. Santo Tomás trata sobre ella bajo el nombre de malediction, y dice que la imprecación puede hacerse eficazmente y a modo de mandato, como cuando se hace por Dios, o ineficazmente y como una simple expresión de deseo. A partir del hecho de que nos encontramos con muchos casos de maldiciones hechas por Dios y sus representantes, la Iglesia y los Profetas, se ve que el acto de maldecir no es necesariamente pecaminosa en sí mismo; al igual que otros actos morales, toma su carácter pecaminoso del objeto, del fin y de las circunstancias. Así, siempre es un pecado, y el mayor de los pecados, maldecir a Dios, pues hacerlo implica tanto la irreverencia de la blasfemia como la malicia de odio a la Divinidad. Asimismo, es una blasfemia, y en consecuencia un grave pecado contra el segundo mandamiento, maldecir a las criaturas de todo tipo, precisamente porque son la obra de Dios. Sin embargo, si la imprecación ser dirigida hacia las criaturas irracionales no a causa de su relación con Dios, sino simplemente como son en sí mismas, la culpa no es mayor que la que se adjudica a las palabras vanas y ociosas, excepto cuando se da un grave escándalo, o que el mal deseado a la criatura irracional no pueda separarse de la pérdida grave a una criatura racional, como sería el caso si uno le desease la muerte al caballo de otro, o la destrucción de su casa por el fuego, para tales deseos conllevan grave violación de la caridad.

Las maldiciones que implican la rebelión contra la Divina Providencia, o la negación de su bondad u otros atributos, tales como maldecir el clima, el viento, el mundo, la fe cristiana, generalmente no son pecados graves porque aquellos que las profieren rara vez perciben el contenido completo e implicación de estas expresiones. Las imprecaciones comunes contra objetos animados o inanimados objetos que causan vejación o dolor, aquellas contra las empresas que no logran el éxito, así, también, las imprecaciones que brotan de la impaciencia, pequeños brotes de ira por pequeñas molestias, y los que hablan a la ligera, sin consideración, bajo impulso súbito o en broma, son, por regla general, sólo pecados veniales ---al ser el mal leve y no deseado en serio.

Invocar el mal moral sobre una criatura racional es siempre ilícito, y lo mismo es válido para el mal físico, a menos que se desee no como mal, sino sólo en la medida en que es bueno, por ejemplo, como un castigo por las faltas, o un medio para enmienda, o un obstáculo para la comisión del pecado; pues en tales casos la intención principal, como dice Santo Tomás, va dirigida en sí misma hacia lo que es bueno. Sin embargo, cuando se desea el mal precisamente porque es el mal y maliciosa y deliberadamente, siempre es pecado, cuya gravedad varía con la gravedad del mal; si es de considerable magnitud, el pecado será grave, si es de carácter insignificante, el pecado será venial. Se debe señalar que las maldiciones simplemente verbales, incluso sin el deseo de cumplimiento, se convierten en pecados graves cuando son proferidas contra y en la presencia de aquellos que están investidos con derecho especial a la reverencia. Un niño, por lo tanto, pecaría gravemente si maldice a su padre, madre o abuelos, o a aquellos que ocupan el lugar de los padres, siempre que lo haga frente a su misma cara, incluso aunque lo haga simplemente con los labios y no con el corazón. Tal acto es una grave violación de la virtud de la piedad. Entre otros grados de maldiciones verbales afines están prohibidos sólo bajo pena de pecado venial. Maldecir al diablo no es en sí un pecado; maldecir a los muertos no es normalmente un pecado grave, porque a ellos no se les hace ningún daño grave, pero maldecir a los santos o las cosas sagradas, como los sacramentos, es generalmente una blasfemia, ya que generalmente se percibe su relación con Dios.


Bibliografía: LESÊTRE in VIG., Dict. de la Bible, s.v. Malédiction; LEVIAS in Jewish Encyclopedia, s.v.; STO. TOMÁS, Sum. Theol., II-II, XXVI; SAN ALFONSO, Theol. Moral., IV, tract. ii; BALLERINI-PALMIERI, Tract. VII, sect. II; LEHMKUHL, Theol. Moral., I, 183; REUTER, Neo-Confessarius (1905), 104; NOLDIN, Quaes. Moral., I, 231.

Fuente: Fisher, John. "Cursing." The Catholic Encyclopedia. Vol. 4. New York: Robert Appleton Company, 1908. 19 Aug. 2016 <http://www.newadvent.org/cathen/04573d.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina.