Acacio de Cesarea
De Enciclopedia Católica
Obispo de Cesarea en Palestina, discípulo y biógrafo de Eusebio, el historiador, a quien sucedió en la sede de Cesarea en el año 340. No se sabe nada sobre la fecha y el lugar de su nacimiento pero probablemente era sirio; y durante toda su vida llevó el apodo de “monophthalmos” (tuerto), sin duda por un defecto personal (S. Hier.. Viri Ill., XCVIII), pero también posiblemente con una referencia figurativa maliciosa a su general conducta mudable y su rara habilidad para las declaraciones ambiguas. Fue un prelado de gran cultura, un patrocinador de estudios (S. Hier., Epist. Ad. Marcellam, 141) y fue autor de un tratado sobre el Eclesiastés. También escribió seis libros de temas misceláneos (symmikta zetemata) o ensayos sobre varios temas, de los cuales sólo quedan fragmentos. Se puede consultar estos fragmentos en detalle en Jerónimo Fabricio, “Biblioteca Graeca”, VII, 336 y IX, 254 ss. (ed. Harless). Se le recuerda principalmente por su encarnizada oposición a San Cirilo de Jerusalén y por el papel que más tarde desempeñó en las fases más extremas de la controversia arriana. Hay un pasaje muy significativo en el famoso vigésimo primer discurso de San Gregorio Nacianceno, en la cual ese adalid de la ortodoxia habla sobre “la lengua de los arrianos” (Orat., XXI, 21) en unos términos dudosamente elogiosos.
Si, como parece probable, es a Acacio al que se refieren, tan sólo cabe decir que el historial de su carrera justifica plenamente la imputación hecha tan oscuramente. Fue uno de esos prelados imperiales que Newman (Arrianos, siglo IV, 4ta ed., 274) describió tan efectivamente como que “practicaban en la gimnasia de la escuela aristotélica”; y su agudeza en el debate y genialidad para la intriga, unidos al prestigio que ya tenía por ser amigo y sucesor del gran historiador eclesiástico (Eusebio de Cesarea), le señalaron como el portavoz más capacitado y el verdadero guía espiritual de la facción de la corte, incluso antes de la muerte de su gran líder, Eusebio de Nicomedia. Fue uno de los notorios “noventa” que firmaron los ambiguos credos de Antioquía, en presencia de Constancio en el 341 (Sozomeno, III, V) con ocasión de la dedicación de la Basílica Dorada. Por su participación en este acto y su evidente defensa de una política de reticencia hacia la fórmula Nicena, hallamos su nombre en la lista de los que fueron depuestos por el Concilio de Sárdica en el 347 (San Atanasio, Hist. Ar., XVII; Epist. Ad. AEgypt., VII). Negándose a aceptar la condena que se le impuso, se retiró a Filpópolis junto con otros obispos de la facción cortesana, donde en cambio ayudó a asegurar una sentencia de excomunión y deposición contra sus propios jueces y también contra el Papa San Julio I, patrón y defensor de San Atanasio y contra Hosio de Córdoba (Sócrates, II, XVI; Sozomeno, III, XIV; Teodoreto, II, XXVI; Labbe, Conc., II, 625-629). Estas penas que se le impusieron de mano de los ortodoxos no consiguieron, desde luego, mermar su prestigio. Si nos fiamos del testimonio de San Jerónimo, su crédito ante Constancio fue tan grande durante esos años que cuando el Papa Liberio fue depuesto y conducido al exilio, en el 355 ó 357, Acacio fue capaz de asegurar la intrusión de Félix II, el antipapa, en su lugar.
El año 358 señala la culminación de su acérrima e indigna disputa con San Cirilo de Jerusalén. El malentendido, que se remontaba a un período no mucho después de la instalación de Cirilo, había surgido debido a un asunto de prioridad canónica, pero más probablemente se debía a la irritación que Acacio sentía por ser incapaz de influenciar la política de Cirilo enteramente a su favor. Cargos y contra-cargos de herejía continuaron durante algunos años hasta que Acacio se las apañó para asegurar la deposición de Cirilo, con la ayuda de los obispos palestinos, a quienes él había inducido a examinar un cargo totalmente ridículo de contumacia. Cirilo se fue al exilio, pero fue reinstalado a su iglesia al cabo de dos años por una decisión del famoso Concilio de Seléucida. Pero el extraordinario crédito del que Acacio gozaba ante el influenciable Constancio, consiguió deshacer este acto de justicia ordinaria, y en el 360 Cirilo fue condenado una vez más, esta vez debido la influencia que Acacio ejerció en el Sínodo de Constantinopla. Esta vez Cirilo tuvo que rendirse. Dejó su sede y se mantuvo en el exilio hasta la ascensión de Juliano el Apóstata en el 361. El hecho, no obstante, de que Acacio fuera temporalmente controlado con la restitución de Cirilo, a manos del Sínodo de Seleucia, no debe cegar al lector ante el peso real de su influencia, tanto en el Concilio como en la política eclesiástica de entonces. Estuvo entre los principales prelados arrianizantes que consiguieron realizar la idea de dividir el sínodo para resolver los problemas creados por el manifiesto sirmiano. En este sentido se le puede atribuir la mayor parte de la trastada creada por las definiciones de Rimini y Seleucia. La turbulenta e inescrupulosa facción, la cual apoyó sus ideas en ambos encuentros, fue enteramente obra suya y justamente llevó su nombre—oi peri Akakion.
El relato detallado de sus actividades en Seleucia pertenece más a la historia de esa reunión que al presente boceto de su vida; pero algunos apuntes sobre su modo de proceder no están fuera de lugar aquí. El número de obispos presente ha sido muy variamente estimado entre ciento cincuenta y ciento sesenta (Gwatkin, Estudios sobre el Arrianismo, V, nota G. donde se discute hábilmente las autoridades originales). Los semiarrianos eran una gran mayoría; y Acacio tenía unos seguidores bien disciplinados, los cuales, unidos a los eunomianos, a los que había ganado para su bando al alentarles las esperanzas de un compromiso, eran cuarenta en total. La primera etapa crítica de los acontecimientos pronto fue marcada por la readopción del credo semiarriano de Antioquia, conocido popularmente como el “Credo de la Encaenia” o “Credo de la Dedicación” (he en tois egkainiois), el cual fue una negativa e insatisfactoria profesión de fe; su único carácter distintivo es que era anti-niceno y que había sido compuesto por hombres que habían confirmado deliberadamente la destitución de San Anastasio.
La siguiente etapa de los acontecimientos fue más significativa todavía, ya que permitió a Acacio y a sus seguidores la oportunidad de revelar sus fuerzas. Silvano de Tarso propuso confirmar el famoso credo luciánico, cuando Acacio y su partido se levantaron y abandonaron la asamblea, a modo de protesta. A pesar de esta maniobra el credo fue firmado a la mañana siguiente a puerta cerrada; un procedimiento al que Acacio pronto tildó de un “acto de oscurantismo”. El miércoles, Basilio de Ancira y Macedonio de Constantinopla llegaron con San Hilario de Poitiers, San Cirilo de Jerusalén y Eustacio. Cirilo estaba ya bajo censura; y Acacio se negó a retornar al sínodo con sus seguidores hasta que él, o algún otro de los obispos acusados que estaban presentes, se retirasen. Después de un tormentoso debate, su plan fue aceptado y Leonas, el Comes, o representante de Constancio en la deliberación, se levantó y leyó una copia de un nuevo credo que Acacio le había dado. Aunque no repudiaba expresamente las formulas luciánicas, se oponía a los términos homoousion y homoiousion por ser iguales y no bíblicos. Esto provocó una acalorada discusión y el jueves Acacio se encontró con un feroz ataque de Eloíso, ex-soldado y obispo semiarriano de Cízico.
El viernes, Acacio rechazó de nuevo participar en ninguna deliberación más y Leonas se le unió con la excusa de que el emperador no le había enviado para presidir un concilio de obispos que no eran capaces de ponerse de acuerdo. La mayoría, de todos modos, continuó sin ellos y destituyeron a Acacio y a otros quince prelados. El astuto líder, no obstante, no esperó a la votación formal de destitución en su contra, sino que se marchó, con otros ocho, a Constantinopla. Al llegar allí descubrió que su objetivo se había asegurado por la llegada de un número de delegados traidores de Rimini. La famosa conferencia de Niké (cerca de Adrianópolis) había tenido lugar y el homoios había sido adoptado, sin la supuesta salvaguarda de kata panta. Esto condujo a un sínodo nuevo reunido a sugerencia de Constancio, en propia ciudad imperial. Supuso un completo triunfo del infatigable Acacio. Las ideas eunomianas se impusieron en Constantinopla, y a pesar de que su influencia no duró mucho en Occidente, mantuvieron una fluctuante e inquietante supremacía en Oriente durante cerca de veinte años. Acacio volvió a su sede en el 361 y pasó los próximos dos años de su vida llenando las sedes vacantes de Palestina con hombres simpatizantes de su política de vaguedad teológica y anti-nicenismo. Con su característica maña consintió en un completo cambio de rumbo y realizó una profesión pública de adherencia a las fórmulas nicenas cuando Joviano ascendió al trono en 363. Cuando el arriano Flavio Valente fue proclamado augusto en el 364, Acacio, una vez más, reconsideró sus puntos de vista y tomó partido por Eudoxio, aunque su versatilidad en este caso le sirvió de poco. Cuando los obispos macedonios se reunieron en Lampsaco, la sentencia previa que pesaba sobre él fue confirmada y no se volvió a saber de él en la historia real. César Baronio sitúa la fecha su muerte en el 366.
Bibliografía: ATANASIO, De Syn., XII, XXIX, XL, in P.G., XXVI, 701, 745, 766; SAN HILARIO, Contra Constant., xii-xv, in P.L. X; SAN EPIFANIO, Haer., LXXIII, 23-27, en P.G., XLII; SOCRATES y SOZOMENO, en P.G., LXVII; TEODORETO, en P.G., LXXXII; TILLEMONT, M moires, VI (ed. 1704); HEFELE, Hist. Ch. Counc. (tr. CLARK), II; NEWMAN, Ar. IV Cent., 4th ed.; GWATKIN, Estudios sobre el Arrianismo, 2d ed. (Cambridge, 1900).
Fuente: Clifford, Cornelius. "Acacius." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. <http://www.newadvent.org/cathen/01081a.htm>.
Traducido por Alicia Fernández Jarrín. L H M.