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Martes, 30 de abril de 2024

Leyendas de los Santos

De Enciclopedia Católica

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Leyendas de los Santos: Bajo el término leyenda el concepto moderno incluiría todos los cuentos falsos. Pero no ha pasado mucho tiempo desde que su significado se ha extendido hasta ahí, ni una definición de este tipo es históricamente justificable. Lo que se entendía por la palabra leyenda, en el momento en que surgió el concepto, incluía tanto la verdad como la ficción (considerada desde el punto de vista de la crítica histórica moderna). Y esto es lo que entienden por el término los numerosos amigos de la leyenda entre los poetas alemanes desde la época de la escuela romántica. La legenda incluía hechos que eran históricamente genuinos, así como una narrativa que ahora clasificamos como leyenda ahistórica.

El término es una creación de la Edad Media y tiene su origen en la lectura de las oraciones utilizadas en el servicio divino. Desde los días de los mártires, la Iglesia recordaba a sus difuntos famosos en las oraciones de la Misa y en el Oficio; conmemoraba los nombres anotados en los martirologios y narraba los incidentes en sus vidas y martirios. Cuando la lectio se convirtió en una cuestión de precepto, el material de lectura en el Oficio del día se convirtió en un sentido preciso en legenda (lo que debe leerse). Después del siglo XIII, la palabra legenda fue considerada como equivalente de vita y passio, y, en el siglo XV, el liber lectionarius está comprendido en lo que se conoce como "leyenda". Así, históricamente considerada, la leyenda es la historia de los santos. Como en ese momento, lamentablemente, había sucedido que la gente complementaba y embellecía las historias de los santos de acuerdo con sus primitivas concepciones e inclinaciones teológicas, la leyenda se convirtió en gran parte en una ficción.

La época de la Reforma recibió la leyenda de esta forma. Debido a la importancia que los santos poseían, incluso entre los protestantes especialmente como instrumentos de la gracia divina, las leyendas se han mantenido en uso hasta el día de hoy, particularmente en los sermones. La edición de la "Vitæ Patrum", que Georg Major publicó en Wittenberg (1544) por orden de Lutero, sigue de cerca a Atanasio, Rufino y Jerónimo, y rechaza simplemente las fantasías y aberraciones obvias, como, por ejemplo, las que se verían en el "Vita s. Barbaræ", la "Legenda Aurea" del siglo XIII, o en la "Vita s. Simeonis Stylitæ" de Pseudo-Antonius. Pero la oposición a la Iglesia antigua se intensificó y llevó a la ruptura de los reformadores con los santos. Simultáneamente, las leyendas de los santos desaparecen del protestantismo, y es solo en el siglo XIX, después de la breve aparición del romanticismo, que vuelven a encontrar entrada en el protestantismo oficial en relación con los intentos de Ferdinand Piper (m. 1899 en Berlín) por revivir los calendarios populares.

En el uso de la Iglesia Católica y del pueblo, la leyenda juega hoy el mismo papel que en la Edad Media. Aquí también la ciencia ha enseñado que se deben hacer distinciones. Por lo tanto, se consideró que no todas las leyendas que poseemos tenían el mismo valor y, especialmente, que las ediciones de las vidas de los santos eran completamente insatisfactorias. Fue el jesuita Heribert Rosweyde de Utrecht quien, a principios del siglo XVII, se propuso remediar las cosas remitiéndose a los textos más antiguos y señalando cómo se desarrollaban los cuentos. Rosweyde deseaba simplemente corregir las antiguas colecciones; su idea era tratar los martirologios, comenzando por los más antiguos, desde el punto de vista filológico. Pero su Orden asumió de inmediato su plan, y después de su muerte (1629) se llevó a cabo a gran escala, con la mirada puesta también en los opositores sectarios, que podrían aprender de la vida de los santos la continuidad de la enseñanza y la vida católicas. Así nació el "Acta Sanctorum" de los bolandistas. Esta obra monumental se ha convertido en la base de toda investigación en hagiografía y leyenda.

En su estado actual de desarrollo, haríamos bien en mantener separados estos dos departamentos. De hecho, el significado de la palabra leyenda se ha transformado prácticamente; el Breviario Romano designa oficialmente la lección del día como lectio, y la Iglesia ahora reconoce la leyenda más bien como una historia popular, ya que la población siempre está más impresionada por lo extraordinario y lo grotesco. Así la leyenda ha llegado a considerarse simplemente como un cuento religioso ficticio. Por tanto, nada se interpone en el camino de una distinción, que además es indispensable para quienes desean claridad en la hagiografía. Hoy día la hagiografía es el campo de actividad del historiador, que debe, incluso con más cuidado en la historia de los santos que en otras cuestiones históricas, probar el valor de las fuentes de los informes. Sólo así será posible llegar a la cuestión fundamental de toda hagiografía, la cuestión de los milagros en la historia.

¿Están auténticamente avalados los asuntos que el hombre moderno tiende a tomar como leyenda o sólo se encuentran en fuentes dudosas? La creencia en los milagros, considerada como tal, no afecta al historiador. Solo tiene que reunir a las autoridades originales y decir: Esto es lo que sucedió, hasta donde lo puede determinar la ciencia histórica. Si esta presentación de los hechos es correcta, entonces no se pueden objetar los resultados. Ahora tenemos una gran cantidad de memorias hagiográficas que son tan verdaderamente históricos como cualesquiera otras memorias. Podemos y debemos excluir de esta categoría los informes de milagros que participan de un carácter vago y general, por ejemplo, cuando San Gregorio Magno, en una carta a San Agustín, menciona los milagros que siguieron a la celosa actividad de Agustín en Inglaterra: «Scio quod omnipotens Deus per dilectionem tuam in gente, quam eligi voluit, magna miracula ostendit» ("Sé que Dios Todopoderoso por su amor por ti ha hecho grandes milagros entre el pueblo, a quienes quiso salvar" "Gregorii Registrum", XI, ep. XXXVI).

Contamos con informes hagiográficos sobre la mejor autoridad posible en numerosos documentos legales y registros oficiales sobre deposiciones bajo juramento. Sin embargo, tales garantías no pueden, por la naturaleza del caso, ser aplicables a toda la vida de un santo, sino solo a sucesos individuales y, en su mayor parte, no a sucesos durante la vida del santo, sino a aquellos que tuvieron lugar en su santuario. Los milagros de curación ante el santuario del obispo Willehad en Bremen (m. alrededor del 790) en 860, los milagros de Bernardo en el "Liber Miraculorum" de 1146-47, las curaciones ante la tumba del obispo Bruno de Würzburg (m. 1045). ) en 1202-03, están relatados de una manera no abierta a ninguna objeción.

Respecto a los sucesos milagrosos en la tumba de San Pietro Parenzo en Orvieto (m. 1199), aquí no podemos intentar una lista exhaustiva, solo citaremos unos pocos ejemplos: de San Bertrand de Aquileia (m. 1350), de Sta. Helena de Udina (1458), de San James Philippi de Faenza (1483), de San Hipólito de Atripalda (1637-46), de San Juvencio en Casa Dei (en Ruán, 1667-74). De todos estos tenemos relatos documentados (Acta SS., mayo, V, 98-9; junio, I, 791 ss.; abril, III, 255; mayo, VI, 166 ss.; 1 mayo, apéndice, VII, 528; junio, I, 45 ss.). Además de estos registros, poseemos un conjunto imponente de informes de testigos oculares en cada siglo, actas lúcidas de los mártires, narraciones como la del monje Cutberto sobre la muerte del Venerable Beda (735), de Wilebaldo, de Maguncia, sobre la vida de Bonifacio el Grande, la historia de la santa virgen Oda (m. 1158) en Gutehoffnung cerca de Bingen, la vida del cardenal Niccolo Albergati, de Bolonia, (m. 1443). Quien considere debidamente todos estos hechos debe llegar a una doble conclusión: (1) que lo extraordinario no pertenece necesariamente a la vida del santo; y (2) que en todos los casos estos signos y maravillas no son indignos del santo, p. ej. curas, apariciones, profecías, visiones, transfiguraciones, estigmas, olor agradable, incorrupción.

Pero el historiador también debe recordar que (dejando fuera de discusión los estigmas, manifestación esencialmente cristiana) todos estos fenómenos también fueron conocidos en la antigüedad. La antigua Grecia exhibe monumentos e inscripciones de piedra que dan testimonio de curaciones y apariciones en la mitología antigua. La historia cuenta que Aristeas, de Proconeso, Hermotimo de Clazomenæ, Epiménides de Creta, que eran ascetas y, por lo tanto, entraban en éxtasis, hasta el grado en que el alma abandonaba el cuerpo, permanecía lejos de él y podía aparecer en otros lugares. Tampoco es imprescindible que el misticismo medieval sea algo diferente de la antigua hieromania [N. de la T.: frenesí religioso]; en ambos casos la presunción es la misma en lo que respecta a las facultades del alma.

Por lo tanto, la historia conoce sobre los milagros, y la naturaleza del milagro histórico mismo nos lleva a la distinción entre historia y leyenda. Si se considera que los informes auténticos son dignos de confianza, y se encuentran dentro de los límites de la experiencia física y psíquica, y los informes no auténticos nos repelen debido a sus fantásticos adornos, entonces estaremos justificados para afirmar que el excedente de estas últimas narrativas sobre los informes auténticos es falso, y es leyenda en el sentido moderno de la palabra. El establecimiento de esta distinción es, por tanto, una cuestión enteramente de método histórico. Pero, dado que la desconfianza en la obra histórica puede llevar a sospechar que la estimación del valor de las fuentes ha sido influenciada por el tema del milagro, la prueba debe llevarse un paso más allá, y se debe demostrar el origen de la materia superflua. De ahí surge como nuestra próxima tarea, indicar; (1) el contenido y (2) las fuentes de las leyendas.


Bibliografía: DELEHAYE, Les légendes hagiographiques (Bruselas, 1905), tr. CRAWFORD, Legends of the Saints (Londres y Nueva York, 1908); GÜNTER, Legenden-Studien (Colonia, 1906); IDEM, Die christl. Legende des Abendlandes (Heidelberg, 1910).

Fuente: Günter, Heinrich. "Legends of the Saints." The Catholic Encyclopedia. Vol. 9, págs. 128-131. New York: Robert Appleton Company, 1910. 30 sept. 2021 <http://www.newadvent.org/cathen/09128a.htm>.

Está siendo traducido por Luz María Hernández Medina