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Miércoles, 27 de noviembre de 2024

Controversia Pascual

De Enciclopedia Católica

Revisión de 19:15 23 nov 2008 por Luz María Hernández Medina (Discusión | contribuciones) (Página nueva: La historia eclesiástica conserva la memoria de tres fases distintas en la disputa respecto al tiempo apropiado de celebrar la Pascua. Añadirá a la claridad si en primer l...)

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La historia eclesiástica conserva la memoria de tres fases distintas en la disputa respecto al tiempo apropiado de celebrar la Pascua. Añadirá a la claridad si en primer lugar establecemos qué es cierto respecto a la fecha y naturaleza de estas tres categorías.

Primera Fase

La primera fase de la controversia trataba con la legalidad de celebrar la Pascua en un día de semana. Leemos en Eusebio (Historia de la Iglesia V.23). “Un asunto de no pequeña importancia surgió en ese tiempo (es decir, el tiempo del [[Papa San Víctor I, cerca de 190 d.C.). Las diócesis de toda Asia, basadas en una antigua tradición, sostenían que la fiesta de la Pascua vivificadora siempre se debía celebrar el décimo cuarto día de la luna [epi tes tou soteriou Pascha heortes], en cuyo día se le ordenó a los judíos sacrificar el cordero, alegando que el ayuno debía terminar ese día, sin importar en qué día de la semana cayera. Sin embargo, no era costumbre de las Iglesias en el resto del mundo terminarla de ese modo, pues observaban la práctica, que ha prevalecido desde la tradición apostólica hasta el presente, de terminar el ayuno solamente el día de la Resurrección de Jesucristo. Se celebraron sínodos y reuniones sobre este asunto, y todos unánimemente a través de correspondencia mutua redactaron un decreto eclesiástico que el misterio de la Resurrección del Señor no debía celebrarse en ningún otro día, sino el domingo y que se debe observar el cierre del ayuno pascual en ese día solamente.” Estas palabras del padre de la historia eclesiástica, seguidas por algunos extractos que hace de las controversiales cartas de su tiempo, nos dice casi todo lo que conocemos respecto a la controversia pascual en su primera etapa.

Una carta de San Ireneo está entre los antedichos extractos, y muestra que la diversidad en la práctica respecto a la Pascua había existido por lo menos desde tiempos del Papa San Sixto I (cerca de 120 d.C.). Además Ireneo afirma que San Policarpo, quien, al igual que los demás asiáticos, guardaba la Pascua el día catorce de la luna, sin importar qué día de la semana cayese, siguiendo con ello la tradición que él sostenía se derivaba del apóstol San Juan, vino a Roma cerca de 150 d.C. sobre este mismo asunto, pero el Papa San Aniceto no pudo persuadirlo de desistir de su observancia cuartodecimana. Sin embargo, él no fue excluido de la comunión con la Iglesia Romana; San Ireneo, al condenar la práctica cuartodecimana, sin embargo, le reprocha al Papa San Víctor I (cerca de 189-99) el haber excomulgado a los asiáticos muy precipitadamente y el no haber seguido la moderación de sus predecesores. El asunto así debatido trataba principalmente si la Pascua se debía celebrar en domingo, o si los cristianos debían observar el día santo de los judíos, el catorce de Nisán, que podía ocurrir en cualquier día de la semana. Los que celebraban la Pascua con los judíos eran llamados cuartodecimanos o terountes (observantes); pero aun en tiempos del Papa Víctor esta costumbre apenas se extendió más allá de las Iglesias de Asia Menor. Después de las fuertes medidas del Papa los cuartodecimanos parecen haber mermado. Orígenes en la “Philosophumena" (VIII, XVIII) parece considerarlos como un puñado de disidentes obstinados en el error.

Segunda Fase

La segunda etapa en la controversia Pascual se centra alrededor del Primer Concilio de Nicea (325 d.C.). Dado que el gran festival de Pascua se celebraría siempre en domingo, y no coincidiría con ninguna fase particular de la luna, que podía ocurrir en cualquier día de la semana, surgió una nueva disputa sobre la determinación del domingo mismo. No ha llegado hasta nosotros el texto del decreto del Concilio de Nicea que fijaba, o al menos indicaba un acuerdo final, sobre la dificultad, pero tenemos un importante documento insertado en la “Vida de Constantino” (III, XVIII ss.) de Eusebio. El emperador mismo, escribiendo a las Iglesias después del Concilio de Nicea, los exhorta a adoptar sus conclusiones y dice entre otras cosas: “En esta reunión se discutió el asunto concerniente al muy santo día de la Pascua, y se resolvió por el juicio unánime de todos los presentes que la fiesta debe celebrarse por todos y en cada lugar en uno y el mismo día. Y primero que todo parece una cosa indigna que en la celebración de los judíos, que impíamente se mancharon las manos con un enorme pecado… pues hemos recibido de Nuestro Salvador un modo diferente… Y yo personalmente me he comprometido a que esta decisión debe tener la aprobación de sus Sagacidades con la esperanza de que sus Sabidurías admitan gustosamente que la práctica que se observa en la ciudad de Roma y en África, a través de Italia y Egipto… con completa unidad de juicio.”

De ésta y otras indicaciones que no podemos especificar aquí (vea, por ejemplo, Eusebio, “De Paschate” in Schmid, “Osterfestfrage”, pp. 58-59) sabemos que la disputa ahora era entre los cristianos de Siria y Mesopotamia y el resto del mundo. La importante Iglesia de Antioquía todavía dependía del calendario judío para su Pascua. Los cristianos sirios siempre celebraban su festival pascual en domingo, según los judíos celebraban su Pascua. Por otro lado en Alejandría, e igualmente a través del resto del Imperio Romano, los cristianos calculaban el tiempo de la Pascua por sí mismos, sin prestar atención a los judíos. De este modo la fecha de la Pascua según se celebraba en Alejandría y Antioquía no siempre concordaba; pues los judíos, de quienes dependía Antioquía, adoptaron métodos muy arbitrarios de intercalar meses embolismales (vea [[Calendario), Bol. II, P. 158) antes de celebrar Nisan, el primer mes de la primavera, en el día décimo cuarto en el cual el cordero pascual fue sacrificado. En particular sabemos que ellos se volvieron negligentes (o por lo menos los cristianos de Roma y Alejandría los declararon negligentes) de la ley que estipulaba que el décimo cuarto de Nisán nunca debía preceder el equinoccio (vea Schwartz, Christliche und judische Ostertafeln, pp. 138 ss.). Así, Constantino en la carta antes citada protesta con horror de que los judíos algunas veces celebraban dos Pascuas en un año, significando que las dos Pascuas algunas veces caían entre un equinoccio y el próximo.

Por otro lado, los alejandrinos aceptaban como un primer principio que el domingo en que se celebrara la Pascua debía necesariamente ocurrir después del equinoccio de primavera, identificado entonces con el 21 de marzo del año juliano. Esta era la principal dificultad que fue decidida por el Concilio de Nicea. Aun entre los cristianos que calculaban la Pascua por ellos mismos había habido variaciones considerables (debidas en parte al cómputo divergente de la fecha del equinoccio), y tan reciente como en el año 314, en el Concilio de Arles se había establecido que en el futuro la Pascua debía celebrarse uno die et uno tempore per omnem orbem, y para asegurar dicha uniformidad el Papa debía enviar cartas a todas las Iglesias. El Concilio de Nicea parece haber ampliado el principio aquí establecido. Como ya dijimos, no tenemos sus palabras exactas, pero podemos seguramente inferir por notas dispersas que el concilio decidió:

  • que la Pascua se debía celebrar a través de todo el mundo en el mismo domingo;
  • que dicho domingo debía ser después del décimo cuarto día de la luna pascual;
  • que dicha luna debía ser considerada la luna pascual cuyo décimo cuarto día seguía al equinoccio de primavera;
  • que se debía tomar alguna medida, probablemente por la Iglesia de Alejandría como la más versada en cálculos astronómicos, para determinar la fecha apropiada de la Pascua y comunicarlo al resto del mundo (vea Papa San León I Magno al emperador Marciano en Migne, P:L:, LIV, 1055).

La decisión del Concilio de Nicea no removió todas las dificultades ni de una vez ganó la aceptación universal entre los sirios. Pero a juzgar por el duramente parafraseado Canon I del Concilio de Antioquía (341 d.C.; vea Hefele-Leclereq, "Concilios", I, 714), así como también por el lenguaje de las Constituciones Apostólicas y Cánones (vea Schmid, Osterfestfrage, p. 63), los obispos sirios cooperaron fielmente en llevar a cabo la decisión del Concilio de Nicea. En Roma y Alejandría no eran uniformes los ciclos lunares por los cuales se determinaba la ocurrencia de la Pascua. Roma, después del ciclo de ciento doce años de San Hipólito, adoptó un ciclo de ochenta y cuatro años, pero tampoco tuvo resultados satisfactorios. Alejandría se adhirió al más preciso ciclo de diecinueve años de Meton. Pero parece claramente establecido por los más recientes investigadores (vea Schwartz, op. cit., pp. 28-29) que se entendió que los ciclos lunares no eran más que una ayuda para afirmar la fecha correcta de la Pascua, también que los cálculos de Roma y Alejandría llevaban a resultados divergentes, y que ambas partes hicieron compromisos y que la decisión final siempre recaía en la autoridad eclesiástica.

Tercera Fase

La tercera etapa de la controversia pascual se debió principalmente a los ciclos divergentes que Roma había adoptado y rechazado sucesivamente en su intento por determinar más exactamente la fecha de la Pascua. Los misioneros romanos que vinieron a Inglaterra en el tiempo del Papa San Gregorio I Magno encontraron que los cristianos británicos, representantes de aquel cristianismo que había sido introducido en Bretaña durante el período de la ocupación romana, todavía se adherían a un sistema antiguo de computar la Pascua, el cual Roma misma había dejado a un lado. Los cristianos británicos e irlandeses no eran cuartodecimanos, de lo que algunos injustificadamente los acusaban, pues ellos celebraban el festival Pascual el domingo. Se supone (por ejemplo, por Krusch) que ellos observaban un ciclo de ocho-cuatro años y no el ciclo de 532 años de Victorio, el cual fue adoptado en Galia, pero el más reciente investigador del asunto (Schwartz, p. 103) declara que es imposible determinar qué sistema ellos seguían y él mismo se inclina a la opinión de que ellos derivaban su regla de cómputo Pascual directamente de Asia Menor. (Sin embargo, vea las muy opuestas conclusiones de Joseph Schmid, ("Die Osterfestberechnung auf den britischen Inseln", 1904.)

La historia de esta controversia, que junto con la diferencia en la forma de la tonsura, parece haber evitado toda fraternización entre los cristianos británicos y los misioneros romanos, se narra extensamente en las páginas de Beda el Venerable. Los británicos apelaban a la tradición de San Juan, los romanos a la de San Pedro, ambas partes con poca razón, y ninguno con la sospecha de la falsificación. No fue sino hasta el Sínodo de Whitby en 664 que los cristianos de Bretaña del Norte, que habían derivado su instrucción en la fe de los misioneros escoceses (es decir, irlandeses), por fin, a instancias del Obispo Wilfrido y a través del ejemplo del Rey Oswy, aceptaron el sistema romano y llegaron a relaciones amistosas con los obispos del sur. Aun entonces en Irlanda y en partes del Norte pasaron algunos años antes de que se generalizara la adopción de la Pascua romana (Morán, Ensayos sobre el Origen, Doctrinas y Disciplina de la Iglesia Irlandesa Primitiva, Dublín, 1864).

Puntos de Oscuridad

Hay datos respecto a la controversia Pascual que son ahora generalmente admitidos. Muchos otros detalles subsidiarios tienen un importante alcance en el caso pero son materia de conjetura. Por ejemplo, hay la complicada duda de si la Crucifixión de Cristo se realizó el día 14 o el 15 de Nisán. Los evangelios Sinópticos parecen favorecer el día 15, San Juan, el día 14. Claramente podemos esperar encontrar que de acuerdo a la respuesta dada a esta pregunta, la posición del primer posible domingo de Pascua en el mes lunar podría también cambiar. De nuevo existe el problema, muy debatido por los eruditos modernos, si la Pascua que los primeros cristianos deseaban conmemorar era principalmente la Pasión o la Resurrección de Cristo. Sobre este punto también nuestra fecha no admite una respuesta positiva. Se ha insistido muy fuertemente que los escritores de los primeros dos siglos que escribieron sobre la Pascua siempre tuvieron en mente la pascha staurosimon, el día de la Crucifixión, cuando Jesucristo mismo fue ofrecido como Víctima, el prototipo del cordero pascual judío. Los que apoyan esta opinión alegan que la Resurrección era suficientemente conmemorada por el domingo semanal, en la vigilia en que se celebraba la guardia nocturna, y al celebrar la Liturgia en la mañana. En cualquier caso se debe admitir que mientras que en el Nuevo Testamento tenemos una mención definitiva de la observancia del domingo, o Día del Señor, no hay evidencia conclusiva en el primer siglo o después de celebrar la Pascua como un festival. Algunos se inclinan a pensar que la Pascua cristiana primero aparece como fijando un término para el gran ayuno pascual, el cual, según sabemos por San Ireneo, era variamente celebrado en la época sub-apostólica.

Otra clase de preguntas oscuras y muy intricadas, de las cuales es difícil hablar positivamente, se relacionan a los límites del período pascual según establecidos por el cómputo de Roma antes de que las tablas de Dionisio el Exigüo y el ciclo metódico fueran adoptados allí en 525. De acuerdo a un sistema el Día de Pascua debía caer entre el décimo cuarto y vigésimo día inclusive de la luna pascual; y aunque esto implica que cuando la Pascua cae en el décimo cuarto coincidía con la Pascua judía, la Iglesia Romana, observando su ciclo de ochenta y cuatro años, en un tiempo permitió esto (según alega Krusch; vea "Der 84-jahrige Ostercyclus und seine Quellen", pp. 20 y 65). Es cierto que la información de la supputatio Romana no siempre concordaba con las de Alejandría, y en particular parece que Roma, rechazando el 22 de marzo como la fecha más temprana posible para la Pascua, sólo permitía el 23, mientras, por otro lado, la fecha más tardía posible según el sistema romano era el 21 de abril. Esto algunas veces produjo una dificultad insuperable que fue solucionada sólo aceptando la solución alejandrina. Otros cómputos permitían que la Pascua cayera entre décimo quinto y vigésimo primer día de la luna pascual y otros entre el décimo sexto y vigésimo segundo día.

Lo que es más importante recordar, tanto en la solución adoptada en 525 como en la propuesta en el tiempo de la reforma del calendario por el Papa Gregorio XIII, es esta, que la Iglesia todo el tiempo sostuvo que la determinación de la Pascua era principalmente un asunto de disciplina eclesiástica y no de ciencia astronómica. Como reconoció hace tiempo el profesor De Morgan, la luna de acuerdo a la cual se calcula la Pascua no es la luna de los cielos, ni siquiera la luna ordinaria, es decir, una luna viajando con el movimiento promedio de la luna real, sino simplemente la luna del calendario. Esta luna del calendario es reconocidamente una ficción, aunque se aparta muy poco de los datos astronómicos reales; pero al seguir la simple regla dada para la dependencia de la Pascua sobre la luna del calendario, se asegura la uniformidad para todos los países del mundo. De acuerdo a esta regla, el Domingo de Pascua es el primer domingo que ocurre después de la primera luna llena (o más precisamente después del décimo cuarto día de la luna) siguiente al 21 de marzo. Como resultado, el día de Pascua más temprano posible ocurrirá el 22 de marzo, y el más tardío, el 25 de abril.


Bibliografía: La bibliografía sobre este asunto es extensa, y muchas enciclopedias eclesiásticas le dedican mucho o poco espacio. Para propósitos prácticos los textos y notas de HEFELE-LECLERCQ, Concilios, I, 133-151 y 450-488, proveen todo lo necesario; aunque LECLERCQ se refiere al artículo Cómputo Pascual en el Dictionnaire d'Archéologie para un tratamiento más completo. Entre las más importantes contribuciones al tema se pueden mencionar las siguientes: KRUSCH, Studien zur christlichmittelalterlichen Chronologie (Leipzig, 1880); IDEM en Neues Archiv (1884), 101-169; RUHL, Chronologie des Mittelalters und der Neuzeit (Berlin, 1897), 110-165; SCHMID, Die Osterfestfrage auf dem ersten allgemeinen Conzil von Nicaa (Vienna, 1905); IDEM, Die Osterfestberechnung auf den britischen Inseln (Ratisbon, 1904); HILGENFELD, Der Paschastreit der alten Kirche (1860); SCHWARTZ, Christliche und judische Ostertafeln (Berlin, 1905) in the Abhandlungen de la academia Gottingen: este es un trabajo de la mayor importancia; SCHURER, Die Passastreitigkeit en des 2. Jahrhunderts in Zeitschrift f. histor. Theol. (1870); DUCHESNE, Hist. Anc. de l'Eglise (Paris, 1906), I, 285-291; KELLNER, Heortologie (1906); DUCHESNE en Revue des Quest. Hist. (1880); ANSCOMBE y TURNER en Eng. Historical Review (1895), 515, 699; WICKLN en Revista de Filología (1901), 137-151. Vea también la bibliografía dada bajo CRONOLOGIA, GENERAL; y CARTA DOMINICAL.

Fuente: Thurston, Herbert. "Easter Controversy." The Catholic Encyclopedia. Vol. 5. New York: Robert Appleton Company, 1909. <http://www.newadvent.org/cathen/05228a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina.