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Jueves, 21 de noviembre de 2024

Judaizantes

De Enciclopedia Católica

Revisión de 22:44 27 jun 2016 por Luz María Hernández Medina (Discusión | contribuciones) (Concilio de Jerusalén (50 o 51 d.C.))

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Quiénes eran

(Del griego Ioudaizo, adoptar costumbres judías ---Ester 8,17; Gál. 2,14).

Los judaizantes eran un grupo de cristianos judíos en la Iglesia primitiva, que afirmaban ya sea que la circuncisión y la observancia de la ley mosaica eran necesarias para la salvación y, en consecuencia, deseaban imponerlas a los gentiles convertidos, o que al menos las consideraban como obligatorias para los cristianos judíos. A pesar de que los apóstoles habían recibido la orden de anunciar el Evangelio a todas las naciones, al principio ellos y sus asociados se dirigieron sólo a judíos, conversos al judaísmo y samaritanos, es decir a los que estaban circuncidados y observaban la ley de Moisés. Los conversos y los apóstoles con ellos, continuaron ajustándose a las costumbres judías: observaban la distinción entre los alimentos legalmente puros e impuros, se negaban a comer con los gentiles o a entrar a sus casas, etc. (Hch. 10,14.28; 11,3). En Jerusalén frecuentaban el Templo y tomaban parte en la vida religiosa judía como de antiguo (Hch. 2,46; 3,1; 21,20-26), de modo que, juzgados por las apariencias externas, parecían ser simplemente una nueva secta judía que se distinguía por la unión y la caridad existente entre sus miembros. La ley ceremonial mosaica no iba a ser permanente en efecto, pero aún no había llegado el tiempo para la supresión de su observancia. La intensa fijación que los judíos tenían por ella, que ascendía al fanatismo en el caso de los fariseos, habría prohibido tal etapa, si los apóstoles la hubiesen contemplado, ya que habría sido equivalente a cerrar la puerta de la Iglesia a los judíos.

Pero tarde o temprano el Evangelio también llegaría a los gentiles, y entonces la delicada pregunta debía surgir de inmediato: ¿Cuál era su posición respecto a la Ley? ¿Estaban obligados a observarla? Y si no, ¿qué conducta debían tener los judíos hacia ellos? ¿Deberían los judíos prescindir de aquellos puntos de la Ley que fuesen una barrera para las relaciones libres entre judíos y gentiles? Para la mente de la mayoría de los judíos palestinos, y especialmente de los zelotes, sólo se le presentarían dos posibles soluciones: los conversos gentiles debían aceptar la Ley, o se debía aplicar sus disposiciones contra ellos como contra los otros no circuncidados. Pero el sentimiento nacional, así como el amor por la Ley, los impulsaría a preferir la primera; sin embargo, ninguna de las soluciones era admisible, si la Iglesia habría de incluir a todas las naciones y no permanecer como una institución nacional. Los gentiles nunca habrían aceptado la circuncisión con el pesado yugo del mosaísmo, ni habrían consentido en ocupar una posición inferior con respecto a los judíos, como necesariamente debían, si éstos los consideraban impuros y se negaban a comer con ellos o incluso a entrar en sus casas.

Bajo tales condiciones, era fácil prever que la admisión de los gentiles debía provocar una crisis, lo cual aclararía la situación. Cuando los hermanos en Jerusalén, entre los cuales probablemente ya había conversos de la secta de los fariseos, se enteraron de que Pedro había admitido a Cornelio y su casa al bautismo sin someterlos a la circuncisión, le reconvinieron en voz alta ( Hch. 11,1-3). La causa asignada a sus quejas es que él "había ido a los hombres no circuncidados y había comido con ellos", pero la razón subyacente era que había pasado por alto la circuncisión. Sin embargo, como el caso era uno excepcional, en el que se manifestaba la voluntad de Dios por circunstancias milagrosas, Pedro encontró pocas dificultades para calmar la insatisfacción (Hch. 11,4-18). Pero las nuevas conversiones pronto dieron lugar a problemas mucho más graves, que durante un tiempo amenazaron con producir un cisma en la Iglesia.

Concilio de Jerusalén (50 o 51 d.C.)

La persecución que se desató al momento del martirio de San Esteban aceleró providencialmente la hora en que el Evangelio debía ser predicado también a los gentiles. Algunos nativos de Chipre y de Cirene, expulsados de Jerusalén por la persecución, fueron a Antioquía y allí empezaron a predicar no sólo a los judíos, sino también a los griegos. Su acción fue probablemente motivada por el ejemplo de Pedro en Cesarea, cuyos puntos de vista más liberales como helenistas los dispondría naturalmente a seguirlo. En Antioquía se estableció una iglesia floreciente, en gran medida gentil (Hch. 11,20 ss.) con la ayuda del antiguo perseguidor Saulo y de Bernabé, a quien los apóstoles enviaron y por el cual se enteraron de que allí un gran número de gentiles se había convertido al Señor. Poco después (entre los años 45-49 d.C.) Saulo, ahora llamado Pablo, y Bernabé fundaron las iglesias de Galacia del sur de Antioquía de Pisidia, Iconio, Derbe y Perge, aumentando así los gentiles convertidos (Hch. 13,13 – 14,24).

Los zelotes de la Ley se alarmaron al ver que el elemento gentil crecía tanto y que amenazaba con superar en número a los judíos; se conmovieron tanto su orgullo nacional como su sentimiento religioso. Dieron la bienvenida a la adhesión de los gentiles, pero se debía mantener la complexión judía de la Iglesia, la Ley y el Evangelio deberían ir de la mano y los nuevos conversos debían ser judíos así como cristianos. Algunos descendieron a Antioquía y les predicaron a los cristianos gentiles que no podrían ser salvados si no recibían la circuncisión, que como cosa lógica llevaría consigo la observancia de las demás prescripciones mosaicas (Hch. 15,1). Como estos hombres recurrieron a la autoridad de los apóstoles en apoyo de sus puntos de vista, una delegación, incluyendo a Pablo, Bernabé y Tito, fue enviada a Jerusalén para exponer el asunto ante los apóstoles, y que su decisión pudiese poner en reposo las mentes inquietas de los cristianos de Antioquía (Hch. 15,2).

En una entrevista privada que Pablo tuvo con Pedro, Santiago (el hermano del Señor), y Juan, los apóstoles entonces presentes en Jerusalén, aprobaron su enseñanza y reconocieron su misión especial a los gentiles (Gál. 2,1-9). El asunto se discutió en una reunión pública para aquietar los clamores de los conversos del fariseísmo, que exigían que “era necesario circuncidar a los gentiles convertidos y mandarles guardar la Ley de Moisés" (Hch. 15,5). Pedro se levantó y después de recordar cómo Cornelio y su casa, aunque no circuncidados, habían recibido el Espíritu Santo también como ellos mismos, declaró que, como la salvación es por la gracia del Señor Jesucristo, el yugo de la Ley, que incluso los judíos encontraban muy pesado, no debía ser impuesto a los gentiles convertidos. Después de él Santiago expresó el mismo sentimiento, pero pidió que los gentiles observasen estos cuatro puntos, a saber, "abstenerse de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y de la impureza". Se adoptó su sugerencia, con un ligero cambio en el texto, que se incorpora en el decreto que "los apóstoles y los ancianos, con toda la Iglesia" enviaron a las iglesias de Siria y Cilicia a través de dos delegados, Judas y Silas, los cuales acompañarían a Pablo y Bernabé a su regreso.

El decreto leía como sigue: “Habiendo sabido que algunos de entre nosotros, sin mandato nuestro, os han perturbado con sus palabras, trastornando vuestros ánimos, …Que hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponeros más cargas que éstas indispensables: abstenerse de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y de la impureza [lo que probablemente significaba los matrimonios dentro de ciertos grados de parentela]. Haréis bien en guardaros de estas cosas” (Hch. 15,5-29). Se impusieron estas cuatro prohibiciones en aras de la caridad y la unión. A medida que prohibían prácticas que eran tenidas en especial aversión por todos los judíos, su observancia era necesaria para evitar escandalizar a los hermanos judíos y para hacer posible las relaciones libres entre las dos clases de cristianos. Esto es lo esencial de la algo oscura razón que Santiago adujo a favor de su propuesta: "porque desde tiempos antiguos Moisés tiene en cada ciudad sus predicadores y es leído cada sábado en las sinagogas» (Hch. 15,21). Las cuatro cosas prohibidas están severamente prohibidos en los capítulos 17 y 18 del Lev., no sólo a los israelitas, sino también a los gentiles que viven entre ellos. Por lo tanto, los cristianos judíos que escucharan estos mandatos leídos en las sinagogas, se escandalizarían si no fuesen observados por sus hermanos gentiles. Por el decreto de los apóstoles se ganó la causa de la libertad cristiana contra los rigurosos judaizantes, y se suavizó el camino para la conversión de las naciones. La victoria fue enfatizada por la negativa de San Pablo de permitir que Tito fuera circuncidado, incluso como una concesión pura a los extremistas (Gál. 2,2-5).

El Incidente en Antioquía

Los Judaizantes en otras Iglesias

Historia Final

Bibliografía: LIGHTFOOT, Ep. to the Gal. (London, 1905), 292 ss.; THOMAS en Rev. des Questions Histor., XLVI (1889), 400 ss.; XLVII (1890), 353 ss.; PRAT. en Vig., Dict. de la Bible, 1778 ss.; IDEM, Theologie de Saint Paul (París, 1908), 69-80; COPPIETERS in Revue Bibl., IV (1907), 34-58; 218-239; STEINMANN en Bibl. Zeitschr., VI (1908), 30-48; IDEM, Abfassungszeit des Galaterbriefs (Muester, 1906), 55 ss.; PESCH in Zeitschr. fuer Kath. Theol., VII (1883), 476 ss.; HOENNICKE, Das Judenchristentum im 1. u. 2. Jahr. (Berlín, 1908).

Fuente: Bechtel, Florentine. "Judaizers." The Catholic Encyclopedia. Vol. 8. New York: Robert Appleton Company, 1910. 26 Jun. 2016 <http://www.newadvent.org/cathen/08537a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina