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Jueves, 21 de noviembre de 2024

Promesa Divina

De Enciclopedia Católica

Revisión de 22:40 16 jun 2014 por Luz María Hernández Medina (Discusión | contribuciones) (Página creada con 'El término “promesa” en la Sagrada Escritura, tanto en su forma nominal como verbal, abarca no sólo las promesas hechas por el hombre a su prójimo, y por el hombr...')

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El término “promesa” en la Sagrada Escritura, tanto en su forma nominal como verbal, abarca no sólo las promesas hechas por el hombre a su prójimo, y por el hombre a Dios en forma de votos (por ejemplo, Deut. 23,21-23), sino también las promesas de Dios al hombre. Un estudio completo de esta fase del tema exigiría una revisión de toda la cuestión de la profecía del Antiguo Testamento y también una discusión de varios puntos relacionados con el tema de la gracia y la elección divina. Para Dios, cada palabra de gracia es una promesa; la voluntad del hombre para obedecer sus Mandamientos le trae muchas garantías de gracia. Cuando los hijos de Israel recibieron la orden de entrar y "poseer la tierra", ya ésta era prácticamente de ellos. Él había "levantado su mano para dársela"; sin embargo, su desobediencia dejó sin efecto la promesa implícita en el mandato. Hay, además, muchos ejemplos de promesas de las cuales los mismos patriarcas no recibieron la plenitud externa. Entre éstas se pueden mencionar: la plena posesión de Canaán, el crecimiento de la nación, la bendición universal a través de la raza. Pues: "En la fe murieron todos ellos, sin haber conseguido el objeto de las promesas: viéndolas y saludándolas desde lejos…” (Heb. 11,13). Por un lado nos encontramos con que Abraham "perseverando de esta manera, alcanzó la promesa" (Heb. 6,15), porque el nacimiento de Isaac fue el comienzo de su cumplimiento. Por otro lado, es uno de los padres que "no recibieron la promesa", pero con una fe verdadera buscaron un cumplimiento de las promesas que no se les concedió.

La frase del Nuevo Testamento "heredan las promesas" (Heb. 6,12; cf. 11,9; Gál. 3,29) se encuentra en los Salmos apócrifos de Salomón, XIII, 8 (70 a.C. a 40 a.C.). Se cree que este pasaje es el primer caso en la literatura judía existente donde la expresión "las promesas del Señor" resume la certidumbre de la redención mesiánica. En los Evangelios, la palabra "promesa" se utiliza en este sentido técnico sólo en Lucas 24,49, donde encontramos que la promesa del Padre se refiere a la venida del Espíritu Santo. La Epístola a los Hebreos abunda especialmente en los pasajes que mencionan promesas en las que Cristo es el cumplimiento. San Pablo, de hecho, tanto en sus discursos como en sus epístolas, mira el Evangelio cristiano desde el mismo punto de vista. Y vemos que fue por la contemplación de Cristo que los hombres finalmente descubrieron lo que significaba la "promesa". La enseñanza del Nuevo Testamento sobre el tema podría resumirse en tres categorías: la contenida en la promesa, los que habrían de heredarla y las condiciones que afectan su cumplimiento. El contenido de la "promesa" está siempre íntimamente relacionado con Cristo, en quien ha encontrado su perfecto cumplimiento. En la predicación de San Pedro es Jesús resucitado, "Señor y Cristo", en quien se ha cumplido la "promesa". Se puede decir que su contenido es todas las posesiones divinamente otorgadas de la Iglesia cristiana: el perdón de los pecados, el don del Espíritu Santo, la participación de la naturaleza divina a través de la gracia (2 Ped. 1,4).

Pasando a San Pablo, nos encontramos con una concepción general de la misma índole. Cristo y la "promesa" son términos prácticamente sinónimos. Todas las promesas de Dios se resumen en Cristo. Una concepción de la "promesa", que era claramente común a los primeros cristianos se establece en 1 Juan 2,25: "Y esta es la promesa que Él mismo os hizo: la vida eterna." En cuanto a los herederos de la "promesa", se les dio en un principio a Abraham y a su descendencia. En Heb. 11,9 vemos que se menciona a Isaac y a Jacob como "coherederos de la misma promesa". En la Iglesia primitiva hubo una controversia sobre la interpretación de la expresión "la simiente de Abraham". San Pablo habla con franqueza acerca de las prerrogativas de Israel, "a quién pertenecen... las promesas" (Rom. 9,4). Sobre la Iglesia de los gentiles antes de su admisión al cristianismo, él dice que sus miembros habían sido "ajenos a los pactos de la promesa", por lo tanto, aislados de toda esperanza. Fue su trabajo, sin embargo, demostrar que ningún accidente físico o histórico, como el ser judío por nacimiento, podría titular a uno a una demanda de pleno derecho contra Dios para su cumplimiento. Es su enseñanza en un caso que todos los que son de Cristo por la fe son la simiente de Abraham, y herederos según la promesa. Se ocupa, sin embargo, en el hecho de que la promesa no se ha cumplido con la simiente de Abraham (en referencia a los judíos); aun así su corazón está, evidentemente, del lado de aquellos contra los cuales argumenta. Pues hasta el fin los judíos eran para San Pablo "la raíz, las primicias, los herederos originales y adecuados". Los ecos de este conflicto se desvanecen en los escritos posteriores: como instintivamente se percibe a Cristo como el Señor de todos, el alcance de la promesa se universaliza.

La espontaneidad por parte del que promete es una de las principales condiciones en las que se cumple la promesa (por ej. Hch. 2,39). Como la promesa es de gracia, San Pablo demuestra que no está sujeta a ningún mérito pre-existente por parte de la Legislación de Moisés, o de obras de la Ley. La promesa fue dada a Abraham y a su fe cuatrocientos treinta años antes de que se oyese sobre la ley. Se cumple no en las obras de la ley, sino en una fe viva en Jesucristo junto con el amor y obras que son frutos de tal fe. Teniendo la promesa de Dios para proseguir, es parte de la función de la fe mantener una firme convicción de que la promesa es objetivamente "la garantía de lo que se espera, la prueba de las cosas que no se ven” (Heb. 11,1 ). Pero si la primera gracia conducente al cumplimiento de la promesa es gratuita, un don sobrenatural otorgado sin tomar en cuenta el mérito en el orden natural, es necesaria la cooperación con ésta y otras gracias ulteriores para la realización del cumplimiento. Por falta de la cooperación no menos que por falta de fe las promesas divinas a menudo han resultado en vano en el Antiguo Testamento así como en el Nuevo (vea gracia).


Bibliografía: CORNELY, Comment. In Epistolam ad Romanos in Cursus Script. Sac. (París, Lethielleux, 1896), 203, 467-95; FOUARD, Saint Paul and His Missions (Nueva York, 1894); TOUSSAINT, Epitres de S. Paul, I (París, 1910), 216 ss.; SANDAY, Epistle to the Romans (Nueva York, 1903), 6, 18, 109 ss.

Fuente: Driscoll, James F. "Divine Promise (in Scripture)." The Catholic Encyclopedia. Vol. 12. New York: Robert Appleton Company, 1911. 19 Dec. 2011 <http://www.newadvent.org/cathen/12453a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina