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Revisión de 19:22 4 jul 2016
Definición de Mediador
Un mediador es alguien que trae partes distanciadas a un acuerdo amistoso. En la teología del Nuevo Testamento el término invariablemente implica que los seres distanciados son Dios y el hombre, y se asigna a Cristo, el único mediador. Cuando los amigos especiales de Dios ---los ángeles, santos, hombres santos--- abogan nuestra causa delante de Dios, ellos median "con Cristo"; su mediación es solo secundaria y es mejor llamada intercesión. Moisés, sin embargo, es el mediador adecuado del Antiguo Testamento (Gál. 3,19-20).
Cristo el Mediador
San Pablo escribe a Timoteo (1 Tim. 2,3-6): “…Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad. Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos. Este es el testimonio dado en el tiempo oportuno…” El objeto de la mediación se señala aquí como la salvación de la humanidad, y la impartición de la verdad acerca de Dios. El mediador se llama Jesucristo; su cualificación para el oficio está implícita en su ser descrito como hombre, y el desempeño del mismo se atribuye a su sacrificio redentor y a su testimonio de la verdad. Todo esto tiene su origen en la voluntad divina de "Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres se salven". La mediación de Cristo, por lo tanto, ocupa la posición central en la economía de la salvación: todas las almas humanas son tanto para el tiempo y la eternidad dependientes de Cristo Jesús para toda su vida sobrenatural. “Él [Dios Padre] nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención a través de su Sangre: el perdón de los pecados. Él es Imagen de Dios invisible, primogénito de toda la Creación, porque en él fueron creadas todas las cosas… todo fue creado por él y para él… y todo tiene en él su consistencia. Él es también la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia: Él es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea él el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la plenitud, y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su Cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos” (Col. 1,13-20).
Cualificaciones
La perfección de un mediador se mide por su influencia sobre las partes que tiene que reconciliar, y este poder se deriva de su relación con los dos: la máxima perfección posible se alcanzaría si el mediador fuera sustancialmente uno con ambas partes. Una madre, por ejemplo, es el mejor mediador entre su marido y su hijo. Pero la unión matrimonial de "dos en una sola carne", y la unión de madre e hijo son inferiores en la perfección a la unión hipostática del Hijo de Dios con la naturaleza humana. Marido, madre, hijo, son tres personas; Jesucristo, Dios y hombre, es sólo una persona, idéntico a Dios, idéntico al hombre. Por otra parte, la unión hipostática lo hace cabeza de la humanidad y, por lo tanto, su representante natural. Por su origen humano Cristo es un miembro de la familia humana, partícipe de nuestra carne y sangre (Epístola a los Hebreos|Hb.]] 2,11-15); en razón de su personalidad divina, Él es "la imagen y semejanza de Dios" en un grado inaccesible por hombre o ángel. Al establecer la Encarnación un parentesco o afinidad real entre el primogénito y sus hermanos, Cristo se convierte en el jefe de la familia humana, y la familia humana adquiere un derecho a participar en los privilegios sobrenaturales de su cabeza, "…pues somos miembros de su Cuerpo, de su carne y de sus huesos" (Ef. 5,30). Tal fue la voluntad expresa de Dios: “Pero al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer… para que recibiéramos la filiación adoptiva” (Gál. 4,4-5; también Rom. 8,29). El hombre Cristo Jesús, por lo tanto, que fue designado por Dios para mediar entre él y la humanidad, y cuya mediación no fue accidental ni delegada, sino inherente a su propio ser, estaba dotada de todos los atributos requeridos de un mediador perfecto.
La función de Cristo como mediador procede necesariamente de su naturaleza humana como principium quo operandi; sin embargo, obtiene su eficacia mediadora de la naturaleza divina, es decir, a partir de la dignidad de una persona que actúa. Su primer objeto, como comúnmente se dice, es la remisión del pecado y la concesión de la gracia, por la que se restablece la amistad entre Dios y el hombre. Este objetivo se consigue mediante el culto de valor infinito que se ofrece a Dios por y a través de Cristo. Cristo, sin embargo, es mediador del lado de Dios así como del lado del hombre: Él revela al hombre la verdad divina y órdenes divinas; distribuye los dones divinos de gracia y gobierna el mundo. San Pablo resume esta mediación de dos lados con las palabras: "… considerad al apóstol y sumo sacerdote de nuestra fe, Cristo Jesús..." (Hb. 3,1). Jesús es el apóstol enviado por Dios a nosotros, el sumo sacerdote que nos lleva a Dios.
Desempeño
¿Cómo nos beneficiamos de la mediación de Cristo? Cristo es más que un maestro iluminador y un brillante ejemplo de santidad; destruye el pecado y restaura la gracia. Nuestra salvación no se debe exclusivamente a la intercesión del Mediador para nosotros en su cielo; Cristo administra en el cielo los frutos de su obra en la tierra (Heb. 7,25). La Escritura nos compele a considerar la obra del mediador como causa eficiente de nuestra salvación: sus méritos y satisfacción, al ser los de nuestro representante, han obtenido para nosotros la salvación de Dios. La expresión más antigua del dogma en los formularios de la Iglesia está en el Credo Niceno: "crucificado también por nosotros". "Satisfacción vicaria", un término en boga, no se encuentra expresamente en los formularios de la Iglesia, y no es una expresión adecuada de la mediación de Cristo. Pues su mediación reemplaza en parte, completa en parte y en parte hace posible y eficaz la obra de la salvación del hombre mismo; por otro lado, es una condición de, y merece, la obra salvadora de Dios. Comienza con la obtención de la buena voluntad de Dios hacia el hombre, y el apaciguamiento del Dios ofendido mediante la intercesión por el hombre. Esta intercesión, sin embargo, difiere de un mero pedido en que la obra de Cristo ha merecido lo que se pide: la salvación es su justo equivalente.
Además para lograr la salvación del hombre del pecado, el Salvador tuvo que tomar sobre sí los pecados de la humanidad y hacer satisfacción por ellos a Dios. Pero a pesar de que su expiación da a Dios más honor que lo que el pecado le da deshonor, es solo un paso hacia la parte más esencial de la obra salvadora de Cristo: la amistad de Dios que merece para el hombre. En su conjunto, la expiación del pecado y el merecer la amistad divina son el final de un verdadero sacrificio, es decir, de "una acción realizada con el fin de dar a Dios el honor debido a Él solo, y así ganar el favor divino" (Santo Tomás, III Q XLVIII, a.3). Peculiares al sacrificio de Cristo son la santidad infinita del sacrificador y el valor infinito de la víctima, que dan el sacrificio infinito valor de expiación y como mérito. Por otra parte, consiste de sufrimiento aceptado voluntariamente. El pecador merece la muerte, después de haber perdido el fin para el que fue creado; y por lo tanto Cristo aceptó la muerte como el rasgo principal de su sacrificio expiatorio.
Resultados
La obra salvadora de Cristo no borró instantáneamente todo pecado individual ni transformó a cada pecador en un santo, sólo procuró los medios para ello. La santificación personal se lleva a cabo por actos especiales, en parte divinos, en parte humanos; está garantizada por el amor a Dios y al hombre como lo hizo el Salvador. Christianus alter Christus: cada cristiano es otro Cristo, hijo de Dios, heredero del Reino eterno. Por último, en la plenitud de los tiempos se restablecerán todas las cosas que están en el cielo y en la tierra, restauradas, en Dios por medio de Cristo (Ef. 1,9-10). El significado de la promesa es que el conjunto de la Creación, unida y perfeccionada en Cristo como su cabeza, será llevada de nuevo a Dios de la manera más perfecta, de quien el pecado la había apartado. Cristo es la corona, el centro y la fuente de un nuevo y más alto orden de las cosas: "…pues todo es vuestro; …y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios." (1 Cor. 3,22-23).
Bibliografía: Consulte cualquier tratado sobre la Encarnación, por ejemplo, Wilhelm y Scannell, Manual of Cath. Theol., II (Londres, 1908), bk V; Humphrey, The One Mediator (Londres).
Fuente: Wilhelm, Joseph. "Mediator (Christ as Mediator)." The Catholic Encyclopedia. Vol. 10. New York: Robert Appleton Company, 1911. 3 Jul. 2016 <http://www.newadvent.org/cathen/10118a.htm>.
Traducido por Luz María Hernández Medina