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Miércoles, 18 de diciembre de 2024

Jacques-André Emery

De Enciclopedia Católica

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Jacques-André Emery fue superior de la Sociedad de San Sulpicio durante la Revolución Francesa; nació el 26 de agosto de 1732 en Gex; murió en París el 28 de abril de 1811. Después de sus estudios preliminares con los carmelitas de su ciudad natal y los jesuitas de Mâcon, pasó al Seminario de San Ireneo en Lyon y completó sus estudios en St-Sulpice, París, donde se convirtió en miembro de la Sociedad de ese nombre y fue ordenado sacerdote (1758).

Enseñó con distinción en los seminarios de Orleans y Lyon. También en Lyon, defendió los derechos de la Santa Sede con firmeza y habilidad, pero con la debida cortesía, ante el arzobispo Mons. de Montazet, prelado de tendencias jansenistas. En parte por recomendación del arzobispo, fue nombrado superior del seminario de Angers (1776) y más tarde vicario general de la diócesis, y en ambas capacidades demostró notables poderes de gobierno. En 1782 fue elegido superior general del Seminario y Sociedad de San Sulpicio. Su gobierno comenzó en los laxos días que precedieron a la Revolución Francesa, y el padre Emery se mostró infatigable en su celo por la reforma de los seminarios y por la formación de un clero apto para hacer frente a los males existentes y preparado para los tiempos convulsos que, en cierta medida, previó.

Después de que estalló la Revolución, observó su terrible progreso sin desesperación; fue, quizás, durante ese período, la cabeza más fría entre los eclesiásticos de Francia. Muchos vinieron a pedirle consejo debido a su amplia relación con los sacerdotes y obispos, muchos de los cuales habían estado bajo su autoridad en el transcurso de sus treinta años de enseñar y gobernar en los seminarios, en su cargo como administrador de la Diócesis de París durante la ausencia del exiliado arzobispo y como superior de San Sulpicio. El historiador Sicard dice de él: "Fue la cabeza y el brazo" del partido cuyos consejos estuvieron marcados por la moderación y el buen sentido; "un hombre que fue extraordinariamente dotado de amplitud de erudición, en conocimiento de su época, en la claridad de sus puntos de vista, en la calma y la energía de sus decisiones; el oráculo del clero, consultado por todos lados más por su sabiduría superior que por su alta posición. M. Emery fue llamado por la Providencia para ser el guía durante el largo interregno del episcopado durante la Revolución" (L'Ancien Clergé, III, 549). Y el cardenal de Bausset declara que fue el "verdadero moderador del clero durante los veinte años de las tormentas más violentas".

Las decisiones del consejo arzobispal de París relativas a los diversos juramentos exigidos al clero, inspirados por Emery, fueron aceptadas por un gran número de sacerdotes y violentamente atacadas por otros. A su aceptación se debió cualquier práctica de culto que quedó en Francia durante la Revolución; a su rechazo se debió, en gran parte, el cese del culto y la opinión que llegó a considerar al clero como "los enemigos irreconciliables de la república". Emery no confundió, como muchos otros, proyectos puramente políticos con cuestiones vitales de religión. Se sintió libre de prestar el "Juramento de Libertad e Igualdad", pero sólo en lo que respecta al orden civil y político; mantuvo la legalidad de declarar sumisión a las leyes de la República (30 mayo 1795) y de prometer fidelidad a la Constitución (28 dic. 1799). Prestó su influencia a Mons. Spina en sus esfuerzos por obtener la renuncia de los obispos franceses, según la voluntad de Pío VII (15 agosto 1801). Aunque estaba dispuesto, por el bien de la religión, a llegar tan lejos como lo permitieran los derechos de la Iglesia, se opuso firmemente a la Constitución Civil del Clero (1790).

Los servicios religiosos públicos se suspendieron y se cerraron los seminarios durante la Revolución; San Sulpicio fue tomado por los revolucionarios, y el padre Emery fue encarcelado y varias veces escapó de la ejecución. Su fe, valor y buen humor sostuvieron a muchos de sus compañeros de prisión y los prepararon para enfrentar la muerte con un espíritu valiente y cristiano; los carceleros, de hecho, llegaron a valorar su presencia porque les ahorraba el enfado de los presos condenados a muerte. El cierre de los seminarios en Francia llevó al Padre Emery, a pedido del obispo Carroll, a enviar algunos sulpicianos a los Estados Unidos para fundar el primer seminario americano en Baltimore (St. Mary's, 18 julio 1791). La futura religión del país, le escribió al padre Nagot, primer superior, dependía de la formación de un clero nativo, que sería el único adecuado y apto para el trabajo que tenía ante sí. A pesar del desaliento de los primeros años, continuó apoyando la institución y dio la bienvenida a la fundación de la universidad en Pigeon Hill, y más tarde en Emmitsburg, para jóvenes aspirantes al sacerdocio. En un momento, sin embargo, el obispo Carroll temió la retirada de los sulpicianos, pero sus argumentos y sobre todo los consejos de Pío VII convencieron al padre Emery de que el bien de la religión en Estados Unidos requería su presencia.

Después que Napoleón asumió el control supremo, el padre Emery restableció el Seminario de San Sulpicio. Su defensa del Papa contra el emperador hizo que Napoleón expulsara a los sulpicianos del seminario; esto, sin embargo, no intimidó al padre Emery, quien defendió los derechos papales en presencia de Napoleón (17 marzo 1811) y se ganó la admiración del emperador, si no su buena voluntad. “El fue”, señala Sicard, “"el único del clero de quien Napoleón tomaría la verdad". La muerte del padre Emery ocurrió un mes después. Dejó muchos escritos publicados por Migne en su colección de obras teológicas. Se ocupan principalmente sobre las cuestiones político-religiosas del momento. Él es mejor recordado, quizás por su disertación sobre la mitigación de los sufrimientos de los condenados. También escribió sobre Descartes, Leibniz y Bacon, y publicó extractos de sus obras en defensa de la religión. Aunque percibía claramente los males intelectuales de su época y los remedios necesarios, él mismo no poseía la fertilidad y originalidad de intelecto, ni el genio peculiar necesario para contrarrestar la influencia de las poderosas mentes que entonces gobernaban Francia y Europa.


Bibliografía: GOSSELIN, Vie de M. Emery, 2 vols. (París, 1861-1862); MIGNE, Histoire de M. Emery et de l'église de France pendant la révolution et pendant l'empire, 2 vols. (París, 1895); SICARD, L'Ancien Clergé de France (París, 1902), III.

Fuente: Fenlon, John Francis. "Jacques-André Emery." The Catholic Encyclopedia. Vol. 5, págs. 401-402. New York: Robert Appleton Company, 1909. 16 agosto 2021 <http://www.newadvent.org/cathen/05401c.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina