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Miércoles, 24 de abril de 2024

San Optato

De Enciclopedia Católica

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Obispo de Milevis en Numidia en el siglo IV. Fue un converso, según sabemos por San Agustín: “¿Acaso no vemos con qué gran botín de oro y plata y prendas Cipriano, doctor suavissimus, salió de Egipto, y así mismo Lactancio, Victorino, Optato, Hilario?” (De Doctrina Crist., XL). Optato probablemente había sido un retórico pagano. Su obra contra los donatistas es una respuesta a Parmenio, el sucesor de Donato en la sede de Cartago. San Jerónimo (Hombres Ilustres 110) nos dice que constaba de seis libros y fue escrita durante el gobierno de Valente y Valentiniano (364-75). Existen actualmente siete libros, y la lista de Papas es llevada hasta el Papa San Siricio (384-98). Igualmente la sucesión donatista de antipapas se da (II, IV) como Víctor, Bonifacio, Encolpio, Macrobio, Luciano, Claudiano (la fecha del último es cerca de 380), aunque en unas cuantas oraciones anteriores se menciona a Macrobio como el obispo actual. El plan de la obra se establece en el Libro I y se completa en seis libros. Parece, entonces, que el séptimo libro, el cual San Jerónimo desconocía en 392, fue un apéndice a una nueva edición en la cual San Optato hizo adiciones a las dos listas episcopales. La fecha de la obra original se fija en la declaración en I, XIII, que habían pasado más de sesenta años desde la persecución de Diocleciano (303-305). Aparentemente se considera a Fotino (m. 376) como vivo todavía; Juliano está muerto (363). Así que los primeros libros fueron publicados entre 366 - 370 y la segunda edición entre 385- 390.

San Optato trató sobre la controversia total entre los católicos y donatistas (vea Donatistas). Él distingue entre cismáticos y herejes. Los primeros rechazan la unidad, pero mantienen la verdadera doctrina y los verdaderos Sacramentos, por lo tanto Parmenio no hubiese entonces amenazado (y consecuentemente su propio partido) con la condenación eterna. Esta doctrina suave es un gran contraste con la severidad de muchos de los Padres contra el cisma. Parece haber sido motivada por la noción de que todos los que tienen fe se salvarán, aunque luego de largos tormentos,---una opinión que tuvo que combatir San Agustín frecuentemente. Los donatistas y católicos concordaban en cuanto a la necesidad de la unidad de la Iglesia. La pregunta era, ¿dónde está Única Iglesia? Optato argumenta que no puede estar sólo en una esquina de África; debe ser la “catholica” (la palabra se usa como substantivo) que está extendida por todo el mundo. Parmenio había enumerado seis dotes, o propiedades de la Iglesia, de las cuales Optato acepta cinco, y argumenta que la primera, la silla episcopal, “cathedra”, pertenece a los católicos, y por lo tanto ellos poseen todas las otras.

El cisma completo surgió debido a la disputa por la sucesión episcopal de Cartago, y se podía esperar que Optato reclamara la propiedad de la “cathedra” al señalar la legitimidad de la sucesión católica en Cartago. Pero no lo hace. Él contesta: “Debemos examinar quién se sentó primero en la silla y dónde… Ustedes no pueden negar que conocen que en la ciudad de Roma se confirió la silla de obispo primero a San Pedro, en la cual se sentó la cabeza de todos los Apóstoles, Pedro, de donde también fue llamado Cefas, en la cuya única silla se preservaría la unidad de todos, a menos que los otros apóstoles se sentasen cada uno en su propia silla, de modo que ahora fuese un cismático y un pecador quien contra esta silla pusiese otra. Por lo tanto en la única silla, la cual es la primera de las “dotes” se sentó primero Pedro, a quien sucedió Lino.” Luego sigue una lista de Papas incorrecta que finaliza con “y a Dámaso Siricio, quien es hoy día nuestro colega, con quien el mundo entero concuerda igual que nosotros por la comunicación de las cartas de recomendación en la hermandad de una comunión. Dígannos el origen de su silla, ustedes que desean reclamar la santa Iglesia para ustedes mismos”. Luego Optato se burla de la reciente sucesión de antipapas donatistas en Roma.

Optato argumenta, especialmente en el libro V, contra la doctrina que los donatistas habían heredado de San Cipriano de Cartago, de que el bautismo conferido por aquellos fuera de la Iglesia no podía ser válido, y anticipa el argumento de San Agustín de que la fe del que bautiza no importa, pues es Dios quien confiere la gracia. Es bien conocida su declaración sobre la eficacia objetiva de los Sacramentos ex opere operato: "Sacramenta per se esse sancta, non per homines" (V, IV). Así en el bautismo debe estar la Santísima Trinidad, el creyente y el ministro, y ahí la importancia es en ese orden, siendo el tercero el menos importante. Al censurar los sacrilegios de los donatistas él dice: “¿Qué es tan profano como romper, rasgar, remover los altares de Dios, en los cuales ustedes mismos han ofrecido, en los cuales tanto las oraciones del pueblo y los miembros de Cristo han sido criados, donde el Dios Todopoderoso ha sido invocado, donde el Espíritu Santo ha sido llamado y ha bajado, por el cual muchos han recibido la promesa de la salvación y la garantía de la fe y la esperanza de la resurrección?... Pues ¿qué es un altar sino el asiento del Cuerpo y la Sangre de Cristo?” En el libro VII añade un argumento notable para la unidad: “San Pedro pecó dolorosamente y negó a su Maestro, sin embargo retuvo las llaves, y en aras de la unidad y la caridad los apóstoles no se separaron de su compañía.” Así Optato defiende el deseo de los católicos de recibir de vuelta a los donatistas a la unidad sin dificultad, pues siempre debe haber pecadores en la Iglesia, y la cizaña se mezcla con el trigo; pero la caridad cubre una multitud de pecados.

El estilo de San Optato es vigoroso y animado. Él apunta hacia al efecto y lo tajante, más bien que hacia períodos fluyentes, y esto a pesar de la gentileza y caridad que es tan admirable en sus polémicas contra sus “hermanos”, como insiste en llamar a los obispos donatistas. Él cita bastante a Cipriano, aunque refuta la opinión errónea del santo acerca del bautismo, y no copia su estilo fácil. Sus descripciones de eventos son admirables y vívidas. Es extraño que Dupin lo haya llamado “minus nitidus ac politus”, pues tanto en las palabras que usa como en el orden casi incurre en la falta del preciosismo. Él es tan estricto como Cipriano en cuanto a las cadencias métricas al final de cada oración. Evidentemente fue un hombre de buen gusto así como de gran cultura, y nos ha dejado en su obra un monumento de dialéctica convincente, de forma literaria elegante y de caridad cristiana. Pero el orden general de sus argumentos no es tan bueno como lo es el desarrollo de cada uno en sí mismo. Sus interpretaciones alegóricas son rebuscadas, pero las de Parmenio fueron evidentemente más extravagantes aún. Un apéndice contenía un importante expediente de documentos que habían sido aparentemente reunidos por algún controversista católica entre 330 y 347 (vea Donatistas). Esta colección ya estaba mutilada cuando fue copiada por el escriba del único manuscrito que lo ha preservado, y el manuscrito está incompleto, de modo que tenemos que deplorar la pérdida de gran parte de este material de primera clase para la historia temprana del donatismo. Podemos saber qué parte se perdió por las citas hechas por Optato mismo y por las de San Agustín.

Aparentemente San Optato nunca recibió ningún culto eclesiástico, pero su nombre fue insertado en el Martirologio Romano en el día 4 de junio, aunque es bastante desconocido para todos los martirologios y calendarios antiguos. Cochlaeus (Maguncia, 1549) preparó la “editio princeps”. Balduino (París, 1563 y 1569) usó más manuscritos, cuyos textos fueron reimpresos frecuentemente en el siglo XVII. La edición de Dupin incluye una historia de los donatistas y una geografía de África (París 1700); fue reimpresa en Gallandi y en Migne (P.L., XI). La mejor edición es la de Ziwza (C.S.E.L., XXVI, Viena, 1893), con descripción de los manuscritos.


Fuente: Chapman, John. "St. Optatus." The Catholic Encyclopedia. Vol. 11. New York: Robert Appleton Company, 1911. <http://www.newadvent.org/cathen/11262b.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina.