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Martes, 3 de diciembre de 2024

Instinto

De Enciclopedia Católica

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Definiciones

Tanto en la literatura popular como en la científica el término instinto ha recibido tal variedad de significados que es imposible formular una definición adecuada que gane aceptación general. Usualmente el término incluye la idea de una adaptación intencional de una acción o serie de acciones en un ser organizado, no gobernado por la conciencia del fin a obtenerse. La dificultad surge cuando intentamos añadir a este concepto genérico notas específicas que lo diferencie de las actividades reflejas por un lado y las actividades del intelecto por otro. Debido a la limitación de nuestro conocimiento de los procesos envueltos, no siempre será posible determinar si una acción dada debe ser considerada como reflejo o instintiva, pero esto no nos debe privar de dibujar, sobre bases teóricas, una clara línea de demarcación entre estos dos modos de actividad. El reflejo es esencialmente un proceso fisiológico. El arco reflejo es un mecanismo neural establecido que asegura una respuesta definida e inmediata a un estímulo físico dado. El individuo puede estar consciente del estímulo o de la respuesta o de ambos, pero la conciencia en ningún caso entre en el reflejo como un factor esencial.

Los instintos, en contraste con los reflejos, son comparativamente complejos. Algunos escritores están tan impresionados con esta característica del instinto que están dispuestos a concordar con Herbert Spencer al definirlo como una serie organizada de reflejos, pero esta definición falla en tomar en cuenta el hecho de que la conciencia forma un vínculo esencial en todas las actividades instintivas. Se ha sugerido como una característica distintiva del instinto que surge de la percepción, mientras que la fuente del reflejo nunca es más alta que una sensación. Baldwin incluye bajo instinto sólo las reacciones de tipo sensorial-motor. Desde un punto de vista neurológico, por lo menos en los mamíferos, el instinto siempre envuelve la corteza cerebral, el asiento de la conciencia, mientras que el reflejo se confina a los centros nerviosos más bajos. Una diferencia obvia entre los reflejos y los instintos se halla en el hecho de que en el reflejo la respuesta a un estímulo es inmediata, mientras que la culminación de la actividad instintiva, en la cual aparece su carácter intencional, puede ser retrasada por un tiempo considerable.

Las principales dificultades al definir instinto se encuentran al diferenciar las actividades inteligentes de las instintivas. Si se deja a un lado el modo de origen del instinto y del hábito, los dos procesos se parecerían tanto que sería casi imposible dibujar una clara línea de distinción entre ambos. Esta circunstancia ha llevado a la concepción popular de instinto como un hábito de la raza, una opinión que halla apoyo en tan eminentes autoridades como Wilhelm Wundt; pero esta definición implica una teoría de origen para instinto, la cual no es aceptada universalmente. Además, los escolásticos y muchos observadores competentes, entre los más prominentes E. Wasmann, S.J., hallan la diferencia característica entre actividades instintivas e intelectuales en el hecho de que uno es gobernado exclusivamente por la sensación, o por procesos asociativos sensoriales, mientras que el otro es gobernado por el intelecto y el libre albedrío. Ellos concuerdan en atribuir al instinto todas las actividades conscientes del animal, puesto, que reclaman ellos, ninguna de estas actividades se puede rastrear al intelecto en el sentido estricto de la palabra.

Santo Tomás en ningún sitio trata en detalle sobre el instinto animal, pero su posición sobre el asunto, sin embargo, se aclara en muchos pasajes de la “Summa Theologica”. Él está completamente de acuerdo con las mejores autoridades modernas en poner el énfasis principal en la ausencia de conciencia del final como la característica principal del instinto. Él dice (op. cit., I-II, Q. XI, a. 2,C.): “Aunque los seres desprovistos de conciencia (coqnitio) alcanzan su fin, sin embargo, no logran el goce de su fin, como los seres que sí están dotados de conciencia. Sin embargo, la conciencia del fin propio es de dos clases, perfecta e imperfecta. La conciencia perfecta es aquella por la cual uno es consciente no sólo del fin, y que es bueno, sino también de la naturaleza general del propósito y bondad. Esta clase de conciencia es peculiar a las naturalezas racionales. La conciencia imperfecta es aquella mediante la cual un ser conoce el propósito y bondad en particular, y esta clase de conciencia se halla en los animales brutos, que no son gobernados por el libre albedrío, sino que son movidos por el instinto natural hacia cosas que perciben. Así la criatura racional obtiene fruición completa (fruitio); el animal obtiene gozo imperfecto, y otras criaturas no obtienen ningún disfrute.” El concepto de instinto de Wasmann está en completo acuerdo con el de Santo Tomás, mientras que es más explícito. El divide las actividades instintivas de los animales en dos grupos: “Acciones instintivas en el sentido estricto, y acciones instintivas en una más amplia acepción del término. Como ejemplos del primero debemos considerar aquellas actividades que surgen inmediatamente de las disposiciones heredadas de los poderes de la cognición sensible y apetito; y como ejemplos del segundo grupo, aquellas que proceden de las mismas disposiciones heredades pero a través del medio de la experiencia sensorial.” (Instinto e Inteligencia en el Reino Animal, p. 35).

Hay una tendencia creciente en biología y psicología comparativa a restringir el término instinto a adaptaciones intencionales heredadas. Muchos escritores le añaden a éstas otras dos características; insisten que el instinto debe ser definidamente fijado o rígido en carácter, y que debe ser común a un gran grupo de individuos. Baldwin considera el instinto como “una concepción claramente biológica, no psicológica” (Diccionario de Filosofía y Psicología). Él añade que “no es posible ninguna definición psicológica adecuada para instinto, puesto que el estado psicológico envuelto es agotado por los términos sensación (y también percepción), sentimiento instintivo e impulso.” (Ibid.). Las opiniones divergentes tomadas en consideración por los escritores sobre el asunto respecto a la naturaleza y origen del instinto naturalmente hallan expresión en las definiciones del término comúnmente aceptadas, unas cuantas de las cuales se incluyen aquí:

  • Instinto: impulso natural interior, inconsciente, involuntario o irrazonable que impulsa a cualquier modo de acción, ya sea física o mental. Instinto, en su uso más técnico, denota cualquier tendencia heredada a realizar una acción específica de un modo específico cuando ocurre la situación apropiada; además, un instinto es característico de un grupo o raza de animales relacionados.” (Nuevo Diccionario Internacional).
  • Instinto: una propensión especial innata, en un ser organizado, pero más especialmente en los animales inferiores, que produce efectos que aparentan ser aquellos de la razón y el conocimiento, pero que trascienden la inteligencia general o experiencia de la criatura; la sagacidad del bruto.” (Diccionario Siglo)
  • Instinto: una reacción heredada del tipo sensorial-motor, relativamente compleja y marcadamente adaptativa en carácter, y común a un grupo de individuos.” (Baldwin, “Diccionario de Filosofía y Psicología”).
  • Instinto es la disposición hereditaria, apropiada (adaptativa) de los poderes de la cognición sensitiva y apetito en el animal” (Wasmann, op. cit., 36).
  • El hábito difiere del instinto, no en su naturaleza, sino en su origen; pues el instinto es natural, el hábito es adquirido.” (Reid.)
  • Instinto es una acción intencionada sin conciencia de su propósito.” (E. von Hartmann, “Filosofía del Inconsciente”, tr. Coupland).
  • Instinto es una acción refleja en la cual está implicado el elemento de conciencia. Por lo tanto, el término es uno genérico, que comprende todas aquellas facultades de la mente que conciernen a la acción consciente y adaptativa, antecedente a la experiencia individual, sin la necesidad de conocimiento de la relación con la experiencia individual, sin la necesidad de conocimiento de la relación entre los medios empleados y los fines logrados, pero realizada similarmente por todos los individuos de la misma especie bajo circunstancias similares y frecuentemente recurrentes.” (Romanes, “Inteligencia Animal”, Nueva York, 1892, p. 17)
  • “Se denomina acciones instintivas a los movimientos que originalmente siguen a actos voluntarios simples o compuestos, pero que se han vuelto total o parcialmente mecanizados en el curso de la vida individual y de evolución genérica.” (Wundt, “Psicología Humana y Animal”, Londres, 1894, p. 388)

Origen

Se han presentado una gran cantidad de teorías para explicar el origen del instinto. Estas teorías pueden ser agrupadas en tres títulos: (a) teorías del reflejo, (b) teorías de la inteligencia defectuosa, y (c) la teoría de selección orgánica.

El nombre de Charles Darwin ha sido prominentemente asociado con la teoría refleja, algunas veces llamada la teoría de la selección natural. Esta asume que los instintos, como las estructuras anatómicas, tienden a variar del tipo específico, y estas variaciones, cuando son ventajosas para la especie, se acumulan gradualmente a través de la selección natural. En su capítulo sobre el instinto en el “Origen de las Especies”, Darwin dice: “Es universalmente admitido que los instintos son tan importantes como las estructuras corporales para el bienestar de cada especie bajo sus presentes condiciones de vida. Bajo condiciones de vida cambiadas, es por lo menos posible que las modificaciones de instinto más leves puedan ser provechosas para las especies; y si puede ser demostrado que los instintos varían tan poco, entonces no veo dificultad en que la selección natural preserve y acumule continuamente variaciones de instinto hasta cualquier punto que sea ventajoso. Es así, creo yo, que se han originado todos los más maravillosos y complejos instintos.” (Op. cit., Nueva York, 1892, vol. I, p. 321). La dificultad con esta teoría es que falla en explicar la supervivencia de los primeros comienzos de un instinto antes que sea de utilidad. También se ha alegado contra ella que no explica la coordinación de los grupos musculares que están frecuentemente envueltos en el instinto. Objeciones similares, por supuesto, se han presentado contra la selección natural como el origen de muchas estructuras anatómicas complejas. El carácter adaptativo, en uno u otro caso, señala a la operación de una inteligencia que trasciende del todo el ámbito de los poderes mentales de las criaturas en cuestión.

La segunda teoría, la de la inteligencia defectuosa, ha asumido muchas formas, y halló muchos defensores entre los psicólogos comparativos y biólogos durante el siglo XIX. Entre los autores más conocidos que abrazaron esta teoría se puede mencionar a Wundt, Eimer y Cope. Las dos principales dificultades en el camino de la aceptación de la misma son, primero, el alto grado de inteligencia requerido en todos los niveles inferiores de la vida animal, y segundo, asume la herencia de características adquiridas. Wundt rechaza la inteligencia en la aceptación estricta del término como la fuente del instinto animal. Su posición se establece mejor en sus propias palabras: “Debemos rechazar de inmediato como completamente insostenible la hipótesis que deriva el instinto animal de la inteligencia, la cual, aunque no es idéntica a la del hombre, es todavía, por así decirlo, de igual rango con ella. Al mismo tiempo debemos admitir que los seguidores de la teoría intelectual en un sentido más general están correctos al adscribir un gran número de manifestaciones de la vida mental en los animales no, ciertamente, a la inteligencia, como hacen los intelectualistas “sensu stricto”, sino a las experiencias individuales, cuyo mecanismo sólo puede ser explicado en términos de asociación.” (Op. cit., p. 389). Después de bregar con otra fase del asunto, él continúa: “Sólo quedan dos hipótesis, por lo tanto, como realmente dignas de argumentación. Una de ellas hace de la acción instintiva una acción inteligente mecanizada, que puede ser en todo o en parte reducida al nivel del reflejo; la otra hace del instinto un asunto de hábito heredado, gradualmente adquirido y modificado bajo la influencia del ambiente externo en el transcurso de numerosas generaciones. Obviamente no hay un antagonismo necesario entre estas dos opiniones. Los instintos pueden ser acciones originalmente conscientes, pero luego volverse mecánicas, y pueden ser hábitos heredados.” (Ibid., p. 393). Luego de discutir los instintos humanos y su relación con los instintos animales, Wundt concluye: “Las condiciones externas de la vida y las reacciones voluntarias sobre ellas, entonces, son los dos factores operantes en la evolución del instinto; pero operan en diferentes grados. El desarrollo general de la mentalidad es siempre tendiente a modificar en instinto de un modo u otro. Y así sucede que de los dos principios asociados el primero---adaptación al ambiente---predomina en etapas de vida inferiores; el segundo---actividad voluntaria---en etapas superiores. Esta es la gran diferencia entre los instintos del hombre y los del animal. Los instintos humanos son hábitos, adquiridos o heredados de generaciones previas; los instintos animales son adaptaciones intencionales de acción voluntaria a las condiciones de la vida. Y una segunda diferencia se deduce de la primera. Que la vasta mayoría de los instintos humanos son adquiridos, mientras que los del animal… son restringidos a instintos congénitos, con una variación muy limitada en su extensión.” (Ibid., 409).

Romanes busca resolver el problema del origen del instinto combinando estas dos teorías, explicando los instintos más rígidos del animal a base de la selección natural y los instintos más plásticos por la herencia de hábitos mecanizados. A la primera clase de instintos la llama primaria y a la última, secundaria. Según esta teoría las adaptaciones intencionadas de todas clases, ya sean inteligentes u orgánicas, están llamadas a suplementar la dotación incompleta, y así mantener las especies vivas hasta que se aseguren suficientemente las variaciones para hacer el instinto relativamente independiente.

Es evidente a partir de las definiciones y teorías antedichas que bajo el término instinto se incluyen varias cosas distintas. Esto halla expresión en la división de instintos en primarios y secundarios sugerido por Romanes, y en instintos innatos o adquiridos (Wundt). Darwin enfatizó el mismo hecho cuando reclamó que muchos instintos pueden haber surgido del hábito, y luego añade: “pero sería un error serio suponer que el mayor número de instintos han sido adquiridos por hábito en una generación y luego transmitidos por herencia a las generaciones siguientes. Puede ser fácilmente demostrado que los más maravillosos instintos con los que estamos relacionados, es decir, los de las abejas colmeneras y los de muchas hormigas, posiblemente no pudieron ser adquiridos por hábito.” (Op. cit., vol. I, 321.). Anteriormente, los naturalistas se interesaban en los instintos principalmente porque éstos eran considerados tan ilustrativos de la inteligencia del Creador, y, ciertamente, ya sea cuestión de instintos “primarios” o “heredados”---o instintos en “el sentido estricto del término”, como los designa Wasmann---el problema del origen es similar al del origen de las características anatómicas. Evidentemente tendremos que explicar tales instintos elaborados como los que determinan la conducta de la oruga o el pavón al construir su capullo a lo largo de las mismas líneas que adoptamos al explicar el origen de las estructuras anatómicas complicadas. La inteligencia desplegada trasciende por mucho la que posiblemente podrían poseer tales criaturas inferiores. Los instintos “secundarios” o “adquiridos” tienen un interés teórico de un carácter completamente diferente, que surge de los problemas de la naturaleza de la inteligencia animal y el origen del hombre. Los monistas, y en general todos los que aceptan el origen bruto del hombre, buscan eliminar la diferencia esencial entre el hombre y el animal; por lo tanto le atribuyen al animal una inteligencia que difiere sólo en grado de la del hombre. Mientras que a primera vista esto parecería elevar al animal al plano de la vida humana, lo que hace en realidad es bajar al hombre al plano de la vida bruta.

Se puede demostrar fácilmente que muchos de los instintos animales se pueden modificar en el curso de la experiencia individual. Cuando un nuevo elemento en el ambiente determina un acto, frecuentemente un gran número en la especie lo puede repetir; cuya repetición pronto engendra un hábito que, para todos los intentos y propósitos, es idéntico al instinto. Como hemos visto, algunos observadores clasifican tales hábitos mecanizados como instintos, y si tales hábitos se heredan, como reclaman algunos, entonces nadie se puede negar a darle el nombre de instinto. La importancia real de este problema surge de la forma de conciencia que opera en la construcción de tales hábitos, o instintos secundarios. Aristóteles y los escolásticos le atribuían estos ajustes intencionados al “appetitus sensitivus”. No necesitaban poner en juego ninguna facultad superior a las percepciones sensoriales de objetos particulares y el reconocimiento de su deseabilidad o a la inversa; esta opinión fue desarrollada por Wasmann. Sin embargo, debe observarse que el término instintos según usado por los escolásticos y Wasmann se refiere no sólo al mecanismo neural o hábito en el animal, sino a los poderes sensoriales que capacitan al animal para ajustar sus actividades espontáneas a su medio ambiente. El término “no se tomó meramente como una parte constituyente del poder cognitivo y apetito sensitivo, sino como la disposición adaptativa natural de la sensación animal, la cual constituye el principio vital que gobierna las acciones espontáneas del animal… Pues aparte y más allá del conocimiento instintivo heredado, la filosofía escolástica le atribuyó al animal una memoria sensible y un poder de perfeccionar los instintos innatos por medio de la experiencia de los sentidos; reconoce en el animal no sólo talentos heredados completos para ciertas actividades, sino hasta cierto grado talento y habilidad adquiridos por la experiencia de los sentidos y por la práctica.” (Wasmann, op. cit., 138-39). Como hemos visto, Wundt le niega al animal inteligencia del mismo orden que la del hombre. El uso impreciso e injustificado de los términos razón e inteligencia ha traído mucha confusión a este asunto. Para el observador superficial, por supuesto, el poder de la percepción y asociación sensorial del animal parece inteligencia, pero los términos tienen significados ampliamente diferentes. En su grado más bajo la inteligencia siempre implica como característica esencial el poder de abstracción y generalización sobre el que descansa la libertad de elección, y, hasta que se demuestre que los animales poseen tal poder, es injustificable atribuirle tal inteligencia, como hace la escuela de naturalistas que aborda el tema con la conclusión predeterminada de que la inteligencia humana surgió de la animal, y que ambas difieren sólo en grado.

Instintos Humanos

El asunto de la naturaleza de los instintos humanos y el tratamiento que deben recibir está envuelto en muchos temas prácticos de la mayor consecuencia en el campo de la educación. Como ya hemos visto, algunos escritores hablan de instintos adquiridos, denotando con ello habitos altamente desarrollados o mecanizados; pero será más conveniente confinar el uso del término a instintos en el propio sentido de la palabra, es decir, a las tendencias innatas o heredadas, y hablar de modos de actividad establecidos en la vida individual a través de la repetición como hábitos. La plasticidad es la característica más llamativa de los instintos humanos comparados con los instintos brutos. De hecho, es esta característica del instinto humano lo que hace a la educación tanto posible como necesaria. Ente los animales superiores muchos instintos son relativamente plásticos, es decir, la experiencia individual del animal los modifica. Esto hace posible entrenar a los animales para que actúen de modos que no están provistos por tendencias definidamente organizadas. La plasticidad de los instintos animales está en alguna proporción directa con el desarrollo del cerebro y el poder del sentido de percepción y asociación sensorial, pero en lo que al hombre respecta vemos que su inteligencia, que se hace sentir en una fecha muy temprana en la infancia, comienza a modificar todas las actividades instintivas tan pronto como aparecen, un hecho que hace difícil observar los instintos no modificados en la vida adulta. Sin embargo, hay dos cosas que deben tomarse en cuenta: la plasticidad del instinto y el poder del intelecto y libre albedrío que incide para modificarlo. En ambos respectos hay un marcado contraste observable entre el hombre y el animal.

Debe señalarse aquí como de importancia especial a la discusión que los instintos humanos no todos hacen su aparición en el nacimiento. Es cierto que los instintos hacen que el bebé recién nacido busque el seno de la madre y realice varias otras funciones necesarias, pero muchos de los instintos aparecen por primera vez en la fase apropiada del desarrollo neural y mental. Además, mientras que la aparición del instinto es relativamente tarde en las series de desarrollo, frecuentemente, como en el caso de la coquetería y la maternidad, antecede por algunos años la función adulta a la que se refiere. Esto hace a los instintos mucho más plásticos, o, en otras palabras, mucho más sujetos al control de las agencias educativas que lo que harían si aparecieran por primera vez en medio del estrés de las emociones y pasiones completamente desarrolladas a la que se refieren. Esta anticipación de la función se puede considerar como una indicación del carácter rudimentario de los instintos en cuestión. El trabajo en el campo de la psicología genética y del estudio de los niños ha revelado la presencia y las importantes funciones de muchos hasta aquí descuidados instintos en la vida del niño. Estos instintos no pueden descuidarse o se volverán desordenados y producirán una cosecha de resultados indeseables; no pueden ser suprimidos indiscriminadamente, porque son la raíz nativa sobre la cual se injertan los hábitos que han de apoyar la vida humana.

Por otro lado, muchos instintos son altamente indeseables; su completo desarrollo significaría, de hecho, la producción de criminales. Para la explicación de estos instintos nos referimos a muchos de los estados salvajes de los cuales ha emergido el hombre civilizado. “En el caso de la humanidad, han respondido la autoafirmación, la inescrupulosa incautación de todo lo que se pueda agarrar, la posesión tenaz de todo lo que se pueda guardar, los cuales constituyen la esencia de la lucha por la existencia. Para su progreso exitoso a través del estado salvaje, el hombre ha estado grandemente endeudado con aquellas cualidades que comparte con el mono y con el tigre… Pero, a medida que los hombres han pasado de la anarquía a la organización social, y en la proporción en que la civilización ha crecido en valor, estas cualidades útiles profundamente arraigadas se han convertido en defectos… De hecho, el hombre civilizado estigmatiza todos estos impulsos del tigre y el mono con el nombre de pecado; castiga muchos de los actos que se derivan de ellos como crímenes; y, en casos extremos, hace lo posible para poner fin a la supervivencia del más fuerte de días pasados por el hacha y la cuerda.” (Huxley, “Evolución y Ética”, Nueva York, 1894, págs. 51-52.) Claramente, entonces, muchos instintos deben ser suprimidos y otros deben ser reforzados. Es la labora de la educación guiar los impulsos nativos del niño por canales apropiados y construir sobre ellos los hábitos de la vida civilizada. Hasta ahora hay un acuerdo práctico en el campo, pero ¿qué estándar puede ser usado para determinar cuáles instintos han de ser inhibidos y cuáles reforzados, y qué métodos se usarán para dirigir la marea de actividad instintiva? Sobre estas preguntas lo único que hay es concordancia.

Muchos de aquellos educadores que creen en el origen bruto del hombre asumen que el estándar de selección debe ser el mismo que el del reino animal, es decir, las actividades conscientes de cada individuo. Tendrían que dejar que el niño con su pobre dotación de inteligencia determine por sí mismo “experimentalmente” cuáles instintos suprimirá y cuáles cultivará. Este pensamiento se plasma en la teoría de la “época cultural”, que encuentra tanto favor entre muchos de los educadores modernos. Esta teoría se funda en la asunción de que el niño recapitula la historia de la raza en el desarrollo de su vida consciente; y asume además que el modo de tratamiento adecuado es llevar cada fase de esta recapitulación a funcionar cuando aparece en el desarrollo del niño. El niño determinará por su propia experiencia el carácter insatisfactorio de la fase temprana, y así será llevado a reconocer la deseabilidad de moverse a una fase más tardía y elevada. A este respecto la Iglesia cristiana siempre ha sostenido una política exactamente opuesta a la aquí esbozada. Ella afirma que, sea cual fuere la naturaleza de los instintos del niño, debe ser guiado desde el principio a funcionar sólo en el más alto plano alcanzado por el adulto, ya sea a través de la razón o de la revelación. Además sostiene que el estándar de selección no es prerrogativa del niño individual, sino el estándar de la verdad y la bondad que ha sido revelado al hombre y ha sido aceptado por la sabiduría de la raza. Siempre ha afirmado el principio de autoridad tanto en materia de doctrina y de conducta, como opuesto al juicio privado y la selección individual, que, a sus ojos, lleva a la anarquía.

Además, la posición de la Iglesia a este respecto está en completo acuerdo con los seguros hallazgos de la biología y la psicología. La doctrina de la recapitulación sobre la que se basa la teoría de época cultural es una doctrina de embriología donde se afirma que la ontogenia es una recapitulación de la filogenia, es decir, que el embrión individual recapitula en su desarrollo las etapas sucesivas del desarrollo de la raza; pero se debe observar que esta doctrina es puramente anatómica. Muchos biólogos creen que en la historia de la raza el ojo se construyó viendo y el pulmón, respirando; pero ningún biólogo puede sostener por un momento que el ojo en desarrollo embriónico se hizo al estar viendo y el pulmón por estar respirando. De hecho, los altos niveles de la vida animal nunca se alcanzan excepto en aquellos casos donde los hijos se lleven adelante sin funcionamiento al plano adulto de los padres. Y se puede argumentar correctamente a partir de la analogía, que, aún dando por sentado que la vida mental del niño es una recapitulación de la vida de la raza, el único modo de llevarlo adelante hasta el plano adulto es a través de que la sociedad funcione para él, a través de sus agencias educativas, hasta que él alcance la adultez. La teoría de la época cultural, que lleva al niño a funcionar en cada “época cultural” sucesiva, podría, por lo tanto, no sólo retrasar su propio desarrollo, sino inevitablemente iniciaría una violenta regresión.


Bibliografía: Obras generales sobre la evolución, psicología y psicología comparativa; cf. en particular MORGAN, Algunas Definiciones de Instinto en Ciencia Natural (Londres, mayo, 1895); IDEM, Hábito e Instinto (Londres, 1896); IDEM, Conducta Animal (Londres, 1900); IDEM, Introducción a la Psicología Comparativa (Londres, 1894); ROMANES, Inteligencia Animal (Nueva York, 1892); IDEM, Evolución Mental en Animales (Nueva York, 1891); IDEM, Darwin y después de Darwin, I (Chicago, 1896); MIVART, Lecciones de la Naturaleza (Londres, 1879); IDEM, Origen de la Razón Humana (Londres, 1899); WASMANN, Instinto e Inteligencia en el Reino Animal (San Luis, 1903); LUBBOCK, Hormigas, Abejas y Avispas (Nueva York, 1893); GROOS, Juego de Animales (Nueva York, 1898); IDEM, Juego del Hombre (Nueva York, 1901); BALDWIN en Ciencia del 20 de marzo y 10 de abril (1896); IDEM, Historia de la Mente (Nueva York, 1898); IDEM en Dicc. de Filos. Y Psicol. (Nueva York, 1901), s.v. Instinto y Selección Orgánica; LICATA, Fisiologia dell' istinto (Nápoles, 1879); MASCI, Le teorie sulla formazione naturale dell' istinto (Naples, 1893).

Fuente: Shields, Thomas. "Instinct." The Catholic Encyclopedia. Vol. 8. New York: Robert Appleton Company, 1910. <http://www.newadvent.org/cathen/08050b.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina